La cumbre de Kazan: ¿hacia un nuevo orden mundial?
Los contrapesos geopolíticos están cambiando, y oriente tiene cada vez más poder en el panorama internacional
Con la invasión de Ucrania en 2022, Rusia violó el orden internacional liberal. La guerra también aceleró la transición de un mundo basado en el consenso de las reglas internacionales a otro definido por la competición entre grandes potencias. La base argumental del Kremlin es que la era de la hegemonía occidental ha terminado y que la inestabilidad resultante es el resultado de una competición entre visiones incompatibles del futuro.
Conectividad y relaciones internacionales
La alta conectividad, propia de esta era tecnológica, afecta a las Relaciones Internacionales, que atraviesan un periodo evolutivo que puede identificarse como una multipolaridad asincrónica, esto es, no sometida a ritmos establecidos. Algunas áreas de la multipolaridad se caracterizan por la distribución del poder entre determinados actores, mientras que otras están dominadas por instituciones y prácticas del mundo occidental. Así, en el ámbito político-militar, junto con Estados Unidos, hay otros actores poderosos como China, la India y Rusia. En el ámbito de las finanzas y en las cadenas de producción globales, el protagonismo de Estados Unidos y otros países occidentales sigue siendo predominante. Las posiciones de dominio en las finanzas, el comercio y la tecnología pueden utilizarse con fines políticos en forma de sanciones, medidas restrictivas o el establecimiento de normas.
A medida que Rusia se ha ido distanciando de Occidente, y de las instituciones multilaterales desde él dirigidas, ha hecho causa común con otros estados revisionistas, en particular China, Irán y Corea del Norte. Si bien estos estados siguen compitiendo por la inversión en los mercados energéticos y en su vecindario euroasiático compartido, el interés común en eludir las sanciones y en reducir la influencia occidental, ha reforzado sus vínculos. Los cuatro estados ven el orden encabezado desde Washington como una limitación a su poder y ambiciones. La alineación entre Moscú, Pekín, Teherán y Pyongyang no es una alianza, aunque sí tiene una dimensión militar, más visible en la ayuda que China, Irán y Corea del Norte están prestando al esfuerzo bélico ruso en Ucrania. Tampoco los cuatro Estados están igualmente comprometidos con la subversión del statu quo global; China, en particular, se beneficia del orden internacional posterior a 1991, lo que lleva a muchos en Pekín a considerar excesivo el revanchismo ruso.
Un momento importante
La invasión a gran escala de Ucrania por Rusia constituye la mayor guerra en el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial, y actúa como uno de los principales catalizadores de la evolución geopolítica mundial. Lo que podía considerarse como un enfrentamiento clásico entre Occidente y el identificado como Bloque Euroasiático, queda superado al constituir una crisis sistémica de ámbito mundial en la que, como ocurrió hace ocho décadas, Europa ha vuelto la mirada a Estados Unidos en busca de liderazgo y apoyo militar ante el déficit de capacidades para hacer frente a la situación.
Rusia emplea la guerra de Ucrania para promover su visión de un nuevo orden internacional multipolar. Esta concepción supone enfatizar un mundo estructurado en esferas de influencia centradas en Estados con culturas políticas distintas, no necesariamente democráticas. La visión atrae a otras potencias revisionistas, en particular a China e Irán, que apoyan a Rusia en Ucrania como instrumento para paliar la influencia mundial de Estados Unidos y consolidar sus propias esferas regionales de influjo. Algunos elementos de esta visión también atraen al Sur Global, que constituye un escenario clave en la competición por el futuro orden mundial. El resultado de la guerra de Ucrania supone un factor muy significativo e influyente para la definición del futuro orden mundial y el destino de Europa.
El plan Zelenski
El día 16 de octubre, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, presentó su muy publicitado «plan de victoria», aunque hay pocos indicios de que su propuesta goce de la aprobación de los principales socios occidentales de Ucrania. Dos días más tarde, El 18 de octubre, el presidente estadounidense Joe Biden efectuó una visita a Berlín para, a modo de despedida, ser condecorado por el canciller alemán Olaf Scholz, con la asistencia del presidente francés Emmanuel Macron y el primer ministro británico Keir Starmer. El «Quad», como se conoce a la reunión de dirigentes de estas cuatro potencias de la OTAN, también trato la situación en Irán y Oriente Medio en general. En cuanto a Ucrania, un comunicado de prensa conjunto reiteró su determinación de seguir apoyando a Kiev, sin establecer una referencia a los límites de tal apoyo.
