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El zapador

Donald Trump podría desencadenar la invasión de Taiwán 

De producirse una ofensiva de Pekín contra la isla, Washington podría no salir en defensa de Taiwán

Donald Trump podría desencadenar la invasión de Taiwán 

El presidente de EEUU, Donald Trump. | TO

La semana pasada, un grupo de 24 republicanos en la Cámara de Representantes presentó una resolución instando al presidente Trump a abandonar la política de «Una sola China» y reconocer formalmente a Taiwán como una nación independiente. La resolución también busca apoyar la entrada de Taiwán en organizaciones comerciales internacionales y negociar un acuerdo de libre comercio bilateral entre Estados Unidos y Taiwán. 

Sin embargo, Donald Trump va por libre y ha sugerido que no necesariamente defendería la isla en caso de un ataque chino. A pesar de la histórica relación entre Washington y Taipéi, la posible retirada del respaldo estadounidense bajo el nuevo gobierno plantea profundas interrogantes sobre el futuro del equilibrio en Asia-Pacífico. A ello se suman nuevos roces, como la reciente denuncia de Pekín por el paso de dos barcos de la Armada de Estados Unidos por el Estrecho de Taiwán, la cual fue catalogada como una provocación. El panorama, además, se ve influido por aspectos económicos y comerciales —el presidente taiwanés, William Lai ha ofrecido una «solución mutuamente beneficiosa», tras la amenaza de aranceles de Trump— o por la controversia respecto a los 5,4 millones de dólares que empresas chinas habrían gastado en negocios del expresidente estadounidense durante su primer mandato, según un artículo de Forbes de Dan Alexander, al que, por cierto, conozco personalmente de mis veranos en un campamento de Maine. Dan Alexander es autor de White House, Inc.: How Donald Trump Turned the Presidency into a Business.

Durante décadas, Estados Unidos ha mantenido un fuerte lazo con Taiwán como parte de su política de contención frente al gigante asiático. Este vínculo se mantuvo de alguna forma con la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979 (Taiwan Relations Act), garantizando suministros de armas y cierto paraguas de seguridad en caso de conflicto. Sin embargo, declaraciones recientes de Donald Trump han sembrado dudas: el presidente insinuó que, de producirse una ofensiva de Pekín contra la isla, Washington podría no salir en defensa de Taiwán porque, según su propia afirmación: «Nos quitó nuestro negocio» (refiriéndose a la industria de semiconductores). El presidente de Estados Unidos sorprendió a propios y extraños al afirmar que Taiwán le había robado el negocio de los chips a Estados Unidos y expresó su intención de recuperarlo.

Estas palabras han encendido las alarmas en el gobierno de Taipéi, pues modificaría drásticamente la postura estadounidense de las últimas décadas. En caso de cumplirse, se rompería uno de los pilares de la política exterior norteamericana y podría generar un efecto dominó con consecuencias imprevisibles. Por otro lado, la creciente militarización del Estrecho de Taiwán y la denuncia reciente de Pekín por la presencia de buques de guerra estadounidenses en aguas que considera bajo su jurisdicción evidencian cuán delicada es la situación.

La personalidad y las posturas controvertidas del imprevisible Donald Trump han llevado a varios analistas a calificarlo de «pirómano» en el ámbito de la geopolítica. Sus decisiones suelen estar motivadas, en gran medida, por consideraciones de índole económica fuertemente proteccionistas y una visión transaccional de la política internacional. Siempre ha dejado muy claro que no está dispuesto a sostener alianzas que, en su opinión, no fuesen rentables para Estados Unidos. En este contexto, es revelador que China gastara millones de dólares en empresas propiedad de Trump durante su gobierno. Cui prodest?  Para Pekín, mantener un relativo entendimiento con el magnate neoyorquino forma parte de una estrategia más amplia de contención de potenciales conflictos comerciales o geopolíticos. ¿Pero a qué precio? No debemos olvidar que, en 2018, se desató una guerra comercial entre ambas potencias a través de un intercambio de arancelario, guerra que sigue abierta.

Por otra parte, el mundo ha puesto el foco en Ucrania. Lo que allí pase será muy importante y se observa con cierto pánico. La reciente conversación telefónica entre Vladimir Putin y Donald Trump, de la que se dice duró hora y media, ha dejado a Ucrania a los pies de los caballos. Trump se ha presentado como mediador, pero sus declaraciones favorecen claramente los intereses del Kremlin al sugerir que Rusia debe conservar parte del territorio ucraniano ocupado. El Secretario de Defensa, Pete Hegseth, también aseveró que el ingreso de Ucrania en la OTAN no es un objetivo realista y que Kiev no puede volver a las fronteras anteriores a 2014, algo que muchos vemos como una concesión a Putin. Por su parte, el presidente ruso busca rehabilitar su imagen dañada por la invasión y por las acusaciones de crímenes de guerra por parte de la Corte Penal Internacional, y el posible acuerdo con Trump reforzaría su legitimidad al ver respaldada su propaganda y al saltarse a Ucrania y a los aliados europeos en una eventual negociación. Esto ya se refleja en la economía rusa: la Bolsa de Moscú sube y el rublo recupera valor, amenazando con deshacer el impacto de las sanciones internacionales. En Europa crece la indignación, pues se teme que, al ceder a las exigencias de Rusia, se ponga en riesgo no solo la seguridad de Ucrania sino también la estabilidad de las fronteras europeas, la arquitectura de seguridad creada tras la Segunda Guerra Mundial y los valores democráticos occidentales.

