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Y cuando la oposición despertó, Maduro todavía estaba allí

En Venezuela no hay una democracia, sino un autoritarismo electoral que ha devenido en una autocracia cerrada

Y cuando la oposición despertó, Maduro todavía estaba allí

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. | Reuters

Como dicen en España, «por si no os habéis dado cuenta», o «no lo habéis notado», el hecho es que el nuevo gobierno de Nicolás Maduro técnicamente ya comenzó. Qué quieres que te diga. Sin ánimos de desalentar ni de provocar a nadie, eso es lo que muestran las evidencias dentro de Venezuela a la fecha, 20 de octubre de 2024.

Esto puede sonar duro y políticamente incorrecto para millones de venezolanos que siguen padeciendo la crisis política económica y social; para los 2.400 presos políticos, sus madres, familiares y amigos; para los cientos de miles de migrantes a los que no les ha ido tan bién como quisieran y sueñan con tener su propio país donde prosperar y criar a sus hijos sin ser extranjero, y encima sudaca

Y ni hablar de lo difícil que puede ser admitir eso para los líderes políticos de la oposición y los miles de jóvenes de los cuadros medios de los partidos que han sufrido y sufren torturas, persecuciones, exilio y miedo, por ellos mismos y por sus familias. 

Pero, vamos, hay que decirlo. El nuevo gobierno de Maduro para el período 2025-2031 ya comenzó. Fue anticipado, al igual que estas navidades forzadas en las que calles, fachadas,  dependencias públicas y comercios privados han sido decorados como si estuviéramos en Navidad. 

Es que la orden chavista también es anticipar la Navidad, el tiempo, la normalidad forzada y pretender que aquí no ha pasado nada, invocar la plaga del olvido, como esa que azotó las páginas de «Cien años de Soledad».

Ya sabemos que la oposición no ha tirado la toalla y que sus líderes más conspicuos y legitimados por la moral del sufragio universal y secreto, Edmundo González, en las presidenciales, y antes María Cortina Machado en las primarias, insisten en afirmar que el 10 de enero quien asumirá la presidencia de Venezuela, y el poder se entiende, será el buenazo de Edmundo porque así lo decidió la voluntad popular a través del voto, ese 28 de julio del año de gracia de 2024. 

En la práctica del periodismo clásico hay una de las cinco preguntas que a veces se olvida, o no se tiene la oportunidad de preguntar, o alguien no puede o no quiere hacerlo: Cómo

En los tiempos que corren, el Qué, el Dónde y Cuándo protagonizan la instantaneidad de las redes y los medios digitales. Por eso vale más preguntarse Por Qué y el Cómo. Junto con a la verdad, esas son de las primeras víctimas de esta dictadura de la desinformación.

El Por Qué ya lo sabemos. Se trata de defender la autoridad moral que confiere el voto popular en una democracia. Pero el Cómo se queda huérfano cada vez que aparecen Edmundo o María Corina a anunciar como un mantra que el 10 de enero sale Maduro del poder y se iniciará una transición democrática en Venezuela.

Si es comúnmente aceptado entre politólogos y perseguidos políticos que en Venezuela no hay una democracia, sino un autoritarismo electoral que ha devenido en una autocracia cerrada, ¿con qué lógica se puede creer, con los pies en la tierra, que el 10 de enero habrá una transferencia ordenada del poder como ocurre en cualquier democracia occidental?

Democracias por cierto que no han reconocido a Maduro para un nuevo período de gobierno, aunque ya envían nuevos embajadores a Caracas y sus empresas sigue buscando ampliar los negocios en una economía desesperada por inversiones extranjeras.

Sin secretos en la montaña

Si a evidencias vamos, para quien la quisiera ver, acaso la más contundente hasta ahora se desplegó en los patios del llamado Cuartel de la Montaña, un mausoleo en el oeste de Caracas donde están los restos de Hugo Chávez, el que fuera el hombre más poderoso por estas tierras desde la época de los virreyes de España.

Hasta ese castillete santificado por la revolución (o más bien religión) chavista acudieron esta semana todos los generales y almirantes que manejan los cañones, misiles, aviones y fragatas a renovar mandos y de paso a jurar lealtad absoluta a Nicolás Maduro como comandante en jefe de la Fuerza Armada, y como jefe de Estado de la hace tiempo llamada República Bolivariana.

