Siria: así se desintegra una dictadura
Rusia, Irán y Hezbolá, ocupados en sus propios conflictos, abandonaron a su suerte a Bashar al Assad
Más de medio siglo de dictadura de la familia Assad en Siria se ha desmoronado en unos días. La cruel mano de hierro de Bashar al Assad, en el poder desde el año 2000 y que aprendió devotamente de su no menos sanguinario padre, Hafez al Assad, dictador durante los 29 años anteriores, se quedó en nada después de haber destrozado el país durante tantos años y con tanta dedicación. Hoy, el padre y el hijo son cascotes de estatuas derribadas por la multitud.
¿Qué ha pasado? Un juego de dominó en el que la ficha de Damasco ha caído porque Moscú y Teherán estaban con la cabeza puesta en otros asuntos. Otro capítulo –uno más– del viejo pulso entre suníes y chiíes, esta vez saldado en favor de los primeros. Y una situación peligrosa, desde luego a corto plazo, por el vacío de poder que se abre en Siria, un elemento más de volatilidad en la zona más caliente del mundo.
Al Assad no pudo resistir el empujón final después de más de una década de guerra civil porque le fallaron los pilares tradicionales, sus grandes amigos: Rusia, Irán y Hezbolá. Sin ellos, los soldados sirios no han podido –ni han querido, en varios frentes– frenar a los islamistas del grupo Hayat Tahrir al Sham (Organización para la Liberación del Levante, HTS). Desde el norte, pero también en coordinación con otros grupos desde el sur y el este, los rebeldes, dirigidos por Abu Mohamed al Jolani, de 42 años, han concluido con una campaña relámpago su ofensiva final. Tomaron Alepo, la segunda ciudad del país, la semana pasada. En seguida cayó Hama y después Homs. Damasco quedó aislada y con poca voluntad de resistencia por parte de las tropas sirias, que al final, igual que los policías, abandonaron sus posiciones. En la madrugada de ayer, el dictador abandonó el país para recibir asilo político en Moscú junto a su familia.
Gracias a Rusia, a Irán y a Hezbolá, la dictadura se ha mantenido, para desgracia, horror, exilio y muerte de millones de sirios. Ellos tres son los que miraron para otro lado y siguieron respaldando a Al Assad cuando machacó salvajemente las manifestaciones pacíficas de 2011 –parte de la evaporada primavera árabe– que abrieron un periodo de guerra civil con medio millón de muertos y seis millones de refugiados en Turquía, Europa y en todo el mundo. Con la ayuda de los tres, Al Assad aplastó a los rebeldes y sobrevivió. Moscú mandó aviones y barcos, Irán llenó el país de expertos matarifes camuflados como asesores militares y Hezbolá desplegó sus comandos desde el Líbano contra los enemigos del dictador. Según Amnistía Internacional, por lo menos 13.000 sirios fueron ejecutados en la cárcel de Saydnaya entre 2011 y 2017. Muchos otros fueron torturados.
Ahora, con estas tres cabezas de la hidra enmarañadas en sus particulares sangrías, el régimen de Al Assad se ha desplomado.
Rusia lleva tres años enredada en la guerra de Ucrania, que invadió el 24 de febrero de 2022 pensando –junto a muchos expertos de todo el mundo– que iba a ser un paseo militar. Pero Ucrania resistió, ayudada por Occidente, que no se ha volcado del todo, pero tampoco ha hecho como hace diez años: mirar hacia otro lado cuando Rusia tomó Crimea. El agotamiento, después de decenas de miles de soldados muertos y millones de euros gastados, y la atención dispersa han facilitado que Moscú diera la espalda a Damasco.
Irán sufre un golpe muy duro con la caída de la dictadura de los Assad, el elemento de contacto con Hezbolá para hacerles llegar, por cauces oficiales, las armas, municiones y recursos con que el grupo terrorista hostigaba a Israel desde el Líbano. Los choques de Teherán con Jerusalén se han saldado muy negativamente para la dictadura de los ayatolás, sobre todo en el último año. El ataque de Hamás –sus protegidos– contra Israel el 7 de octubre de 2023 no ha hecho más que desencadenar desgracias para el llamado Eje de la Resistencia, del que también forman parte los hutíes de Yemen y que queda seriamente dañado. Y todo ello sin contar con que está a punto de volver a la Casa Blanca su feroz enemigo, Donald Trump.
