El campo de batalla 'transparente', el dominio cognitivo 'opaco'
Los avances tecnológicos han trasladado el frente a las mentes de todos los ciudadanos del planeta
Los avances tecnológicos en sensores y plataformas en el último cuarto de siglo son de tal magnitud que están cambiando los pilares básicos y los principios, hasta hace poco inmutables, del arte de hacer la guerra. Sin embargo, su aplicación al dominio cognitivo y su transformación en decisiones, estrategias y políticas, no han seguido un desarrollo paralelo, limitando en cierto modo el completo aprovechamiento de las enormes posibilidades que proporcionan los avances científicos.
El campo de batalla transparente
«La verdadera fuerza de un príncipe no consiste tanto en su capacidad para vencer a sus vecinos como en lo difícil que pueda ser para éstos atacarlo»
Montesquieu
Para los precursores del reconocimiento aéreo, como Antoine de Saint-Exupéry, autor de la famosa obra El Principito, la misión de obtener la imprescindible información sobre las fuerzas enemigas era sin duda la más peligrosa, y en una de ellas perdió sus alas el 31 de julio de 1944 sobre el Golfo de León.
Pero más recientemente, para un personaje imaginario que hubiese tenido la ocasión de conocer el curso de observador aeronáutico, escasamente un cuarto de siglo después de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, donde se practicaba el método conocido como «croquizado», en el que un piloto alumno completaba a mano los detalles de un objetivo mientras el profesor en la cabina delantera lo sobrevolaba haciendo círculos, y volviese a nuestro mundo en el que los medios y métodos disponibles han permitido acuñar el término de «campo de batalla transparente», le parecería haber llegado a otra galaxia.
Una multiplicidad de sensores como cámaras RGB, vídeo, lídar, radar, térmicas, multiespectrales y otras, superan todas las limitaciones imaginables en cuanto a resolución, condiciones meteorológicas, luminosas, y de ocultación; aunque todavía permanezca un pequeño resquicio disponible para la inextinguible imaginación humana, como demuestran los maestros de la «Maskirovka» rusa, o la de su discípulo aventajado Saddam Hussein a quien se atribuye haber confundido a la inteligencia de EEUU con sus fingidas armas de destrucción masiva. Incluso se ha demostrado que todavía es posible en contadas ocasiones la sorpresa estratégica y táctica, como en la operación ucraniana en la región rusa de Kursk, o en la masacre del 7 de octubre en los kibutz del Sur de Israel. Más recientemente se está demostrando la eficacia, siquiera sea desde el punto de vista político, del camuflaje tras escudos humanos. No obstante, en estos casos no se puede descartar que más bien sean la consecuencia de las deficiencias de conexión entre los sistemas de captación y transmisión de información, y los niveles de toma de decisión.
La omnipresencia de los diferentes modelos de sistemas no tripulados, aéreos, navales y terrestres, e incluso sistemas espaciales, han transformado en su favor con creces los términos de la ecuación coste-eficacia, con una disminución casi absoluta del factor riesgo, al tiempo que son el ejemplo paradigmático de las misiones conjuntas polivalentes. El advenimiento de la vigilancia permanente ha creado un nuevo campo de batalla. Los drones y otras tecnologías han hecho posible seguir, en tempo real, cualquier movimiento de tropas por ambas partes, haciendo prácticamente imposible ocultar al enemigo concentraciones de fuerzas y vehículos.
La existente generación de satélites españoles de observación radar ya permitiría distinguir la clase a la que pertenece un vehículo a una distancia equivalente a la existente entre Madrid y Barcelona, pero no es descabellado anticipar que en no demasiado tiempo se podrá leer incluso su matrícula.
No obstante, todas las mencionadas maravillas tecnológicas serían completamente inútiles si no se pudieran hacer llegar en tiempo y forma a los centros encargados de su recepción, compilación, presentación, interpretación y distribución. Para ello son imprescindibles las correspondientes redes de comunicaciones seguras, es decir, de cobertura global y encriptadas. Las redes Starlink y Kuiper con más de 6.000 y 3.000 ingenios respectivamente, en órbita baja, y los futuros desarrollos de cifrado cuántico e inteligencia artificial, marcan el camino a seguir para cumplir los requisitos de las redes de comunicación y transmisión de datos.