«Este acto solemne hoy ratifica el camino de una Fuerza Armada Nacional Bolivariana que más que una Fuerza Armada compañeros es un poder, el poder de la República Bolivariana de Venezuela», dijo Maduro en una frase que recalca la prédica del chavismo, de fusionar su propia doctrina política socialista con la de todo el país. Aunque no hay constancias históricas de que Bolívar fuera socialista, por cierto.

En este acto transfirieron el mando los comandantes de las diferentes fuerzas y de las regiones operativas militares en las que está dividido el país. También asumieron los nuevos jefes, recién estudiados y aprobados por el propio Maduro. Ha sido ratificado el ministro de la Defensa, el incondicional Vladimir Padrino, quien lleva 10 años en el cargo y es tenido como el principal puntal del régimen chavista. 

En Venezuela hay unos 2.000 generales y almirantes activos, más que en toda la OTAN, según algunas fuentes militares. Pero muchos de ellos están en labores administrativas y no dirigen tropas, al igual que otros cientos de oficiales empleados en la enorme burocracia estatal y en empresas de la propia Fuerza Armada. 

«Confirmo públicamente que he recibido la carta de invitación y que asistiré formalmente al cumplimiento del juramento, de acuerdo a la Constitución, ante quién se juramenta el candidato vencedor», o sea, la Asamblea nacional, dijo Maduro rodeado de todos los máximos jefes del Ejército, la Aviación, la Armada, la Guardia Nacional, del cuerpo de Milicias, y de la policía política Sebin y de la Dirección de Contrainteligencia Militar. 

Estos dos últimos cuerpos tienen el mandato expreso junto con la Policía Nacional y los demás cuerpos de seguridad, de perseguir a «los fascistas y terroristas», como el chavismo califica a todos sus adversarios. 

Fu un acto solmene, efusivo en uniformes de gala, charreteras, sables, estandartes, bastones de mando y roncas voces de mando; adornado con cadetes en trajes de gala que marchan sincronizados, algunos lucían uniformes de la época de la guerra de Independencia. 

El heredero del comandante de paracaidistas Hugo Chávez es un civil, forjado en las luchas sindicales en la compañía Metro de Caracas y antes formado en asuntos del comunismo militante en La Habana, en la Escuela Superior de Cuadros Nico López, del Partido Comunista de Cuba (PCC), donde según su biografía oficial estudió «filosofía marxista, economía política, historia de América Latina».

Bueno, es un civil pues, por eso destacó el hecho de que ese día otra vez Maduro estuviera vestido de verde oliva, con un uniforme militar tocado de insignias, de holgada guerrera al estilo mao, como maoísta fue su formación juvenil de izquierda.  

Un día antes, esta vez en los patios de la Academia Militar, bajo un emblemático árbol, el círculo pequeño de la cúpula militar se había juntado para jurar lealtad a este proceso político. Emulaban lo que hicieron en la prehistoria del chavismo los «Comacates», comandantes, coroneles y tenientes que eran la fase seminal del movimiento MVR200. Aquellos eran los conspiradores comandados por Chávez, y terminaron dando dos fallidos golpes de Estado. Por azares de la democracia de entonces llegarían al poder gracias al sufragio universal. 

«Tenemos una estructura popular, militar policial para defender la paz del país», dijo Maduro al recalcar que «en 48 horas» sofocó las manifestaciones que brotaron el 29 de julio, cuando el oficialista Consejo Nacional Electoral (CNE) anunció su reelección sin presentar los resultados desagregados ni las actas de votación que hasta el sol de hoy inútilmente piden opositores y algunos gobiernos, incluido el de España y toda la Unión Europea.

«La fusión cívico, militar, policial demuestra la fortaleza institucional» y «Venezuela tiene un poder militar que la defienda, patriota y cada vez más chavista, de profunda raigambre popular del pueblo», un par de frases que dejan poco margen de dudas, por muy voluntarioso y optimista que sea el lector.

«Así como vamos consolidando el poder militar hay que consolidar el poder popular, la democracia directa. Nuestro proyecto no es la democracia burguesa liberal, la falsa democracia liberal, burguesa, la falsa democracia representativa», dijo Maduro quien, como su antecesor suele denostar de los partidos políticos tradicionales y de sus dirigentes.

El modelo consiste en gobernar de manera directa, vertical, en una relación sin intermediarios entre el líder y el pueblo. Claro, con el apoyo directo y explícito de la Fuerza Armada, que no es una concha de ajo sino el verdadero ejercicio del Poder. Chávez fue muy eficiente en eso. En el futuro inmediato se verá cómo lo hace Maduro en esta nueva etapa en la que parece haber entrado Venezuela de bruces. 

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