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Enfoque global

China y las elecciones en Estados Unidos

Se dice que una victoria de Donald Trump sería muy favorable para el gigante asiático. ¿Es esto realmente así?

China y las elecciones en Estados Unidos

Donald Trump durante la visita oficial a China que realizó durante su primer mandato, en 2017. | Shealah Craighead (Zuma Press)

Las elecciones presidenciales de este noviembre han sido pintadas con tintes apocalípticos por ambos lados. Tanto los republicanos como los demócratas dicen estar luchando por una supuesta «alma» de EEUU. Las últimas semanas, con un intento de asesinato a Trump y el golpe de gracia intrapartidista de la renuncia a la reelección por Biden, parecen por lo menos seguir esta estética. 

En paralelo, la historia parece rimar, y no con versos recientes, sino con ecos de la Guerra Fría. El último intento serio contra la vida de un presidente fue el atentado contra Reagan en 1981, y contra un candidato, el asesinato de Robert F. Kennedy en 1968. Por otro lado, ningún presidente había, desde Lyndon B. Johnson ese mismo año, renunciado a la reelección. Además, LBJ fue forzado a esta decisión por la impopularidad de su gestión de una guerra en parajes lejanos. También éste quiso encumbrar a su vicepresidente, Hubert Humphrey, a través del aparato del partido. Richard Nixon ganó esas elecciones.

Aunque predecir el resultado de este noviembre es un juego complicado y peligroso, pues así lo indican las encuestas, los paralelismos son llamativos. Aún con esto, la situación geopolítica actual no es una nueva Guerra Fría, como explican muchos académicos, pero sí es una competición estratégica. Además, es una en la que se acusa directamente a candidatos de favorecer al enemigo y viceversa.

Recientemente, Instituto para el Diálogo Estratégico (ISD) ha advertido de que China está realizando una campaña de propaganda en redes y entornos estadounidenses con mensajes favorables a Trump. Esto lleva a dos claras preguntas: ¿prefiere China a Trump? Y, si es así, ¿por qué?

Límites de la retórica y lo que está en juego

A primera vista, este tema puede parecer extraño. Al fin y al cabo, fue Trump el que ganó unas elecciones en 2016 denunciando a China en todos los frentes: abrió una guerra comercial con el país, llamó al covid-19 el «virus China» y, de hecho, ha creado un consenso bipartidista en la política exterior de EEUU para con el gigante asiático. Trump parece, así, ser un gran enemigo, o incluso una amenaza.

El principal ángulo de ataque de Trump a China fue uno económico. Quizás por motivos electorales, Trump se centraba en la deslocalización de empresas y trabajos manufactureros a China por su mano de obra barata, el bajo valor de cambio del yuan o renminbi que favorecía sus exportaciones, su supuesto uso desleal de subsidios… Así, lanzó su guerra comercial, ya como presidente, en 2018. Son los resultados de esta los que empiezan a arrojar más luz sobre las preguntas.

El consenso académico es que las guerras comerciales son siempre perjudiciales para las dos partes. El caso de la guerra comercial entre China y EEUU parece confirmar este dogma, aunque solo si es pensado en términos completamente económicos. Incluso en este campo hay algunos flecos positivos para China: su comercio con Europa aumentó de forma significativa, pues los productos destinados a EEUU no se desvanecen, sino que encuentran otros mercados. Fuera de lo económico, la guerra comercial sirvió como herramienta de legitimidad nacionalista para el Partido Comunista (PCCh) y como señal interna de que China estaba molestando a EEUU y era, en consecuencia, un actor poderoso.

Este dato es particularmente importante, pues la legitimidad del PCCh ha estado, desde su periodo de apertura y reforma, basada en la provisión de crecimiento económico y mejoras en el estándar de vida de la población. Sin embargo, China se encuentra ahora mismo en un proceso de reconversión de su modelo productivo hacia uno de «crecimiento de alta calidad» y «doble circulación», lo que implica menos cifras apabullantes y más énfasis en sectores estratégicos. Un menor crecimiento, como implicó la guerra comercial, podría haber sido peligroso para el PCCh si no hubiera encontrado esta nueva fuente de legitimidad en la competición con EEUU y la defensa de la civilización china.

