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Enfoque global

¿'Quo vadis', España? Sin política exterior, un país a la deriva

La estrategia de nuestro país en el tablero internacional parece responder a los intereses particulares de ciertos políticos

¿’Quo vadis’, España? Sin política exterior, un país a la deriva

El actual ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares. | Gustavo Valiente (Europa Press)

Hace tiempo que España ha renunciado a tener una política exterior que le ayude tanto a relacionarse con el resto de las naciones de forma coherente como a encontrar su lugar y defenderlo dentro del tablero mundial. Sin política exterior, nos hemos convertido en un peón de una partida jugada por otros, las grandes y medianas potencias que hoy compiten por el dominio global.

Si bajo la presidencia de José María Aznar se produjo un giro atlantista basado en el paraguas del poder duro de Estados Unidos, y que derivó en las protestas contra la invasión de Irak, germen del actual populismo progresista; con José Luis Rodríguez Zapatero se impulsó un giro de 180 grados para convertir a España en una potencia media de poder blando, con la ayuda exterior al desarrollo y su Alianza de Civilizaciones como puntas de lanza. 

Con estas dos estrategias tan distintas, España primero se posicionó como un aliado preferente de Estados Unidos, para después ser denostado por Washington en un cambio que intentó colocar a Madrid como paladín de la interdependencia, alejándose así de las lógicas de poder para transitar por las vías del respeto y la colaboración. Una diplomacia naïve que sonaba muy bonita tras el realismo de la etapa de Aznar, pero que dejó a España sin alternativas tras la crisis económica desatada en 2008. 

La etapa de Mariano Rajoy estuvo centrada precisamente en sacar a España del estercolero de los ‘PIGS’ en el que nos habíamos metido, para luego enfangarse de nuevo en el lodazal del soberanismo catalanista. Una España ensimismada en sus propios asuntos que limitó su estrategia exterior a tratar de recuperar el prestigio perdido entre rescates económicos y falsos referéndums. Sin apenas levantar los ojos de Bruselas, se recortaban las partidas de Exteriores y Defensa sin pudor, mientras España perdía influencia internacional.

Y en esas llegó a la Moncloa Pedro Sánchez, que lejos de revertir el paso, impuso su propio acelerón hacia la liquidación de la política exterior española. Veamos cómo.

¿Qué es la política exterior?

Antes de describir cómo Pedro Sánchez ha renunciado a tener una política exterior conviene aclarar qué significa realmente el término política exterior. En primer lugar, hay que indicar que la política exterior, como toda política, ha de tener dos características básicas, o no será política exterior: naturaleza pública y ser fruto de un proceso.

Por naturaleza pública queremos decir que emana de las instituciones estatales y que sirve a propósitos generales, en este caso, al bien común de todo un país. Por eso los particulares, por mucho poder que tengan, como Elon Musk o Bill Gates, no pueden tener una política exterior, pues sus decisiones son de carácter particular, o como mucho empresarial, y tienen un fin también privado, por mucho que se empeñen en presentar sus acciones como solidarias. En estos casos habría que hablar más bien de estrategia global o planes estratégicos.

En cuanto al segundo componente, ser fruto de un proceso, aquí las cosas se complican y es donde muchos países fracasan, ya sea por incapacidad o por abandono propio, pues no todos los Estados cuentan con los recursos ni la voluntad necesarios para desarrollar una verdadera política exterior.

La primera fase del proceso de política exterior es su elaboración. Para ello deberemos contar con la información suficiente para analizar nuestro entorno, establecer una evaluación adecuando nuestros objetivos a los medios disponibles, identificar las alternativas posibles y seleccionar una de las distintas opciones a nuestra disposición.

En segundo lugar, se ejecutan las decisiones tomadas y en tercer y último término se controla su implementación. Un control que puede ser de muy diversa índole, bien nacional o internacional; bien político, jurídico o popular; bien anterior o posterior o bien legislativo, judicial o administrativo. El control es una fase esencial en el proceso de política exterior, sobre todo en regímenes democráticos, porque permite evaluar la eficacia de las decisiones tomadas y evita repetir errores. 

