THE OBJECTIVE
PROTAGONISTAS DE 2022

Zelenski, el héroe civil que resiste al Kremlin

«El cómico al que Putin iba a derrotar en 72 horas es hoy su vencedor moral: frente al autoritarismo del excoronel del KGB, la resistencia del hombre corriente»

Zelenski, el héroe civil que resiste al Kremlin

El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski. | Ilustración: Erich Gordon.

Nada en la vida de Volodímir Zelenski, un judío rusohablante nacido hace 44 años en la ciudad industrial de Kryvyi Rih, en el centro sur de Ucrania, hacía presagiar que llegaría un día en que se convertiría en el valiente David que desde hace 10 meses resiste la embestida del temible Goliat ruso y menos aún en el heroico defensor de los valores democráticos de Occidente frente a la autocracia imperialista de Putin. 

La guerra ha transformado a este joven showman sin ideología política, un cómico de humor gamberro, intérprete de un «populismo bonachón», como lo definen los periodistas franceses Régis Genté y Stéphane Siohan en su libro Volodímir Zelenski. En la mente de un héroe (La esfera de los libros), pero dotado con un extraordinario talento para la comunicación, en el comandante en jefe de un país que lucha por su supervivencia y en el primer actor de la audiencia global.

Zelenski nace cuando todavía existe la Unión Soviética en un ambiente familiar y social empapado de cultura y referencias rusas –el ruso es su lengua materna, el ucraniano lo aprenderá más tarde–. Crece durante la perestroika, es adolescente cuando se desintegra la URSS  y madura en la dislocada y turbulenta Ucrania independiente. 

Como tantos ucranianos, encarna las contradicciones de un país que ha sido históricamente un cruce de caminos entre el Este y el Oeste europeos y en el que chocaron los totalitarismos nazi y comunista. Un ciclo de opresión y tragedia del que va siendo consciente primero por los relatos de sus abuelas, ambas maestras de escuela, y más tarde cuando Internet derriba los últimos muros del silencio de la sociedad soviética. Es en esas charlas familiares en la cocina cuando le hablan de la brutal campaña de confiscación de grano ordenada por Stalin en los años 30 que causó una terrible hambruna en la que murieron más  de tres millones de ucranianos -conocida como el Holodomor en la historia del país-, de cómo la familia de su madre salvó la vida gracias a que fue evacuada en tren a Uzbekistán cuando empezó la ocupación alemana y de cómo muchos de sus parientes por parte de padre, soldado de artillería en el Ejército Rojo durante la II Guerra Mundial, fueron asesinados en el Holocausto. 

«Zelenski se pone por primera vez el traje de presidente del país en la comedia de televisión ‘Servidor del pueblo’»

Una historia familiar que desmiente rotundamente las ridículas acusaciones del Kremlin de que se trata de un dirigente rusófobo y antisemita y de que Ucrania está gobernada por fascistas cuando no hay actualmente ni un solo partido nacionalista con representación en su Parlamento. Justamente al contrario, la gran ironía del caso Zelenski es que «durante la mayor parte de su vida», como escribe Simon Shuster en la revista TIME, el líder ucraniano «sintió nostalgia por la cultura y la historia de Ucrania compartida con Rusia». Desde cuando en su adolescencia iba a visitar a su padre, responsable de sistemas en las minas de cobre de Mongolia –un viaje en tren que duraba ocho días a través de Rusia y Siberia- hasta que ya de joven se abre camino como actor en la turbia y corrupta Ucrania independiente.

En ese tiempo es un humorista que no renuncia a los chistes vulgares, en ruso para un público ruso, de la cadena de televisión 1+1, propiedad del controvertido oligarca de origen judío Ígor Kolomoiski, con enorme influencia política y económica a través del grupo Privat -presente en la banca, la petroquímica, la metalurgia, el sector alimentario y el transporte aéreo- y que conecta con una sociedad bilingüe hastiada de la corrupción y de los abusos de sus dirigentes. 

Zelenski se pone por primera vez el traje de presidente del país en la comedia de televisión Servidor del pueblo, de la que es productor, coautor y actor principal, estrenada en 2015 y que se convierte muy pronto en un éxito extraordinario con ocho millones de espectadores de media. Cuenta la historia de un humilde profesor, Vasyl Goloborodko, que como tantos ucranianos sufre las penurias cotidianas de una sociedad gris y mediocre y que de la noche a la mañana es elegido presidente. Ambientada en una Ucrania imaginaria, la comedia juega la baza de la ironía y de los  buenos sentimientos, evita los dramas del país –revolución proeuropea del Maidán, anexión de Crimea, guerra del Donbás- y elude tomar partido. No es de extrañar que no guste tanto en el Oeste del país y que saque de quicio por igual a quienes sueñan con un país moderno y europeo, a los intelectuales y a los nacionalistas ucranianos. 

