Lo más probable, dada la situación actual, es que en los próximos cuatro años el presidente de Estados Unidos sea Joe Biden.
Y eso es una lástima para este maravilloso país, pero no es un golpe mortal. Si el Senado permanece en las manos de los republicanos y si el partido, y específicamente la gente de MAGA, trabaja adecuadamente, esta situación incluso puede derivar -a largo plazo- en una gran victoria para la derecha. Este puede ser el inicio de una nueva era para el partido republicano o, por lo menos, una nueva era de MAGA. Donde la gente los sienta más cercanos, más prácticos hablando de las cosas que afectan al ciudadano de a pie en vez de enfrascarse en discursos propios de las elites.
Sin embargo, a lo que es imposible encontrarle un «lado bueno» es a las consecuencias que el triunfo de Biden desencadenará en países latinoamericanos ahogados por el socialismo, como Cuba o Venezuela. Ciertamente el presidente de Estados Unidos tiene un margen de maniobra bastante amplio cuando de política internacional se trata y, para países como Venezuela, lo que haga Estados Unidos es determinante.
Tiene tanto peso el actuar del Gobierno estadounidense en estos países agobiados por la izquierda, que aún suponiendo que Biden no haga nada para ayudar a los capos izquierdistas del continente, el solo hecho de que ya no esté Trump en la presidencia es un alivio para regímenes como el de Maduro.
Si efectivamente Biden asume la presidencia, particularmente los venezolanos habrán perdido una oportunidad de oro. No ha habido un presidente que se haya interesado en la libertad de Venezuela más que Trump, y dudo mucho que en los próximos años llegue a haber alguien que lo supere o por lo menos lo iguale en este sentido. Además, Trump tiene el carácter, la irreverencia y, si se quiere, la locura para hacer algo realmente contundente y que funcione en ese país destruido por el socialismo.
Bajo la administración Trump se han impuesto sanciones a los grandes capos del narco-régimen venezolano, a PDVSA -la empresa de petróleos manejada por el chavismo-, también se ha señalado a Maduro como el jefe del Cártel de Los Soles y se le ha puesto precio a la cabeza de varios de sus hombres más cercanos.
Además, la administración Trump apoyó y protegió al presidente interino Juan Guaidó durante todo este tiempo. Llevó al venezolano al Congreso e hizo que en el discurso del Estado de la Unión tanto demócratas como republicanos le aplaudieran y manifestaran su apoyo. Trump también le advirtió a Maduro, en repetidas ocasiones, que si algo le llegaba a pasar al líder de la oposición tendría que responderle a EE. UU.
Trump logró mucho con muy poco. Con poco me refiero, sobre todo, al grupo nefasto que hay detrás de Juan Guaidó y al inexistente plan de acción de la «oposición» venezolana para, de verdad, sacar a Maduro del poder.
¿Qué hubiera ocurrido si se junta el ímpetu de Trump con un buen líder venezolano que tuviera un plan de acción claro? Tal vez las cosas serían diferentes para el otro país más rico de la región.
Guaidó ya es un presidente interino sin ningún liderazgo. De hecho hace unos meses, refiriéndose al venezolano, Trump dijo:
«Parece estar perdiendo cierto poder, queremos a alguien que tenga el apoyo de la gente. Yo apoyo a la persona que tenga el apoyo de la gente».
La esperanza de muchos venezolanos y extranjeros que anhelamos la libertad de Venezuela estaba puesta en Trump. En que su administración, entendiendo el peligro que el régimen chavista y sus amigos de Irán y China representan para toda la región -incluyendo a EEUU-, hiciera algo para de una vez por todas derribar al régimen. Pero la oposición venezolana definitivamente no estuvo a la altura de la situación, como no lo ha estado durante décadas.
Venezuela perdió una oportunidad de oro. Ahora, lastimosamente, vemos cómo la esperanza se desvanece. No exagero cuando digo que con Biden el chavismo entra en la Casa Blanca.