Tampoco Hezbolá ha podido hacer nada esta vez para ayudar a sus amigos y protectores de Damasco. El grupo que representa los intereses de Irán en el Líbano cometió el error de pensar que el atentado terrorista en el que los comandos palestinos de Hamás mataron a 1.250 personas y secuestraron a 251 en Israel proporcionaba la ocasión ideal para lanzar cohetes y proyectiles de artillería contra las posiciones ocupadas por el ejército israelí en el Golán. Además de las represalias inmediatas y de mantener un año de tensión armada, Israel preparaba el golpe. Llegó el 17 y 18 de septiembre de este año con las explosiones de los buscapersonas en el Líbano y Siria, seguidos de ataques aéreos y terrestres, que mataron a buena parte de la dirección de Hezbolá, incluido su líder, Hasán Nasralá. El 26 de noviembre, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, anunció un principio de alto el fuego y el cese de los combates entre el Ejército y Hezbolá.
¿Y ahora, qué? En Siria, el vacío de poder y la llegada de los rebeldes deberían estar tutelados por Turquía y los países gobernados por suníes. Y más vale que lo estén, no solo para evitar a corto plazo la violencia, las represalias y los saqueos habituales en estas situaciones, y para custodiar los primeros pasos del nuevo régimen. A medio plazo, se trata de ver cómo se organiza Siria -incluido su arsenal de armas, incluidas las químicas- y hacia dónde va. Son varios los grupos que han luchado contra Al Assad, y muy distintas sus características.
La Organización para la Liberación del Levante, en el centro del terremoto que se ha llevado por delante al régimen, despierta muchas inquietudes. Tiene un pasado terrible, cuando dependía directamente de la plataforma terrorista de Al Qaeda y operaba con el nombre de Frente al-Nusra, hace casi 8 años. Castigó con extrema crueldad a sus enemigos y a las minorías drusa y cristiana del norte de Siria, con toma de rehenes, asesinatos y robos, y utilizó sin reparos a jóvenes kamikazes para sus acciones. En los últimos cuatro años ha habido una cierta suavización de sus métodos. A medida que se imponía a las otras facciones islamistas, y bajo la dirección de Al Jolani –por el que EEUU ofreció una recompensa de diez millones de dólares como dirigente terrorista internacional–, los líderes de la Organización han tratado de mejorar su imagen internacional a través de los medios de comunicación occidentales, en los que se han presentado como «yihadistas moderados».
Ahora es el momento de la verdad. Al Jolani, el arquitecto de la victoria, que en 2017 supo imponerse a sangre y fuego sobre las otras facciones de los rebeldes y que ahora está en una posición de ventaja frente a las distintas corrientes de la oposición armada, ha declarado en numerosas ocasiones que rompió los vínculos con Al Qaeda y que su objetivo es organizar un régimen islámico en Siria, sin represalias, dijo en el pasado, contra la minoría alauita de la que forman parte los Assad y el antiguo entorno presidencial. Tampoco, aseguró, tiene voluntad de alterar el agitado tablero regional. Trata de pasar por un pragmático que quiere que se olvide su militancia fundamentalista y asesina en Al Qaeda, hace diez años. Se quitó hace tiempo el turbante que identificaba a los sanguinarios yihadistas y firma los comunicados con su nombre real, Ahmed al Sharaa.
Tanto el humillado Irán, al que no le salen bien las cosas desde hace tiempo, como un Israel que celebrará –con cautela– el desarrollo de los acontecimientos, estarán muy pendientes. Igual que lo está Turquía, un aliado de la OTAN que respalda al Ejército Nacional Sirio -otro de los grupos opositores- y simpatiza con los rebeldes del HTS, seguramente mucho más que EEUU, si Donald Trump mantiene su propósito de desengancharse progresivamente de la mayoría de los conflictos internacionales. Rusia, que pierde un aliado clave en la zona (tratará de mantener sus dos bases militares), y la UE, que ve todo desde una distancia geopolítica mayor, completan el panorama de protagonistas de un mundo en el que, una vez más, las estatuas de un dictador han sido derribadas por una multitud alborozada.