Como sostiene Philip Ingram, ex oficial de inteligencia militar y planificador de la OTAN, si a Rusia se le permite mantener territorios en Ucrania tras el conflicto, el presidente chino Xi Jinping podría verse alentado a tomar Taiwán por la fuerza. La lógica es simple: si la comunidad internacional no logra revertir un cambio de fronteras en Europa legitimando el derecho de conquista, difícilmente estaría dispuesta a intervenir en un conflicto potencialmente más complejo y de mayores implicaciones económicas, como el que podría suceder en Asia-Pacífico. China quiere evitar el aislamiento internacional que ha sufrido Rusia por la guerra en Ucrania, sin embargo, tras la rehabilitación que está viviendo Putin por parte de Donald Trump —que incluso ha planeado visitar Moscú—, las dudas de Xi Jinping podrían disiparse.

El presidente de la República Popular China, conforme a este análisis, estaría calculando los costos de una invasión a Taiwán, preguntándose si podría soportar la reacción internacional durante los años que tome consolidar el control sobre la isla. Según datos recopilados por The Economist, 70 países han reconocido oficialmente tanto la soberanía de China sobre Taiwán como, de igual forma relevante, el derecho de China a emprender todos los esfuerzos necesarios para lograr la unificación, sin que medie la obligación de que tales acciones sean pacíficas. Más aún, la mayoría de esos países han asumido esta nueva formulación en los últimos 18 meses, tras una contundente ofensiva diplomática de Pekín en el sur global. Aunque una incursión a gran escala no parece inminente, fuentes oficiales de Estados Unidos sostienen que el líder chino, Xi Jinping, ha ordenado a sus generales que estén preparados para una posible invasión de Taiwán antes de 2027.

La incógnita radica, justamente, en el rol de Estados Unidos: durante décadas, la presunción de que el ejército estadounidense intervendría en defensa de Taipéi disuadió cualquier intento militar por parte de Pekín. Pero si las declaraciones de Trump se materializan en una abstención de Washington, el Gobierno chino podría considerar que la vía armada es viable. Las señales contradictorias provenientes de Washington generan nerviosismo en Europa y otras regiones. La forma de negociar de Trump —sorprendente e impredecible, como si de un trilero se tratara— mantiene en vilo a aliados y rivales, que temen decisiones unilaterales. Así ocurrió en el pasado, cuando el expresidente retiró tropas de en zonas conflictivas sin consultar con socios históricos de la OTAN. Para los líderes europeos, la posibilidad de que Estados Unidos se enfoque más en sus propios intereses económicos, dejando de lado viejos compromisos, no solo afectaría la seguridad de Taiwán, sino también la de Europa ante amenazas como la de Rusia.

Dicho nerviosismo se agrava por la creciente necesidad de los países europeos de sostener su propia defensa. Durante años, han delegado gran parte de esa tarea en el paraguas de seguridad estadounidense, financiado con el mayor presupuesto militar del mundo. Ahora, con Trump exigiendo que cada país asuma sus gastos y cumpla con los compromisos de inversión en defensa, el equilibrio dentro de la OTAN se vuelve frágil. Paralelamente, en Asia, el resto de las potencias regionales (Japón, Corea del Sur o Australia) observan con cautela cómo Estados Unidos podría modificar su estrategia de contención a China.

Para comprender mejor la posición de Trump, debe recordarse su constante interés en su política MAGA, que se traduce en una guerra de todos contra todos donde prevalece el más fuerte. Durante su primer mandato inició una feroz batalla arancelaria con China, acusándola de prácticas desleales y robo de propiedad intelectual. Sin embargo, el mismo Trump quiso mantener abiertas las puertas para acuerdos más ventajosos, lo que explica los tensos tiras y aflojas bilaterales. Pekín, por su parte, respondió con aranceles dirigidos a productos estadounidenses, afectando sectores estratégicos como la agricultura del medio oeste, donde Trump solía cosechar gran apoyo electoral. Ahora China, en represalia a las nuevas medidas de Trump, ha impuesto aranceles principalmente a productos energéticos y automotrices, además de iniciar investigaciones contra empresas tecnológicas estadounidenses como Google. En este forcejeo, el elemento taiwanés siempre ha jugado un papel simbólico, pero, sobre todo, estratégico, con tantos intereses en liza. La postura de la República Popular China es clara: Taiwán es una «provincia rebelde» destinada a la reunificación, de ser necesario, por la fuerza. Para la administración Trump, la isla representaba —hasta ahora— un eje de comercio de alta tecnología, sumado al valor geopolítico de su ubicación. Pero todo puede cambiar de la noche a la mañana, ya que, en la mentalidad de negocios del voluble magnate, nada parece «sagrado» cuando se trata de recalcular costos y beneficios. 

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