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Trump ya tiene gobierno

Además de la velocidad en los nombramientos, de la lista de elegidos destaca su enorme fidelidad al jefe

Trump ya tiene gobierno

El presidente electo de EEUU, Donald Trump.

Hace poco más de una semana de las elecciones presidenciales estadounidenses y Donald Trump, que no asume el cargo hasta la jura del 20 de enero, tiene ya prácticamente nombrado su gabinete y los puestos de mayor responsabilidad de la Administración. Además de la velocidad, que revela gran preparación y planeamiento, de la lista de elegidos destaca su enorme fidelidad al jefe en los momentos difíciles, aunque hayan competido con él en su trayectoria política. 

Marco Rubio es un buen ejemplo. El senador por Florida fue candidato a la presidencia en las primarias republicanas de 2016. Peleó con Trump, y perdió, como el resto de la quincena de líderes que le despreciaron. La mayoría han desaparecido de la escena, como ha ocurrido con casi la totalidad del viejo Partido Republicano. No fue el caso de Marco Rubio, que se trumpizó: senador por Florida, ha sido un pilar decisivo para el presidente electo. 

Trump le premia ahora -y abre las especulaciones sobre su futuro, dentro de cuatro años, en competición con el vicepresidente Vance para la sucesión- al designarle responsable de la política exterior de EEUU. Va a ser el primer hispano en asumir esa posición. Rubio, de origen cubano, es un halcón, desde luego con las dictaduras o autocracias del continente, como Cuba, Nicaragua y Venezuela, pero también con China e Irán. Y aunque no es en absoluto amigo de Putin, participa de la desconfianza de su jefe hacia la guerra de Ucrania. Pero sus posiciones son más propias de la línea exterior convencional de los republicanos, incluido el giro neocon de Bush, a diferencia de otros dirigentes del entorno de Trump más aislacionistas, partidarios del repliegue, del abandono de la presencia global de EEUU para concentrarse en la rivalidad con Pekín. 

Cómo se lleve Rubio con el ministro Albares y con el gobierno español es otro asunto, pero tampoco muy importante. España está hoy desaparecida del escenario internacional y, desde luego, de los planes del aliado norteamericano, que lo seguirá siendo, gobierne quien gobierne, en asuntos de seguridad y defensa y en las relaciones económicas (las serias amenazas de aranceles son un problema de la UE).

En un equipo exterior de perfil duro es coherente la designación del congresista Michael Waltz como asesor de Seguridad Nacional. Waltz, antiguo miembro de los Boinas Verdes —tiene cuatro Estrellas de Bronce— es un veterano de guerra que también mira a China como el enemigo a batir. Su misión, en principio, será apagar fuegos -Ucrania, Oriente Medio- en la clave aislacionista ya mencionada. Por cierto, aunque en esto no se diferencia de ningún líder estadounidense, Waltz no se ha cansado de decir que los europeos tienen que gastar más dinero en defensa y que los contribuyentes de su país están hartos de pagar las facturas de la OTAN. 

Completa este equipo exterior como embajadora ante la ONU Elise Stefanik, la congresista de Nueva York que logró la dimisión de las rectoras de las universidades de Harvard y Pensilvania por su tolerancia con las manifestaciones antisemitas. Además, John Ratcliffe, que fue director de Inteligencia en el primer Gobierno Trump, será director de la CIA. Steven Witkoff, que viene del sector inmobiliario y que juega con frecuencia al golf con Trump -estaban juntos el 15 de septiembre en Florida cuando el aparente segundo intento de asesinato— será el enviado especial para Oriente Medio. Mike Huckabee, exgobernador de Arkansas, gran defensor de Israel y figura muy popular entre los cristianos evangélicos, será embajador en Jerusalén.  

Dentro de la Casa Blanca, la primera mujer en la historia que va a llevar las riendas del gobierno, desde la posición de jefa de gabinete, será Susie Wiles, la férrea y discreta responsable de la campaña electoral que ha llevado -disciplinadamente, cosa que no es sencilla- a Trump a la victoria. Su número dos será Stephen Miller, que ha sido el arquitecto del plan de deportación de inmigrantes indocumentados y padre del lema «América es solamente para los americanos». El plan será aplicado por Tom Homan, uno de los pocos supervivientes de la primera Administración Trump. 

Pete Hegseth, un periodista de la Fox, será secretario de Defensa. ¿Su experiencia en asuntos militares o de seguridad? Ninguna. Aventurar que hay expectación en el Pentágono es un eufemismo. Otro departamento importante, Seguridad Interior, estará a cargo de Kristi Noem, gobernadora de Dakota del Sur, que hizo ruido cuando contó en su autobiografía cómo se había sentido obligada a matar a su perra Cricket, a la que intentó entrenar para la caza de faisanes, porque era un animal imposible de educar, e inmediatamente después hizo lo mismo con una vieja cabra que no había sido castrada y que se había convertido en un problema para la familia. Durante la pandemia, Noem mantuvo abierto y funcionando Dakota del Sur.

Lee Zeldin, que fue congresista por Nueva York, se ocupará de la Agencia de Protección Medioambiental. Sin mucha experiencia en este campo, pertenece al grupo de fieles a Trump. Entre sus planes, «restaurar el predominio energético estadounidense, revitalizar la industria del automóvil y hacer de EEUU el líder global en Inteligencia Artificial». Todo ello, asegura, vigilando la limpieza del agua y del aire.

Finalmente, una figura clave en la victoria de Trump, el multimillonario Elon Musk, que ha dado sus cheques cuando hacía falta y que ha peleado el voto en los estados decisivos codo a codo con el candidato presidencial. Musk, dueño de Twitter y Tesla, entre otras muchas empresas, codirigirá el nuevo Departamento de Eficacia Gubernamental, un organismo que actuará desde fuera del Gobierno y cuyo objetivo será, en palabras de Trump, «desmantelar la burocracia gubernamental, reducir el exceso de regulaciones, recortar los gastos innecesarios y reestructurar las agencias federales». Nada menos. Y todo ello, en un año y medio, hasta el 4 de julio de 2026.

Son solo algunos de los candidatos -de los cuatro mil nombramientos de los próximos meses- a ocupar puestos de responsabilidad en el nuevo gobierno. Leales hasta el extremo y algunos con experiencia en el campo asignado. Todas las propuestas, salvo sorpresas, saldrán adelante, porque el poder de Trump es general: la Casa Blanca, el Senado y, cuando acabe el recuento, la Cámara de Representantes. Pero el rodillo va más allá: para tratar de evitar el trámite de que el Senado apruebe los nombramientos, que podría retrasarse por la labor -normal- de escrutinio de los demócratas, Trump ha pedido a los legisladores republicanos que le permitan nombrar ciertos puestos clave sin necesidad de la confirmación a la que obliga la Constitución. La petición se hace al amparo de una cláusula que permite a los presidentes sortear el voto del Senado si la Cámara Alta tarda en nombrarlos. 

Nada se deja al azar. La maquinaria funciona a pleno rendimiento, y faltan más de dos meses para que Trump llegue a la Casa Blanca. El 47º presidente, que ya fue el 45º, tiene prisa y no quiere sorpresas. 

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