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Tercera Guerra Mundial: carta desde el Frente Oriental

Si no se toman las medidas adecuadas, esta hipotética epístola puede hacerse realidad en un futuro próximo

Tercera Guerra Mundial: carta desde el Frente Oriental

Un soldado ucraniano atraviesa una trinchera en una zona indeterminada de Ucrania. | Dmytro Smolienko (Zuma Press)

Mi respetado General, 

Primero mis disculpas por dirigirme a ti con estas líneas, como Comandante de las Fuerzas Terrestres Españolas en el Sector Aliado Oriental, pero me baso en nuestra amistad y mi lealtad total hacia tu persona. En este momento, supongo que te sientes abrumado, al intentar explicar los costosos reveses que hemos experimentado en los últimos meses, dentro del esfuerzo aliado de contención a las fuerzas adversarias. Al menos, se consiguió el alto el fuego y el armisticio.

No lo dudes: una vez que el humo se disipe de las comisiones de investigación en España y en OTAN, será un desafío separar el trigo de la paja, para descubrir y poner en marcha las lecciones reales para nuestro Ejército de Tierra y para nuestras Fuerzas Armadas. Unas Fuerzas Armadas que, como recordarás, en el año 2024 eran financiadas con el 1,28% de nuestro PIB, según datos de la Alianza Atlántica. Éramos el último pais en Presupuesto de Defensa de la OTAN.

La consecución del fin de la guerra se consiguió gracias a factores ciertamente claves. Entre ellos, la impresionante calidad de nuestros hombres y mujeres, de nuestros Soldados. Ellos no fallan. Y en esa lealtad hacia ellos, me llena de orgullo y me llega al alma, la acción heroica de una Compañía de carros de combate y vehículos de combate de infantería española que diezmada, resistió para proteger la retirada de un convoy de heridos alemán. 

Cuando se observaban los diferentes conflictos, vimos la importancia de las operaciones multidominio, de las nuevas tecnologías, de los nuevos procedimientos. Se conocía, que nuestro margen de victoria en el combate terrestre de alta intensidad e híbrido tenía mucho margen de mejora. Nos dedicábamos a otras cosas, a otro tipo de operaciones. Parecía como si la aparente ventaja de nuestra tecnología occidental sobre nuestros adversarios potenciales (flanco Sur y Este), siguiera siendo «decisiva». En los años siguientes, sin embargo, el margen cambió; al principio imperceptiblemente, pero después lentamente y de forma «machacona» para favorecer al otro lado, a nuestros potenciales adversarios. Sé que nuestros Jefes advirtieron de las luces rojas …. 

La pérdida de nuestro margen de victoria es aún más dolorosa, porque en los años previos al conflicto, creo que hicimos todo lo correcto. O al menos, así lo pensábamos. Ante décadas de carencias de presupuesto e inversiones, ante los problemas de nuestro personal, la necesidad de mayor disponibilidad del personal en las unidades, más adiestramiento real, más tecnología, más apoyo de la industria nacional e internacional, etc.…. hicimos todo lo que pudimos con nuestros excelentes subordinados.

Es ahora, en la engañosa y aparente tranquilidad de mi puesto de mando, cuando me pregunto qué podríamos haber hecho, si hubiésemos sabido que esto llegaría. Si al comienzo de nuestros destinos hubiéramos visto que no abandonaríamos nuestros puestos, sin que una crisis desembocara en hostilidades, ¿podríamos haber evitado este desastre? No lo sé … tengo mis dudas. 

Ya hace unos años, no sólo nuestro Ejército de Tierra sino otros ejércitos occidentales, habían notado el cambiante panorama estratégico y los retos futuros a los que nos íbamos a enfrentar. Se visionaba y se ponía «negro sobre blanco» la necesidad de una profunda transformación. Necesitábamos un cambio y nuevas inversiones en muchos aspectos. 

Cómo ya vimos en la agresión rusa a Ucrania, el papel de las fuerzas terrestres iba a continuar siendo primordial por nuestro contacto con la población, para protegerla de los elementos hostiles que la amenazasen y siempre, en el amplio espectro multidominio. Necesitábamos incorporar nuevas tecnologías, nuevas capacidades esenciales a nuestras Brigadas, a nuestras Divisiones. 

