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Enfoque global

Ucrania y el despertar geopolítico de Europa

«La guerra supone un rudo despertar a una realidad que pone en almoneda el sueño europeo de servir de guía al mundo»

Ucrania y el despertar geopolítico de Europa

Ucrania y el despertar geopolítico de Europa.

La invasión de Ucrania por Rusia, el 24 de febrero de 2022, marcó el hito culminante de la gran crisis geopolítica que se ha venido gestando en el corazón del continente europeo desde el fin de la Guerra Fría.  Tras décadas de relativa paz y gran prosperidad para Europa, tutelada y amparada por los Estados Unidos, la guerra supone un rudo despertar a una realidad que pone en almoneda el sueño europeo de servir de guía al mundo y su compatibilidad con la asociación transatlántica. La guerra también ha sacudido la base normativa del sistema multilateral, basada en la soberanía y la integridad territorial. 

La narrativa condiciona los acontecimientos y el denominado fin de la Guerra Fría, en realidad no fue tal victoria, sino un tsunami geopolítico cuyos resultados fueron la reunificación de Alemania y la disolución de la URSS. Esos hechos son los focos de las sinergias que han ido conformando la situación de Europa hasta el estado actual. 

Existe un contínuum en la interacción de Rusia con la Unión Europea que se retrotrae a la disolución de la URSS y que culmina en la invasión de Ucrania. El fin de la Guerra Fría fue percibido por la élite política europea como el inicio de un nuevo Orden dirigido desde Europa. Se consideraron como elementos clave de esa concepción posmoderna una interacción mutua entre los asuntos internos y la seguridad de los estados, basada en la apertura y la transparencia. El «sistema posmoderno» no recurría al equilibrio de poder y relativizaba la soberanía, excluía el empleo de la fuerza como instrumento para la resolución de conflictos y promovía la dependencia mutua entre los estados europeos. La construcción del espacio jurídico europeo común, basado en el Convenio Europeo de Derechos Humanos, es la encarnación de la idea de la Europa de la Posguerra Fría.

En la década de los 90, la Federación Rusa, como estado, soportaba una alta disfuncionalidad y crisis de identidad. Para integrar a Moscú en el sistema europeo «posmoderno» se habilitó su ingreso en la OSCE, tomo parte en el Tratado de Fuerzas Convencionales en Europa y la membresía del Consejo de Europa, acontecimientos que suponían la aceptación por Rusia de los imperativos posmodernos de apertura e interdependencia. La realidad resultó ser muy diferente, manifestándose tan pronto como surgió la oportunidad.

Para Moscú, el ocasional apoyo al multilateralismo y la defensa de un mundo multipolar eran meras tácticas para impugnar la hegemonía estadounidense. En realidad, los modos de la política exterior de Rusia son más «estadounidenses» que europeos. Rusia cree en las relaciones de poder, el unilateralismo y la materialización del interés nacional. Desde el punto de vista ruso, la soberanía es una capacidad que implica independencia económica, capacidad militar y personalidad estratégica. Si la Unión Europea surgió como respuesta a los peligros del nacionalismo y las rivalidades catastróficas de los Estados-nación europeos en la primera mitad del siglo XX, el fundamento de la política exterior de Rusia está moldeado por los peligros de la política posnacional y las consecuencias de la disolución de la Unión Soviética. 

La visión desde Bruselas sobre la interacción entre el Orden europeo posmoderno y la hegemonía global estadounidense siempre ha sido un tema escabroso, al existir una contradicción esencial. La tensión entre el posmodernismo de la UE y el modernismo ilustrado de Estados Unidos fue una de las razones de la crisis transatlántica de 2003 por la guerra de Irak y que, a pesar de todo, Washington ha seguido tolerando el excepcionalísimo de la UE. Las élites políticas europeas se oponían al mundo unipolar de Estados Unidos, defendiendo el multilateralismo, e incluso la multipolaridad, a la vez que el proyecto de la UE se apoyaba en la hegemonía global de Estados Unidos y en el compromiso transatlántico.

La guerra también ha puesto en evidencia la carencia de la tan anunciada arquitectura de seguridad de Europa, base de apoyo a la «autonomía estratégica», soportada en la férrea creencia de que solo mediante la interdependencia de los estados europeos, se proveería a la UE de capacidad disuasoria. Este constructo fue la premisa sobre la que se edificó el proyecto ampliado de la UE y «gestionado» las consiguientes sinergias que han guiado su integración y protagonismo externo en las últimas décadas; queda por ver la anunciada mutación de su naturaleza a la «geopolítica». 

