Pese a lo impactante que nos pueda parecer que realmente exista una milicia budista, la realidad se impone. El grupo es una mezcla de nacionalismo birmano, clericalismo budista y patriotismo rakhine. Podríamos definir al Movimiento 969 como un grupo identitario o un frente unido cultural. El nombre no es baladí debido a que el 969 representa los 9 atributos de Buda, los 6 atributos de sus enseñanzas y los 9 atributos de la orden de Buda.
Este grupo se encuentra situado en Myanmar (antigua Birmania) y sus actividades se dieron contra la dictadura de la junta militar, marxistas y musulmanes. Durante el breve periodo democrático birmano el Movimiento formó parte de la estructura social y política centrado en la defensa de la cultura tradicional budista frente a la penetración de ideologías contrarias a los principios que defienden pero, sobre todo, su gran enemigo es el Islam (que representa un 4% de la población total del país) representado por el grupo étnico rohingya.
El grupo 969 centra sus ataques en los musulmanes de Birmania. Existe una diferenciación étnica entre los birmanos de etnia asiática (los rakhines) y religión budista, que representa el 90% de la población de Myanmar frente a la etnia rohingya cuyo origen étnico se encuentra en India y Bangladesh y cuya religión es el Islam. Por cuestiones políticas y religiosas este grupo se inclinó por las acciones violentas contra los musulmanes bajo los auspicios de su líder, el monje budista Ashin Wirathu, que incluso ha tenido como proyecto de ley la obligación de conversión al budismo de una pareja no budista que quiera casarse con un birmano que practique su religión.
El Movimiento 969 siempre tuvo una relación tensa con ciertas instituciones del gobierno democrático ya que mientras estos compartían el temor hacia el Islam y los Rohingya, al mismo tiempo temían también las aspiraciones del Movimiento y sobre todo de su líder Asin Wirathu, un líder monástico carismático de encendido discurso que mueve a las masas.
Sin embargo para entender este conflicto hay que definir a la otra parte: Los rohingya. Esta etnia está situada en el estado de Rakhine en Birmania Occidental y están concentrados sobre todo en la zona fronteriza con Bangladesh. Son perseguidos desde 1962 tras la llegada al poder del general Ne Win aplicándose una política de discriminación religiosa y étnica que les expulsó de la política y del ejército y sistemáticamente fue purgándolos de las instituciones sociales aunque, al mismo tiempo, desde las altas esferas birmanas actuales no se entiende a los rohingyas como un grupo étnico sino como una identidad política. Ne Win realizó un experimento político con su “vía hacia el marxismo” muy típica de los pueblos del sudeste asiático mezclando marxismo con budismo y un nacionalismo exacerbado de tendencia aislacionista.
Birmania es un estado confesional budista y no tolera el proselitismo ni la práctica de cualquier religión que no sea esta. Razón por la cual los rohingyas son amenazados si practican el Islam, es más, son desanimados desde pequeños a practicar su religión. De hecho la conflictividad internacional que han provocado grupos islamistas radicales no han pasado desapercibidas para el gobierno y la sociedad birmana ya que cuando en 2001 los talibanes de Afganistán destruyeron los Budas de Bamiyán, en Birmania esto se sintió como una afrenta y hubo ataques contra la comunidad islámica.
El auge del terrorismo internacional hizo que el gobierno se volcara con el control de esta comunidad a la que consideraba una quinta columna del yihadismo internacional o de Bangladesh, país con el que el gobierno de Myanmar relaciona a esta etnia y trata de empujar para que abandonen el país.
Este pueblo es visto como una parte ajena de la sociedad birmana y con el avance de las labores de propaganda ya se ve al rohingya como la contraparte de los rakhines, ya que consideran que su origen no es del sudeste asiático sino que provienen del subcontinente indio. Es más, ambos grupos son racialmente diferentes, hablan su propia lengua y existe una rivalidad histórica con los rohinghyas, ya que estos se aliaron con los japoneses en la Segunda Guerra Mundial cuando estos invadieron la República de Birmania y persiguieron a los rakhines.
Debido a estos sentimientos el gobierno de la junta militar en el año 1992 les despojó de la nacionalidad birmana, ahora son un pueblo apátrida. La vecina Bangladesh ha sufrido dos avalanchas de refugiados buscando protección. La primera migración en 1978 cuando las persecuciones y purgas comienzan dentro del contexto de la vía marxista de Ne Win y la segunda entre 1991 y 1992, en estos casos los rohinghya huían del aumento de la presión a la que eran sometidos durante las sucesivas juntas militares.
Durante el gobierno democrático de 2015 hasta el golpe de estado de 2021 la nueva institución tampoco hizo mucho por mejorar el asunto rohingya, razón por la cual se criticó duramente a Aung San Suu Kyi, una célebre opositora birmana contra las juntas militares que ganó el Premio Nobel de la paz en 1991, entre otros galardones, y que durante la etapa democrática apenas se preocupó de este asunto.