En la reunión consiguiente, los líderes tuvieron la oportunidad de respaldar a Ucrania, pero no se produjo ningún compromiso específico con el «Plan de victoria». Esta respuesta decepcionante fue particularmente reveladora ya que el «Plan de victoria» de Zelenski es, esencialmente, una lista concreta de medidas que Kiev quisiera que sus aliados adoptaran para garantizar una paz justa para Ucrania. La estrategia que Zelenski esbozó, y también marcó un cambio pragmático, con el énfasis puesto en obligar a Rusia a sentarse a la mesa de negociaciones para adoptar medidas que garantizasen que Moscú no pueda volver a amenazar a Ucrania.
Las prioridades del «Plan de victoria» de Kiev incluían más armas, el levantamiento de las restricciones a los ataques de largo alcance dentro de Rusia y una invitación formal a unirse a la OTAN. Según Zelenski, Ucrania podría poner fin a la invasión rusa en un año, si los aliados del país respaldasen su visión de victoria. El mandatario ucraniano sabe que solicitar ataques en profundidad en suelo ruso compromete directamente a las fuerzas de la OTAN.
En Berlín, Biden insistió en que era necesario hacer mucho más: «Debemos seguir adelante hasta que Ucrania logre una paz justa y duradera… Debemos mantener nuestro apoyo». Es notorio que en el destino de Ucrania influirá el resultado de las elecciones estadounidenses. Europa ha dependido de la ayuda estadounidense para apoyar a Ucrania, dada su limitada capacidad militar. Berlín es el segundo mayor donante después de Washington, aunque el volumen es insignificante en comparación con el de su aliado del otro lado del Atlántico.
Se prevé que los días de generosidad estadounidense terminen tan pronto como Biden deje la Casa Blanca. Incluso si la candidata demócrata Kamala Harris se convierte en la próxima presidenta de Estados Unidos, se estima muy probable que el Congreso gire hacia otras prioridades de política exterior, como China y Taiwán.
Tras la invasión a gran escala de Rusia en 2022, el canciller alemán Scholz prometió un Zeitenwende, un punto de inflexión histórico en el que su país invertiría masivamente en su ejército para contribuir plenamente a la defensa compartida de sus aliados. La renovación de la Bundeswehr planeada por el canciller se ha visto empantanada por la burocracia inspirada en el pacifismo europeísta. El Gobierno alemán ni siquiera ha acordado un futuro presupuesto de Defensa. Fuentes diplomáticas americanas declararon que a Biden le preocupa la actuación de los aliados europeos, con señales de una creciente «fatiga de Ucrania» mientras lidian con sus propios desafíos internos.
Así, el canciller alemán se encuentra presionado por parte de la extrema derecha y de la extrema izquierda populares, ambas simpatizantes de la narrativa rusa, de cara a las elecciones generales del próximo año. ¿El futuro? Esta semana, los jefes de inteligencia alemanes advirtieron que la continua potenciación de las Fuerzas Armadas rusas colocaría a Moscú en disposición de atacar a la OTAN a finales de la década.
Tanto Kiev como Moscú han seguido de cerca el «viaje de despedida» de Biden a Berlín. Habrán constatado las reiteradas garantías de apoyo sin fisuras de las cuatro principales potencias de la OTAN, pero lo que también habrán constatado que el presidente estadounidense va camino de dejar el cargo, a un canciller alemán que se espera que pierda las elecciones generales de su país y a un presidente francés en situación de debilidad política. Todo ello sin reconocer el peso de Polonia.
Para Ucrania, la ayuda adicional de sus principales aliados no puede llegar con la suficiente rapidez. El país, que está en desventaja frente a Rusia en el frente, se encuentra en un momento particularmente vulnerable. El resto de Europa también lo está. Los estados de Europa Occidental, léanse Reino Unido y Francia, han empeñado años apaciguando a Rusia, lo que abrió la posibilidad de que desde Europa no se contraatacaría si Moscú intentaba masacrar a Kiev. Por otra parte, Polonia, junto con sus aliados regionales, se ha tomado en serio la amenaza del Kremlin durante años. Es por eso que la defensa europea depende de estos aliados centroeuropeos.
La decepción de larga data entre los centroeuropeos por las débiles políticas contra Moscú apoyadas por los europeos occidentales y meridionales, es la razón por la que la mayoría de los inputs operacionales de defensa liderados por Francia o Alemania no cuentan con la plena confianza de los estados de primera línea oriental de la OTAN. Por lo tanto, si se trata de temas de defensa, y más si son de Ucrania, la presencia de Polonia debería estar presente o de lo contrario se desestimaría a un testigo de la situación de primera mano.