Democracias débiles

Desde la UE se contemplaba la ausencia de democracia como un factor de inestabilidad en Eurasia. Por el contrario, Rusia considera que las democracias débiles y la política occidental de exportar democracia son las principales fuentes de inestabilidad en el espacio postsoviético. El enfrentamiento entre estas concepciones es inane, pues, habrá que asumir que tendrá que adaptarse al hecho de que China y Rusia, al igual que India, forman parte de Eurasia y serán actores principales de un nuevo Orden.

La evolución de la situación en el espacio euroasiático debería llevar a los líderes europeos a una profunda reconsideración del protagonismo que la UE podría aspirar a desempeñar en un mundo moldeado por el crudo ejercicio del poder. Los debates académicos y políticos, así como la narrativa mediática, referentes a la actuación de la UE y su papel internacional, giran en torno al «despertar geopolítico», anunciado por el Alto Representante para Política Exterior y de Seguridad, Joseph Borrell, un mes después de la invasión.

Tras la invasión de Ucrania, el canciller alemán Olaf Scholz declaró que la agresión rusa marcaba un Zeitenwende (punto de inflexión), un momento decisivo en la Historia, que a menudo se concreta en la culminación de una dinámica geopolítica que estaba presente desde comienzos de siglo y asumida en su vertiente geoeconómica. La realidad es que los síntomas de la naturaleza adaptativa de la UE venían materializándose mucho antes de 2022. La secuencia de actos agresivos de la década de 2000, con la invasión rusa de Georgia y el comienzo de una actitud beligerante frente a Ucrania, que se volvió a evidenciar en la década de 2010, cuando Moscú se anexionó Crimea e intervino en el Este de Ucrania. Todo ello se vio acompañado por la recuperación económica rusa consecuencia, del suministro de gas a Europa, a través de gasoductos de diseño estratégico alemán, los ‘Nord Stream’.

Cuando se hace referencia a una Europa ‘geopolítica’ rara vez se explicita su naturaleza y significado, lo que ha abierto un confuso debate al asumir diferentes actores europeos distintas acepciones del vocablo «geopolítica». La situación tiende a considerarse un proceso más evolutivo que innovador. También se constata que cuando se emplea el término para respaldar argumentos que pueden ser controvertidos y que son criticados por ello, se pueden alegar que la referencia era sobre algo diferente. En resumen, confusión intelectual. 

¿Qué implica exactamente el «despertar geopolítico»? ¿Cómo puede la UE desarrollar su autonomía estratégica para convertirse en una Potencia? ¿Hasta dónde ha avanzado la UE en su camino hacia la naturaleza geopolítica? Independientemente de cómo sean las respuestas a las preguntas, lo que subyace es la incertidumbre del futuro cometido de la UE. 

Tras años de ambigüedad estratégica e indecisión política hacia sus vecinos orientales, la aparente resuelta respuesta de la UE a la invasión de Ucrania y su cambio discursivo hacia la (geo)política, ha atraído atención en el ámbito académico. Dado que la dimensión de las sanciones de la UE contra Rusia y su apoyo a Ucrania excedieron las expectativas, y posibilidades, de lo que podría haberse previsto si hubiese existido una conciencia de amenaza. Según la opinión publicada, se considera la invasión como un «punto de inflexión», para el protagonismo internacional de la UE. 

«Según la opinión publicada, se considera la invasión como un «punto de inflexión», para el protagonismo internacional de la UE»

Las relaciones de la UE con los Estados Unidos en materia de seguridad y defensa se presentan como un asunto complejo. La invasión de Ucrania demostró claramente que el espacio físico ‘Europa’ constituye un objetivo estratégico, por lo que se necesita disponerse de la adecuada Estrategia de Defensa cuya responsabilidad, por tratado, corresponde a la OTAN. Es sabido que la aportación europea dista mucho de las capacidades americanas en mando, control y apoyo logístico, lo que la incapacita para ejercer la dirección estratégica.

La pretendida respuesta (geo)política de la UE a la guerra debe tomarse con escepticismo. La UE efectuó cuantiosas dotaciones económicas y apoyó un cúmulo de sanciones contra Rusia sin haber calibrado su ‘efecto rebote’. Pero la UE no es un actor que forma parte del conflicto, sus principales decisiones políticas, como Organización, parecen haberse formulado con la finalidad de no involucrarse en su aplicación, ya sea en la integración rápida de Ucrania ni en la gestión de asuntos internacionales. Aunque el «despertar geopolítico» presupondría que la UE se refuerza en términos de «poder duro», se vislumbra un futuro estratégico. 

