De la “locura” de Trump al “buenismo” de Biden, por Pedro Baños (2/3)
Puede leer aquí la primera parte de este análisis.
¿Qué sabemos de Joe Biden? Biden es un político profesional. Senador, por Delaware, desde 1973, y vicepresidente de 2009 a 2017, con Barak Obama.
No es un líder que despierte pasiones. Es más bien plano, sin estridencias, del gusto europeo.
Apoyó la expansión de la alianza de la OTAN en Europa del Este (en 1991, la OTAN estaba formada por 16 países; actualmente, por 30) y su intervención en Yugoslavia en los años 90. A pesar de estar en la oposición, respaldó la invasión de Irak en 2003.
Su campaña electoral ha estado caracterizada por ser tradicional, de baja intensidad, más reactiva que proactiva, aunque ha sabido aprovechar las redes sociales, que en su totalidad de posicionaron a su lado. Se ha beneficiado de la situación extrema generada por la Covid, siendo altamente probable que sin la aparición de esta pandemia no hubiera ganado las elecciones.
Ha tenido el apoyo prácticamente unánime de todos los medios de comunicación. Con su aparente carácter afable y conciliador, aplica la estrategia del “buenismo” característica de la época Obama.
Le penaliza su avanzada edad, 78 años, y posibles problemas cognitivos. Por ello, es previsible que la carga de la presidencia será llevada de facto por otras personas, comenzando por la vicepresidenta Harris.
¿Qué tiene a favor Biden?
Es un hombre del establishment: élite blanca, tradicional, gobernante, cristiana-católica. Es aceptado por el sistema, al que seguirá sirviendo con gusto. Aporta la imagen y el discurso de moderado y sereno.
Es el segundo presidente católico, tras J. F. Kennedy. Prácticamente, de misa dominical. Pero no todos los católicos le apoyan (significan el 20% del país), pues están divididos por la cuestión del aborto.
Cuenta con el apoyo prácticamente total de judíos y otras religiones, como musulmanes o budistas. No con los mormones, que son casi todos republicanos, como buena parte de los protestantes.
Muy acertada la elección de Kamala Harris como vicepresidenta. Representa a las minorías y los inmigrantes. Además, dispone del botón de la calle, pudiendo provocar manifestaciones de apoyo, o de repulsa a los adversarios políticos, con gran facilidad.
Tiene vocación feminista, apostando por el empoderamiento de la mujer y facilitarle el acceso a puestos de responsabilidad.
Se le ha promocionado como el nuevo Mesías, el que va a salvar al mundo de todos los males.
¿Quién apoya a Biden?
Mantiene una relación estrecha con el potente grupo inversor Blackrock, el gestor de activos más grande del mundo, con unos ocho billones de dólares en activos. Se cree que, ya a principios de 2017, Larry Fink, el CEO de BlackRock, empezó a preparar un «gobierno en la sombra» con algunos de sus principales directivos, pensando en la llegada de los demócratas al poder. Ahora, algunos de los principales asesores económicos de Biden y Harris serán cubiertos por personal de BlackRock. Lo cierto es que Fink ha estado los últimos años criticando abiertamente la guerra comercial de Trump con China. Lo que se desconoce son los planes a partir de ahora.
El otro puntal en el que se apoya Biden es el Council on Foreign Relations (CFR). Al igual que ha sucedido en todas las Administraciones en los últimos siete decenios, con excepción de la de Donald Trump, los principales puestos en el gabinete Obama fueron ocupados casi en exclusiva por integrantes del CFR.
De hecho, Trump se había convertido en la bestia negra del CFR, pues fue en contra de la mayoría de sus iniciativas, tanto económicas (por ejemplo, los acuerdos comerciales TPP y TTIP) como geopolíticas (acuerdo nuclear con Irán y el del cambio climático).
