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Mil días que no nos estremecen lo suficiente

Europa debe incrementar su ayuda militar a Ucrania y lograr el compromiso aliado para su futuro ingreso en la OTAN

Mil días que no nos estremecen lo suficiente

Soldados ucranianos en Jersón. | Zuma Press

La invasión de Rusia, que comenzó el 24 de febrero de 2022, cumplirá mil días en noviembre. Mil días de sangre y fuego impuestos por una superpotencia débil con complejo de superioridad a un país que quiere ser independiente y libre. Mil días de intento de aniquilación por todos los medios, con un terrible coste de vidas humanas y sufrimiento para toda la sociedad ucraniana. 

Aquellos análisis de grandes expertos que pronosticaban un paseo militar de Putin se revelaron perfectamente desinformados. La invasión no ha durado unas semanas. Pero la solidaridad europea con Ucrania de los primeros meses ha dado paso a un tibio respaldo. Estamos distraídos con otras cosas. 

Mientras tanto, Moscú -tan lejos de aquellos Diez días que estremecieron al mundo, del periodista militante John Reed, en los que al menos había épica, aunque fuera partidista– sostiene con cinismo la denominación de «operación militar especial», sigue alegando la desfachatez de que existía un conflicto previo por el que tuvo que intervenir y agita aún el espantajo de la desnazificación de Ucrania, una lamentable proyección de las entrañas de la autocracia de Putin. Mientras tanto, Rusia sigue machacando objetivos militares y civiles en una guerra de desgaste en la que su menor preocupación es la carne de cañón de sus propios soldados.

Para reemplazarlos, hay fuertes sospechas –respaldadas con imágenes— de que miles de militares norcoreanos se están entrenando para ser desplegados en Ucrania. El desmentido ruso vale tanto como todos los que ha hecho hasta ahora sobre la invasión, desde las justificaciones insostenibles de la invasión hasta el aumento de ejecuciones de soldados ucranianos que se rinden, pasando por los bombardeos de residencias, hospitales e industrias. Ya que Ucrania no se rinde, destrocémosla.

Recientemente, The Wall Street Journal citaba fuentes confidenciales para publicar el cálculo de 280.000 soldados muertos desde el comienzo de la invasión. De ellos, 200.000 rusos y 80.000 ucranianos. Según las mismas fuentes, se contabilizan además unos 400.000 heridos por cada lado.

Además, 11.743 civiles han sido asesinados y 24.614 heridos desde el inicio del conflicto, según el último balance a cargo de Liz Throssell, portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y Danielle Bell, jefa de la Misión de Observación de los Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ucrania. En lo que se refiere a prisioneros de guerra, su informe, basado en cientos de entrevistas, detalla cómo las autoridades rusas han sometido a prisioneros de guerra ucranianos a tortura y malos tratos de forma generalizada y sistemática. En distinta medida, se han registrado casos similares a cargo de las tropas ucranianas.

¿Cómo va la guerra? Según el último análisis de Mira Milosevich, del Instituto Elcano, Rusia intenta que Ucrania sea «un Estado fallido e impedir su integración en las instituciones euroatlánticas»; y Ucrania trata de expulsar a los rusos «de todo su territorio para conservar su soberanía y recuperar su integridad territorial». Moscú, continúa Milosevich, «ha ajustado su estrategia»: renuncia a la conquista del país y trata de conservar los territorios anexionados (Crimea, Zaporiyia, Donetsk, Lugansk y Jersón) al tiempo que daña al máximo el resto de Ucrania.

Kiev, en su opinión, «también ha ajustado la suya» tras el fracaso de la contraofensiva de la pasada primavera y ahora concentra sus ataques en la zona rusa de Kursk para que Moscú tenga que defenderla a costa de retirar tropas de otras zonas. Las sanciones occidentales no han funcionado y en la situación dictatorial que viven los rusos no hay ninguna esperanza ni posibilidad de que la guerra cause problemas internos al Kremlin.

La conclusión de Mira Milosevich es clara: el llamado plan de victoria del presidente Zelenski podría mejorar la capacidad militar de Ucrania y hacer que los aliados mantengan su apoyo, «pero difícilmente facilitará una derrota decisiva de Rusia que le obligue a sentarse en una mesa de negociación para poner fin a la guerra». Así que el empate de desgaste actual es «más probable que unas negociaciones de paz».

¿Se puede salir del bloqueo, que debilita mucho más al más débil? Depende. A corto plazo, todas las miradas están puestas en Washington, en el desenlace de las elecciones presidenciales: Donald Trump se dice amigo de Putin y critica, increíblemente, a los ucranianos por haberse defendido, y Kamala Harris mantendría una política de continuidad, de respaldo a Zelenski. 

Además de esperar a saber de qué lado cae la próxima Casa Blanca -y pobres de los ucranianos si gana Trump-, Europa tiene que hacer algo más de lo que hace. Esta semana, en Financial Times, Timothy Garton Ash sugiere «un gran incremento de la ayuda militar durante el próximo año para estabilizar la línea del frente y poner a Rusia a la defensiva». En esa situación, el paso clave sería lograr el compromiso aliado para marcar el camino del ingreso en la OTAN de Ucrania, igual que Bruselas ha señalado la senda de entrada en la UE. 

Con el frente estabilizado y el compromiso de garantizar la seguridad de Ucrania asumido, sería más fácil ir a unas negociaciones en las que, por terrible que parezca, podría contemplarse –dice Garton Ash— que el país «pierda, de facto, parte de su territorio». El 47% de los ucranianos, añade el analista, lo verían como un mal menor «si a cambio se les ofrecieran financiación suficiente para la reconstrucción económica y la adhesión tanto a la UE como a la OTAN».

Una opción difícil y dolorosa, pero que no hay que descartar después de mil días de guerra y destrucción, y que exigiría antes, en todo caso, incrementar seriamente la ayuda miliar a Ucrania y garantizar su seguridad futura. Se trata de que el país tenga un horizonte esperanzador, de evitar que se deslice hacia la destrucción y la derrota por agotamiento y que Rusia gane su apuesta destructora, lo que, además de la tragedia para Ucrania, sería un terrible precedente –la impunidad de la invasión de Crimea, en 2014, alentó en buena medida a la invasión de 2022—y tendría no menos terribles consecuencias, para los ucranianos y para los europeos.

Sería nuestra derrota. Sería la victoria de Putin y de las dictaduras.  

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