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La economía de Venezuela vive la fiesta del Titanic

«Lo que pasó con Venezuela es como si un atleta que pesara 100 kilos y midiera 1,90 perdiera 80 kilos de peso»

La economía de Venezuela vive la fiesta del Titanic

El presidente venezolano, Nicolás Maduro. | Europa Press

Quien regresara a Caracas tras años de ausencia podría sorprenderse por el palpitante movimiento del comercio en estos días de Navidad y Año Nuevo.  Los centros comerciales están atestados, las tiendas de electrodomésticos se van a las greñas por ofrecer descuentos, los vendedores ambulantes han tomado las calles del centro y de la enorme barriada de Petare; el mercado de ropa de El Cementerio trabaja hasta de madrugada para vender al mayoreo a compradores provenientes de todo el país.

Inclusive el enervante tráfico ha regresado a las vías principales, recordando los atascos de los días lejanos en los que la gasolina era más que gratis y con el valor de 10 dólares se podía comprar tanto combustible como para darle la vuelta al mundo.  Desde hace tiempo la gasolina vale 0,50 dólares el litro, el parque automotor lleva años sin renovarse, aunque proliferan costosas camionetas de lujo, marcas japonesas y americanas, regresan redes de concesionarios y de vez en cuando te puedes topar con alguno que otro Lamborghini o Ferrari de los hijos de los revolucionarios.  

En plataformas como Instagram proliferan las tiendas virtuales, o las ofertas de tiendas físicas, con exquisiteces llegadas de todo el mundo, desde los modestos jamones serranos de 18 meses, hasta whisky escocés y la estrafalaria carne japonesa wagyu.

Algunas calles, altas fachadas de edificios públicos, plazas y oficinas están decoradas con motivos navideños desde septiembre, cuando Nicolás Maduro decretó un adelanto de la Navidad en un esfuerzo por convertirla en normalidad.

El gobierno socialista ofrece la máxima felicidad en este mundo, y promueve la idea de que Venezuela está bien, que el régimen «popular, militar y policial» (como lo define la nomenklatura chavista) funciona como un envidiable reloj suizo y que por aquí lo bueno apenas está apenas comenzando.

¿Los últimos compases?

Para cualquier régimen político del mundo, el auge de la economía es Santo Grial que perseguir. Si la economía no funciona bien, a la larga nada lo hará y será muy difícil sostener cualquier sistema político o conservar privilegios y expandir los negocios que pululan en torno al poder.

El caso es que en Venezuela las crisis políticas se superponen, pero la economía y con ello el bienestar de la gente común, es la que sigue llevando la peor parte. Más allá de las burbujas, del incremento del gasto y de la carrera de los consumidores por anticiparse al vertiginoso auge de los precios, hay una tropa de Grinchs acechando.

Los indicadores económicos, esa colección de cifras que suelen esconder brutales injusticias más allá de los promedios y porcentajes, han sido favorables en los últimos tres años y acaso 2024 haya sido el mejor en una década perdida. Según la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe, una agencia de la ONU), la economía habrá crecido en 6,2% este 2024, casi el triple del promedio de América Latina. Para 2025 se espera otro 3%. Nada mal.

La Cepal, que se apoya en datos oficiales aportados por cada gobierno, también nos reporta que a septiembre pasado la inflación a 12 meses era de 51,4% muy lejos del espantoso 404% a septiembre de 2023. Que una economía crezca siempre es bueno, de hecho el gobierno afirma que el Producto Interno Bruto sube más de 10% y es la tasa más alta de América Latina y una de las más altas del mundo. Está por verse. 

Pero siempre salta la pulga: ¿crece respecto a qué? Resulta que solamente entre 2018, 19, 20 y 21, la economía venezolana se derrumbó en un acumulado de 80%, aunque creció 12% ya en 2022. Pongámoslo así: lo que pasó con Venezuela es como si un atleta que pesara 100 kilos y midiera 1,90 perdiera 80 kilos de peso. Aunque en su fase de recuperación ganara otra vez el 10% de su peso, todavía estará pesando 22 kilos. Es el espejismo de la recuperación. 

Igual pasa con la inflación, el que Argentina haya destronado a Venezuela con la tasa de inflación más alta del mundo es un buen consuelo, pero todavía es una de las más altas a escala global. Y lo peor, está regresando como un dragón recién despertado y con mal humor.

El año que viviremos peligrosamente

La estabilidad relativa de la economía venezolana sirve para adornar la propaganda del chavismo, para entusiasmar a inversionistas potenciales de América, Europa y China y para cautivar a los más rendidos empresarios locales. Pero descansa sobre bases muy frágiles y podrían no soportar el vendaval que ya ha comenzado.

