Venezuela, entre el fuego de las sanciones y la sartén del chavismo
«Los resultados empíricos demuestran la inutilidad de las sanciones contra los gobiernos hostiles»

Nicolás Maduro durante su acto de proclamación. | Reuters
En la consternada Europa es cada vez más tangible por estas horas que, de la mano de Donald Trump, Estados Unidos se ha vuelto en contra de sus principales aliados occidentales.
Y lo peor, ha terminado abrazando a Rusia, llegando al extremo de votar en el Consejo de Seguridad de la ONU en contra de una resolución que condenaba la invasión rusa contra la malograda Ucrania. Terminó alineado con Moscú, Bielorrusia y Corea del Norte y en contra de las democracias del mundo libre que hoy intentan resistir los embates de la corriente autoritaria que ya tiende a imponerse como la norma, no la excepción de estos tiempos.
Por esas paradojas de la geopolítica, hoy resulta que Trump es el principal aliado de Rusia contra Ucrania (y potencialmente contra la Unión Europea); pero Rusia es a su vez el principal aliado de Nicolás Maduro, que viene siendo al menos de la boca para afuera el adversario más fuerte de Washington en América Latina y el Caribe.
Y Trump, en apenas cinco semanas y media ha resultado ser el principal candidato a ser un nuevo hijo de Putin de este lado de la cancha. Para los desconcertados políticos y electores venezolanos, a quienes a veces les encanta ver todo desde su propia historia y presente, Trump es un Hugo Chávez con esteroides nucleares, un mismo modelo de sujeto autoritario, arrogante, prepotente, antidemocrático, lengua suelta y decidido a gobernar por decretos (que en EEUU se llaman órdenes ejecutivas) pasando por encima de los demás poderes.
Claro, hay que salvar las distancias, porque EEUU no es un pequeño país petrolero del Caribe, ni Trump es un excomandante de un cuerpo de paracaidistas, sino un multimillonario, rodeados de los más grandes multimillonarios, y tiene al alcance de sus dedos un arsenal suficiente para destruir varias veces a la Humanidad entera.
Acaso lo más triste para parte de la oposición democrática de Venezuela es que ese sujeto era «la esperanza blanca», en busca de una transición democrática en el país; el delantero número 10 de refuerzo en el soñado campeonato final por desalojar al chavismo del poder.
Pero Ucrania es hoy mil veces más trascendente para el orden mundial, para Estados Unidos, para Europa y para el futuro de las democracias y del homo sapiens, que esta «república popular, cívico militar» de Venezuela.
Algunos visionarios hasta creen que las reservas de petróleo, gas y otros valiosos minerales, o la cercanía geográfica de Venezuela a Estados Unidos y su antigua influencia regional, son suficiente pedigrí para convertirla en una pieza de canje en futuras negociaciones entre Estados Unidos y Rusia en estos escarceos para repartirse el mundo.
Mientras tanto el propio Trump y sus alfiles envían algunas señales que no bastan para sofocar la angustiosa incertidumbre de chavistas, opositores, terceros interesados y simples espectadores de esta película, en Europa y América.
El lobo de las sanciones
La principal política exterior de los sucesivos gobiernos de Estados Unidos para lidiar con el asunto venezolano y el chavismo, desde Barack Obama para acá, han sido las sanciones unilaterales que apuntan a las principales figuras del régimen y sus principales fuentes de financiamiento. Siguen el mismo patrón de las aplicadas en el tiempo a otros adversarios, desde Cuba hasta Irán, Rusia y Corea del Norte. Como en los otros casos, hasta ahora solo han servido para afincar más al chavismo en el poder, blindar a la clase política dominante, y golpear con sus efectos colaterales al común de la población. Han sido un remedio peor que la enfermedad.
Como bonus track (ñapa, se dice en castizo venezolano) le han dado argumentos al gobierno para justificar en las sanciones un desastre económico y social que empezó antes de las propias medidas. También sirven de excusa para perseguir a opositores.
El colapso económico venezolano fue ocasionado por unas políticas económicas ya también fracasadas en otras partes del mundo: control de precios, de cambio, de capitales; expropiaciones y confiscaciones de unas 4.500 empresas sin pagar compensaciones; pérdida del estado de derecho; uso de la petrolera PDVSA, la principal empresa y motor económico del país como simple artilugio para las políticas populistas electoreras; corrupción en masa; dilapidación de cientos de miles de millones de dólares; un cementerio de obras públicas monumentales a medio terminar; endeudamiento masivo, con default de 160.000 millones de la deuda externa, entre otros detalles de mala gerencia pública.
