Luis Munar espió en Siria para el CNI y lo dejaron tirado
Acaba de publicar un libro para contar sus aventuras como agente durante la guerra que lleva asolando el país desde 2011
Luis Munar trabajaba en la aseguradora Divina Pastora cuando tomó la decisión de dejarlo todo y buscarse una nueva vida por otros derroteros. Era abogado, especializado en derecho internacional y humanitario, había estado destinado en el Ejército del Aire y era reservista voluntario. Piloto de aviación, de la noche a la mañana optó por dedicarse a temas de seguridad, y para prepararse se fue a Israel, donde estuvo un año haciendo cursos de director de seguridad.
En 2012 se desplazó a un campo de refugiados de Siria para ayudar en lo que fuera. Allí descubrieron sus capacidades y su experiencia militar, y grupos rebeldes le piden que los ayude a instruirse. No era un mercenario, nunca tuvo intención de combatir contra el dictador Bashar al-Ássad. Su trabajo en aquella tierra sembrada de muerte y odio habría quedado ahí si no hubiera sido porque le hicieron una entrevista que todavía se puede leer en El Mundo: «No soy un mercenario… no podía soportar ver a los niños morir y no reaccionar».
Esa entrevista la leyeron en el servicio secreto, el CNI, y uno de sus agentes le telefoneó interesado en quedar con él. Munar había enviado tiempo antes su currículum para convertirse en agente, pero nunca le contestaron. A sus 46 años, sin un trabajo fijo, el destino le abrió la posibilidad de encontrar algo estable.
El CNI le necesitaba
La oferta fue sorprendente: querían contratarle como colaborador en Siria. Le solicitaron ayuda porque, tras el cierre de la embajada española en Damasco, carecían de presencia permanente en el país y deseaban que él fuera sus oídos y sus ojos en la guerra. Eso sí, por nada del mundo debía decir que trabajaba para ellos. Así que activó una empresa que había creado tiempo antes y regresó al país para cumplir las misiones encargadas directamente por el CNI, con el que apalabró un sueldo mensual de 1500 euros. Quizás como compensación por los tres años que iba a pasar jugándose la vida por ese dinero, también le prometieron que cuando acabara todo le ayudarían a buscar un empleo estable.
Antes de irse, le facilitaron la formación específica que creían que debía recibir —que nadie se espante—. Le citaron en el hotel NH Madrid Atocha: durante cuatro días un guardia civil le enseñó algunas técnicas como la de detectar seguimientos, le vacunaron y le dieron pastillas por si recibía un ataque con armas químicas.
El principal encargo que le hicieron a Munar para Siria consistió en identificar y localizar a los europeos que estuvieran en el país, así como detectar los campos de entrenamiento, especialmente si estaban ubicados en Turquía. En el servicio también estaban muy interesados en que se relacionara con los grupos musulmanes.
Liberar periodistas secuestrados
Desde 2012 y hasta 2015, el tiempo que sirvió como agente, aunque sin vinculación jurídica, participó en 2013 en las gestiones para la liberación de los periodistas Javier Espinosa y Ricardo García Villanova, y en 2015 en las relacionadas con el secuestro de Ángel Sastre, Antonio Pampliega y José Manuel López.
En un país con escasa presencia de europeos, en el que cada día se jugaba la vida, en el que, si hubiera muerto, el servicio nunca habría reconocido haber mantenido una relación con él, llevó a cabo todas esas misiones y muchas más difíciles y complicadas que ha narrado ampliamente en el libro Siria… carne de cañón: TODO por la patria, autoeditado en Amazon.
Munar narra ahí la última conversación con su controlador del CNI antes de romper la relación: «Como si fuera una partida de póker, eché un envite indicando que mi necesidad laboral, económica, quizá me obligara a publicar un libro sobre mi experiencia. Su rostro y su actitud cambiaron de forma súbita. El semblante amable cambió por tenso, duro y me indicó que ‘tuviera ojo con eso’, que ya conocía como iban esas cosas, que no pusiera todos los huevos en la misma cesta porque te dan una patada y te los rompen. Comenzó entonces a indicarme lo que él haría en mi lugar, que buscaría un trabajo y después seguir colaborando con ellos, que ellos tenían un proyecto pendiente conmigo, pero que no habían recibido todavía la autorización pertinente… en fin todo era tratar de ganar tiempo. En ese momento entendí su jugada. Te vas, pero calladito, porque si salía el proyecto estaba casi garantizado que iba a ser yo el que iba a estar ahí, presuntamente. No era más que otra mentira, lógicamente él estaba en su papel, no hay que culparle, y lo hacía francamente bien».