En resumen, se puede afirmar que, desde el punto de vista de la tecnología, la bruma de la guerra se podría considerar prácticamente disipada; aunque en palabras de Albert Einstein, «no todo lo que cuenta puede ser contado, ni todo lo que se puede contar cuenta». No todo lo que cuenta puede ser contado como se ha mencionado en los anteriores párrafos sobre la «Maskirovka». Tampoco todo lo que se puede contar cuenta, como se tratará a continuación con relación al dominio cognitivo.
El dominio cognitivo opaco
«Someter al enemigo sin luchar es la suprema excelencia»
Sun Tzu
Todos los anteriores elementos de información contrastada que los diversos sistemas proporcionan, junto a otros inputs, como los históricos, culturales, doctrinales, económicos y políticos, son incorporados a la interpretación y evaluación plasmada por los especialistas en los correspondientes informes, por una miríada de analistas, expertos, consejeros, divulgadores, adivinos, e incluso enemigos, mencionados en orden de sesgo creciente, pero paradójicamente también en el mismo orden creciente de difusión de su audiencia, con los órganos de decisión prudentemente situados en la mitad de la tabla, salvo que la ineludible evidencia les fuerce a inclinarse en una u otra dirección. El resultado de todo el proceso es que tanto los propios elementos componentes de la información, especialmente si es sacada de contexto, como sobre todo la valoración de sus diferentes factores, de nuevo se pierden en la bruma del dominio cognitivo. «Los hombres tienden a creer aquello que les conviene». —Julio César.
Según la definición OTAN, «la Guerra Cognitiva incluye las actividades desarrolladas en sincronización con otros instrumentos de Poder, para producir efectos sobre las actitudes y comportamientos, influyendo, protegiendo o perturbando el nivel de conocimiento de individuos, grupos o poblaciones, para obtener ventaja sobre un adversario. Diseñada para modificar las percepciones de la realidad, la manipulación de la sociedad en su totalidad se ha convertido en una nueva normalidad, con el conocimiento humano convertido en un nuevo dominio crítico de la guerra».
Si en los aspectos tecnológicos se puede afirmar que hemos entrado decididamente en el camino de la «guerra de las galaxias», es preciso reconocer que en el dominio cognitivo estamos todavía emocionados descubriendo las aplicaciones de la rueda. A pesar de la globalización de la información; de la creciente polarización de las sociedades occidentales; de las influencias exógenas en los procesos electorales; de la generación de enfrentamientos artificiales entre G7 y G20, entre los antiguos imperios y sus metrópolis; bastan mensajes tan simples como que la derrota en Ucrania significaría los gulag generalizados para la población; o que la primera guerra que pierda Israel también será la última, para sin despreciar su importancia, reducir en la práctica sus efectos, por el momento, a niveles manejables.
Lo que sí puede llegar a tener mayor trascendencia al amenazar con romper la necesaria cohesión interna de los contendientes en el medio y largo plazo, es provocar la desconexión entre los técnicos y los niveles de decisión, como definía el Gral. Charles George Gordon, defensor de Jartum: «La nación que se empeña en trazar una ancha línea de demarcación entre el guerrero y el pensador se arriesga a que, un día, sus batallas sean libradas por ignorantes y sus ideas sean pensadas por cobardes».
Son notables los ejemplos de esta desconexión entre técnicos y dirigentes que se han registrado recientemente en relación con los conflictos abiertos de la agresión a Ucrania y en Oriente Medio; como el reemplazo por Putin del militar Sergei Shoigu, por el economista Andrey Belousov, al parecer por el gasto disparado provocado por la «operación especial»; o la sustitución por Zelensky del Ministro de Defensa Oleksii Reznikov por Rustem Umerov, por diferencias en la forma de conducir la guerra; o el relevo por Benjamin Netanyahu del Ministro de Defensa Yoav Gallant por Israel Katz, entre otras diferencias públicas, por la política de reclutamiento de judíos ultraortodoxos. Todos estos relevos han sido llevados a cabo en las fases más críticas de los conflictos, y sus consecuencias a corto plazo no han demostrado todavía ser definitorias; pero que no pueden por menos que recordar a las sustituciones de entrenadores en los equipos deportivos cuando los resultados no acompañan a las expectativas.
