¿Una mujer en la presidencia de la República italiana?
Se habla desde hace años, pero nunca pareció ser una opción realista. ¿Finalmente podrá una mujer convertirse en la primera presidenta de la República italiana?
El sistema de votación, con todo un rictus político muy particular, funciona de la siguiente forma: 950 parlamentarios, de las dos cámaras, se reunirán en febrero para votar, a los que se suman también los parlamentarios vitalicios. En las tres primeras votaciones se necesitan dos tercios y a partir de la cuarta la mitad más uno. Lo cual significa en las cuentas que los nombres que salen al principio lo tienen más difícil que los que salen más tarde. Esos son los números, las matemáticas. Detrás los partidos acostumbran hacer pactos con sus parlamentarios para ver qué candidato puede salire al colle -así se denomina este cargo porque el palacio que ocupará el presidente o presidenta se encuentra en la colina más alta de Roma-, pero las sorpresas están a la orden del día, el voto secreto puede hacer que aparezcan esquiroles, o los llamados «francotiradores», en cualquier lado. Es todo un episodio de épica política.
Sergio Mattarella, que ha cumplido los correspondientes siete años que predispone el cargo, ya se ha encargado de decir públicamente que no se ve renovando, a pesar de las veces que se lo han pedido. Se ha buscado una nueva casa porque está convencido de que en febrero, a sus 80 años, dejará el Palacio Quirinal de Roma y podrá descansar. Es importante el factor de la edad. Aquí aparece el primer nombre de mujer que sonaba en las quinielas: Liliana Segre. Una parlamentaria muy bien valorada, conocida por haber sido una superviviente de Auschwitz. Ella misma se presentó como candidata y se retiró en una sola frase. Dijo, con mucha clase: «Gracias de verdad a los que han pensado en mí, pero no es mi momento. No tengo las competencias ahora con 91 años de edad, y no las tenía ni tan siquiera hace 30 años».
La presidencia de la República en Italia es el más alto poder institucional, la persona que establece equilibrismos en un país acostumbrado a una política cambiante. Alessia Morani, parlamentaria del PD, me confiesa, al otro lado del teléfono, qué tiene que tener para ella la persona que encarne ese cargo: «Debe ser una persona de una larga experiencia política e institucional, una persona convencidamente europeísta y garantista. Si una mujer no tuviera estas características, no la votaré». No se atreve a dar ningún nombre, «sería arriesgar mucho», pero reclama que no es un problema de género, es de capacidades. Aún así confiesa que este momento es «el momento de hacerlo».
Aunque es difícil encontrar un representante político que se moje, se coge todo con pinzas estos meses en Italia, algunos nombres hace tiempo que circulan por la prensa y los círculos de poder. También en las conversaciones off the record. Uno de los más conocidos es el de Emma Bonino, a la que se le atribuye, casi de forma primigenia, el movimiento histórico que pelea para que una mujer llegue por fin a ser Presidenta en Italia. Es exministra de Exteriores, líder histórica del Partido Radical y su nombre ha sonado siempre. Ella dice que su lucha, que un día mantuvo firmemente, para llegar al Quirinal «ya está archivada». Su objetivo ahora, defiende, es que verdaderamente la elección del presidente deje de ser una narrativa únicamente masculina.
A ella se le atribuye el concepto de «miopía colectiva» que define el poco interés de la política italiana para ver las competencias de muchas mujeres que están en el entorno de la alta política y que tienen todo lo que hace falta para un cargo así, pero siguen sin llegar a donde llegan sus compañeros hombres. Otra mujer en la primera línea política confiesa para este artículo que sabe, por su propia experiencia, cuántas veces el papel de las mujeres ha representado simplemente una «cuota rosa» y espera que, esta vez, el discurso sea otro. «Lo más difícil crees que es llegar, pero luego mantenerse es otra lucha», añade al teléfono. Lo ha sido así para los nombres que están en la quiniela, muchas de ellas han representado siempre las primeras mujeres en sus puestos y han roto barreras.
Rosy Bindi, una de las fundadoras del Partido Democrático, ministra de la Salud en varias ocasiones, es recordada por muchos en Italia por haberle plantado a Berlusconi un «no soy una mujer a su disposición». Ha dicho públicamente que no «cree que ella esté capacitada», pero su nombre está entre los primeros en la lista. Cabeza de cartel también Marta Cartabia, actual ministra de Justicia y la primera mujer en guiar la Corte Constitucional. Aunque su posición en la polémica reforma de la Justicia italiana puede comprometer el consenso sobre su figura. Tiene a su favor que el actual presidente, Sergio Mattarella, es amigo y aliado; dicen que sería el nombre que él querría para sustituirlo.
«Ella y Severino son las dos que veo con más posibilidades», dice Federico Russo, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Salento. Ocupa el lugar del centro la nombrada Paola Severino, fue ministra de Justicia, primera mujer en este ministerio, y es una valoradísima abogada. Tiene una cuenta pendiente también con Berlusconi que le impediría siempre ser votada por la derecha: la ley que lleva su nombre le quitó el escaño de Senador a il cavaliere en 2013. Los perfiles son muy variados. Tanto ella como Cartabia encuentran un límite en su experiencia política escasa, su perfil es más técnico. «Están preparadísimas, pero los políticos quieren votar a gente como ellos y no las verán con un perfil suficientemente reforzado», explica Russo. Llama la atención también el nombre de la actual jefa de los servicios secretos italianos, Elisabetta Belloni, pero algunos expertos señalan que sería un salto un poco extraño verla llegar de su puesto a la presidencia de la República.
El presidente tiene que tener un cierto grado de independencia con respecto a quienes los respaldan. Es poco probable, así, que salga la candidata preferida de la derecha: Maria Elisabetta Casellati, actual presidenta del Senado, la primera mujer en serlo. «Pero su perfil está muy condicionado a la política, ha sido parlamentaria muchos años, por primera vez en 1994, pero su nombre ha estado siempre ligado al partido de Berlusconi, Forza Italia, y un Presidente de la República tiene que tener cierta distancia incluso con aquellos que lo proponen y lo sostienen en el cargo», matiza Russo.
«No es fácil que una mujer llegue, las figuras femeninas más brillantes técnicamente lo han tenido más difícil siempre en política porque no debemos olvidar que el poder italiano es enormemente machista», explica el profesor de políticas. El tutti frutti de nombres será especialmente notable cuando en enero, liberados del discurso de los presupuestos, a punto de aprobarse, este sea el verdadero tema de conversación en Italia. Aún más.