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Lula da Silva regresa al poder en un Brasil muy dividido

«Con su victoria, el país parece entrar de nuevo en la normalidad democrática tras cuatro años convulsos de una presidencia de un político ultraconservador»

Lula da Silva regresa al poder en un Brasil muy dividido

El recién reelegido presidente de Brasil, Lula da Silva. | Reuters

El veterano, carismático y sindicalista líder del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio Lula da Silva, regresa a la presidencia de Brasil por un soplo, apenas dos millones de votos, en las elecciones más reñidas de la historia del país más grande de Latinoamérica y primera economía del subcontinente. Más de diez horas después de su indiscutible victoria -50,9% frente a 49,1%- su enemigo el actual presidente, el exmilitar ultraderechista Jair Messias Bolsonaro, se resistía a admitir públicamente la derrota con la incertidumbre que eso supone pues antes de los comicios cuestionó la validez del voto electrónico e insinuado que sólo reconocería su propia victoria.

Brasil, el gigante del hemisferio latinoamericano, vivió una jornada de infarto donde en un principio parecía que el recuento iba de nuevo a ridiculizar las previsiones de los institutos demoscópicos que anunciaban un triunfo de Lula de más de cinco puntos. En un primer momento el recuento colocaba al actual presidente por delante. En la primera vuelta del pasado 2 de octubre Lula da Silva venció por cinco puntos con una diferencia de unos seis millones sin lograr el ansiado 50%. En esta segunda ha obtenido 60,3 millones frente a 58,2 millones de su oponente, el margen más estrecho en unas elecciones brasileñas pero igualmente la cifra más alta que consigue un aspirante en unas elecciones democráticas en Brasil. Algo habrá ayudado el apoyo del partido centrista de la senadora Simone Tebet, tercera en la primera vuelta, que anunció que le apoyaría en la segunda.

Lula, el popular político de izquierda que revolucionó el país con su victoria en 2002 revalidada en 2006, regresa al poder a sus 77 años -diez años más que su rival- como si fuera un resucitado. En realidad así lo es. «Me considero un ciudadano que ha vivido un proceso de resurrección. Intentaron enterrarme vivo y aquí estoy», manifestó esta madrugada muy emocionado ante sus seguidores en Sao Paulo. No era para menos pues hace apenas tres años sufrió cárcel durante veinte meses acusado de corrupción en un proceso cerrado por defecto de procedimiento y prevaricación judicial.  Otras causas en su contra fueron archivadas por haber prescrito.

Con su victoria, Brasil parece entrar de nuevo en la normalidad democrática tras cuatro años convulsos de una presidencia liderada por un político ultraconservador, cuyos gestos a veces irracionales y vehementes suscitaron perplejidad entre muchos de sus conciudadanos y en las democracias occidentales. Brasil se aisló del mundo, su gran valedor era Donald Trump pero Bolsonaro coqueteó también con Vladímir Putin. Bolsonaro había ganado sorprendentemente los comicios de 2018 gracias a la fatiga e irritación de una población que asistía frustrada a destituciones y dimisiones de una clase política salpicada por la corrupción, especialmente en las irregularidades del gigante Petrobras, en el famoso escándalo de Lava Jato que afectó también al ya por entonces ex presidente Lula da Silva y a numerosos políticos y empresarios. Éste siempre negó haberse lucrado y acusó al fiscal de la causa, Sergio Moro, de prevaricar. Bolsonaro llevó al magistrado a su gobierno como ministro de Justicia, cargo del que luego presentó dimisión.

Bolsonaro pierde, pero controla el Parlamento

¿Termina la perplejidad que significó la llegada del exmilitar y exdiputado a Planalto, la sede de la presidencia de la república en la capital, Brasilia? Es pronto para decirlo, sobre todo habida cuenta que el todavía mandatario (abandonará el cargo el 1 de enero) ha logrado más de 58 millones de votos, una cifra superior a la que obtuvo en la primera vuelta y en los comicios de 2018. Bolsonaro, en su vehemente discurso, había definido estas elecciones como un dilema entre el bien y el mal y acusado a su rival de ex presidiario, mentiroso, comunista, abortista y otros epítetos radicales. Lula da Silva había distinguido a su enemigo con descalificaciones también muy graves y pidió el voto para acabar así con lo que él llamó «la barbarie». En definitiva, dos dirigentes irreconciliables.