Pero Servidor del pueblo es algo más. Es también el vehículo con el que el oligarca Kolomoiski, que ha tenido que exiliarse tras un formidable escándalo financiero –es acusado de haber robado 5.500 millones de dólares, el 5% del PIB del país- hace la guerra a sus enemigos políticos, entre ellos y por encima de todos, el presidente de entonces Petro Poroshenko. Es en este entorno donde nace la idea de lanzar la candidatura, ahora en el mundo real, de Zelenski a la presidencia en las elecciones de 2019 al frente de un partido político que inevitablemente se llamará Servidor del pueblo.

«En abril de 2019, Zelenski, a quien en principio nadie toma en serio, arrasa con el 73% de los votos»

El líder ucraniano lanza su candidatura por sorpresa en un especial televisivo en la medianoche del 31 de diciembre de 2018. Frente a la aparición del jefe del Estado en todas las cadenas antes de las 12 campanadas como era tradicional, en su lugar, en el canal 1+1, sale Zelenski vestido de forma informal, con camisa blanca, que avanza hacia la cámara y dice: «Estamos en una situación que deja a los ucranianos tres opciones. La primera, vivir vuestra vida y seguir como hasta ahora, no hay problema, estáis en vuestro derecho. La segunda, preparar las maletas y trabajar en el extranjero para ganar dinero que enviaréis a vuestra familia y a vuestros seres queridos. Es una elección también honorable. Pero hay una tercera opción: intentar que las cosas cambien en el país (…) Ahora, pocos minutos antes de recibir el año nuevo, os hago una promesa: queridos ucranianos, os prometo que voy a presentarme como candidato a a presidencias de Ucrania. Queridos ucranianos, os prometo que lo seré. Vamos, hagámoslo todos juntos. Feliz año!».

El vídeo, de 21 minutos de duración, no tarda en hacerse viral. Al principio, nadie le toma en serio. La mayoría no sabe a quién votar, decepcionados con una política convertida en comedia en el mejor de los casos. Pero son muchos los que sueñan con un hombre providencial, que ponga fin a la guerra con los separatistas rusos de la región de Donbás apoyados por Moscú que ya ha causado 14.000 muertos, que traiga orden y seguridad, que acabe con la corrupción. 

Zelenski no hace una campaña convencional, rehúye a la prensa nacional y extranjera y se comunica sólo a través de las redes sociales, mofándose de Poroshenko y su lema electoral -«Ejército, lengua, fe»- , ya con una popularidad en caída libre tras descubrirse en los llamados Papeles de Panamá que el presidente y su familia se gastaron 500.000 dólares en unos días de vacaciones en las Maldivas; e ignorando a la otra candidata, la ex primera ministra Yulia Timoshenko, sin más público que los jubilados de provincias. Sin más proyecto político que la vaga visión de una futura Ucrania dominada por una nueva élite no ideologizada, de cultura tecnocrática, fascinada por el mundo digital y fiel al jefe,  cuatro meses después, en abril de 2019, Zelenski arrasa en las elecciones con el 73% de los votos. 

«Sin experiencia militar, su coraje de resistencia se hizo contagioso entre los ucranianos»

Más de dos años después no hay paz  ni prosperidad en Ucrania. Como escribe el novelista Andréi Kurkov en su imprescindible Diario de una invasión (Debate), meses antes de la guerra lanzada por Putin el 24 de febrero de este año, «la única contienda de la que se hablaba en el país era de la que enfrentaba al quinto presidente (Poroshenko) y el sexto (Zelenski)». La mayoría se disponía a celebrar el Año Nuevo y la Navidad ortodoxa –del día de San Nicolás, el 19 de diciembre, al de la Epifanía, el 19 de enero- visitando a familiares y amigos, yéndose a esquiar a los Cárpatos como hizo el propio Zelenski, sorteando en las carreteras a numerosos conductores borrachos o llenando las despensas de sus patios traseros.

La invasión rusa –de la que las agencias de inteligencia norteamericanas habían avisado a  Zelenski y que éste no atendió- vino a cambiarlo todo y transformar por completo al presidente. Menos locuaz, menos informal, menos bromista, nació entonces el Zelenski de pantalones y camiseta caqui, nunca con casco o chaleco antibalas que hemos visto a diario este año en televisión. Sin experiencia militar alguna, su coraje de resistencia se hizo contagioso entre los ucranianos para defender sus pueblos y ciudades y armado con tan solo un iPhone que es también su escudo –fuera de foco estaría en peligro-, saltando de un ítem a otro de su agenda, leyendo informe militares, visitando el frente, multiplicándose en todos los escenarios –vive la mayor parte del año separado de su mujer y sus dos hijos-, Zelenski se dispuso a ganar la guerra de la información. Con su teléfono ha estado presente en el Foro Económico de Davos, en la cumbre de la OTAN en Madrid, en la del G20 en Bali y ahora, por primera vez en persona, en el Congreso de Washington.

El payaso al que Putin iba a derrotar en 72 horas hace ya casi un año se ha convertido en su vencedor moral: frente al autoritarismo imperial del antiguo coronel del KGB, el valor y la resistencia del hombre corriente. Esta vez el personaje del año es el héroe que probablemente libra la guerra del mañana.

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