Putin transforma el mundo ante nuestros ojos
La guerra en Ucrania también ha revelado la existencia de otros Estados que consideran problemático el actual orden internacional. La renuencia de Brasil, India, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y otros a contribuir al aislamiento de Rusia refleja la incidencia del argumentario ruso contra el orden liberal por considerarlo demasiado occidentalista e ideológico. Esos Estados no ven la guerra entre Rusia y Ucrania como una empresa propia y evitan tomar partido. Si bien la mayoría de los miembros de la ONU votaron a favor de condenar la invasión rusa y pidieron la retirada de sus fuerzas, su renuencia a imponer sanciones sugiere que comparten, al menos en parte, la afirmación de Rusia de que Occidente busca utilizar el orden internacional como instrumento de su poder.
Es fascinante observar cómo en Occidente se rebaja la importancia de la reunión de 36 naciones en la ciudad rusa de Kazán, con la asistencia de 20 jefes de Estado, y el desafío que representa para el orden internacional basado en normas dominado por Estados Unidos.
Xi Jinping de China, Narendra Modi de India y otros líderes mundiales llegaron, el martes día 22, a la ciudad rusa de Kazán para una cumbre del bloque BRICS de economías en desarrollo que el Kremlin espera que represente un punto de partida para desafiar la influencia occidental en los asuntos globales. Para el presidente ruso, Vladimir Putin, la reunión de tres días también ofreció una poderosa manera de demostrar el fracaso de los esfuerzos liderados por Estados Unidos para aislar a Rusia por sus acciones en Ucrania.
Los observadores encuadran la cumbre BRICS, además, como parte de los esfuerzos del Kremlin para mostrar el apoyo del Sur Global en medio de las crecientes tensiones con Occidente y ayudar a expandir los lazos económicos y financieros del grupo. En los últimos 75 años, las relaciones entre Rusia y China han alcanzado el nivel de una asociación integral, incluida la estratégica, que puede tomarse como ejemplo de relación entre potencias en el mundo moderno.
Europa o las potencias europeas
Rusia y otros actores globales han adoptado, desde hace años, una realidad «multipolar» y han cuestionado la existencia del orden unipolar impulsado formalmente por Occidente. No obstante, este nuevo mundo multipolar es al mismo tiempo objeto de un debate cada vez mayor en Europa, ya que ese desarrollo inevitablemente previene a Occidente, de ahí la ausencia de la palabra «multipolar» en las principales declaraciones públicas oficiales de Estados Unidos.
Esto podría, incluso, llevar a plantear una pregunta provocadora: ¿dónde ve Europa su lugar en un mundo multipolar en rápido desarrollo? Tal vez sea difícil imaginar que la UE, sólidamente anclada en el G7, quiera algún día unirse al posible grupo alternativo liderado por China, Rusia, Brasil, India y Sudáfrica, como es el BRICS.
La UE se encuentra en una encrucijada de identidad, y existen presiones sobre cómo posicionarse. China quiere que Europa, como actor, cuestione el orden mundial unipolar, mientras que Estados Unidos necesita a los estados europeos integrados en la OTAN, Oficialmente, Bruselas reconoce una realidad multipolar y, no es coincidencia que la nueva Comisión Europea se esté centrando en solucionar los problemas internos, especialmente los de competitividad, para sobrevivir en medio de las crecientes tensiones globales.
En el ámbito comercial, se afirma que el objetivo principal es defender los intereses de la UE. En tecnología, quieren disminuir la dependencia de proveedores de terceros países. En política exterior no queda otra opción que seguir la línea estadounidense. El nuevo comisario de Defensa ya ha empleado sus credenciales de miembro de la OTAN, sin saber bien donde encaja su autoridad soberana y sin comprometer la de los países miembros de la una y de la otra. La pregunta es: ¿quién garantiza la resiliencia europea?
Sin autonomía en defensa, Europa no tiene otra opción que seguir a los estadounidenses, incluso si la factura final es más cara, como ocurrió con el gas natural licuado (GNL) importado de Estados Unidos después del embargo occidental a Rusia, tras la invasión de Ucrania.
La invasión rusa de Ucrania no es el único factor que impulsa la fragmentación global. La decadencia ideológica se está produciendo no sólo entre Occidente y el resto, sino también en los países occidentales, incluido Estados Unidos. Rusia sigue siendo un actor central, y su visión del orden global ha madurado en el transcurso de tres décadas. Moscú está llevando a cabo la campaña revisionista más amplia desde el fin de la Guerra Fría. El resultado de esas sinergias constituye un riesgo sistémico para el orden mundial. En consecuencia, es probable que el resultado de la guerra de Ucrania, sea el determinante más importante del orden mundial que aún está por surgir.
Enrique Fojón es analista del Centro para el Bien Común Global de la Universidad Francisco de Vitoria.