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Enfoque global

¿Es exportable la democracia?

Se ha conseguido, después de dos décadas de inversión, guerra e intervención, justamente lo contrario a lo que se quiso conseguir en la guerra entre Irán e Irak

¿Es exportable la democracia?

El expresidente estadounidense George W. Bush en una foto de 2004. | Europa Press

En febrero de 2003, el presidente George W. Bush pronunció un discurso en el que compartía su visión de la siguiente forma: 

«El régimen iraquí actual ha demostrado el poder de la tiranía para propagar la discordia y la violencia en Oriente Medio. Un Irak liberado puede mostrar el poder de la libertad para transformar esa región vital, trayendo esperanza y progreso a las vidas de millones. Los intereses de Estados Unidos en la seguridad y la creencia de Estados Unidos en la libertad conducen en la misma dirección: a un Irak libre y pacífico».

El 19 de marzo empezó la invasión del país, acarreando una división de la opinión pública de los países que, como España, se encontraban en el entorno de Estados Unidos. La mayoría de ellos se oponía a la guerra por principio: la guerra no es nunca una solución. Aunque juzgaban de manera muy negativa el gobierno del presidente Saddam Hussein, ya que sus valores -y la aplicación práctica de los mismos- distaban mucho de los suyos. Otros, en el espectro de la derecha, encontraban en esta guerra una herramienta útil para hacer un mundo mejor. Ambos grupos tenían en común mucho más de lo que podrían pensar. 

Esta diferenciación no es un calco de las categorías que se aplican en Estados Unidos para analizar esta cuestión, pero es útil la aportación de John Mearsheimer, en su brillante «La gran desilusión: sueño liberal y realidad internacional» donde señala dos grupos, los modus vivendi liberals y los progressive liberals.

Los primeros pertenecen al grupo de personas que se centra en los derechos individuales, muchas veces en contraposición a la actuación del Estado: libertad de expresión, de prensa, y derecho a la propiedad. Los podríamos asociar al entorno más liberal-conservador

Los segundos ponen el énfasis en el rol de Estado en asegurar la igualdad de oportunidades. Los podríamos asociar a la socialdemocracia. Insisto, generalizando y obviando la diferencia entre el pensamiento político estadounidense y el nuestro.

Y, ciertamente, en cuestiones internacionales, ambos comparten mayoritariamente la intención de fomentar la implantación de la democracia en todo el planeta. Lo anterior es más problemático hoy de lo que lo era antes. Así, es preciso recordar que hace dos décadas vivíamos el momento unipolar. Estados Unidos gobernaba el mundo y la reflexión no era demasiado relevante para la obtención de resultados positivos. Hoy no podemos decir lo mismo, y nos vemos forzados a echar la vista atrás, con honestidad intelectual, y tratar de llegar a algunas conclusiones que puede que nos permitan sobrevivir como modelo político y como civilización (sobre lo cual soy muy poco optimista).

Es quizás muy inspirador pensar que la democracia liberal es un sistema exportable a la totalidad de los Estados, pero la empeiría nos demuestra que es, al menos hasta ahora, manifiestamente falso. Hay dos argumentos, además, que son particularmente peligrosos para lo anterior y que figuran en el manual de cualquier militante que, habiendo desterrado la verdad y el sentido común, quiera que el mundo se adapte a él y a su visión en vez de entender las complejidades del mundo en el que vive. Se han saltado, por lo que parece, el punto cuarto del decálogo de la serenidad de Juan XXIII, poniendo en riesgo la serenidad y el bienestar del resto.

El primero de ellos es que sí es posible que Afganistán o Irak -por poner ejemplos- puedan ser democracias liberales funcionales. Pero que es un proceso que lleva tiempo, energía, financiación y, como hemos observado, vidas humanas. Este argumento, además, no tiene fecha de caducidad. Es verdad que, hasta ahora, para que hierva el agua hay que acercarla a una fuente de calor. Pero es posible que, en algún momento, sirva decir «caliéntate, sésamo». Mientras tanto, preparemos la cazuela.  

El segundo de ellos es que ha ocurrido ya en el pasado. Que España era una dictadura hasta los 70 y que es hoy una democracia liberal ejemplar. Ese argumento obvia las particularidades y diferencias de naciones y estructuras sociales en el mundo. Somos iguales en dignidad, sí, pero vemos el mundo de manera muy distinta. Y creo, además, que es un elemento básico de la dignidad humana. Por encima de otras consideraciones. De hecho, en la colonización del cono sur desde el siglo XVI impusimos el poder del Rey, nuestro sistema fiscal y realizamos un cambio en el factor religioso. Pero, como pudieron observar tras la independencia a inicios del siglo XIX, no destruimos su identidad individual/grupal. Como atestiguan, solamente por poner un ejemplo post-independencia, las matanzas de onas/selk’nam en la Tierra del Fuego.

«Podemos diseñar una política exterior funcional, que asegure el interés nacional entendiendo los intereses y las voluntades del resto de naciones»

Volvamos al Irak de 2003. Un estado multiétnico, con diversidad religiosa y con un gobierno autoritario (1978-2003) fruto del apoyo occidental en el contexto de la Guerra Fría y la estrategia de contención del Irán post-Pahlevi. Con niveles muy altos de violencia centralizada en el líder y con el objetivo de desincentivar todo tipo de comportamientos que fueran contrarios al poder del presidente, la estabilidad del sistema y una percepción made in Irak de lo que significa el interés general. En ese orden. 

El número de atentados terroristas en el año 2002 fue de tres, siguiendo los 10 de 2001 y los 12 del año 2000. Lejos de los 1.048 de 2008 o los 3.934 de 2014.

¿Significa esto que no había violencia en Irak? ¿Que no había muertes? ¿Que no había represión política? No. Significa que estaba centralizada en el presidente. Que era muchísimo más previsible y que existía la seguridad jurídica al ser conocida por todos. ¿Lo anterior es deseable? No. Pero no hemos sido capaces de construir una alternativa. Irak lleva dos décadas en guerra constante y es precisamente ahora cuando termina, y es una colonia de facto de Irán. Y, desde luego, no es ningún paraíso para la democracia liberal. Antes, al contrario.

Se ha conseguido, después de dos décadas de inversión, guerra e intervención, justamente lo contrario a lo que se quiso conseguir en la guerra proxy entre Irán e Iraq entre 1980 y 1988. Que Irán fuera más poderosa en la región. 

La reunión entre Irán y Arabia Saudí propiciada por la República Popular China el 10 de marzo de este año nos recuerda que cuando el líder de un sistema no consigue que sea viable, enseguida aparece alternativa. 

Tenemos más capacidad de análisis de datos que nunca en la historia. Todos los elementos académicos para obtener lecciones aprendidas están encima de la mesa. Y podemos así diseñar una política exterior funcional, que asegure el interés nacional entendiendo los intereses y las voluntades del resto de naciones. ¿Vamos a maximizar nuestras fortalezas? ¿Preferimos buscar una mentira que acuse a otro de tener la culpa del muy posible colapso de nuestro sistema y de la independencia de nuestra nación? 

Lo lógico sería dedicar nuestro esfuerzo a reflexionar sobre asuntos internacionales, formar a nuestras élites académicas con honestidad intelectual y con mimo, desterrar debates estériles. Pensar es cansado, sí, pero quizás habría que intentarlo. Porque se supone que nos gusta la democracia. Y va de eso.

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