Pero para proyectar el poder militar «sobre la tierra», se precisaba de los adecuados recursos financieros. Había que hacer frente a una previsión de adquisiciones, según iba variando el entorno operativo y la tecnología. Habíamos tardado más de 15 años en conseguir el vehículo Dragón. Defendimos nuestra Fuerza, nuestras Brigadas como un sistema de combate integral que debíamos «adquirir como una capacidad completa». Intentábamos hacer las cosas con más lógica, adaptarnos a los cambios tecnológicos y a la reducción de personal por el «invierno demográfico» que se avecinaba. Recuerda que hasta se nombró una Brigada experimental, que integró todos los nuevos materiales y estudió nuevos procedimientos tácticos y logísticos, para optimizar el empleo de las capacidades de los sistemas de armas y tecnologías disponibles. Y se hicieron también enormes esfuerzos para conseguir nuestra ansiada Base Logística, que se demostró fundamental y clave durante el desarrollo de las enormes tareas y misiones, que supuso el conflicto.

Pero anualmente y desde hacía mucho tiempo, los presupuestos de Defensa siempre fueron muy limitados para los programas terrestres, aéreos o navales. Todo ello a pesar de habernos comprometido en la Cumbre de la OTAN en Gales en 2014, a dedicar el 2% de nuestro PIB a los presupuestos de Defensa. Parecíamos no ser conscientes de la importancia de la verdadera finalidad de la Disuasión: ser lo suficientemente fuertes, para evitar que alguien realice una acción determinada. Eso se logra creando la percepción, de que los costes para el adversario de esa acción serían muy altos o que su probabilidad de éxito sería muy baja. Su consecuencia, la consecuencia de la Disuasión es no tener que combatir jamás. 

Cada año veíamos lo que podía llegar a suceder: nuevas amenazas híbridas, inestabilidad en nuestro flanco Sur (jamás supusimos que nuestro vecinos del Sur iban a enfermar con el cáncer yihadista), la creciente influencia de Rusia y China especialmente en el Sahel y al sur del mismo, golpes de Estado en toda África, desestabilización y conflictos graves en Europa del Este, problemas en Oriente Medio, tensiones en la región Indo-Pacifico, etc.

Sin embargo, no era un problema existencial para nuestra Nación, y se prefirió utilizar la diplomacia y las presiones políticas y económicas, creyendo que eso era suficiente. Además, continuábamos viviendo de los «dividendos del final de la Guerra Fría». Pero el aparente paraguas de EEUU se hizo mucho más laxo con la llegada de la Administración Trump en el año 2025. Y se complicó mucho con su insistencia en que los europeos aumentáramos hasta el 5% del PIB la inversión en Defensa. Y sin alcanzar aquello, el aumento gradual del Presupuesto de Defensa nos costó muchísimo. No teníamos conciencia en nuestra población, de inseguridad ni de amenaza, y por lo tanto, era dificilísimo cambiar prioridades. Años de reducciones, de lograr la mayor eficacia con menos medios. Al final «con menos y menos cada año», no podíamos realizar la preparación de las unidades que necesitábamos.

Como otras Fuerzas terrestres de la OTAN, entramos en guerra con importantes carencias y con algunas capacidades dotadas de forma insuficiente. Y nuestra Armada y nuestro Ejército del Aire y del Espacio no estaban mucho mejor. La superioridad había pasado al bando de nuestros potenciales adversarios. Ninguna comunicación estratégica, por muy buena que fuera, hubiera podido cambiar esa realidad. Y todo esto no se podía transformarse de la noche a la mañana…

Cuando empezamos a replantearnos cómo volver a estar en forma, a «sacar músculo», era ya evidente que habíamos perdido tiempo y mucho esfuerzo. Por supuesto, los planificadores militares aliados (norteamericanos y británicos, en esencia) ya estaban estudiando e invirtiendo en lo que ellos veían como nuevos escenarios operativos y la nueva tecnología para hacerle frente. Iban más rápido, aunque también se confiaban, expresando su suposición de que no se enfrentarían a una gran guerra. Tuvimos el aviso en nuestras puertas: la agresión rusa a Ucrania, que nos enfrentó a la realidad de las capacidades propias y aliadas. 

