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Nuestro amigo Orbán

¿Qué ‘reconquista’ hay que hacer con el dirigente húngaro, un autócrata xenófobo que va de la mano de Putin?

Nuestro amigo Orbán

El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, en el Parlamento Europeo. | Philippe Buissin (PE)

El húngaro Viktor Orbán es muy probablemente el político populista de extrema derecha de mayor éxito en todo el mundo. Lleva catorce años como primer ministro; desde luego, no hay líder europeo que le iguale. Su particular Manual de resistencia es muy interesante. Sus amigos, también. Vamos primero con ellos y luego con su receta para perpetuarse en el poder.

Orbán acaba de estar en Madrid, invitado por el presidente de Vox, Santiago Abascal, junto a sus socios en Europa: la francesa Marine Le Pen, el italiano Matteo Salvini y el neerlandés Geert Wilders como principales estrellas invitadas. Abascal preside Patriotas, el grupo del Parlamento Europeo en el que ingresó tras abandonar a los Conservadores y Reformistas (ECR) dirigidos por la italiana Giorgia Meloni, tachada al parecer de la lista patriótica por su política colaboracionista con respecto a la presidenta de la Comisión Europea.

La ambición de Abascal es unir a Patriots con ECR. No parece fácil. ECR es derecha/derecha: ultraconservadores y euroescépticos, pero atlantistas y liberales en lo económico. Los Patriotas se debaten entre el libertarismo iliberal y el nacionalismo colectivista y tienen como modelos internacionales a Trump y a Putin. Para ECR, como para la mayor parte de los países europeos, la invasión de Ucrania -a punto de cumplir tres años- y la salvaje guerra de Putin desaconsejan las equidistancias. Pero en el mitin de Madrid de hace unos días a ningún Patriota se le torció el gesto al escuchar a Orbán culpar a Bruselas de «destinar nuestro dinero a Ucrania, una guerra sin esperanza«.

A ver si resulta que la reconquista que celebran estos «defensores de la libertad» -palabras de Abascal para definir a los reunidos en Madrid- significa culpar al invadido, Ucrania, y justificar al invasor, Rusia, como hace Orbán. A ver si estamos hablando de reconquistas como la invasión soviética, precisamente de Hungría, en 1956.

Orbán es un aliado de Rusia. Que él admire al mismo tiempo a Putin y a Trump, enemigos de la Unión Europea, tiene más sentido que el hecho de que Abascal esté a su lado. Claro que al líder de Vox tampoco le incomoda alinearse con Matteo Salvini, el italiano que mejor entendía a Carles Puigdemont no hace mucho gracias a sus ensoñaciones de la Padania separatista. Y, ya puestos a lidiar con compañeros de viaje, tampoco está mal celebrar la presencia en Alemania de Elon Musk para festejar a los populistas extremos de AfD. Musk es -por el momento- el disruptor jefe del equipo de Trump y autor de la consigna Make Europe Great Again, MEGA, un remedo del eslogan electoral del MAGA trumpista, Make America Great Again.

Estar entre MEGAS y MAGAS es celebrar la guerra comercial y los aranceles, ignorar las dificultades que la gente de campo va a tener con estas guerras, simpatizar con la idea de que la fuerza y el chantaje sustituyan a la diplomacia, querer cargarse la UE y la OTAN y poner patas arriba las relaciones internacionales a mayor gloria de China. Todo un plan para Europa. Y para España. ¿Es bueno tener estos amigos?

Vamos con el manual del resistente húngaro. Cuando Viktor Orbán perdió las elecciones tras su primer mandato como primer ministro (1998-2002), acusó de fraude electoral a los partidos que estaban en la oposición y que le ganaron, y pasó ocho años preparando su regreso con una idea fija en la cabeza: «Necesitamos ganar una sola vez, pero tenemos que hacerlo con mayoría absoluta».

Así fue. Su 52,7% de los votos en 2010 le permitió ocupar dos terceras partes del parlamento. A partir de ese momento, empezó a aplicar el conjunto de medidas que había diseñado para no volver a perder en las urnas: rediseñó los distritos electorales a su conveniencia, instauró la censura en unos medios ya estrictamente controlados, desacreditó a periodistas independientes y a sus medios y desmanteló las ONG que le incordiaban. Eliminó los equilibrios institucionales y silenció a la oposición a través de la Ley Fundamental de 2011, una constitución aprobada sin consultas con la oposición ni los ciudadanos que fulmina la separación de poderes, ata al poder judicial y deja en manos del parlamento los nombramientos del Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas y todas las instituciones políticas y económicas (si esto suena de algo, es momento de releer este artículo de Antonio Caño). Patriotas y sanchistas tienen mucho en común.

Orbán es un polarizador nato, un abanderado de la guerra cultural de extrema derecha contra las minorías (la furia antiwoke después del desastre woke). Controla casi todos los resortes de poder. Ha convertido a Hungría en una autocracia electoral. Se ha adueñado de la mayor parte de las instituciones y los medios. Es un dirigente sin escrúpulos con todas las palancas a su alcance para seguir en el poder. Un enemigo de cualquier avance europeo, un nacionalista xenófobo que cultiva el odio al diferente y que vive del aplastamiento de los más débiles.

Su Manual de resistencia es todo un modelo, si es que le hacía falta, para Trump, este «compañero en la lucha», como dijo Abascal. ¿Otro modelo para él? ¿No hay un límite para el ultranacionalismo y los destrozos que históricamente ha hecho, en Europa y en España? ¿No es una barbaridad confundir las críticas a Bruselas con la voluntad declarada de desmantelar la Unión Europea y debilitar la OTAN?

Condenar a Pedro Sánchez por sus atropellos políticos mientras se aplaude a Donald Trump y se abraza a Viktor Orbán en un escenario es una contradicción insoportable cuyas consecuencias a medio y largo plazo superarán con mucho el alborozo táctico que puedan proporcionar estas compañías.

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