Las evidencias se acumulan cuando los venezolanos andan armando sus reuniones familiares de fin de año, intentando sobrevivir y con algunos alimentado la ilusa expectativa de que algo inesperado ocurra el 10 de enero. Pero no hay razones objetivas para dudar que Nicolás Maduro asumirá una tercera presidencia hasta el 2031, por lo menos.

Y con él continuará su política económica y también las limitaciones para que Venezuela alcance un crecimiento económico sólido, sostenible, más equitativo y que aproveche las potencialidades de un país muy muy rico en recursos naturales, pero entre los más miserables de América. Recursos no son sinónimo de riqueza, nos enseña la economía de las naciones y de las familias.

Entre los pedazos de hielo del iceberg que se aproxima el dólar es una de las pistas más evidentes. El gobierno había mantenido anclado el tipo de cambio, y con eso había represado los precios en un país con una dolarización anárquica que depende de las importaciones para mantenerse a flote. Pero esa estrategia ha hecho aguas y solamente desde agosto pasado la devaluación del bolívar es del 50%, tanto en el mercado oficial como en el paralelo, y sigue subiendo. 

De este modo hay al menos tres tipos de cambio: el oficial, el paralelo y el que cree que la gente que será el paralelo mañana. La brecha entre el tipo de cambio oficial y el paralelo es cercana al 20%, de modo que esa diferencia es descontada para cuando haya que reponer mercancía que vender.

«La economía perdió el ancla cambiaria que tuvo desde 2021 y que le permitió salir de la hiperinflación, de manera tal que es posible que las presiones sobre los precios se intensifiquen», señala un informe de economistas privados del Observatorio Venezolano de Finanzas.

La inflación, que estaba dominada, tiene un rebrote y se disparó 12,5% en noviembre, casi la misma cifra acumulada de los cuatro primeros meses del año. Hay razones para creer que seguirá así, pues solamente en lo que va de diciembre la devaluación es del 12% y hay una cadena de transmisión directa entre la devaluación y la inflación. Ambas son una fórmula letal que empobrece cada día más a las personas. 

El camino de los migrantes

Así como están las cosas, el trabajo decente no alcanza para pagar las cuentas. El promedio de remuneraciones de un trabajador formal en comercio y servicios en Caracas (entre las áreas más dinámicas) es de apenas 239 dólares por mes en el sector privado. En el gobierno el sueldo promedio es de 70 dólares y lo que reciben más de cinco millones de jubilados del Seguro Social (en un país de viejos porque la mayoría de los migrantes son jóvenes) equivale a unos 2,50 dólares por mes desde hace dos años.

Hay otras razones estructurales de peso para entender que esta economía no se está recuperando, más allá de las candilejas de Navidad y Año Nuevo, para despecho de los entusiastas y normalizadores de una crisis política que tiene impacto regional.

El número de venezolanos viviendo en el extranjero ha explotado desde 700.000 en 2015 a cerca de 7,9 millones a la fecha, con el 85% de ellos esparcidos en 17 países América Latina y el Caribe y el resto principalmente en Estados Unidos y en España, según la más reciente actualización de la Organización Mundial de Migraciones, de la ONU. Significa que una de cada cuatro personas nacida en Venezuela vive en el extranjero.

Ese flujo continúa y desde agosto se han registrado otros 41.000 migrantes y refugiados solo en los países vecinos. Este es un país que se descapitaliza, que ha exportado cerebros, a sus recursos humanos mejor preparados y necesarios para la recuperación.

Además, es un paria en el sistema financiero internacional, pues en 2017 Maduro declaró una moratoria unilateral a la deuda externa de 165.000 millones de dólares, a lo que se sumaron las sanciones por los atentados del chavismo contra la democracia y los Derechos Humanos, lo que significa que no pueden llegar en masa grandes capitales para hacer sostenible la resurrección de la economía y de su estratégica industria petrolera.

Hay otras razones para el estancamiento, como una pavorosa crisis energética con escasez de gasolina, gas natural electricidad y hasta agua; la banca se ha empequeñecido tanto que todo el crédito que otorga equivale a lo de una agencia de un banco en la Gran Vía; y el sector industrial celebra como gran cosa que en 2025 aspira a trabajar al 50% de su capacidad instalada.

Y, a partir del 10 de enero, asume Maduro y hasta ahora no ha sido reconocido por ninguna democracia de corte occidental. Son esos los mismos países que controlan los organismos multilaterales de crédito y las grandes empresas financieras.

Tal vez la fiesta llegue hasta el día de Reyes, quien sabe si conviene guardar un turrón para la resaca.

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