Min Aung Hlaing, de 64 años, asumió el mando de las fuerzas armadas en 2011
Después del golpe de Estado que se ha producido este lunes en Birmania, todas las miradas se centran en una sola persona: el poderoso jefe militar de Myanmar, el general Min Aung Hlaing. A sus 64 años, su nombre había pasado desapercibido hasta que en 2017 organizó la campaña de limpieza étnica contra los rohingyas.
Min Aung Hlaing es famoso por aplaudir siempre el uso de la fuerza ante cualquier protesta contra las autoridades. Ya sea con tiros y detenciones masivas contra los monjes budistas que en 2007 pedían una bajada de los precios, o persiguiendo a los grupos rebeldes en la frontera con China. En la última década, elegía a los ministros de Defensa, Interior y Asuntos Fronterizos. Además, su control sobre un 25% no electo de los 664 escaños en las cámaras alta y baja, le garantizaba el veto sobre cualquier reforma en la Constitución, como pretendía el partido de Suu Kyi.
¿Quiénes son los rohingyas y por qué los persiguen?
Se trata de una minoría predominantemente musulmana a los que la ONU describe como un pueblo «sin Estado» y «virtualmente sin amigos» ni en su continente. Los rohingyas forman un grupo de alrededor de un millón de personas, concentradas como grupo étnico en el norte del estado de Rakhine (antiguamente Arakán), en Birmania, cerca de la frontera con Bangladesh. A diferencia del 90% de la población birmana, que profesa el budismo, los rohingyas son musulmanes.
Birmania no los considera ciudadanos, no tienen reconocimiento como grupo étnico ni libertad de movimiento. Y lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierta de dónde vienen ni cuál es su origen. Los líderes de la comunidad defienden que son descendientes de comerciantes árabes, pero el Estado birmano asegura que son inmigrantes musulmanes de Bangladesh que cruzaron a Myanmar durante la ocupación británica. De ahí que se les considere «advenedizos», término usado en ocasiones por las autoridades. Oficialmente, son tratados como inmigrantes bengalíes, están confinados en grandes guetos -en condiciones muy precarias- y no se frena la violencia que se ejerce contra ellos: ni cuando los ataques vienen del odio del vecino ni cuando los aplica el Gobierno.
El papel de los militares en la política birmana
El ejército de Myanmar es notoriamente hermético e incluso los observadores expertos saben poco sobre su funcionamiento interno. El ejército gobernó directamente durante casi 50 años después del golpe de 1962 y se ha considerado durante mucho tiempo el guardián de la unidad nacional. Como arquitecto de la constitución de Myanmar de 2008, el ejército se consagró un papel permanente en el sistema político.
Obtiene una cuota no electa del 25% de los escaños parlamentarios y su jefe nombra a los ministros de defensa, Interior y Asuntos fronterizos, lo que garantiza una participación clave en la política, lo que ha generado un acuerdo de reparto de poder incómodo con la NLD. Muchos miembros del partido, incluida la líder Aung San SuuKyi, sufrieron durante años persecución por oponerse a la antigua junta.
Trayectoria: de soldado a político
Min Aung Hlaing se mantuvo alejado del activismo político cuando estudió derecho en la Universidad de Yangon en 1972-1974. Mientras sus compañeros se unían a las manifestaciones, Min Aung Hlaing presentó solicitudes anuales para unirse a la principal universidad militar, la Academia de Servicios de Defensa (DSA), y tuvo éxito en su tercer intento.
En 2011 asumió el mando de las Fuerzas Armadas, año en el que comenzó la transición a la democracia. Diplomáticos en Yangon aseguran que para el inicio del primer mandato de Suu Kyi en 2016, Min Aung Hlaing se había transformado de soldado taciturno en un político y figura pública. Comienza a usar Facebook para publicitar actividades y reuniones con dignatarios y visitas a monasterios. Su perfil oficial atrajo a cientos de miles de seguidores antes de ser desmantelado a raíz de la ofensiva del ejército contra la minoría musulmana rohingya en 2017.
El comandante en jefe nunca ha mostrado ninguna señal de que esté dispuesto a ceder el 25% de los escaños del Ejército en el Parlamento ni a permitir ningún cambio en la cláusula de la constitución que prohíbe a Suu Kyi convertirse en presidenta. Las quejas recientes del ejército sobre irregularidades en las listas de votantes para las elecciones generales del 8 de noviembre que, como se esperaba, dieron otra victoria arrolladora al partido de Suu Kyi, han estado acompañadas de comentarios crípticos sobre la abolición de la Carta. Min Aung Hlaing extendió su mandato al frente del ejército por otros cinco años en febrero de 2016, un paso que sorprendió a los observadores que esperaban que se hiciera a un lado ese año durante una reorganización regular del liderazgo del ejército.
Sanciones internacionales
La sangrienta represión ejercida por los militares contra la minoría musulmana rohinyá hicieron de él “un paria” para los países occidentales. Una represión militar de 2017 en Myanmar llevó a más de 730.000 musulmanes rohingya al vecino Bangladesh. Investigadores de la ONU han dicho que la operación militar de Myanmar incluyó asesinatos masivos, violaciones en grupo e incendios generalizados y fue ejecutada con “intención genocida”. En respuesta, Estados Unidos impuso sanciones a Min Aung Hlaing y otros tres líderes militares en 2019 y se están llevando a cabo varios casos judiciales en varios tribunales internacionales, incluido el Tribunal Internacional de Justicia. También en 2019, los investigadores de la ONU instaron a los líderes mundiales a imponer sanciones financieras específicas a las empresas vinculadas al ejército. El general siempre ha rechazado las acusaciones de violaciones generalizadas de los derechos humanos en el oeste del país, afirmando que la operación militar de 2017 únicamente buscaba atajar la rebelión local.
Mientras la comunidad internacional describía como «limpieza étnica» la represión de los militares birmanos contra la minoría rohingya, para el general Min Aung Hlaing tan solo se trataba de una «solución para el problema final» de Birmania. Mientras la ONU hablaba de genocidio, el general escribía en su perfil de Facebook que los rohingyas no eran un grupo étnico en su país y que el resto del mundo no entendía la «verdad» de lo que realmente ocurría.