El reconocimiento de que Europa ya no es tan próspera, libre y segura, como se plasmaba en la primera Estrategia de Seguridad, año 2003, que daba por sentados los supuestos sobre los que se basaba, significó que, desde mediados de la década de 2010, la Defensa se haya convertido en un tema controvertido. Esta circunstancia ha provocado que los líderes europeos hayan llegado a asumir consignas como que la Unión Europea tenía que asumir una mayor responsabilidad en su seguridad y defensa, una responsabilidad que también se inoculó desde el otro lado del Atlántico mediante las filigranas diplomáticas de las administraciones de Obama hasta las amenazas de Donald Trump, quien llegó a poner en duda la garantía de seguridad del vínculo transatlántico, elemento que conforma el sustrato de la defensa colectiva de la OTAN. 

Los líderes europeos discrepan sobre si asumir tal responsabilidad de Defensa implicaría la adopción de la consiguiente «autonomía estratégica», como ya postulaba la Estrategia Global de la Unión Europea. Este desacuerdo, sobre un concepto etéreo, crea un marco de discusión voluntarista inacabable, ya que el desafío más significativo para la cooperación europea en Defensa lo plantean los diferentes imperativos soberanos de sus miembros, algo que va en contra de la cooperación. A esta problemática situación se la refiere como «cacofonía estratégica», entendida como el resultado de las profundas divergencias continentales, en todos los dominios de las políticas de Defensa Nacional, en especial las percepciones de amenaza. Este problema está tan arraigado que superarlo requeriría un esfuerzo, sostenido y coordinado a largo plazo, cuyo estado final sería la delegación de las soberanías. 

Una dinámica diferente es la que conforma la OTAN, que se ha centrado, a lo largo de su vigencia, en la consolidación de la coordinación y de la interoperabilidad, en vez del fomento de la cooperación y la integración como un fin en sí mismo. Según una evaluación propia, la OTAN es el único marco institucional que ha fomentado cierto grado de coordinación en Europa (a nivel estratégico, doctrinal y de capacidad) a la vez que ha paliado los efectos de la cacofonía estratégica.

«La guerra de Ucrania ha hecho añicos las disquisiciones en la Unión Europea sobre su seguridad, como lo demuestran las solicitudes de ingreso en la OTAN de Suecia y Finlandia»

Para los estados miembros de la UE, los factores políticos son un arma de doble filo, ya que trabajan en ambas direcciones: cacofonía e integración. El imperativo político de hacer que el proyecto de la UE tenga éxito proporciona un poderoso incentivo para cooperar con otros miembros. Al mismo tiempo, la soberanía nacional funciona en la dirección opuesta y puede impedir la consecución de un techo común para una cooperación cada vez más estrecha, aunque ambos efectos varían en potencial entre los estados miembros.

Europa ha estado inerme ante cualquier amenaza exterior desde la reunificación alemana, al asumir que la Ostpolitik sería el antídoto contra una agresión rusa, por lo que la invasión de Ucrania se efectuó en un ambiente ausente de disuasión por parte de Europa. De hecho, la reacción a la invasión fue, en gran medida, improvisada. La guerra de Ucrania ha hecho añicos las disquisiciones en la Unión Europea sobre su seguridad, como lo demuestran las solicitudes de ingreso en la OTAN de Suecia y Finlandia. Las pretensiones autonomistas se difuminaron, lo que ha provocado que muchos gobiernos europeos empiecen a tomarse la Defensa en serio. Todo esto se ha traducido en algunas acciones concretas, más en relación con el gasto en Defensa, la asistencia militar a Ucrania y el apoyo a la OTAN. 

El resultado de la guerra en Ucrania determinará, en gran medida, el futuro de Europa, incluido el de la UE. China no quiere quedarse sola frente a un Occidente «revitalizado con respiración asistida» en caso de que Rusia fracase en Ucrania. Al mismo tiempo, Beijing es reticente para lanzar su peso económico y político más allá de Moscú. Estados Unidos espera persuadir a la Comisión, Francia y Alemania, para que se una a su política contra China y, para ello, forje una versión actualizada unidad transatlántica. 

Europa define su autonomía sobre la base de ser «una entidad capaz de tomar sus propias decisiones y determinar su propio futuro». Para ello, UE trata de encajar las diferentes opciones de sus miembros, sobre todo las de Francia y Alemania. Una vez más se pone de manifiesto que el desafío básico europeo es un problema de «acción colectiva», que se presenta porque los actores ven afectada su cooperación por incentivos individuales. La solución se llama soberanía, pero eso es otro escenario.

 

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