No tendrá una vida sencilla Lula en su regreso al poder. Ha anunciado que será su último mandato por razones de edad. El próximo presidente tendrá en su contra un Parlamento, tanto la Cámara como el Senado, controlado por el partido de Bolsonaro y afines. Además, los dos grandes Estados, Sao Paulo y Río de Janeiro, contarán con gobernadores enemigos del anciano líder al igual que en Minas Gerais. Estos tres Estados representan más de la mitad del PNB del país y de su población. Bolsonaro contaba con el apoyo de la poderosa iglesia evangelista, con la que se identifican cerca de 60 millones de brasileños, y del sector agropecuario, así como buena parte de sus antiguos conmilitones que siguen considerando al viejo obrero metalúrgico como un demonio comunista.

Así pues no será un camino de rosas el de Lula da Silva, pese a haber recibido el respaldo de 60,3 millones de compatriotas y la felicitación de la mayor parte de los líderes del subcontinente, al igual que el de Biden, Macron o Sánchez, que desde el primer momento afirmó públicamente que deseaba su triunfo. La victoria confirma la dinámica anticonservadora que registra actualmente Latinoamérica donde sus cuatro principales economías -Brasil, Argentina, Colombia y Chile- están dirigidas por gobiernos progresistas. 

Un Lula da Silva, previsiblemente diferente

En cualquier caso, la izquierda de Lula es muy posible que no sea la de sus dos anteriores mandatos. De hecho, su candidatura está apoyada por casi una docena de formaciones incluido el centroderecha del PSDB. El futuro vicepresidente, Geraldo Alckmin, anciano ex líder de ese partido conservador que luchó contra Lula da Silva en 2006, es seguro que modere el programa del nuevo presidente. Aunque en realidad no pocos empresarios y analistas se preguntan qué clase de políticas pondrá al final en marcha el fundador del Partido de los Trabajadores. «Haremos que los brasileños desayunen, almuercen y cenen todos los días. Ese es mi mayor compromiso», dijo anoche Lula da Silva, quien tendrá que tratar de combinar la armonía social con la fiscal. Cuando llegó a la presidencia en 2002 el combate contra el hambre fue su gran meta y cuando dejó el poder en 2010 a su compañera Dilma Rousseff, destituida por el Parlamento años después, con un índice de popularidad cercano al 80% todo el mundo reconoció los grandes avances conseguidos en esa tarea.  Hoy, por desgracia, la situación se ha degradado. Se calcula que más de 30 millones brasileños viven en la pobreza y tienen problemas para alimentarse.

En el debe de Bolsonaro está entre otras cosas su deficiente gestión del covid. Casi 700.000 ciudadanos han muerto a causa de la pandemia, que el actual presidente ridiculizó al principio y gestionó muy mal después con el retraso en la distribución y aplicación de vacunas. Poco pudieron hacer los responsables de Sanidad. Tuvo cuatro ministros del ramo bastante incompetentes. Sus gobiernos le duraban poco y muchos de los titulares de cartera fueron noticia por sus opiniones absurdas como la de la ministra de Familia, que defendió que los niños debían vestir de azul y las niñas de rosa. 

Bolsonaro fue partidario de liberalizar más el uso legal de las armas de fuego en una nación donde el índice de criminalidad es ya muy alto y cuestionó por otra parte los efectos del cambio climático. El país que cuenta con el principal pulmón verde del planeta, la Amazonia, ha sido dirigido por un mandatario insensible con el problema y favorable a la deforestación de la zona. En los últimos meses logró un mayor control de la inflación y una bajada de precios de los combustibles y desarrolló con fines electoralistas un programa de ayudas a la población más necesitada, un programa que Lula da Silva puso en marcha cuando era presidente y que Bolsonaro frenó cuando llegó en 2018 a la jefatura del cuarto país más poblado del mundo. Tanto uno como otro se han comprometido a continuar con tal programa aunque no se sabe bien cómo podrán financiarlo. Las perspectivas económicas de Brasil no son muy halagüeñas. Según el FMI, la economía brasileña crecerá este año apenas un 1,7%. El desempleo está en torno al 9% en un país de grandes desequilibrios sociales entre el norte y el sur. La inflación está, según el organismo internacional, en el 8,7% y bajando.

En definitiva, un panorama el brasileño inquietante. Ojalá que la derrota del mercurial mandatario serene el país y le permita integrarse mejor en el orden mundial de los países democráticos. El Lula da Silva que regresa por tercera vez a Planalto no es ni mucho menos el que cautivó al electorado en 2002 y que contaba gran prestigio y admiración internacional al final de su mandato. Hoy no pocos ciudadanos desencantados por sus presuntas acciones ilícitas y hartos de la corrupción rampante le han votado tapándose la nariz y porque entre un político de izquierdas y un desabrido y vehemente presidente prefieren lo primero. Pero que nadie se olvide. Si Bolsonaro llegó a la presidencia hace cuatro años fue precisamente por la degradación moral y económica que mostraba una nación  inmensamente rica y abundante en materias primas.

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