Por otro lado, la inestabilidad política, demográfica y la lucha por los recursos en el flanco Sur (Norte de África, Sahel, Golfo de Guinea, Centroáfrica), no encendió ninguna luz de alarma complementaria. Comenzamos a tener pérdidas en los países Bálticos, en Europa Central y a la vez nuestros compatriotas norteamericanos, japoneses y australianos tenían serios problemas en la región Indo-Pacifico. China había constituido una impresionante fuerza naval y anfibia. La inestabilidad en el norte de África (en Marruecos, en Argelia, en Túnez, en Libia), en el Sahel, en Oriente Medio y en otros apartados lugares, era creciente, y la lucha para obtener superioridad en las nuevas tecnologías para el campo de batalla se convirtió en una distracción significativa de nuestras necesidades reales. En última instancia, todo ese esfuerzo se mostró ineficaz. 

Creíamos tener el marco intelectual necesario para ganar, o eso nos pareció. Se habían dedicado grandes esfuerzos y muchas horas de sabio trabajo, empeño y esfuerzo, a la creación de conceptos para ganar a las fuerzas adversarias. Desde el nivel táctico hasta el operacional, el futuro combate iba a ser extraordinariamente complejo y difícil. Por ejemplo, estoy seguro que recordarás, ya que era una necesidad prioritaria, que para combatir necesitábamos unas comunicaciones de alta tecnología, seguras, robustas, con un sistema de mando y control nacional integrado con OTAN, pero que a la vez «se hablara» con otros Ejércitos y que dentro de nuestro ET dispusiéramos de un sistema de mando y control de Componente Terrestre, División, Brigada hasta Batallones y Compañías fiable, real y muy descentralizado. Al final, allá por 2035, pudimos contar con esa capacidad en las unidades de nuestro Ejército.

Desafortunadamente, al mismo tiempo que creábamos estos conceptos y capacidades, también estábamos sufriendo una profunda hemorragia en personal con experiencia en nuestras Fuerzas Armadas, en nuestro Ejército de Tierra. La milicia es la milicia y es pura exigencia. Una vez que se iniciaron los combates, era evidente que no habíamos encontrado el equilibrio adecuado. Nuestro estándar era lograr que nuestras fuerzas fueran «desplegables», nos habíamos acostumbrado a las misiones humanitarias, al despliegue en apoyo a emergencias, a misiones de estabilización y baja intensidad.

Nuestras Unidades se enfrentaron a un combate de alta intensidad. Y su comportamiento fue sobresaliente. Nuestros extraordinarios hombres y mujeres, soldados todos de España, dieron el «Do de pecho». Como te decía antes: no fallaron. Llegaron hasta dónde pudieron. Sabíamos cuál era nuestra auténtica misión, pero las circunstancias nos desviaron de ella. 

Hicimos todo lo que pudimos con unos presupuestos que, a todas luces, no eran suficientes. Pero no sólo en España, sino en toda Europa. Durante estos años anteriores, décadas, siempre habíamos alertado sobre la falta de inversión real. No se nos dotó de las capacidades necesarias. Ya, en su dia, nuestras altas autoridades militares advirtieron sobre nuestras carencias. Así, cuando empezó la guerra, cuando necesitábamos desesperadamente fuerzas de refuerzo y sistemas de armas para reemplazar nuestras pérdidas, llenamos los huecos con lo que podíamos. 

No estábamos en posición de deshacer varias décadas de desinversión. Siempre habíamos considerado que la mejora de las capacidades militares asociadas a la disuasión y la defensa debía ser sostenible en el largo plazo y precisábamos disponer de una vez por todas de un marco presupuestario estable. Ese presupuesto estable se logró finalmente unos años después, con muchísimo esfuerzo y una política clara y activa de colaboración público-privada, que apoyó al sector industrial y tecnológico de la seguridad y la defensa en España. 

Pero, cuando veíamos la luz al final del túnel, cuando nuestra moral levantaba, cuando determinadas acciones tenían el refrendo político y el apoyo industrial… De nuevo, mucha lentitud, mucha carga administrativa y económica contractual compleja y, muchas veces, ineficiente. 

Con una mejora constante de las capacidades por parte de nuestros adversarios, nuestras fuerzas se volvieron vulnerables. Ya no eran lo suficientemente grandes o capaces de ofrecer una disuasión decisiva o de perturbar o desgastar suficientemente. De repente, alguien se dio cuenta que la palabra Disuasión con mayúsculas era clave para evitar una guerra. Pero no teníamos una fuerza creíble. Siempre hablábamos de «Presencia Adelantada». No teníamos Disuasión. 