Pues bien, una vez definida la política exterior será más fácil comprender por qué decimos que mientras todos los países mantienen relaciones exteriores de diversa índole (diplomáticas, económico-comerciales o de defensa), no todos los Estados cuentan con una política exterior. ¿Podemos decir que los Estados Federados de Micronesia pueden tener política exterior sin apenas presupuesto ni gasto en defensa? No, porque les faltan instrumentos esenciales para alcanzar sus objetivos. Otro ejemplo, ¿podemos decir que un país sin mayor objetivo que su supervivencia como nación soberana cuenta ya con política exterior? No, porque ese es un fin básico de todo Estado, no es necesaria una política exterior para fijarlo, en cambio sí que es necesaria para encontrar las estrategias adecuadas para garantizarla mejor mediante el establecimiento de objetivos y la movilización de recursos.

Y en el caso de España, ¿qué podemos decir? Ahora sí, veamos qué pasa con nuestro gobierno.

¿Tenemos una política exterior?

Como sucede con la política interna, la acción exterior española no puede ser más errática y disfuncional, repleta de cambios de dirección y golpes de efecto sin que se perciba una estrategia coherente que les dé sentido y coherencia.

El estilo personalista de Pedro Sánchez agrava aún más la situación. Es cierto que la política exterior siempre ha sido una de las esferas más controladas por nuestros presidentes, pero la opacidad que ahora rodea esta área no se había visto nunca en nuestra democracia, siendo más propia de regímenes autoritarios como el ruso o el venezolano.

La mejor forma de comprobar la veracidad de una acusación tan grave es analizar los expedientes más controvertidos de la agenda exterior española, analizando si cumplen o no con los requisitos de toda política exterior que hemos visto anteriormente.

  • Marruecos: sin previo aviso, ni consultas siquiera con su equipo de gobierno, en marzo de 2022 se hizo pública una carta firmada por nuestro presidente en la que revertía décadas de postura española sobre el Sáhara Occidental, anunciando que apoyaba la propuesta de autonomía marroquí para la antigua colonia española, de la que aún es potencia administradora para la ONU. Desde luego no se cumplieron ninguna de las partes del proceso de política exterior, ni en la elaboración ni en el control. Resultado: Marruecos sale beneficiado claramente sin contrapartida alguna (ni en la lucha contra las mafias de tráfico de personas o de hachís, ni en los aspectos comerciales) y España sale notablemente perjudicada al crear un innecesario conflicto con Argelia, un país vital para nuestro abastecimiento energético.
  • Gaza: tras el ataque terrorista de Hamás contra Israel del 7 de octubre de 2023, a nuestro Gobierno no se le ocurrió mejor solución que reconocer al Estado palestino, olvidando que el 37,5% de su población vive secuestrada por una organización terrorista y que ni siquiera todos los países musulmanes pretenden realmente su independencia, pues de ese modo perderían una baza para criticar y atacar a Israel, además de granjearse un nuevo problema del que ahora se desentienden completamente bajo la excusa de que es un asunto de la ONU. Resultado: cuando los únicos que aplauden tu decisión son grupos terroristas como Hamás, a los que se suman los hutíes tras rechazar España participar en la coalición internacional para poner fin a sus ataques en el mar Rojo, es que algo no estás haciendo bien. Además, con esa acción unilateral, que sólo fue seguida por Irlanda y Noruega, España se coloca frente a franceses y alemanes y en contra de Estados Unidos, tu principal garante de seguridad. Una muestra más de esa diplomacia naïve que nada resuelve pero que sin pudor expide certificados de pureza ética.
  • Venezuela: a nadie pudo sorprender la acción del Gobierno tiránico de Maduro tras las recientes elecciones, represión contra la oposición y manipulación de los resultados sin posibilidad de auditoría independiente. Lo que sí sorprende es la esquizofrenia de la postura del Gobierno español, que por un lado habla de la necesidad de un escrutinio verificado de los votos emitidos por el pueblo venezolano, pero por otro se niega a calificar a Maduro de lo que es, un dictador en toda regla. Por si fuera poco, permite que en su embajada de Caracas se chantajee al líder de la oposición para forzar su exilio a nuestro país previo reconocimiento de la victoria de Maduro. Lo último, tras negarse a condenar al régimen chavista en el Parlamento Europeo, ha sido sumarse a una carta que admite la victoria de Edmundo González, pero continúa sin reconocerle como legítimo presidente venezolano, una negativa enmendada al menos por el Congreso español. Resultado: España deja de ser vista en Europa y América como un interlocutor válido con Venezuela, en gran parte debido a las sospechosas conexiones entre el chavismo y parte de nuestra clase política, desde Bildu y Podemos a sectores del propio PSOE, con el Expresidente Rodríguez Zapatero a la cabeza. 
  • China y Rusia: junto con Estados Unidos, son las grandes superpotencias que compiten por la supremacía mundial. España pertenece a la UE y a la OTAN, es decir, a la esfera occidental, y sin embargo en su seno es percibida cada vez más como un actor no alineado por las decisiones de nuestro presidente y la composición de nuestro gobierno. El que un expresidente ejerza de lobista de Pekín y un exvicepresidente lo haga de Moscú no es la mejor tarjeta de visita para presentarse como un aliado fiable. Desde luego no son los únicos, pero deberíamos fijarnos en cómo Alemania está pagando muy caro el haber mirado hacia otro lado mientras sus exaltos cargos se dedicaban a inflar sus cuentas particulares en detrimento de los intereses generales de su país. Resultado: convertirnos en el caballo de Troya de quienes quieren liquidar el orden internacional liberal no resolverá nuestros problemas internos, pero sí que nos distanciará de nuestros socios y aliados, alejándonos sin remedio de los centros de decisión que más nos deberían importar, no los de Puebla o Shanghái, sino los de Bruselas y Washington.

