El show de Capitol Hill
«El espectáculo vivido durante cuatro días en el Capitolio de Washington anticipa unas perspectivas bien sombrías para los próximos dos años»
La gangrena política no remite en Estados Unidos, la primera potencia mundial. «Ni siquiera en nuestro país la democracia debe darse por segura». Son palabras del presidente Joe Biden horas antes de que terminara, en la madrugada del viernes al sábado, el penoso espectáculo de Capitol Hill con amenazas verbales cercanas al linchamiento entre los diputados de la Cámara de Representantes. Quince votaciones necesitó el republicano Kevin McCarthy, californiano de 57 años, para apagar la revuelta del ala más radical de su partido y convertirse en el speaker, presidente, de la Cámara Baja, algo inédito desde hace un siglo. Hasta ahora el líder de dicho órgano, que constitucionalmente ocupa el tercer cargo federal después del jefe del Estado y del presidente del Senado, era elegido en primera votación.
Lo importante no es cómo empieza, sino cómo acaba, confesó exhausto McCarthy tras el resultado. Sabe bien que no es del todo exacto, porque el espectáculo vivido durante cuatro días en el Capitolio de Washington, la sede que reúne a las dos cámaras legislativas, anticipa unas perspectivas bien sombrías para los próximos dos años hasta las elecciones de 2024 con un Partido Republicano dividido entre un ala moderada y otra radical y casi antisistema, inspirada en el ideario de Donald Trump. Un grupo de una veintena frente a otros 200 diputados republicanos, reunidos en un llamado Freedom Caucus (Grupo de la Libertad) se lo pusieron desde el primer momento difícil, casi imposible, a McCarthy, que en la pasada legislatura fue el líder de la minoría republicana. Los republicanos reconquistaron la Cámara de Representantes y los demócratas conservaron el Senado en las elecciones de medio término celebradas el 8 de noviembre último.
McCarthy tuvo que ir haciendo una serie de concesiones a ese grupo de rebeldes para alcanzar su propósito; y ni siquiera, porque cuatro de ellos siguieron resistiéndose aunque al final optaron por votar simplemente «presente» y con ello se pudo bajar la mayoría necesaria de votos. Los del Freedom Caucus, seguidores de la doctrina trumpista, desoyeron incluso a Trump, quien consciente de ser el responsable de la creación de un monstruo ingobernable les pidió que apoyaran a McCarthy. Nada de nada. Varios de esos diputados proponían en cada votación nombres distintos al del futuro speaker e incluso el de Trump pese a que éste no es diputado. Lo de la democracia, dijo uno de ellos al final de la decimoquinta y última votación, es «un lío». Y en cierta forma estaba en lo cierto, puesto que los rebeldes parecen disfrutar revolcándose en la confusión, como patos sin rumbo y vislumbrando en el horizonte la cabellera pajiza de su gran líder sin más objetivo que «acabar con la ciénaga», el pantano que fue antes Washington.
«McCarthy es desde ya mismo un speaker muy débil, pues para llegar al despacho ha tenido que hacer una serie de concesiones a los radicales»
McCarthy es desde ya mismo un speaker muy débil, pues para llegar al despacho de la hasta ahora presidenta, la demócrata Nancy Pelosi, ha tenido que hacer una serie de concesiones a los radicales. Algunas de calibre importante como la posibilidad de que un solo diputado pueda presentar una moción de censura contra el líder de la Cámara; limitar las restricciones de gasto público, lo cual puede afectar a la ayuda militar a Ucrania; crear una comisión de investigación sobre la conducta política de la Administración demócrata y pedirle cuentas por la presencia de agentes del FBI en la residencia de Trump en Mar-a-Lago (Florida) para esclarecer qué clase de documentos secretos se llevó éste al abandonar la Casa Blanca. McCarthy ya era antes un político sin carisma. Trump lo ha despreciado siempre más aún cuando después del intento de asalto al Capitolio por parte de una turba trumpista, el 6 de enero de 2021, condenó la acción y la conducta del todavía presidente. En menos de una semana cambió de opinión y dijo que Trump no podía considerarse responsable de ello. La comisión de investigación parlamentaria, cuyo trabajo terminó el mes pasado, concluyó que el presidente republicano fue el instigador del suceso con la arenga a sus seguidores y que debería ser juzgado por varios delitos, entre ellos el de insurrección, en los tribunales de justicia ordinarios. Trump fue absuelto en el impeachment (procesamiento político) que abrió el Congreso semanas después del asalto, en el que murieron media decena de personas, la mayoría agentes de policía.
De un tiempo para acá, y sobre todo desde que el multimillonario Donald Trump venció a Hillary Clinton en la lucha por la Casa Blanca en noviembre de 2016, la política estadounidense parece no pocas veces un sainete. Especialmente durante el mandato del vehemente dirigente republicano, en cuya elección se implicó hasta Vladímir Putin. Una etapa salpicada de escándalos políticos, financieros y sexuales. Trump se enfrentó a todos. Él contra el mundo. Su política la guiaban desde el amanecer sus tuits con muchas mayúsculas, los programas de debate matinales de televisión y sus manías persecutorias. Sus más estrechos colaboradores enloquecían al comprobar que los documentos que le preparaban, de no más de dos folios, no los leía o hacía justamente lo contrario. Sus ministros le duraban semanas. Desafió comercialmente a China, a la ONU y la OTAN y menospreció a la Unión Europea. La aparición de la covid-19 no se la tomó al principio muy en serio. Su presidencia fue una verdadera pesadilla, aunque es justo afirmar que la economía no se fue a pique. Nunca digirió la derrota, cuatro años después, a manos del demócrata Joe Biden. Y es hoy todavía que insiste en que la victoria de Biden fue fraudulenta. Todo ello pese a que el Congreso certificó el resultado y que su vicepresidente, Mike Pence, lo corroboró. Pence fue tachado de traidor por Trump y por sus seguidores más exaltados.
Más de 74 millones de estadounidenses votaron por Trump en 2020, más que en 2016. Biden obtuvo un récord histórico: 81,2 millones. Según una encuesta realizada por la CNN tras las elecciones de medio término del pasado noviembre, sólo un 37% de los interrogados tiene una opinión favorable de Trump y son más los que estiman que no debería presentarse a las elecciones de 2024. Él, en cualquier caso, ya ha anunciado el deseo de hacerlo pese a que los republicanos no lograron en los comicios de medio término el pasado noviembre un buen resultado. No reconquistaron el Senado como anticipaban y su victoria en la Cámara de Representantes puede calificarse de muy modesta: apenas diez votos por delante de los demócratas. No hubo esa «marea roja» que él anunció la vispera. Muchos de los candidatos trumpistas perdieron.
Por tanto, habría que preguntarse ahora si hay que calificar a Trump como una baza perdedora. Entre los republicanos menos radicales son más las voces de quienes piensan que es un caballo derrotado y se pone la mirada en el actual gobernador de Florida, Ron DeSantis, un joven político de 44 años, de ideología conservadora pero menos radical. Trump cumplirá 78 años si llega de nuevo a la Casa Blanca, cuatro menos que el actual presidente Biden, resuelto a presentarse a la reelección pese a que cada vez da más muestras de senilidad. La baza de la vicepresidenta Kamala Harris está siempre en la recámara aunque su papel hasta la fecha es casi inadvertido. No queda tanto para que inicie la carrera presidencial. En enero del año próximo arrancarán las primarias en los diversos Estados. Es verdad que para entonces muchas cosas pueden haber cambiado, empezando por la guerra ucraniana sin olvidar lo que puede dar de sí la fractura abierta en las filas republicanas.