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Atentados de origen yihadista: la amenaza del radicalismo contra la democracia, por Fernando Cocho

Atentados de origen yihadista: la amenaza del radicalismo contra la democracia, por Fernando Cocho

El Emboscado

Malos tiempos ahora para andarnos con demasiadas florituras en el lenguaje y con retóricas propias de la “torres de marfil intelectuales”. Entre nosotros hay bastardos hijos de alimañas, no de humanos. Ya está bien de lenguaje políticamente correcto, el mal existe, no es una idea, y se representa en viva carne en la imagen de los desalmados.

La democracia, la libertad, el propio sistema nacido de la Ilustración, no sólo está en crisis, sino que, además, como juego de palabras propio de Lewis Carroll en su Alicia, “el sistema es torpedeado por el propio sistema”.

No seré yo quien niegue que el sistema actual muere por autocomplacencia y esquilmación por sus élites, tampoco seré yo el que regrese a la caverna de Platón para buscar una arcadia paternalista que supuestamente nos salve los muebles, la patria, y de paso nuestro egocéntrico acomodado modo de vida.

Pero no sería un aprendiz de buen Emboscado si no declarara un posicionamiento abierto contra las amenazas que están hiriendo de muerte nuestro espejo idílico. Muchas veces lo importante debe dejar paso a lo urgente. Lo importante es el cada vez más fuerte radicalismo de corte político extremista alimentado por la estulticia de quien nos ha gobernado en Europa durante decenios, complacientes con cualquier idea germinal de supuesto “libre pensamiento crítico”, dando paso a nuevas camisas pardas o a “pioneros” de pañuelo rojo al cuello; lo urgente, inaplazable y perentorio, sin embargo, es atajar y arrancar de raíz la amenaza más importante que hoy se cierne sobre el mundo libre y democrático: la amenaza terrorista de origen yihadista.

El Diccionario de Oxford define ‘yihadismo’ como el esfuerzo que un musulmán debe realizar para que la ley divina reine en la Tierra, y que en muchos casos implica la lucha violenta”. No hay ni espacio, ni tiempo para andar con digresiones sobre orígenes diversos, fundamentos teóricos o sobre diferencias entre uno y otro movimiento religioso y su raíz que les impulsa a esa llamada “yihad”. Sabemos que es fenómeno muy complejo y que debe tratarse en profundidad y de forma completa para su diagnóstico, evaluación y por supuesto supresión absoluta como virus que envenena a demasiada gente, tal y como ellos también lo piensan de nosotros. Y, cuando hablo de supresión, hablo de hacer lo que hay que hacer para que quede como un mal recuerdo en los libros de historia de nuestros hijos, como otras tantas cosas quedaron en ese ámbito. 

La flojera o no firmeza clara y distintiva ante cualquier fenómeno que brote apuntando maneras que se sospechen vaya contra los derechos fundamentales de libertad, igualdad y solidaridad democrática es lo que nos ha llevado a lo que estamos. Buenismo progresista o supremacía neocolonialista, me da igual.

Somos necios, y también hipócritas. Pensar que nuestros valores democráticos serán aceptados por sí mismos, cuando son fruto de una evolución de siglos, y que han llevado a decenas de guerras y revoluciones desde que se abrieron paso “a sangre y fuego” contra ideas arcaicas y “alienantes”, pensar como “utopía” que convencerían a los que están en otro horizonte temporal, en otra forma de evolución cultural, en otra forma de ver el mundo óntica y epistemológicamente, es cuando menos de ilusos, si no de incompetentes. Dejaré para mis adentros si es por negligencia, estupidez o sencillamente por intereses creados.

Ahora cada vez más de forma sorpresiva, individuos aparentemente desarraigados, sin identidad clara (o quizás con una muy clara pero que maneja un espectro demasiado amplio para verlo de un golpe), seres desposeídos de respeto a las normas más básicas de urbanidad, nos atacan de forma organizada o no, en grupo o en soledad, amparándose en sus “derechos y deberes identitarios o religiosos”. Cierto que nos importa más un deceso en Europa que decenas en otra parte del mundo, que creemos erróneamente no nos compete o afecta. 

¡Ea, pues! Partamos de la falacia de que eso es así, que en este mundo globalizado los logros, pero también las desventajas o vicios, de nuestra democracia están expuestos. Digamos que la pacífica y armoniosa Europa está siendo “atacada” por intereses torcidos, bastardos y nada “humanitarios” que abogan unas veces por tomarse la justicia por su mano ante lo que consideran “ataques blasfemos o directos” contra su modelo de mundo.

Segundo error. No son como nosotros, aunque estén con nosotros. No piensan como nosotros, aunque vayan a nuestras escuelas. No creen en nuestro civismo o modo de vida, aunque lo usen para su mejora y medro estructural. Los yihadistas no son radicales musulmanes o islámicos; son terroristas, punto. Escoria ética y moral que ataca para sembrar terror, no para dar lecciones o buscar justicia. Identifican sus deseos y sus valores mal estructurados bajo la capa de religión o modo de vida, cuando las más de las veces está manipulada por ellos o por “expertos en la materia” y otras veces está erróneamente interpretada. La frase coloquial cuando algo no se sabe de “doctores tiene la iglesia”, que se decía cuando yo era pequeño, es un momento histórico y social que cierto número de seres humanos no ha pasado, ni desea pasar.

