Caso Middleton: la peor gestión posible de una crisis
Nadie puede parar un bulo cuando la mentira es más atractiva que la verdad
No todos los días desaparece una princesa. Kensington Palace se ha tenido que enfrentar a un hecho sin precedentes: el misterio de la desaparición de Kate Middleton, a la que no vemos en un acto oficial desde el pasado 25 de diciembre, quien supuestamente se ha sometido a una cirugía abdominal que ha requerido una recuperación de meses, tantos que la opinión pública ha empezado a sospechar que algo extraño sucedía, dando pábulo a cientos de teorías que han dado pie a las ‘katespiraciones’, que han cobijado las explicaciones más locas, desde una infidelidad, un coma, su participación en Mask Singer, una cirugía plástica, incluso un asesinato. Ya hablamos de ellas, aunque nos quedamos cortos.
Conviene repasar lo sucedido porque estamos ante uno de los fracasos más sonados de la historia de las relaciones públicas de la Casa Real británica, la misma que ha sabido dar la vuelta a la tortilla con la imagen pública de Camilla, otrora villana cuando era amante de Carlos de Inglaterra, némesis de Diana de Gales, convertida por obra y gracia de Buckingham Palace en querida y respetada Reina, señalada por su sentido del humor y su querencia por la naturaleza. Años de pico y pala, de reportajes y posados, de entrevistas y mensajes insistentes sobre las bondades de una mujer entregada al amor del hombre de su vida. Mientras se trabajaba arduamente esa imagen, la de Guillermo y Kate marchaba sola: la pareja ideal, los herederos perfectos. Convertidos en Príncipes de Gales, la labor de Kensington Palace parecía la más sencilla del mundo. Ahora merecen ser despedidos todos.
De esta crisis sacamos varias valiosas lecciones:
El silencio no es una solución. En caso de enfermedad, la princesa tiene derecho a la intimidad de su diagnóstico, pero del mismo modo que se ha informado del cáncer de Carlos III y se le ha visto a las puertas de la clínica, resulta extraño tanto ostracismo sobre el proceso de Kate Middleton, a la que parecía se la hubiera tragado la tierra. Hay que dar información, aunque sea una dosis mínima, pero suficiente como para evitar las especulaciones. El silencio solo sirve para crear un vacío informativo que acaba siendo cubierto por los amantes de las conspiraciones, que tienen tanta imaginación como mala follá y tiempo libre. No hay más que ver cómo han funcionado los cientos de hashtags dedicados al caso.
Si engañas, te van a pillar. Lo de dar a la prensa el Día de la Madre una fotografía retocada con photoshop no tiene un pase: por mucho que argumenten que a Kate le gusta jugar con el dichoso programa de edición, era de cajón que la iban a pillar y que iban a saltar las alarmas sabiendo que ya circulaban por las redes todo tipo de descabelladas teorías. Una foto así solo servía para echar más leña al fuego porque era alimento de primera categoría para la paranoia generalizada: ¿a quién se le ocurre retocar una foto salvo que no hubiera más remedio que hacerlo porque algo le pasa a la princesa? Es lo primero que se nos viene a la cabeza. Cuando las agencias la retiraron de la circulación, lo que hasta entonces eran tímidos rumores se convirtieron en un auténtico vendaval, copando los TT de las redes sociales. Y lo que hasta ahora era una lluvia de memes se transformaba en una tormenta con aires de crisis de política nacional e internacional. Porque, más allá de la coña y de los contenidos de las páginas del corazón, estamos hablando de los herederos a la jefatura del Estado y de la Iglesia Anglicana.
Si te pierden el respeto, ya nadie te cree. El delirio alcanzó tales cotas que ni el anuncio de un inminente anuncio por parte de la Casa Real calmaba las aguas, antes al contrario. Las fake news alcanzaban a la televisión pública, cuando la BBC se vio obligada a desmentir que hubiera cambiado su color institucional al negro en señal de duelo previamente a la emisión de una noticia de impacto. A Kate ya la daban por muerta. Así las cosas, cuando The Sun publicó en exclusiva mundial un vídeo de los príncipes de Gales de compras en The Farmer Shop, una de las tiendas favoritas de los Windsor, ya nadie se creía que quien aparecía en esas imágenes fuera Kate Middleton: «No es ella», era el comentario más repetido entre los lectores del tabloide. Kensington Palace tuvo que salir al rescate del rotativo: «Sí, es ella». Nada, la cosa seguía sin funcionar. «Es una doble», insistían. Y la doble oficial, Heidi Agan, haciendo declaraciones porque no daba crédito: «Ella está viva, todo ha ido demasiado lejos».
Nadie puede parar un bulo cuando la mentira es más atractiva que la verdad. Y en Kensington Palace deberían aprender las lecciones de este desastre. También deberían rodar cabezas, pero eso se lo dejan a los franceses.