En suma, Trump es, aún con su retórica bombástica y agresividad, un líder con el que Xi (léase también Putin, Kim Jong-un, etc.) cree poder lidiar, poder manejar. Trump siempre parecía estar encantado de reunirse con los objetos de sus insultos y amenazas y luego alabarles. Más importantemente, desde el punto de vista de China y de cada vez más analistas, la competición actual no es económica sino estratégica: una competición por el orden internacional y sus características. Es ahí donde se encuentra la respuesta positiva a la primera pregunta.

El significado de Trump para China

Rush Doshi ha probado que la gran estrategia de China es relativa a la percepción de su disparidad de poder con EEUU. Según sus investigaciones, fue la elección de Trump como presidente en 2016 lo que inauguró la fase actual de estrategia china, pues esta disparidad decreció. ¿Cómo se explica esto? El poder militar de EEUU seguía siendo mayor que el de China, su economía más grande en términos brutos…

Pero, estratégicamente, Trump simboliza, con su agresividad, desprecio explícito al multilateralismo y la política de alianzas de EEUU y énfasis en lo económico, un golpe mortal al «orden liberal internacional basado en reglas»: Trump amplifica la hipocresía de este orden, retira su liderazgo y, en consecuencia, resta incluso más legitimidad a EEUU, su poder y su orden. Es bien cierto que este orden se encuentra en declive desde por lo menos 2003 y la guerra de Irak de manos de George W. Bush, con actuaciones similares a las de Trump. En este sentido, Trump es, para China, poco más que un síntoma particularmente severo de un proceso mayor y longevo.

Por mucho que Obama hablase de su «giro hacia Asia», desde su administración se detecta un «giro hacia dentro», y Trump no hace sino continuarlo. La economía y las cuestiones identitarias y culturales son su gran interés; la política exterior sirve sobre todo a la primera, como se puede ver en el bagaje intelectual de sus consejeros comerciales Peter Navarro y Robert Lighthizer. Es cierto que el Partido Republicano contiene personajes influyentes y cercanos a Trump, como Mike Gallagher o Matt Pottinger, con una posición puramente geopolítica y militar muy agresiva contra China.

Sin embargo, esto no es ajeno a los demócratas, y es muy probable que, desde el punto de vista chino, la diferencia en este ámbito sea marginal. En este orden de ideas escribía el prestigioso profesor de la Universidad de Pekín, Wang Jisi, que China no tiene preferencia entre Harris o Trump pues, a efectos de la política directa de contención hacia China por parte de EEUU, no existe una diferencia real entre demócratas y republicanos. Así, lo central para entender quién es Trump para China está en su relación con el orden internacional y su estilo de liderazgo.

Por si no fuera poco, todo esto desestabiliza (o polariza, como se suele decir) también la política interna de EEUU. En contraste, China se presenta como un modelo más atractivo para el Sur Global, y mejora su imagen mundial como potencia pacífica y pacificadora con una acción de perfil bajo o incluso inacción. Así, Confucio dijo una vez: «quien gobierna mediante la virtud es como la estrella Polar, que permanece fija en su casa mientras las demás estrellas giran respetuosamente alrededor de ella».

Otro gran punto para tener en cuenta tiene que ver con el gran problema de la política exterior china: Taiwán. Por lo menos en campaña, Trump ha desechado la narrativa clásica de la «ambigüedad estratégica», o sea, la práctica de dar respuestas poco directas, ambivalentes, contradictorias o posiblemente falsas al hablar de la isla. En una entrevista con Bloomberg, Trump respondió un rotundo «no» a si defendería Taiwán. Las razones, como es habitual, son económicas: acusa a la isla de robar la industria de chips de EEUU y no «pagar» por su propia defensa. Este mensaje podría perfectamente no cristalizar en política si el republicano volviera a la Casa Blanca, pero sin duda señaliza a China una oportunidad mayor que si la política exterior siguiera controlada por Blinken, Sullivan y otros colaboradores del llamado «blob».

