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Claves de la cumbre de la OTAN en Washington: evitar la pesadilla

A pocos días de la cita en Estados Unidos, la alianza se enfrenta a un escenario convulso

Claves de la cumbre de la OTAN en Washington: evitar la pesadilla

Un hombre protesta contra la OTAN frente a la Casa Blanca de cara a la celebración de la cumbre de la alianza atlántica en Washington DC. | Probal Rashid (Zuma Press)

La realidad es tozuda. Tristemente, somos testigos desde febrero de 2022 de la primera guerra convencional entre dos Estados en el continente europeo. La agresión rusa a Ucrania, su inesperada resistencia y la insistencia de ambos contendientes por apostar por la opción militar del conflicto han traído recuerdos de las dos grandes guerras del pasado siglo XX que creíamos olvidadas. 

La escala de las ofensivas, la destrucción de material y plataformas, la carnicería en los frentes, el impacto económico global y la vulnerabilidad de una sociedad moderna ante la guerra total han despertado fantasmas, triturado las agendas y apelado a los lideres de la comunidad occidental para afrontar el mayor reto a la seguridad del viejo continente desde 1945. ¿O no?      

Desde febrero 2022, un creciente número de académicos, funcionarios, analistas, estrategas y comentaristas nos llevan avisando desde hace ya casi dos años y medio de la posibilidad, no la probabilidad, si no la casi certeza, de una confrontación militar directa entre la OTAN y la Federación Rusa en el continente europeo en un futuro no muy lejano (meses más que años). A pesar de ello, vemos que todavía los líderes de la Alianza se resisten a creer lo que ven sus ojos y pretenden disuadir al Kremlin con fórmulas caducas y sin costes para sus haciendas y electorados. La naturaleza de la guerra ha cambiado, y ya no es posible asumir una defensa sin movilizar a las economías y las sociedades para afrontar los costes de dar capacidad y credibilidad a una estrategia de disuasión que contenga a la Federación Rusa en las fronteras de la Alianza.      

Repetidamente, Moscú desmiente cualquier intención de atacar a la OTAN, y acusa a Occidente de alarmismo y de extrapolar un conflicto «en su patio trasero» con una amenaza a la Alianza. Su propaganda y relato alternativo subraya el «doble rasero» occidental ante otros conflictos regionales como en Palestina/Israel, Mar del Sur de China o Sahel, en los cuales no adopta ni implementa las mismas normas que en Ucrania. De hecho, el Kremlin acusa a la OTAN de librar una «guerra contra Rusia en territorio de Ucrania» en la cual «se escuda tras los ucranianos» para no arriesgarse a una confrontación directa con Moscú. 

Una contradicción argumental de Moscú muy conveniente para ambas partes pues evita exponer cual frágiles son sus estrategias de disuasión para con su adversario. Lo que está claro es que la disuasión nuclear ya no es suficiente para evitar una confrontación convencional entre la Federación Rusa y la OTAN en la era de la guerra total en que nos encontramos, que incluye la guerra hibrida, cibernética y medioambiental.

Esta resistencia —o incredulidad— de los lideres occidentales a afrontar la nueva realidad se vio reflejada en la evolución de la OTAN desde el comienzo de la invasión de Ucrania en 2022. Con el precedente de la anexión de Crimea en el 2014 se adoptaron las mismas pautas de entonces con los mismos mecanismos de toma de decisiones y gestión; mucha retórica, olas de sanciones y multitud promesas de ayuda y asistencia sin compromiso de implementación y siempre condicionadas. La Alianza activó sus protocolos y, como toda coalición defensiva, no subrayó de antemano lo que iba a hacer, sino curiosamente lo que no iba a hacer. Una honrosa excepción fue su insistencia en augmentar reiteradamente negro sobre blanco que «no hay protección si no eres miembro de la Alianza», acelerando así la incorporación de Finlandia (2023) y Suecia (2024) a la OTAN.    

En la cumbre de Madrid (2022) y Vilnus (2023) la OTAN continuó con estas mismas pautas, gestionando la crisis de una manera reactiva a la evolución del teatro de operaciones en Ucrania y apostando a que los miembros de la Alianza y organismos regionales, en concreto la Unión Europea, proporcionaran el liderazgo necesario para atajar la «nueva correlación de fuerzas en el viejo continente», por usar la terminología soviética del mariscal Sokolovskii. Las declaraciones finales de ambas cumbres recuerdan a tantas otras anteriores, y no dan ninguna sensación de giro de prioridades ni de urgencia en atajar el problema en ciernes, transmitiendo una falsa sensación de calma que no corresponde con las noticias y análisis que reflejan los medios de comunicación. 

