Trump vs. medios de comunicación: la guerra continúa
El próximo presidente tomará posesión dentro de un mes con planes para la prensa y un alto índice de popularidad

El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. | Reuters
Donald Trump 2.0 llega a la Casa Blanca dentro de un mes. Esta semana, por primera vez desde su triunfo electoral del pasado 5 de noviembre, habló para los medios de comunicación. Iba a ser una declaración, pero se convirtió en una hora de conferencia de prensa.
El 47º presidente, que jurará su cargo el 20 de enero, trató de tranquilizar a aquellos que se han tomado en serio –lógico, porque es muy serio- la guerra de su posible responsable de Sanidad, Robert F. Kennedy, contra las vacunas en general y la de la polio en particular; reiteró que va a presionar a Rusia y a Ucrania para que acaben la guerra; emitió señales conciliadoras sobre TikTok, sugiriendo que después de todo no se va a prohibir y que ha invitado al presidente chino a su toma de posesión, y tendió la mano a los líderes de algunos gigantes tecnológicos diciendo que quiere llevarse bien con ellos.
En la parte más agresiva de sus declaraciones, prometió despedir a los empleados públicos que quieran seguir teletrabajando, según un acuerdo firmado por el gobierno de Biden y los sindicatos; un acuerdo que la nueva Administración denunciará en los tribunales.
Y anunció que hay que «enderezar a la prensa», porque «es muy corrupta. Casi tan corrupta como nuestras elecciones».
El aviso coincidió con la decisión de la cadena ABC de pagar 15 millones de dólares –y disculparse públicamente– para solventar un caso de difamación que Trump les presentó. Y coincidió también con otra demanda de Trump, esta vez contra el diario decano de Iowa, Des Moines Register, por una encuesta previa a las elecciones en la que se decía que Kamala Harris iba por delante de él.
El acuerdo de la ABC –su presentador George Stephanopoulos dijo en marzo que un jurado había declarado a Trump responsable de una violación hace 25 años, cuando lo que el jurado dijo es que fue responsable de un abuso sexual– ha enfadado a muchos que creen que la televisión se ha rendido y ha abierto una autopista legal para que el presidente acorrale a los medios críticos sin tener en cuenta el derecho a la libertad de expresión que garantiza la Primera Enmienda de la Constitución. Y la amenaza de «enderezar a la prensa» que no le gusta, acompañada de la inverosímil demanda contra el periódico de Iowa, han acabado por completar un horizonte de fuerte preocupación para buena parte de los medios, todavía en shock y frustrados por el resultado electoral. Hay además varias querellas pendientes contra periodistas y empresas.
Trump es un veterano en esta pelea –y un astuto detector de los nuevos formatos de comunicación, incluido el podcast y las entrevistas no convencionales, lo que le fue muy útil en las elecciones— pero la actual campaña de amenazas, denuncias e investigaciones contra la prensa crítica permite pronosticar otro nivel de intensidad. Las demandas por difamación en las que los periodistas pueden ser condenados a enormes multas si un tribunal considera que han mentido a sabiendas o han difundido supuestas falsedades sobre una figura pública son una herramienta que maneja muy bien Trump, y lo hará todavía mejor si logra que el Tribunal Supremo facilite aún más esa vía. Por otra parte, con todo el poder que va a tener, el miedo a las represalias es un factor real. Eso es lo que puede haber llevado a la ABC a capitular: la matriz de la cadena, Disney, sabe que vienen cuatro años complicados, y sus negocios son muy amplios.
En contraste con la guerra contra los medios, y de los medios contra él, la aproximación de Trump a la Casa Blanca avanza con relativa calma, lo cual no es poco en un país tan polarizado y con un líder tan polarizador. El expresidente y futuro presidente llega de nuevo al Despacho Oval con unos índices de popularidad como no había conocido en los últimos siete años. Según un sondeo de la CNN, el 54% de los estadounidenses creen que se manejará bien como presidente, y prácticamente el mismo porcentaje, 55%, considera que hasta el momento está llevando adecuadamente el proceso de transición. Hace ocho años, Pew Research hizo esta misma encuesta en estos días, cuando faltaban algunas semanas para que Trump aterrizara por primera vez en la Casa Blanca: su índice de aprobación fue del 40%.
Biden, en cambio, se va por la puerta de atrás, con un 37% de popularidad, según Gallup. Y eso que la encuesta se hizo antes de conocerse la noticia del perdón presidencial a su hijo por dos delitos de los que se ha reconocido culpable.
¿Cuánto durará esta pequeña luna de miel que los sondeos le dan a Trump en vísperas de su segundo mandato? No es fácil el pronóstico, porque los frentes abiertos son numerosos (y también hay encuestas contrarias a Trump por asuntos concretos que permiten predecir varios rumbos de colisión): el debate sobre las vacunas, los fuertes recortes prometidos en sanidad y educación, la gestión de los inmigrantes sin papeles amenazados de expulsión, la seguridad en la frontera con México, la cuestión de los altos precios… En el exterior, aunque no sea una prioridad ni para el presidente ni para los estadounidenses, hay también incógnitas serias: la prometida guerra de tarifas con la Unión Europea, México y Canadá, la tensión con China, la guerra de Ucrania, las incógnitas que se abren tras la huida de Bashar al Assad de Siria, el desarrollo de la situación en Oriente Medio…
Con una voluntad de retirarse lo más posible del escenario mundial –como si alejarse de los problemas sirviera para que los problemas se alejaran de él-, empuñando de nuevo el hacha de guerra contra los medios -que tan buenos resultados le ha dado-, listo para perseguir a los pocos republicanos, como Liz Cheney, que le abandonaron en las elecciones, y con muchos compromisos de campaña que pueden ser explosivos a la hora de llevarlos a la práctica, la segunda presidencia de Donald Trump está a punto de empezar. Nadie se va a aburrir.