Compuesto actualmente por unos 5.000 miembros, verdadera élite directora, el CFR tiene fama de ser globalista e intervencionista -con actuaciones militares e híbridas-, y favorecedor del predominio anglosajón en todos los resortes del poder: finanzas, medios de comunicación…
Por si estos apoyos no fueran ya suficientes, Joe Biden va a contar con el apoyo manifiesto de la industria de defensa, por empresas tan poderosas como Boeing, Lockheed Martin, Northrop Grumman y Raytheon, respaldados por los análisis interesados de algunos de los principales think tank de corte intervencionista y globalista.
¿Qué ha prometido Joe Biden?
Ha pasado del “America first” de Trump, al “América again”, con idea de conseguir “un país fuerte para liderar el mundo”.
Se ha comprometido a “reconstruir, recuperar el lugar de EEUU en el mundo”, como un país “paladín de la libertad y la democracia una vez más”.
Sus cuatro prioridades son la gestión de la salud (llevada por expertos científicos y médicos), la economía, la igualdad social y el cambio climático.
En el ámbito de la salud, y pensando en la Covid, aspira a vacunar a 100 millones de personas en los primeros 100 días de gestión, empleando para ello 160.000 millones de dólares, más 20.000 millones para distribución de las dosis y otros 50.000 para test.
En economía, promete millones de empleos en la industria manufacturera en un nuevo plan de rescate económico. Así como un programa de estímulo por importe de 1,9 billones de dólares, con la finalidad de mejorar la economía de hogares y empresas, al tiempo que recupera la producción nacional (quiere volver a ver el “Made in America”).
En cuanto al tema de las migraciones, pretende legalizar a 10 millones de inmigrantes indocumentados en los primeros 100 días de su mandato. Y tiene intención de poner fin al veto musulmán de Trump.
Apoya decididamente la ecología y el medioambiente, teniendo como propósito que en 2045 no se empleen los combustibles fósiles. Y, por supuesto, como promesa estrella, regresar al acuerdo de País del cambio climático.
Por otro lado, ha prometido reanudar el acuerdo nuclear con Irán.
¿En qué se parecen Biden/Harris a Obama/Clinton?
Obama prometió traer justicia, libertad y paz al mundo. Garantizó que América es el mejor amigo de Europa. Se marcó como objetivo un mundo sin armas nucleares. Aseguró un nuevo amanecer en Oriente Medio. Prometió luchar contra el cambio climático.
Sin embargo, intervino en Libia en 2011, con consecuencias que todavía se padecen. Espió a altos cargos europeos, un escándalo mayúsculo que pasó casi inadvertido, sin manifestaciones populares. Mantuvo abierto el penal de Guantánamo. Exportó el doble de armas que Bush en sus ocho años de mandato. Actuó en innumerables escenarios con actores interpuestos, fuerzas especiales, inteligencia y drones armados. Alentó las (mal llamadas) primaveras árabes, con consecuencias desastrosas. Potenció la guerra en Siria. Y su proyecto social prometido fue un fracaso.
Respaldaba el papel de EEUU en la OTAN, como fundamental para fortalecer a aliados europeos y contrarrestar el poder ruso. Apoyaba la ampliación de la Alianza, incluso a Ucrania y Georgia. Propugnaba el despliegue de batallones en la frontera con Rusia.
Aunque abogaba por la desnuclearización del mundo, nunca lo cumplió. De hecho, tenía previsto invertir 350.000 millones de dólares en los próximos diez años para modernizar todo su arsenal nuclear.
Si bien no dejó de apoyar a Israel, lo hizo sin toda la firmeza que le hubiera gustado a Tel Aviv. Las relaciones se tensaron por el tema del acuerdo nuclear con Irán, por considerar Israel que Teherán mantenía ambiciones sin sanciones. Existían malas relaciones personales entre Obama y Netanyahu. Abogaba por la solución “Dos Estados”.
Con Cuba hizo grandes gestos, como visitar el país, abrir la delegación diplomática en La Habana, o poner fin a la política “pies secos, pies mojados”. Pero poco más se avanzó en la normalización de las relaciones.