Así pues, los electorados occidentales podrían concluir dos cosas: Uno, que los medios exageran y/o fabrican la crisis para adquirir protagonismo y aumentar audiencias. O dos, que los lideres políticos no quieren o no pueden afrontar las decisiones y políticas necesarias para resolver la crisis. También pueden llegar a una tercera conclusión; que la guerra de Ucrania pueda servir como excusa para que lideres occidentales puedan explicar sus fracasos en sus gestiones y sus mandatos nacionales y consecuentemente no asumir su responsabilidad política y posible coste electoral. Cualquiera de las tres conclusiones no es muy tranquilizadora y no conduce a una mayor confianza de los electorados hacia sus representantes. 

Y como dice el refrán, «no hay dos sin tres», la OTAN llega a la Cumbre de Washington estos días 9 al 11 de julio 2024 con un «escenario pesadilla» que planea sobre el Atlántico Norte. Un escenario que es la consecuencia de «dos tormentas perfectas» que van ganando fuerza a ambas riberas del océano. 

Por una parte, las turbulentas elecciones presidenciales en Estados Unidos, en las que tras el pasado debate en la cadena CNN entre Biden y Trump, todo indica que la posibilidad de una Administración Trump 47 es muy probable. Y por otra, la parálisis de los socios europeos de la Alianza y sobre todo de la Unión Europea por reforzar el «pilar europeo» y cumplir con sus compromisos presupuestarios y de transformación de sus fuerzas armadas para aumentar sus capacidades. Además de su reticencia para reactivar su industria de defensa y sus cadenas de producción para asumir los costes de librar con éxito una guerra convencional en el continente.  

El desarrollo de este «escenario pesadilla» podría implicar varias decisiones, simultaneas o en cadena, tras el 5 de noviembre o a principios de 2025. Por u lado, el nuevo presidente de Estados Unidos podría declarar que su país «no se siente obligado a implementar el Articulo 5 para ciertos miembros europeos de la Alianza». (El Articulo 5 viene a decir que un ataque contra cualquier socio es un ataque a todos, como el lema de los Tres Mosqueteros). A su vez, los socios europeos que para entonces no hayan querido o sido capaces de construir «una disuasión o componente europeo creíble», asustados por una Rusia revisionista y revanchista, deciden optar por cambiar de «protector» y llegar a un entendimiento con Moscú y Beijing a expensas de la Alianza. (Rapallo en 1922 y el Acuerdo Molotov-Ribbentrop 1939 son dos precedentes del siglo XX y ya hay indicaciones de formaciones políticas dentro de la UE que contemplan este escenario). Ante esta brecha, la Unión Europea se deshace y sus miembros buscan refugio en alianzas subregionales o pactos con la nueva potencia hegemónica continental. ¿Este escenario es probable, plausible, imaginable?

Personalmente, espero que no. Pero, huelga decir lo obvio, detrás de este «escenario pesadilla» se esconde la cruda realidad en la que estamos ya inmersos. El nuevo marco estratégico que quizá nació en 2014, pero que definitivamente está vigente desde 2022, es un periodo de revanchismo, nacionalismo, autoritarismo y xenofobia que ésta poniendo a prueba el sistema y orden occidental de relaciones y seguridad internacional establecido en 1949 y tensándolo hasta el limité. ¿Sobrevivirá?

Sin caer en frases hechas como la típica, «esta Cumbre va a ser decisiva para el futuro de la Alianza», en Washington este fin de semana que viene la OTAN y sus países miembros tienen una oportunidad —esperemos que no sea la última o la penúltima— de reforzar el sistema y el orden de seguridad internacional, demostrando que puede asumir la realidad y tomar decisiones colectivas para apuntalar los pilares de su fortaleza y resiliencia en los últimos 75 años; la disuasión y la contención de los agresores potenciales, con las herramientas esenciales para que dicha disuasión y contención sea efectiva en la era nuclear y de guerra hibrida; es decir, la capacidad y la credibilidad.

Washington dará una oportunidad a ambos componentes de la Alianza, los americanos y los europeos, para afrontar las realidades geopolíticas y blindar a la OTAN de próximas hecatombes electorales con hechos y compromisos concretos que afectan la confianza y pilares de la Alianza. 

Uno por cada parte. Por parte americana, rechazar de plano cualquier proyecto futuro a un escudo de defensa antibalística que no incluya al continente europeo. Esta acción subrayará el compromiso de Washington con Europa al ligar su supervivencia a la de sus aliados. 

Y por parte europea, anunciar el compromiso de cada socio de recuperar sus capacidades convencionales y presupuestarias de la «Guerra Fría», es decir el 2% inmediato para 2025, y comprometerse a asumir las implicaciones a largo plazo de los nuevos retos a los que se enfrenta la OTAN. Sin el compromiso de los aliados, es decir, sin la voluntad política de los socios europeos de implementar su «defensa regional y continental» será muy complicado que la Alianza pueda hacer realidad su estrategia de disuasión y contención de los viejos y nuevos agresores y de las potencias revisionistas y revanchistas.

