El primer ministro de Países Bajos se encamina a su cuarto mandato con un estilo de gobierno pragmático y basado en su capacidad de pactar
Antes de la pandemia, el futuro político del liberal Mark Rutte estaba amenazado por su desgaste tras tres legislaturas consecutivas, pero la llegada de la pandemia, durante la que se postuló como el único gestor de crisis para Países Bajos, le permitió emerger intacto.
Llegó con 43 años a Het Torentje, su oficina en La Haya, se convirtió en el primer jefe de gobierno liberal en casi un siglo, y ahora dirigirá su cuarto gabinete, con 54 años. ¿La clave? Su capacidad pragmática de apostar por la búsqueda de soluciones, y olvidarse de los ideales y las ideologías, formando gobiernos con partidos de todos los colores.
Además de «Mr. No», por su tendencia a negarse a muchas propuestas de Bruselas, es conocido en casa como «Teflon Mark», en referencia al revestimiento que evita que la comida se pegue a una sartén, una metáfora para describir su capacidad de salir ileso de todos los escándalos.
Mientras en elecciones anteriores, el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD) apostó por la estrategia de vender su ideología y dejar a Rutte en segundo plano, en estos comicios, lució en todos los carteles, consciente de que muchos apuestan por su figura, y no por el partido.
El reto de la pandemia
Tras la tragedia del MH17, el derribo del avión de Malaysia Airlines en 2014 en Ucrania que se cobró la vida de 298 personas, en su mayoría neerlandeses, la gestión de la pandemia ha sido una de sus peores pesadillas, con una sociedad aferrada a su libertad de movimiento y a la que prometió tratar con «inteligencia», pero que al final acabó confinando con un toque de queda y el cierre de toda la actividad no esencial.
Su capacidad de trasladar el mensaje de alarma a la sociedad, con discursos y ruedas de prensa constantes para explicar las medidas, apelando siempre a la unidad, al sentido común, y a su empatía con el sentimiento de frustración de la gente al no poder ver a los suyos, le hizo quedar como un gestor de crisis con los pies en el suelo, a pesar de las críticas por el retraso en tomar medidas más estrictas para frenar el virus.
En plena primera ola, falleció su madre en una residencia de ancianos, la «mujer de su vida», porque a Rutte nunca se le ha conocido pareja y vive solo en un barrio acomodado de La Haya, donde los vecinos se lo cruzan como uno más.
Alejado de la ideología
Su marca de identidad es la «normalidad», lo que le ha valido el aprecio de neerlandeses de todas las ideologías.
«Conocemos el juego, sabemos cómo funciona y, aún así, sigue siendo un fenómeno maravilloso: el político que arranca lo político de la política«, le describía el columnista neerlandés Stevo Akkerman en el diario Trouw.
Frente a esto, el historiador neerlandés Thomas von der Dunk instó en De Volkskrant a los votantes a que pusieran «fin a diez años de ruttocracia» y consideró que sus legislaturas son una muestra de «cuán profundamente desgastado está el cáncer moral del neoliberalismo».
El mayor de seis hermanos, nació el 14 de febrero de 1967 y terminó su licenciatura en Historia en la Universidad de Leiden en 1992.
Rutte se interesó por la política desde muy joven. A los 16 años, se sumó al movimiento juvenil del partido liberal (JOVD), aunque sus primeros pasos con un sueldo fueron en 1992 como gerente de personal de la multinacional Unilever y su subsidiaria Calvé.
En 2002, dejó el sector privado para ser Secretario de Estado de Asuntos Sociales y Empleo, y después de Educación Cultura y Ciencia. En 2006, el VVD lo nombró presidente del grupo parlamentario, lo que le permitió luego presentarse a las elecciones en 2010.
Capacidad de pactar
Su primer gabinete duró solo dos años, con una coalición con los democristianos y el apoyo táctico del populista Geert Wilders, que le dejó dos años después al no apoyar un paquete de miles de millones en recortes para paliar el déficit presupuestario.
Se convocaron elecciones en 2012 y Rutte volvió a liderar el partido ganador, aunque, como es habitual en Países Bajos, no logró una mayoría para gobernar en solitario.
Se alió con el socialdemócrata PvdA, hasta las elecciones de 2017, cuando Países Bajos acudió a las urnas. Rutte volvió a ganar y sobrevivió al golpe que sufrió su socio, PvdA, castigado en las urnas por haber apoyado los recortes. Las negociaciones para una nueva coalición llevaron el récord histórico de casi ocho meses. Rutte juntó en coalición a cuatro partidos: CDA, el progresista D66 y Unión Cristiana.