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La trampa progresista: más posmodernos que marxistas

La clase social, que era central para la izquierda, ha sido sustituida por las nuevas identidades y fracturado a la sociedad

La trampa progresista: más posmodernos que marxistas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Desde que el discurso de la izquierda progresista devino hegemónico, la agenda pública se ha inundado de debates y controversias inexploradas apenas algunos años atrás. 

De repente, escuelas, universidades, fundaciones y empresas animan a las personas a definir su identidad ya no en tanto seres humanos, sino a partir de su género, su raza, su origen cultural o su orientación sexual, como si fueran estos sus atributos definitivos. 

La clase social, que era la categoría explicativa central de la izquierda, al menos hasta bien entrados los ochenta, va perdiendo espacio y se inaugura así la era woke, mientras el Occidente liberal y universalista que consideraba que la igualdad debía alcanzarse siendo ciego a las diferencias, entra en una crisis profunda.  

Rastrear este proceso, advertir las consecuencias presentes y futuras de este giro, y reivindicar ese liberalismo filosófico de tradición universalista como el camino adecuado para un mundo más justo e igualitario, son las principales motivaciones del nuevo libro del politólogo nacido en Alemania, Yascha Mounk, titulado La trampa identitaria y editado por Paidós.

¿Por qué una trampa? Porque el wokismo, que Mounk denominará «síntesis identitaria», «dificulta la sustentación de sociedades diversas cuyos ciudadanos confíen unos en otros y se respeten mutuamente. También es una trampa personal, que hace promesas engañosas acerca de cómo obtener ese sentimiento de pertenencia y ese reconocimiento social al que aspiran de forma natural la mayoría de los humanos. En una sociedad integrada por comunidades étnicas, de género, y sexuales rígidas, habrá una enorme presión para que los ciudadanos se definan en virtud del grupo identitario al que supuestamente pertenecen». 

«Estamos frente a un marxismo cultural que ha reemplazado con categorías de nuevas identidades a la vieja clase social»

Aunque no haya un desarrollo original, algo difícil para un tema sobre el cual se ha escrito mucho, es de destacar el intento de sistematizar los principales postulados de esta síntesis identitaria y el desarrollo histórico de ese conjunto de ideas

A propósito de este último punto, aunque de manera inexplicable, Mounk apenas le dedica las tres páginas al final a modo de apéndice. Es interesante su posicionamiento respecto a la polémica acerca de si este wokismo es una forma de marxismo cultural, como muchos teóricos afirman. Y su postura es clara: si bien existe una matriz común y alguien podría afirmar que simplemente estamos frente a un marxismo cultural que ha reemplazado con categorías de nuevas identidades a la vieja clase social, Mounk sostiene que en la base de la síntesis identitaria está el posmodernismo y, con éste, el poscolonialismo y la teoría crítica de la raza. Más Foucault (y sus derivaciones) que Marx, para decirlo con nombres propios. 

Efectivamente, cuando se examinan con detenimiento los que podrían ser los principales postulados de esta nueva corriente, se puede ver la crítica a los grandes relatos, el rechazo a la verdad objetiva, la denuncia al lenguaje como instrumento del poder y, sobre todo, la desaparición del ideal de una sociedad sin clases en detrimento de una sociedad fracturada en múltiples identidades. No es tan fácil encontrar marxismo allí.  

En cuanto a los principales postulados, según Mounk, se pueden reducir a cinco: la teoría del punto de vista, esto es, la idea de que existe una inconmensurabilidad entre los miembros de distintos grupos, es decir, una imposibilidad de comprensión de los padecimientos del otro, de lo cual se sigue que el grupo presuntamente privilegiado debería aceptar acríticamente como «verdadera» la perspectiva de los desfavorecidos. En segundo lugar, la idea de apropiación cultural, esto es, la suposición de que los grupos poseen una propiedad colectiva sobre sus productos y creaciones culturales que no pueden ser tomados por otros grupos. 

«Las redes sociales y su tendencia al etiquetado han dado un potente impulso a la diferenciación identitaria»

El postulado tres, por su parte, implica la justificación de la limitación a la libertad de expresión como medida para proteger a los grupos minoritarios, el cuarto nos habla del «separatismo progresista» que refiere al modo en que se considera que las instituciones deben promover que las personas no se identifiquen en tanto tales sino por su grupo de pertenencia, y el quinto apunta a las políticas públicas dirigidas a priorizar a los grupos desaventajados.  

Ahora bien, ¿cómo llegan unas ideas propias de nicho académico estadounidense a transformarse en aquellas que hoy dominan la agenda y las políticas públicas de Occidente?

El proceso fue vertiginoso y coincidieron varios aspectos: por un lado, las redes sociales y su tendencia al etiquetado, esto es, un potente impulso a la diferenciación identitaria, el qué eres por encima del qué haces. De allí, claro, los medios tradicionales cada vez más dependientes de las redes, al fin de cuentas, su más potente canal de difusión hoy en día, adoptan el lenguaje «de la identidad» y fomentan los relatos en primera persona, casi siempre en torno a padecimientos, resiliencia, etc. No casualmente y como parte del mismo proceso, aparecieron superventas hablando de privilegio blanco, patriarcado e interseccionalidad como si nada. Evidentemente, la síntesis identitaria se había popularizado.  

Por otro lado, está lo que Mounk llama «la corta marcha a través de las instituciones», esto es, la forma en que los egresados de aquellas universidades donde imperaba el canon progresista fueron ocupando los espacios de las principales instituciones tanto públicas como privadas. Esto explica que una política pública de un gobierno progresista, de repente, coincida con el mensaje de grandes corporaciones como Coca Cola o Google. 

«En EEUU, una vez aceptado que Trump había triunfado, el progresismo dirigió su ira hacia las instituciones y la sociedad»

Otro aspecto interesante mencionado por Mounk para Estados Unidos, pero que, con sus particularidades, se repitió en España y otros países, fue el avance vertiginoso de esa agenda, en el caso del país americano, después del triunfo de Trump en 2016. Lo que plantea Mounk es interesante porque afirma que, una vez aceptado que Trump había triunfado y que culminaría su mandato, el progresismo dirigió su ira y su afán persecutorio hacia las instituciones y la sociedad toda.  

«Los profesores que trabajaban en las universidades y colegios universitarios de artes liberales; los poetas, pintores y fotógrafos adscritos a sus principales instituciones artísticas, e incluso los empleados de las organizaciones progresistas de Estados Unidos podían hacer desesperadamente poco para defender a su nación contra Donald Trump. Pero lo que sí podían hacer era identificar a cualquiera que, deliberada o inadvertidamente, en la realidad o en su imaginación, no acatara las nuevas certidumbres políticas con las que se habían comprometido las comunidades más progresistas del país».

Ese clima de persecución neopuritana contra el jefe, el vecino, el usuario de redes, el colega, fracturó a las sociedades y, según Mounk, explica el regreso de la ultraderecha que, con el progresismo, serían las dos caras de una misma moneda. 

De aquí que para Mounk la salida esté en un retorno a esa tradición universalista y liberal que se hizo carne en la Declaración de los Derechos Humanos y que cuenta con todos los instrumentos para tomar en consideración las diferencias sin crear un separatismo absurdo que derive en una suerte de competencia de víctimas y grupos desfavorecidos. 

¿Parece una propuesta utópica vista desde la actualidad? Sin dudas, pero no debemos olvidar que no es otra cosa que el espíritu y el fundamento constitutivo de nuestras repúblicas democráticas.      

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