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PROTAGONISTA DEL AÑO

Elon Musk: el millonario al que Trump ha entregado la tijera

Resulta refrescante que, en un mundo que ha alcanzado niveles de deuda récord, alguien se plantee atajarla en serio

Elon Musk: el millonario al que Trump ha entregado la tijera

Elon Musk. | Ilustración: Alejandra Svriz

«Nuestra nación se basa en el principio de que el Gobierno recae en representantes designados por los ciudadanos —denuncian Elon Musk y Vivek Ramaswamy en un artículo para el Wall Street Journal—. Estados Unidos ya no funciona así. La mayoría de las prescripciones no son leyes promulgadas por el Congreso, sino «normas y reglamentos» elaborados por burócratas que nadie ha elegido».

Esto es «antidemocrático y antiético» e impone a los contribuyentes «un coste masivo». Por ello, Donald Trump les ha encomendado que «resuelvan el problema», poniéndolos al frente de un Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés). «Somos empresarios, no políticos —advierten—. No vamos a dedicarnos a redactar informes y recortar burocracia. Vamos a recortar costes».

No parece un mal plan, qué quieren que les diga.

«Con un déficit presupuestario del 6% del PIB y una deuda de casi el 100% —editorializa The Economist—, hace falta una reforma [en Estados Unidos]. La chirriante maquinaria del Pentágono lucha por adaptarse a la era de los drones y la inteligencia artificial. El cabildeo ha disparado la normativa federal por encima de las 90.000 páginas anuales, un máximo histórico».

Dos dudas se ciernen, sin embargo, sobre el proyecto de Musk. La primera es si es el hombre indicado para ejecutarlo. La segunda es si le dejarán hacerlo.

Bromance

«Elon quizás sea hoy la única persona capaz de dirigirse de tú a tú al presidente», confiesa en Politico un asiduo de Mar-a-Lago, la lujosa residencia que tiene Trump en Florida y que viene a ser su Camelot. Otro cortesano añade: «Es un auténtico bromance [romance entre brothers] y se lo están pasando en grande».

En la semana posterior al triunfo electoral, Musk y Trump prácticamente no se separaron. Quedaron en Texas, «donde un camión Tesla se sumó a la comitiva de Trump. De allí volaron a un encuentro con los legisladores republicanos en Washington, compartieron unas hamburguesas de McDonald’s, asistieron en Nueva York a una velada de la UFC [Campeonato de Lucha Definitiva, por sus siglas en inglés] y terminaron cantando [el Dios bendiga a América] en Mar-a-Lago».

La nieta de Trump ironizaría posteriormente que Musk ha alcanzado «el estatus de tío».

Los amores reñidos…

Paradójicamente, no hace tanto ambos se detestaban. «En 2022 —recuerda Aljazeera—, Trump llamó a Musk ‘cuentista’ y este respondió en Twitter: ‘Es hora de que Trump cuelgue los trastos y navegue hacia el ocaso’».

El fundador de Tesla tiene fama de vehemente. En Zip2, su primera compañía, dirimía a puñetazo limpio las diferencias con su hermano y copropietario. Pero en política ha sido tradicionalmente cauto. Aunque partidario de un Estado pequeño y del laissez faire en economía, repartía sus modestas aportaciones por igual entre todos los candidatos. «En 2004, donó 2.000 dólares al expresidente George W. Bush y otros 2.000 a su contrincante demócrata, el exsecretario de Estado John Kerry», observan en Business Insider.

«En cierta ocasión —añade el pódcast Revealse describió a sí mismo como ‘medio republicano, medio demócrata’ […]. Todo pareció cambiar, sin embargo, con la pandemia. A partir de entonces empezó a airear posturas muy críticas sobre el confinamiento, la vacunación obligatoria y otras cuestiones».

…son los más queridos

Musk tampoco soporta la corrección política y ha lanzado una cruzada contra «el virus mental woke».

