La expulsión de Donald Trump de varias plataformas de comunicación digitales, entre ellas Twitter, Facebook e Instagram, ha recuperado el debate sobre la procedencia de que las redes sociales limiten la expresión de sus usuarios, y sobre si estos procedimientos suponen que se conviertan en medios de comunicación con una línea editorial y por lo tanto responsables de las opiniones de los mismos. Un debate que divide especialmente a la poco homogénea —afortunadamente— comunidad liberal. La suspensión del perfil de Trump, según anunciaba Twitter a través de un tuit publicado el pasado 9 de enero, respondía al riesgo de una posible incitación futura a la violencia. Es decir, cancelaban la cuenta de forma preventiva atendiendo a un peculiar juicio de intenciones.
https://twitter.com/TwitterSafety/status/1347684877634838528?s=20
El caso es que se ha puesto de moda una plataforma llamada Parler, que a estas horas no puede prestar servicio dado que Amazon le ha negado alojamiento en sus servidores, con la razón —o excusa— de que no vigila con el suficiente celo las publicaciones de sus usuarios. Apple y Google, por otra parte, han eliminado la aplicación en el catálogo de sus stores.
¿Pueden considerarse estas prácticas como censura? Se argumenta que la empresa privada puede negar sus servicios a quien desee sin más explicaciones. El problema aparece cuando esas empresas, los gigantes tecnológicos, actúan como un oligopolio que de hecho limita la libre competencia. Y garantizar la libre competencia, evitando situaciones monopolísticas, sí es una labor de los Estados. Si fracasan, por acción u omisión, sí puede hablarse de censura, dado que los mismos gobiernos están implicados en la limitación de la libertad de expresión.
No es la primera vez que la arbitrariedad en la suspensión de cuentas y bloqueos de tuits del algoritmo de los chinos de Twitter provoca anuncios por parte de tuiteros de derecha del abandono de la plataforma. Ya ocurrió hace años con la red Mastodon, en donde muchos abrieron una cuenta de la que ahora ya no recuerdan la contraseña, y en muchos casos ni su nick o alias. Yo, por ejemplo.
Auguro a Parler el mismo futuro. Dejando de lado sus problemas técnicos —tienen mucho que pulir ahí los desarrolladores—, es conocida la comodidad con que la izquierda se mueve en Twitter. Sabemos que tuitear “progre” es garantía de que los followers fluyan con mucha más alegría que hacerlo con ideas opuestas. Solo hay que comparar el número de seguidores de tuitstars de izquierda y derecha. Los baneos caen en los dos flancos, cierto, pero a nadie se le escapa que en uno más que en el otro. Llama la atención, por ejemplo, que el ex primer ministro tailandés justifique una decapitación y advierta de más asesinatos a los franceses o que el clérigo máximo de Irán anime a borrar a Israel de la faz de la tierra, y el asunto se salde con un par de tuits eliminados. Todo esto mientras se suspende la cuenta de un cura por el pecado terrenal de echar mano del refranero. Son anécdotas que repetidas hasta el infinito hacen que tuitear sea como bailar sobre un campo de minas.
La hegemonía de la izquierda en Twitter, donde se mueve con absoluto confort, es lo que hace inviable Parler como alternativa. Una red social en la que no esté la izquierda no tiene futuro, de la misma forma que no lo tendría una con la ausencia de la derecha. Pero la izquierda no va a migrar a Parler y la derecha va a permanecer en Twitter, a pesar de los reiterados anuncios de abandono de muchos reconocidos tuiteros, y también de los deseos de algún elemento inclasificable.
¿Cambiará Twitter en algún momento su política de control de los mensajes? No lo parece, pues es evidente que conocen la arbitrariedad de sus mecanismos de supervisión, denunciados continuamente por sus usuarios. No queda por tanto más alternativa que ser precavidos a la hora de tuitear, evitando palabras y expresiones prohibidas para no llamar la atención del algoritmo enloquecido. Difícil, cierto, cuando incluso citar el refranero español es una práctica de riesgo.
Nos vemos en Parler.