Pero la parte más oculta del dominio cognitivo, y a un tiempo la más relevante, reside en la mente y las intenciones de los dirigentes, y por ende la que más esfuerzos indagatorios e imaginación demandan de todas las inteligencias ¿Quién puede anticipar con certeza las intenciones de Putin respecto a sus amenazas de empleo del arma nuclear, de un posible alto el fuego, de sus condiciones territoriales y políticas para el mismo, de sus planes respecto a Moldavia, Georgia, Países Bálticos, Polonia…?
Y sin embargo, para Putin, su círculo de decisión, y en cierta medida para la opinión que le apoya, el proceso no puede ser más «racional», aunque evidentemente basado en una lectura de la historia, y en unos valores divergentes de los nuestros; por lo tanto el planeamiento predictivo en occidente, hasta donde sea posible de prever, sigue modelos ‘what if’ similares al juego del ajedrez en el que Rusia ha producido tantos maestros, es decir: «¿Qué pasa si?», y «¿qué hacer si?», incluso «¿qué hacer anticipadamente para que no sea así?».
Tomando muy brevemente como ejemplo un problema tan complejo como la amenaza nuclear, y las frecuentes bravatas de los dirigentes rusos sobre el uso de ese armamento, al rebajar progresivamente los umbrales para el primer uso, con argumentos tan rebuscados como que EEUU es el único que ya lo ha utilizado; de que ningún país nuclear ha perdido una guerra contra su territorio; o de que un conflicto contra un país no nuclear al que proporcione armamento otro nuclear que le permita atacar a su territorio, equivale a un enfrentamiento directo entre los nucleares. Su objetivo de nuevo es el dominio cognitivo infundiendo el pavor en sobre las poblaciones occidentales.
Indudablemente, más de 6000 cabezas nucleares no pueden ser tomadas a la ligera. Hasta ahora hemos estado amparados por el paraguas de la destrucción mutua asegurada que proporcionaban los misiles anti-balísticos (ABM), pero de nuevo se juega ahora la baza de la tecnología para asegurar que se ha podido traspasar esa barrera mediante vectores hipersónicos y furtivos que superarían a las defensas.
El que será nuevo secretario de Defensa, Pete Hegseth, designado por el presidente electo de EEUU, Donald Trump, ha manifestado al respecto su opinión sobre las intenciones nucleares de Putin:«No creo que sea un maniaco suicida, que quiera irse al infierno activando el Armagedón de la guerra nuclear». Pero la intervención que sin duda puede ser más decisiva es la de China, cuyo ministro de Exteriores Mao Ning destacó en una rueda de prensa en septiembre pasado que «las armas nucleares no deben usarse», subrayando la necesidad de promover el diálogo para reducir los riesgos estratégicos. Especialmente peligroso sería que se abriera la Caja de Pandora de la proliferación, que ineludiblemente seguiría al empleo con éxito de esta amenaza como disuasión para conseguir objetivos estratégicos.
Al final, y aunque la tecnología esté jugando un papel más o menos definitorio y creciente en los conflictos, el factor humano, tanto el que representa la inteligencia y maestría del líder en el arte de la guerra, como el valor y arrojo del combatiente individual a pie, sigue siendo el elemento esencial y por el momento insustituible de todo conflicto, a pesar de los avances en robótica. La tecnología no ha conseguido sustituir ni siquiera emular los valores militares.
«Jamás se descubriría nada si nos considerásemos satisfechos con las cosas descubiertas»
Lucio Anneo Seneca
Juan Antonio del Castillo Masete, Teniente General (r) y analista del Centro para el Bien Común Global.