En el Este de Europa, el rearme de «nuestro enemigo convencional», el cambio de procedimientos después de la guerra de Ucrania y el haber aprendido de errores previos fue infravalorado; en el Sahel y el Norte de África nos cogió desprevenidos su rápida inestabilidad; en Oriente Medio, el corte de materias primas y las amenazas a nuestra independencia energética nos destrozó; en la región Indo- Pacifico nos sorprendieron no sólo con la superioridad en el ciberespacio, sino en el ámbito convencional terrestre, aéreo y marítimo. 

No supimos, nosotros y nuestros aliados, ver una realidad en nuestros adversarios que llevaban muchos años de planeamiento en la sombra. Y llegó el armisticio: no hemos sido derrotados, pero tampoco hemos vencido. Las perdidas han sido tan grandes para todas las economías mundiales, que ahora empieza la reconstrucción. Durará años, décadas, pero el orden mundial se recompondrá. 

Espero que aprendamos de nuestras heridas y de nuestras grandes pérdidas. Hicimos todo lo que pudimos y asumiremos nuestras responsabilidades. Lo haremos por lealtad a nuestros subordinados y a la sociedad europea y española, que merecen nuestro respeto.

Siempre a tus órdenes, mi General.

No, no estamos en guerra. Esta carta es, gracias a Dios, ficticia. Si fuera real, supondría que, en un futuro a medio plazo, habríamos tenido algo parecido a una III Guerra Mundial. Un desastre total. Guerra inicialmente híbrida y posteriormente convencional en el entorno multidominio, que se habría parado en un armisticio sin dar lugar al trágico colofón de un holocausto nuclear. 

Con este «ensayo ficticio» se pretende dar ideas, junto a argumentos aportados por otros periodistas y analistas de Defensa, para que en nuestra sociedad, en los medios de comunicación, en el mundo académico, en las Universidades públicas y privadas y en otras instituciones y think tanks españoles, se reactive un debate sosegado y con altura de miras, con profundidad sobre las Fuerzas Armadas y alianzas que queremos y que necesitamos. 

Un debate sin ideas preconcebidas, con sentido de Estado, concibiendo una Estrategia a corto y medio plazo, que dinamice todo nuestro entramado de Seguridad y Defensa. ¿Encontraremos el momento adecuado, para reflexionar sobre ello y disponer de las capacidades operativas necesarias en las Fuerzas Armadas, que aseguren tener una Disuasión creíble en el entorno operativo actual y el futuro previsible?

Para ello se estima, que la «primera piedra» para esa reflexión y para empezar el debate es que nos sintamos orgullosos de los hombres y mujeres, que sirven a todos los españoles en las Fuerzas Armadas. Realmente no piden mucho. Facilitémosles los medios y los sistemas de armas apropiados para que defiendan nuestras libertades, nuestra forma de vivir, nuestras diferentes formas de pensar en convivencia, nuestras diversas opiniones… en fin nuestro Estado de Derecho, nuestra Democracia, nuestra Constitución como marco de convivencia, nuestra Nación y su Monarquía Parlamentaria.

Valga esta carta única y exclusivamente como aldabonazo a la sociedad española, a los medios de comunicación, al mundo académico en Universidades y otros centros de pensamiento, a Fundaciones, etc., para analizar si se debe modificar algo, para conseguir una Disuasión creíble

No debemos ver la inversión en Defensa única y exclusivamente por sus virtudes económicas (puestos de trabajo, tecnología puntera, I+D, etc.), que las tiene por supuesto, sino por la eficiencia a medio y largo plazo en nuestra Disuasión. Pensemos y articulemos primero un discurso estratégico, basado en las capacidades reales que son necesarias, para hacer frente a los riesgos y amenazas actuales y futuros. Que esto sirva para que la Industria de Defensa nacional e internacional esté siempre al servicio de nuestra Seguridad y Defensa. En este orden y no al revés.

Y todo ello, para que ningún general tenga un día lejano que escribir una carta similar…..

Carlos de Antonio Alcázar es analista del Centro para el Bien Común Global en la Universidad Francisco de Vitoria.

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