Trump, China y Europa

China es también abanderada de la «autonomía estratégica» para Europa y la Unión Europea (UE). En su reciente viaje por el continente, en especial durante su paso por Francia y sus conversaciones con Macron, Xi animó a Europa a realizar esta supuesta aspiración, que significaría sin duda menos seguidismo y abdicación de esta en relación con EEUU. El mensaje de Xi no debería ser ignorado o descartado como una trampa: sin duda esta autonomía beneficiaría también a Beijing, pero Xi está en lo cierto al identificarla como una aspiración de la UE, dejando de lado los debates sobre su factibilidad. Una vez más, Trump podría actuar aquí en línea con los intereses de China. Ha sido vocal en su clásica denuncia a miembros de la OTAN por gasto militar insuficiente y, en actos de campaña (por lo que debe ser tomado con pinzas), amenazado con retirar a EEUU de la alianza e invitar a Rusia a invadir territorios. Trump forzaría así a Europa a una falsa autonomía, o sea, a una autonomía sin las capacidades necesarias para llevarla a cabo, a una deriva.

Desde el punto de vista chino, ambas opciones son beneficiosas. Una UE, o por lo menos países miembros relevantes, con autonomía y defensa de sus intereses crearía una relación menos vasalla con EEUU. La política internacional, la diplomacia, las relaciones comerciales, entre otras, serían así menos rígidas y, en caso de que Trump realizara su Gran Desconexión con Europa, esto no haría sino coronar este nuevo triángulo. China vería en esta situación un entorno más favorable. Una Europa que, por lo menos desde su punto de vista, siempre se ha visto más beneficiada que el Sur Global, pero hasta perjudicada en relación con EEUU por el «orden liberal internacional basado en reglas» sería ahora un actor consciente, y hasta con simpatía por una reforma de éste.

En consecuencia, EEUU tendría menos recursos de poder en su competición contra China. Con todo, este escenario es cuanto menos improbable, pues este tipo de movimiento habría requerido de una dedicación y preparación previa en Europa, que simplemente no ha sucedido, y no hay señales de que esté sucediendo ahora. El discurso de la autonomía estratégica nunca fue serio. La resurrección de la política industrial, el énfasis en gasto militar, el apoyo a Ucrania o los aranceles y subsidios a sectores estratégicos como los vehículos eléctricos no son ni sucesos autónomos ni propiamente europeos y no sirven, en su forma particular actual, a sus intereses.

La más probable —por no decir posible— ruptura sin autonomía que advendría una segunda presidencia de Trump es también estratégicamente favorable a China. Europa pasaría de ser un actor subordinado a EEUU a un no-actor y, aunque seguiría defendiendo el orden actual, estaría ahí sola e impotente. El escenario sería menos estable que el triángulo arriba teorizado pues no habría espacio ni voluntad para la diplomacia creativa, que sería sustituida por una intensificación aún mayor de la rivalidad EEUU-China. Sin embargo, EEUU seguiría perdiendo los recursos de poder que le reporta su relación asimétrica con Europa, allanando también así el campo de la competición.

No con Trump: contra EEUU

¿Quién es Trump para China? ¿Por qué le prefiere? China no interviene a favor de Trump porque este le «guste» ni por ningún tipo de afecto o sintonía. Muy al contrario, es más sencillo imaginar que el liderazgo chino lo considere más como una molestia o una incomodidad que como un amigo. Tampoco es lícito decir que lo prefiere porque Trump es un autoritario y China busca un mundo con más regímenes así; no hay simpatía ideológica alguna en este caso y, en general, el autoritarismo no es en sí una fuerza política ni nacional ni internacional, como prueba la historia. Y es que China no interviene «a favor de Trump» ni le prefiere: interviene en detrimento de EEUU, pues ese es su interés. Sus razones no están en Trump, sino en lo que significa. Está en el interés de China desacreditar el liderazgo y orden de EEUU, exponer sus excesos, debilitar sus alianzas, denunciar sus abusos económicos, publicitar la disfuncionalidad de su sistema político y su moralismo. Trump hace todo eso por ellos.

En definitiva, Trump no es, en sí, nadie para China.

Álvaro Tejero García es Analista del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.

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