En este sistema los rohingyas no pueden casarse sin consentimiento estatal, en caso de obtener el permiso no pueden tener más de dos hijos y además las relaciones sexuales fuera del matrimonio, para ellos, está penada con hasta 10 años de prisión. No tienen libertad de movimiento fuera de los guetos asignados. No pueden quedarse embarazadas fuera del matrimonio y, si lo hacen, deben practicarse abortos a escondidas porque en el país esta práctica está prohibida. Otra de las campañas fue la de desalentar la práctica del Islam y al mismo tiempo convertirlos al Budismo.
No pueden viajar sin permiso y, una vez concedido, no pueden demorarse en volver a sus casas. La mayoría de los rohingya van a Bangladesh a tratarse en los hospitales, pero si rebasan el plazo otorgado no pueden volver. El índice de enfermedades es muy alto entre esta población, las enfermedades de carácter carencial atacan duramente a esta etnia y lo peor de todo es que al formar parte de guetos y tener las puertas del país cerradas se perpetúan estructuras sociales marginales que hacen que este pueblo se encuentre en una situación de vulnerabilidad y miseria económica y social que no les permite ni desarrollarse ni integrarse.
El gobierno justifica su comportamiento con el argumento que los rohingya no son birmanos sino bangladesíes establecidos en su territorio. Los rakhines culpan a los rohingya de entorpecer y hacer imposible la convivencia entre budistas y musulmanes, por lo que el gobierno decidió agruparlos en el ghetto de Aungmingalar.
Curiosamente la junta militar, conocedora del poder de los monjes budistas, siempre les controló, es más, Ashin Wirathu estuvo nueve años en prisión, lugar donde aumentó su aura de opositor y luchador por Birmania frente a todos: marxistas, militares y musulmanes pero tras la revolución azafrán de los monjes budistas, la caída de la dictadura y la instauración de la democracia la situación de los rohingya empeoraron. Bajo la junta los rohingyas fueron usados de forma política por el gobierno militar y tratados como el enemigo interno.
Amnistía Internacional informó de la violación constante de los derechos en esta etapa. Pero tras la instauración de la democracia y la aparición de partidos políticos el Movimiento 969 decidió iniciar una campaña política enfocada al aislamiento social de los rohingya. Curiosamente en democracia estas propuestas han prosperado, propuestas que bajo la junta y la rivalidad entre militares y monjes jamás hubieran salido adelante.
La asociación entre estado, grupo étnico, religión y nación es un concepto que sigue muy vivo en el sureste asiático y que es mantenido como un dogma de fe y un mantra por estos grupos. Podríamos determinar que tras toda la imaginería religiosa del grupo 969 en realidad nos encontramos con un grupo político, un movimiento nacionalista.
La violencia social e interétnica estalló en 2012, en pleno proceso de apertura democrática, en el estado de rakhine entre budistas y musulmanes después de la violación y asesinato de una mujer que se saldó en unos disturbios generalizados en el que se asesinó a diez rohingyas. Estos disturbios se intensificaron durante semanas hasta el punto de provocar la intervención del Estado de Birmania y el toque de queda en la región para salvaguardar la paz y la seguridad en un momento en el que el país estaba saliendo del aislamiento autoimpuesto y no podía permitirse dar mala imagen ante la Comunidad Internacional que entendía las tensiones propias de una transición pero no un conflicto interétnica de estas características.
Pero los disturbios continuaron: se contabilizaron 80 muertos, 2.528 casas quemadas de las cuales 1.336 eran de rohingyas y 1192 eran de rakhines. Asimismo la violencia y la ulterior gestión de las autoridades obligaron al desplazamiento de 100.000 rohingyas fuera de los territorios. Muchos de ellos huyeron a Bangladesh, donde existe la mayor comunidad rohingya fuera de Myanmar. La respuesta de los políticos culpabilizaría a los rohingyas produciéndose detenciones masivas y arbitrarias. Los que no se reasentaron en el extranjero fueron confinados en campamentos de refugiados totalmente aislados.
Uno de los momentos de máxima tensión fue cuando los rakhine rodearon una furgoneta que llevaba a 10 líderes religiosos musulmanes que fueron linchados y asesinados. A partir de ese momento grupos musulmanes y budistas se enfrentaron por toda la zona de rakhine con un saldo de 90 muertos entre ambos bandos y 90.000 desplazados.
A día de hoy el gobierno de Birmania está trasladando a los rohingyas a la remota isla de Bashán Char en una operación de reubicación para lograr limpiar el país de esta etnia y concentrarlas en un solo espacio. Mientras el gobierno birmano y bangladeshí han declarado que los rohingyas han dado su consentimiento, grupos rohingya en el extranjero responden que eso no es cierto, no quieren ser trasladados a una isla tan lejos de la costa, insegura (apenas a dos metros sobre el nivel del mar, propensa a inundaciones y creada por sedimentos de limo del Himalaya).
En definitiva, un conflicto que se reactiva cada poco tiempo y es que este último proyecto (del que Human Rights Watch y Naciones Unidas tienen información limitada) intenta acabar con la ofensiva militar iniciada hace tres años con el apoyo de los monjes del Movimiento 969 convertidos en un estado dentro del estado al que todos temen, militares incluidos, por su creciente poder y el de su líder: Asin Wirathu.