En su Estrategia de Seguridad Nacional, de febrero de 2015, mostraba su verdadera cara. En el prólogo, firmado por él, manifestaba: poseemos una capacidad militar cuyo poderío, tecnología y alcance geoestratégico no tiene parangón en la historia de la humanidad; los EEUU tienen una capacidad única para movilizar y liderar a la comunidad internacional; una verdad innegable: América debe liderar; América lidera desde una posición de fuerza. En definitiva, por ningún sitio aparecía la multipolaridad que pregonaba.
Por su parte, Hillary Clinton ejerció presión sobre su marido, Bill Clinton, para bombardear Belgrado en 1999 (lo llevó a cabo la OTAN, sin resolución del Consejo de Seguridad de ONU); apoyó la invasión Irak en 2003; respaldó la campaña de OTAN en Libia en 2011; tras muerte de Gadafi dijo: “vinimos, vimos y le matamos”; no se oponía a atacar preventivamente e Irán. Su tendencia era claramente militarista y de apoyo a la industria militar-inteligencia.
En el plano social, planeaba una profunda reforma migratoria que incluiría la posibilidad de que los inmigrantes indocumentados obtuvieran residencia legal, e incluso ciudadanía.
En el ámbito internacional, el enfrentamiento con Rusia era manifiesto y enconado. Profería una aversión personal a Putin. Pretendía aumentar las tropas estadounidenses y de OTAN en los países europeos para presionar a Moscú.
En Siria, abogaba por la implantación de una zona de exclusión aérea para proteger a civiles, aunque realmente dirigida contra Rusia. Buscaba llevar a cabo diversas acciones encaminadas a deponer a Al Assad, al tiempo que indirectamente se enfrentaba a Rusia.
¿Qué previsión podemos hacer del mandato de Biden?
Su política, tanto en los aspectos nacionales como internacionales, será muy similar a la del periodo Obama, quizá incluso extremada en algunos aspectos.
En cuanto a política exterior, a tenor de sus declaraciones, no habrá multilateralismo real, sino que se buscará otra forma para que EEUU siga predominando, y sobre todo para tratar de impedir la definitiva superación de China. De no hacerlo así, será el comienzo del fin del imperio de EEUU.
Cambiarán las formas y el talante, pero las finales estratégicas y geopolíticas seguirán siendo las mismas. EEUU seguirá usando masivamente los drones armados en los escenarios de conflicto.
De una u otra forma, seguirá exigiendo una mayor aportación económica a los países miembros de la OTAN. Continuará la presión a Alemania para que rompa el acuerdo con Rusia sobre el North Stream 2.
Se reavivarán o iniciarán conflictos, sobre todo para perjudicar a Rusia, China e Irán. Algunos de ellos pueden ser: Ucrania, Bielorrusia, Siria, Irak, Yemen, Afganistán o Libia. Sin descartar otros escenarios en África, Sudamérica o el Sudeste Asiático. No es improbable que resurja con fuerza la amenaza terrorista para justificar nuevas injerencias.
Washington impulsará a la Unión Europea aún más contra Rusia. Entre otras medidas, fomentará la presencia de tropas de OTAN en las inmediaciones de la frontera rusa. Es posible que vuelva a proponer una ampliación de la Alianza Atlántica, invitando a ingresar a Georgia y Ucrania, e incluso a otros países próximos a Rusia.
Es muy difícil que Biden dé marcha atrás en los Acuerdos de Abraham y vuelva a trasladar la embajada de EEUU en Israel de Jerusalén a Tel Aviv.
Muy posiblemente, se vivirá una radicalización de la política nacional, con incremento de las tensiones internas, mezcladas con racismo, clasismo, extremismo, pobreza y crecientes desigualdades sociales. Continuará el enfrentamiento entre el mundo rural y los Estados de la Biblia (republicanos) y las grandes ciudades (demócratas).