Tras la compra de Twitter, rebautizada como X, «restableció más de 62.000 cuentas, incluidas las de los supremacistas y neonazis acusados de difundir discursos de odio y teorías de la conspiración —dice Aljazeera. Y añade—: Crucialmente, levantó asimismo la suspensión impuesta a Trump por los anteriores dueños tras el asalto del Capitolio en enero de 2021».

Aquel gesto supuso un punto de inflexión en su relación.

De repente, la red social se convirtió «en una plataforma oficiosa» del movimiento MAGA (Hacer América Grande Otra Vez, por sus siglas en inglés) y, cuando en julio de 2024 Trump sufrió el atentado en Butler (Pensilvania), Musk salió definitivamente del armario.

«Empezó a arrojar millones sobre la campaña de Trump —cuenta el New York Post—, sorteó un millón de dólares cada día entre los votantes registrados que firmaran una petición de apoyo a la primera enmienda [libertad de expresión] y la segunda [derecho a portar armas]» e incluso «se subió al escenario cuando el candidato republicano organizó un segundo mitin en el escenario de Butler donde unos meses antes lo habían tiroteado».

Antecedentes históricos

Aunque a día de hoy la química no puede ser mejor, muchos no creen que dure.

«[Musk] probablemente se sumará a la larga lista de empresarios geniales y generosos a los que se desecha una vez que han cumplido su cometido», predice el historiador David Nasaw en The New York Times. La casuística es abundante. Ahí está Andrew Carnegie, un «colaborador y donante incondicional» cuyo «consejo era debidamente agradecido por [Theodore] Roosevelt y, acto seguido, ignorado». Y ahí están asimismo William Randolph Hearst, que se desvivió porque Franklin Delano Roosevelt saliera elegido para no volver a saber de él en meses, o Joseph Kennedy, que soñaba con ser secretario del Tesoro…

¿Por qué iba a ser diferente con Trump?

«No hablamos además —dice Nasaw— de un hombre para quien la gratitud sea una virtud cardinal. En su anterior presidencia, prescindió de su jefe de gabinete, de su subjefe de gabinete, de su secretario de prensa, de su asesor de seguridad nacional y de su estratega jefe. Y eso en el primer año».

Una gran inversión

Nasaw no cree, sin embargo, que Musk deba deprimirse por ello.

«La compra de Twitter […], que ha puesto al servicio de Trump, y los otros muchos millones que ha gastado en captar votos para él, son auténticas inversiones. Las acciones de Tesla […] se han disparado [el 69% en un mes] y tanto Tesla como SpaceX, que ya suman 15.400 millones de dólares en subvenciones federales, seguirán recibiendo seguramente ese maná».

«Y lo que es aún más importante —añade Nasaw—, a Musk y sus empresas van a dejarlas en paz para que hagan lo que les plazca».

Nadie le preguntará dónde despliega sus satélites ni le acusará de manipular la bolsa o el bitcóin. «Podrá cerrar negocios con Rusia e inundar X de falsedades. Tampoco se abrirán irritantes investigaciones sobre los accidentes de sus coches autónomos. —Y concluye—: Musk y sus amigos de Silicon Valley tienen ante sí un plácido futuro en el que el Gobierno se comportará como un pagador puntual y callado, que mira para otro lado mientras se gastan el dinero del contribuyente».

Distintas almas

Tanto The Economist como The New York Times destacan que el DOGE nace erizado de conflictos de interés, y está bien ser conscientes de ello, pero, como señala Noah Smith, «durante la mayor parte de la historia moderna de Estados Unidos el sistema de controles y equilibrios ha fiscalizado a sus líderes y, cuando alguno se ha revelado un auténtico villano, un montón de instituciones [el Congreso, los tribunales, la prensa] han limitado los daños».