Ante la cumbre que se avecina y la importancia que tiene la credibilidad ante amigos y enemigos de lo que se decida en Washington, permítanme la osadía de proponer tres sugerencias para el futuro:

  • La OTAN debería moderar sus aspiraciones geopolíticas. La narrativa «democracia» frente a «dictaduras» es muy atractiva para nuestros políticos, pero lamentablemente, crea expectativas muy difíciles de cumplir y producen frustraciones y acusaciones de neocolonialismo y paternalismo en la comunidad internacional. 

    Detrás de Rusia esta China, y China es un competidor o rival global multidimensional. La OTAN tiene su marco geográfico y no debería convertirse en una organización global. La OTAN es atlántica e implica a América del Norte a la seguridad y orden europeo. Aparte de lo que los aliados decidan sobre que hacer con China, la OTAN debe concentrarse en su objetivo principal que es construir una defensa en Europa que asegure la paz y prosperidad en el marco transatlántico. La OTAN puede contribuir a atajar la amenaza en el Indo-Pacifico de China, pero su foco debe permanecer en Europa.
  • La OTAN debe fomentar el liderazgo e implicación de su pilar europeo. Los europeos no deberían asumir, como hacen desde hace 75 años, que el liderazgo americano resolverá todos los problemas del viejo continente. Los Estados Unidos de 2024 no son los Estados Unidos de 1949, ni siquiera de 1991 o del 2001. El momento bipolar y unipolar ha pasado. Estamos en una era multipolar con cuatro grandes potencias y media (EE.UU., China, Rusia, India y quizás por ver una Unión Europea centrada en Alemania). En este escenario los aliados europeos deberían apostar por consolidar su «pilar defensivo continental» dentro de la OTAN, no al margen. 

    Es una cuestión de credibilidad: si la disuasión y/o contención de un agresor a un país europeo, por ejemplo, Estonia o Rumania, son cuestionadas con el arsenal y capacidad de EE.UU. ¿Se podrían imaginar la credibilidad del arsenal británico, y/o francés? La pregunta es ¿Es creíble para Moscú que Francia o el Reino Unido arriesguen Paris o Londres por Tallin o Bucarest?

    Si el objetivo es asumir la realidad y actuar de acuerdo con ella, lo que está claro es que no hay defensa y seguridad creíble y con capacidad europea fuera de la OTAN. El pilar europeo implica la voluntad política de los líderes del viejo continente de afrontar los retos de su región de la manera más efectiva y económica para sus ciudadanos. Como decía Lord Ismay (primer secretario General de la OTAN) «Si no está roto, no lo arregles».
  • La OTAN debe adaptarse a los tiempos y tener visión de futuro. Los aliados deberían de dejar de depender de la «cultura política» de la Cumbres de jefes de Estado y de Gobierno que tanto entusiasman a los lideres de los estados miembros. 

    Cierto que resultan atractivas para políticos de cara a sus electorados y les dan un perfil internacional positivo de imagen y competencia. Pero, especialmente durante las últimas tres décadas, cada año o dos veces al año las «Cumbres» de la OTAN reúnen a lideres en conclaves que no pueden fracasar y deben traer «algo positivo de vuelta a casa» no solo la famosa «foto de familia». Eso produce vaguedades, comunicados confusos e inocuos y perdida de concentración en la estrategia y los objetivos de la organización a largo plazo. Es decir, distorsiona la visión de la Alianza y produce altos niveles de incompetencia, frustración y cortoplacismo.

    La OTAN debería volver a su modelo de gestión, consulta y planificación a largo plazo que tan buenos resultados dieron durante la «Guerra Fría» y olvidarse de los ciclos electorales de sus lideres. Menos jefes de Estado y de Gobierno y más ministros relevantes de Defensa y Exteriores con sus delegaciones institucionales. En paralelo, una señal de credibilidad y competencia sería el reforzamiento de la secretaria de la organización y de su estructura y mandos militares. Es decir, más profesionales y expertos y menos políticos recolocados.  

El objetivo de la OTAN es evitar la guerra y, a través de la contención y disuasión de los agresores potenciales, hacerla impensable e imposible. Para este objetivo tan ambicioso la OTAN necesita poder militar y diplomático. Un poder basado en su capacidad y credibilidad, y sobre todo en la consulta y cohesión de los aliados.

Esto implica afrontar la realidad y que nuestros lideres se comprometan a gastar capital político y recursos presupuestarios para el bien común de la Alianza. Finalmente, también implica que tengan la voluntad política de preparar a sus sociedades para decisiones difíciles y quizás a sacrificios necesarios. No es una situación envidiable en la que se encontrarán nuestros lideres en Washington dentro de unos días. No seamos demasiado exigentes con ellos. Pero la buena noticia es que pronto sabremos quiénes son los estadistas, quiénes son los soñadores y quiénes son los charlatanes.         

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