Queda por ver cómo evolucionará el coronavirus en el país. Lo que está claro es que no desaparece ni será más benigno solo porque Biden sea el nuevo presidente. No será fácil conseguir vacunar a los 100 millones de personas prometidas en 100 días, incluso por dificultades meramente burocráticas.
En cuanto a la inmigración, se antoja complicado legalizar a 10 millones de inmigrantes ilegales en apenas tres meses. Por un lado, se pueden producir avalanchas de personas que deseen entrar en EEUU, en búsqueda de una vida mejor. Por otro, los primeros que rechazarán este proceso serán los inmigrantes ya legalizados, pues lo verán como una amenaza directa a sus puestos de trabajo.
En lo social, Biden tendrá el apoyo de los medios. Los mismos que han atacado de forma despiadada a Trump, ahora le disimularán sus fallos, errores, excesos y arbitrariedades. Entre otras cosas porque no podrán admitir que se han equivocado en el pronóstico. También seguirá teniendo el clásico apoyo a los demócratas de actores, cantantes intelectuales y Hollywood.
Se impondrá la máxima corrección política y se verán acciones para desprestigiar a los republicanos y las ideas conservadoras. Comenzará una caza de brujas a las personas de la Administración Trump, y no solo a las de su mayor confianza; se pretenderá una purga a fondo.
Aumentará la limitación de la libertad de expresión, argumentado discursos de odio o extremistas, o cualquier otra justificación, con tal de evitar la propagación de cualquier idea que no vaya en la línea de la política gubernamental. Se impondrá el adoctrinamiento cultural y el dominio de la narrativa progresista.
Hay muchas dudas sobre lo que realmente hará por el medioambiente, especialmente a corto plazo. Especialmente teniendo en cuenta que EEUU es el segundo mayor contaminador del mundo, tras China.
En el plano militar, se agudizará la pugna por dominar el espacio, con posibles incidentes inéditos hasta ahora. Seguirá desarrollando nuevas armas de alta tecnología e intentará modernizar el arsenal nuclear.
Queda por ver qué hará con el Tratado Nuevo START (reducción de cabezas nucleares estratégicas y sus vectores lanzamiento, entre Rusia y EEUU), que expira el 5 de febrero de este año. Trump se negaba a prorrogar su vigencia si no se incorporaba China, país que planea al menos duplicar su capacidad nuclear en la próxima década.
Quedará demostrado: que la democracia estadounidense es una mezcla de oligarquía y plutocracia; que la comunicación dirige cada vez más la política; la importancia creciente de las redes sociales; la facilidad para manipular a los votantes y la opinión pública; el apabullante control demócrata, y de la izquierda en general, de los medios de comunicación, nacionales e internacionales; que la tan usada palabra “populismo” se ha convertido en la definición de la política ejercida por los políticos que no nos gustan.
Trump actuaba de modo esperpéntico y estrambótico, sin la menor duda. Pero tenía la ventaja de que era transparente. Se mostraba como era y así procedía. Con Biden se corre el riesgo de volver a la doblez, la farsa y el cinismo. Un poco como sus cortas carreritas para dar imagen de dinamismo y jovialidad, que solamente resultan ridículas y artificiales. Puede hacer bueno el dicho: no hay peor demonio que el que no huele a azufre.
También, algunos de los muchos que han sacado provecho de sus permanentes ataques a Trump, es muy posible que hasta le echen de menos, y digan: contra Trump vivíamos mejor.
Una de las dudas que cabe plantearse es si, a partir de ahora y siguiendo el ejemplo de lo hecho a Trump, cada vez que mienta un político o no cumpla con lo que prometió, ¿también le cerrarán las cuentas de las redes o le cortarán la emisión en televisión? Lo cierto es que, de ser así, nos quedaríamos sin ver a buena parte de los políticos en Europa.
Finalmente, y como deseo, lo importante es que la democracia triunfe, y se devuelva al pueblo las riendas políticas y sociales que les corresponden. Sin imposiciones ni triquiñuelas. Esa sería la verdadera democracia, la que corre el riesgo de desaparecer.