Guerra de Irak y posverdad: Bush, Blair y Aznar nos engañaron
La desinformación, el arma que triunfó hace 20 años y no han parado de usar para manipularnos
Este 2023 se cumple el 20 aniversario de la Guerra de Irak, el principio del fin del dictador Sadam Husein. Un grupo de países dirigidos por George Bush, en nombre de Estados Unidos, acompañado muy de cerca por Tony Blair, de Reino Unido, y José María Aznar, de España, decidieron invadir el país árabe amparándose en dos premisas: estaba fabricando armas de destrucción masiva y Sadam apoyaba a Osama bin Laden y a su Al Qaeda, responsables de los atentados del 11-S.
Uno de los hitos de la campaña propagandística montada por esos tres líderes mundiales para justificar la invasión fue la intervención de Colin Powell, prestigioso general y secretario de Estado estadounidense, en el Consejo de Seguridad de la ONU el 5 de febrero de 2003. En su discurso de 83 minutos construyó el argumentario con todas las pruebas que tenían hasta ese momento. Enseñó un frasco con Antrax, una imagen irreal pero muy televisiva, y mostró fotos de satélites, imágenes de video, grabaciones y declaraciones de confidentes. Todo para dejar claro que Irak tenía armas de destrucción masiva, seguía fabricándolas y suponía una amenaza gravísima para la estabilidad mundial.
El CNI nunca lo confirmó
Parte de esa información se la había facilitado la CIA estadounidense y otra el MI6 británico. El CNI español no solo no aportó ningún dato, más bien al contrario: Alberto Martínez y José Antonio Bernal, sus delegados en Bagdad, se quedaron escandalizados no solo por la información difundida y la alta posibilidad de que fuera falsa, sino por el hecho de que Aznar y miembros de su gobierno salieran con rapidez a respaldar su veracidad. Ellos, los españoles que mejor conocían el tema, estaban bastante seguros de que Sadam no fabricaba ese tipo de armas, según pude demostrar en mi true crime Destrucción masiva, de Roca editorial.
Dos años después, todos los esfuerzos de la CIA y las fuerzas armadas de Bush por encontrarlas terminaron en el reconocimiento público de que no existían. Y Powell tuvo la valentía de aparecer en un programa de televisión para reconocer lo evidente: «Es una mancha, porque yo fui quien hice esa presentación en nombre de Estados Unidos ante el mundo, y eso será siempre parte de mi carrera». El general reconoció estar consternado por el engaño: «Había algunas personas en la comunidad de inteligencia que sabían en ese momento que algunas de las fuentes no eran buenas, y que no debían ser consideradas. Pero no hablaron y eso me devastó».
Con el paso de unos cuantos años más, Bush y Blair admitieron que fundamentaron la invasión en hechos falsos, aunque destacaron su buena voluntad y echaron la culpa a otros. Aznar nunca ha hecho ese reconocimiento, cuando fue el único de los tres al que su servicio de inteligencia, el CNI, planteó abiertamente sus dudas sobre que existieran armas de destrucción masiva en Irak. Eso sí, le desmintieron tajantemente la relación entre Sadam y Bin Laden, entre un laico y un integrista islámico.
La apariencia de verdad y la verdad
La gran mentira fue una claro ejemplo de un concepto popularizado durante la pasada década, pero que ya se aplicó en 2003: la posverdad. Es el fenómeno en el que los hechos objetivos importan menos a una gran parte de los ciudadanos que las apelaciones a la emoción, la apariencia de verdad es más eficaz que la propia verdad.
La posverdad es una verdad emocional que no se basa en hechos objetivos demostrables sino en las emociones que transmiten a la opinión pública los responsables de ese tema que calan profundamente en los que las reciben. Es una verdad basada en lo que llaman «hechos alternativos» que no son otra cosa que hechos inventados que disfrazan la realidad y que los fans apasionados de una causa o de un dirigente político o social, se creen porque encaja en sus creencias previas. Es el triunfo de lo subjetivo, sobre lo objetivo, de las emociones por encima de los datos contrastados.
«Las personas mas deshonestas del planeta»
Al inicio de su mandato como presidente de Estados Unidos, Donald Trump, manifestó que habían acudido a su toma de posesión millón y medio de personas, más que a la de cualquier otro presidente del país. Su jefe de prensa, Sean Spicer, matizó que eran 720.000 pero insistió en la misma tesis del inigualable respaldo popular. La prensa de mayor prestigio les dejó en evidencia publicando la foto aérea de asistencia al acto de Obama junto a la de Trump, el resultado era desolador para el republicano.
Sin embargo, la consejera del gobierno Kellyanne Conway siguió empeñada en esa teoría y utilizó el término «hechos alternativos», ante lo que el periodista que la entrevistaba, Chuck Todd, le respondió: «Los hechos alternativos no son hechos. Son falsedades». El epitafio de esta discusión lo puso Trump cuando calificó a los periodistas que le llevaban la contraria como algunas de «las personas más deshonestas del planeta». Me cuento entre ellos.