Tercer error: haber pensado que quedarían deslumbrados por “nuestro modo de vida en libertad” y que se pasarían en masa a las bienaventuranzas del sistema liberal/capitalista. Quiero pensar que es de buena fe y no intencional. Hay millones de personas que no piensan como nosotros y que sólo ven de nuestro sistema la parte corrupta y segregante (que todo sistema tiene), injusticia, desequilibrio basado en reglas no humanas sino técnicas…  ante lo cual se refugian en el pasado de una arcadia dorada donde todo era armonioso y estaba cerca del creador (sea cual fuera para los diversos ritos).

Ser tolerante o democrático con quien no sabe qué es eso, qué implica de derechos y obligaciones, qué cambios deben darse en uno mismo, etc… es pensar en un buenismo antropológico que no aguanta la mínima critica enfrentada a la realidad. Sólo la ley, la moral y la educación sostenida durante décadas pueden dar mayores posibilidades de éxito en esta tarea. Y cuando digo la ley asumo que hay acciones punitivas precisas, como las hay sociales y económicas cuando no se cumplen las normas que nos hemos dado. No entraré en la discusión del iusnaturalismo o normas creadas y pactadas, porque ese es otro error. Cuando nosotros mismos discutimos del sexo de los ángeles, antes de partir de una ética de mínimos “rígida” y, si fuera necesario aplicada con “severidad”, implica abrir brechas a los populistas, a los integristas políticos y por supuesto a los radicales religiosos de cualquier índole. Hoy toca, por la sangre reciente, enfrentarnos a los radicales llamados yihadistas, atacantes de otras formas de culto, de profesores como seña de la vanguardia del pensamiento, de publicaciones o pensamientos diferentes (alguno de los cuales, cual sociedad adormecida, vemos como expresión libre, de los que es el veneno que ataca las mentes en formación y nos condena a la molicie). 

Pero no importa el destino de esa violencia, ni que sea una violencia con fundamentos sexistas amparados en religión, o violencia por “sentirse mal en nuestro modo de vida” por una publicación que puede ser de mal gusto. Da igual que se busque la forma de “respetar las diferentes formas de ver la realidad o la religiosidad” contextualizando las clases, dando mil y una vueltas, pidiendo que si alguien se siente ofendido salga de la reunión… da igual, es la excusa para la violencia y el resentimiento estéril de quien está enajenado y sus cortas miras no les permiten nada más.

Si el acto terrorista obedece a esos mal llamados lobos solitarios o si, por el contrario, el acto terrorista lo perpetran en grupo orquestado para sembrar terror y lograr algún «cambio» en nosotros, da igual es execrable y condenable sin dar un paso atrás. Hasta la denostada Wikipedia en su definición habla del que actúa sin el apoyo ni directrices de un grupo u organización y sin la influencia de un líder, y aquí está otro error, confundir el lobo solitario con el estepario de Hesse. El segundo está resentido, desarraigado y en dilema perpetuo entre su animalidad y su humanidad, de nada vale que el autor dijera que su libro había sido malinterpretado, ya sólo escuchamos lo que nos conviene. Pero el estepario tiene inquietud intelectual y está en crisis existencial, el lobo solitario yihadista no tiene cualidades intelectuales, no tiene dilemas morales, no es un hombre desarraigado: es un ser despreciable que actúa tras la lectura o la plática, o la escucha de alguien que le imbuye de “retórica” para que actúe. En otras partes del mundo, estos atentados sí tienen como objeto subvertir el sistema político y cambiarlo por otro por la vía de la violencia. Estos malnacidos no pretenden, aunque lo digan, cambiar un sistema, simplemente quieren hacer lo que les da la gana o lo que sus “sentimientos” les indiquen: beneficios sí, pero no implicaciones o responsabilidades; derechos identitarios, pero no en igualdad de derechos de libre opinión. Eso se llamaba en mi infancia la ley del embudo.

El terrorista del que hablamos hoy, exceptuando los que como avanzadilla están actuando al modo de otras latitudes, no cumple esas reglas. Sencillamente encuentra fisuras en un sistema que no ha sabido “forzar o coadyuvar” a una verdadera integración en todos sus aspectos, un sistema que de tanta “conversación y dialéctica de la comunicación” ha hecho zozobrar los valores democráticos, y de tanto buenismo y populismo logran que se acepten como válidos actos y opiniones que serían reprimidos en otros ámbitos. Así no lograremos nada.

Somos de la opinión de que hay que cambiar algunas cosas: primero las normas buenistas con las que respondíamos a problemas de los siglos XIX y XX, cuando ahora las preguntas son otras; modificar la legislación en lo que tiene que ver con cooperación internacional en origen (parece que los únicos que cumplimos en esa transparencia somos nosotros); hacer una verdadera integración social y cultural desde el punto de vista educativo; demostrar de forma fehaciente que nuestros valores son superiores a los suyos poniendo pie en pared ante los que no las respeten…

Otro día hablaremos de cómo lograr evitar la radicalización en escuelas, su retórica, su narrativa. Hoy toca dar la cara y decir que no somos débiles, y que no permitiremos más insultos y negligencia. Que cada palo aguante su vela y cada cual asuma su parte de responsabilidad. De no ser así seguirá la lluvia fina de actos execrables y nosotros daremos pábulo a populistas, radicales, xenófobos, pero sobre todo nos verán “ellos”, los desgraciados asesinos, como cultura “débil” y por tanto digna de eliminación. Antes de pensar qué hacen los demás, planteemos al modo cartesiano, qué hacemos cada uno.

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