Sánchez abandona Iberoamérica. Y al Rey
El Gobierno tiene 22 ministros. Ninguno se dignó acompañar a Felipe VI a la cumbre de Ecuador
Las cumbres iberoamericanas, que fueron hace años uno de los grandes éxitos de la política exterior de España, han tocado fondo con la celebración —es un decir— de la última, la 29ª. La reunión de Ecuador ha sido triste y desangelada. La coincidencia con otras citas puede explicar, pero no justificar, la estruendosa soledad de los jefes de Estado presentes, el rey Felipe VI, el presidente portugués Marcelo Rebelo de Souza —del que alguna agencia internacional ni siquiera supo escribir correctamente el apellido— y el anfitrión, el presidente ecuatoriano Daniel Noboa. Con ellos, el presidente de Andorra, Xavier Espot Zamora.
Había 22 jefes de Estado invitados. Ningún iberoamericano acudió. El Gobierno español tiene 22 ministros. Ninguno se dignó acompañar al rey.
Hay algunas explicaciones. Siempre las hay.
Primero, las coincidencias. La 29ª cumbre iberoamericana se solapó casi exactamente con la reunión del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en Lima. En esta cita de más de 20 países de las dos orillas del Pacífico —con el presidente estadounidense Joe Biden y el líder chino Xi Jinping como protagonistas— estuvieron, obviamente, la presidenta de Perú, Dina Boluarte, como anfitriona, y el de Chile, Gabriel Boric.
La proximidad de la reunión del G20 en Brasil de este lunes y martes distrajo además la atención de otros posibles participantes en la cumbre iberoamericana, como el anfitrión, Lula da Silva. Sin embargo, nada hubiera impedido al presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, asistir a la cumbre iberoamericana en Ecuador y desplazarse luego a Brasil. Pero prefirió dedicar su tiempo a viajar antes a Bakú, a la reunión COP29 sobre el clima a la que, por cierto, no asistió ningún líder internacional de peso. Y en Brasil, claro, Sánchez tenía que estar con tiempo para salvar la candidatura de Teresa Ribera en Bruselas y decirle a la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, que él se traga cualquier sapo que haga falta —Orbán, Meloni— y cruza cualquier línea roja que sea necesaria —el cordón sanitario contra las derechas extremas— con tal de salvar a su candidata Ribera. El Rey, que vaya a Ecuador solo. Total, ya se quedó solo en Paiporta el 3 de noviembre.
Hasta aquí las coincidencias, algunas más evitables que otras. Después, las broncas bilaterales. La más grave, la de México, que rompió relaciones con Ecuador en abril por la irrupción de la policía ecuatoriana en la embajada mexicana en Quito para detener a Jorge Glas, que fue vicepresidente con Rafael Correa y que está doblemente condenado por corrupción. A pesar de ello, el entonces presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador le concedió asilo político. Horas después, la policía entró en la embajada, en la que Glas estaba desde diciembre, y le detuvo.
Como Correa es asesor del dirigente chavista que ocupa la presidencia de Venezuela, Nicolás Maduro también rompió relaciones con Quito. Naturalmente, el dictador nicaragüense Daniel Ortega, el pequeño de la Patria Grande, no se quedó atrás. A esta batucada de izquierdistas y populistas se les unió con protestas, pero no con ruptura, el presidente colombiano Gustavo Petro.
Además de la irrupción policial en la sede diplomática, Noboa no se ha distinguido precisamente por su tacto. En un artículo sobre él publicado en The New Yorker poco antes del verano, se recogían —fuera de contexto, aseguró después Quito— comentarios suyos llamando «engreído» y ególatra al presidente argentino Javier Milei, «esnob de izquierdas» al colombiano Petro y «arrogante y solo interesado en el poder» al salvadoreño Najib Bukele, del que dijo que es «el dictador más cool del mundo». Ninguno de los tres asistió a la cumbre en Ecuador, claro.
Entre unas cosas y otras, lamentable el deslucimiento de la cita iberoamericana, el único foro regional en el que están todos los países de la región, además de España y Portugal.
Y mucho más lamentable que el Gobierno español abandone de nuevo al rey y le deje sin ministros en sus desplazamientos.
Lo hizo en la toma de posesión del presidente argentino Milei en diciembre del año pasado. Lo repitió días después, cuando Felipe VI fue a Kuwait para dar el pésame al nuevo emir por la muerte de su antecesor. Lo volvió a hacer el 1 de junio, en la toma de posesión del salvadoreño Bukele. Otra vez en junio de este año en Letonia, en la visita de Felipe VI a las ropas españolas en los Bálticos a la que Margarita Robles se apuntó deprisa y corriendo al final. Lo hizo de nuevo poco después, en agosto, en la toma de posesión del presidente de la República Dominicana. Y lo ha hecho ahora, nada menos que en la cumbre iberoamericana.
Pedro Sánchez podría haber ido a Ecuador. No lo consideró oportuno. Podría haber mandado a algún ministro a acompañar al Rey. Tampoco lo vio necesario. Ni el historial de las cumbres iberoamericanas, una labor en buena medida de España, ni la mínima cortesía política y diplomática hacia Felipe VI merecen estos desplantes.
Son desplantes al jefe del Estado. Y lo son a la relación con los países iberoamericanos. Es la guinda de una política exterior errática y desafortunada. El remate de un otoño de huidas dentro y fuera de España.