En todos estos asuntos podemos observar un patrón común: las decisiones no son fruto de una elaboración meticulosa, sino que parecen surgir única y exclusivamente de la voluntad del Presidente; se ejecutan sin tener en cuenta el impacto que puedan tener ni sobre los afectados ni sobre el conjunto de la sociedad española, pues ni saharauis, ni gazatíes, ni venezolanos han mejorado su situación en modo alguno mientras los españoles asistimos sorprendidos al esperpento continuo de nuestro gobierno y a la pérdida de influencia exterior de nuestro país; y al externalizar gran parte de las decisiones y actividades en actores ajenos al Estado, como Rodríguez Zapatero o Moratinos, logra escapar al control que debería ejercerse sobre su labor, un control que, recordemos, es una parte esencial en el proceso de toda política exterior.

Quo Vadis España?

Como si se tratase del propio Nerón, Pedro Sánchez ha quemado lo que quedaba de nuestra política exterior en aras de un proyecto personal totalmente opaco. Fuera de los eslóganes vacíos y los golpes de efecto, no se perciben unos fines claros ni una estrategia coherente para alcanzarlos.

La política exterior es esencial para cualquier Estado, y más para uno como el nuestro, cuya posición geopolítica le obliga a lidiar en varios frentes a la vez. Nos olvidamos de que, como país, contamos con numerosos y valiosos recursos con los que alcanzar nuestros objetivos, no sólo materiales, sino también culturales y sociales. Pero desde hace tiempo estamos empeñados en una empresa de autoliquidación nacional, incapaces de ponernos de acuerdo sobre qué es lo que somos ni lo que queremos ser. 

El problema del Gobierno de Pedro Sánchez es que se ha aupado al poder precisamente aprovechando esa indeterminación. Su objetivo no es acabar con ella, sino alimentarla para perpetuarse en la Moncloa al presentarse como única opción viable dentro del caos. 

No es extraño, por tanto, que sin proyecto de país la política exterior como tal no exista, y haya sido sustituida por una agenda propia del presidente y su camarilla. Como resultado, tal y como indica el Real Instituto Elcano, nuestra presencia global ha ido retrocediendo desde 2010, hasta situarse en la actualidad en niveles de la década de 1990.

La política exterior no es cuestión de carnés de partido ni de superioridad moral, sino de voluntad de servicio, honestidad y capacidad de trabajo. Para sobrevivir y prosperar en un mundo como el actual necesitamos saber primero qué es lo que queremos, en segundo lugar, determinar si contamos con los medios necesarios para alcanzar nuestros objetivos y en tercer lugar ser capaces de adaptar nuestra estrategia a los acontecimientos.

Quien reemplace a Pedro Sánchez al frente del gobierno tendrá una dura tarea por delante. Son muchos años de dejadez y vaivenes. Costará hacer comprender a propios y extraños que España ha vuelto. La alternativa es seguir por la senda de la irrelevancia, viendo cómo nuestros intereses nacionales se convierten en moneda de cambio en manos ajenas dentro del zoco de las relaciones internacionales.

El Dr. Pedro Francisco Ramos Josa es Analista del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.

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