Además, nos equivocaríamos si pensáramos que a Musk lo mueve la mera codicia. El empresario es lo que Ortega y Gasset considera un tipo magnánimo (literalmente, un alma grande), al que los mediocres o pusilánimes (las almas pequeñas) atribuyen sus pedestres motivos. «El magnánimo —escribe el filósofo— es un hombre que tiene misión creadora: vivir y ser es para él hacer grandes cosas, producir obras de gran calibre. El pusilánime, en cambio, carece de misión; vivir es para él simplemente existir él, conservarse, andar entre las cosas que están ya ahí, hechas por otros […]. Busca el placer y evita el dolor».

Reconozcámoslo: Musk siempre ha soñado a lo grande.

Mientras Mark Zuckerberg nos ayuda a compartir fotos y Jeff Bezos a hacer compras online, Musk intenta librarnos del cambio climático con Tesla y Solar City y, por si acaso falla, está habilitando una vía de escape a Marte a través de Space X. Con la compra de Twitter ha rescatado la libertad de expresión de manos de la biempensancia y ahora pretende nada menos que conjurar «la amenaza existencial» que se cierne sobre la república atajando los excesos regulatorios y de gasto.

¿Qué probabilidades tiene de conseguirlo?

Musk cogió su motosierra

Respecto de los excesos regulatorios, «los gestores de capital riesgo llevan tiempo quejándose de lo difícil que ha sido cerrar acuerdos [entre firmas tecnológicas] durante la presidencia de Joe Biden —explica Business Insider—. La Administración saliente […] ha suspendido muchas fusiones y adquisiciones porque, en su opinión, atentaban contra la competencia». Esta intolerancia ha provocado «un drástico descenso de la tasa de retorno», lo que está desincentivando la inversión y, de rebote, la innovación.

Aflojar los grilletes al emprendimiento parece, en principio, sencillo. En buena medida no depende tanto de lo que Trump haga como de lo que deje de hacer.

Ahora bien, los recortes son otra historia. «Musk —dice The Economist— ha anunciado que el DOGE podría cercenar hasta dos billones de dólares de un presupuesto anual de siete billones», pero se trata de un objetivo metafísicamente imposible, porque más de cinco billones corresponden a partidas comprometidas de antemano: pensiones, pago de intereses, Medicare, etcétera. Todo el gasto discrecional sumó 1,7 billones en 2023, menos de lo que Musk se plantea fulminar.

Una combinación explosiva

Como pronóstico general, es improbable que Musk y Ramaswamy cumplan su programa máximo.

«Numerosos expertos en finanzas, incluidos varios partidarios de los recortes —señala la BBC—, se muestran escépticos ante la posibilidad de lograr un ahorro de semejante magnitud sin que se produzca un colapso en la prestación de importantes servicios públicos». Y recuerda cómo «tras hacerse con el control de la Cámara de Representantes en 2022, los republicanos han tenido dificultades para aprobar un ajuste mucho menor, de 130.000 millones, porque han tropezado con la resistencia de parte de sus correligionarios».

Y luego no olvidemos que el poder del DOGE es limitado.

Aunque la primera sigla corresponde a «Departamento», no estamos ante un auténtico ministerio, como el Departamento de Defensa o el del Tesoro, sino ante un órgano consultivo. Su influencia depende de que se mantenga la sintonía entre dos elementos altamente volátiles. «Al próximo presidente —dice The Economist— le encanta contratar y despedir. El magnate de la tecnología también fulmina a sus directivos». El tecnoutopismo libertario de Silicon Valley y el ultranacionalismo MAGA son un material pirotécnico que da lugar a estallidos coloridos y breves, y reformar el gobierno requiere todo lo contrario: paciencia, discreción y mano izquierda.

Ahora bien, resulta refrescante que en un mundo que ha alcanzado niveles de deuda desconocidos en tiempos de paz, alguien se plantee atajarla en serio. «Incluso aunque Musk consumara una fracción de sus objetivos —reconoce The Economist—, Estados Unidos habría adelantado mucho».

Ojalá su ejemplo cundiera en otros pagos.

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