En terreno de escombros como ese, las sanciones vinieron a complicar las cosas. El gobierno las llama medidas coercitivas unilaterales, cuenta unas mil y dice que sin ellas este país olvidado sería el paraíso terrenal del socialismo a la imagen y semejanza del creador Hugo Chávez. Pero hay evidencias concretas de que con sanciones y sin sanciones, el chavismo no está dispuesto a negociar su permanencia en el poder, donde está dispuesto a quedarse hasta el final de los tiempos.
El gobierno de Joe Biden flexibilizó las sanciones contra la industria petrolera venezolana en 2022, como dulce incentivo a unas supuestas concesiones dadas por el chavismo a la oposición en unos voluntariosos diálogos montados en México. La oferta en general era permitir unas elecciones libres con participación de candidatos de los perseguidos partidos disidentes. A partir de ahí, entre marchas y contramarchas, Washington extendió licencias especificas que permitieron a la estadounidense Chevron, la española Repsol, la italiana ENI y la india Reliance y otras más, hacer negocios con el sancionado régimen de Maduro a través de su estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA).
El chavismo logró importantes ingresos fiscales y de divisas que le permitieron apuntalar la economía, inyectar divisas al mercado para atenuar la volatilidad cambiaria y usar el anclaje del dólar como principal arma antiinflacionaria; mantener un mínimo de inversiones sociales y de funcionamiento del aparato estatal, incluyendo la prestancia de la Fuerza Armada.
Y todo eso sin ni siquiera tener que permitir elecciones libres, respetar los derechos humanos, dejar de perseguir y encarcelar a opositores, ni aplicar medidas creíbles para combatir una profunda corrupción cuya existencia es denunciada hasta por los líderes chavistas.
Lo cierto es que las sanciones han sido tan inútiles que hasta todos han olvidado las razones de su existencia. Se habla más de ellas que de las razones para imponerlas. Se supone que eran un medio transitorio para propiciar cambios, no un fin en sí mismo para tratar con el chavismo.
Esta semana Trump anunció que a partir del 1 de marzo acabará la era de la zanahoria y volverá la del garrote, con el fin de las licencias petroleras a Chevron y a otras compañías. Poco después su secretario de Estado, Marco Rubio, afirmó que estaba trabajando en la instrumentalización de las órdenes, junto con el departamento del Tesoro.
En un programa en Fox News Rubio ofreció una definición sobre Maduro que curiosamente ya se parece a la de su propio jefe: «Sigo creyendo que es un dictador horrible que está inculcando todo tipo de inestabilidad». Maduro, dijo, «está permitiendo que Irán opere en Venezuela», así como los chinos. Lo curioso es que los chinos operan en toda América, incluyendo en Estados Unidos y Putin, viejo amigo de Trump, está haciendo en Europa cosas mucho peores que las que Irán, los chinos y Maduro están haciendo en América.
Conforme a las órdenes de Trump, dijo Rubio más tarde en su cuenta en X, está orientando la política exterior de EEUU para terminar todo el respaldo del Departamento de Estado a las licencias de petróleo y gas aprobadas bajo la administración de Biden, «las cuales han servido para financiar de manera vergonzosa al régimen ilegítimo de Maduro».
Mientras la oposición más radical lanza cohetes para celebrar esa postura, los optimistas por aquí en Caracas creen que podría abrirse un compás de seis meses para negociaciones ente la gente de Trump y Maduro y en vez de eliminar esas licencias usarlas todavía como incentivos para un entendimiento. El propio Maduro avisó que quiere negociar. «Si el país norteamericano busca un diálogo respetuoso y de igual a igual, Venezuela está lista para participar», dijo durante uno de sus encendidos discursos.
El tema de las sanciones contra gobiernos hostiles ha sido ampliamente estudiado por varios autores y palabras más palabras menos, los resultados empíricos demuestran su inutilidad para lograr lo que manifiestan querer lograr.
El reciente libro «Sobre las sanciones en Venezuela», varios autores, coordinado por el economista Ronald Balza y editado por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), analiza el asunto desde la ciencia económica, más allá de los apasionamientos políticos que pululan por estos días.
El negocio petrolero venezolano dependerá de esas sanciones y licencias y esa es una de las pocas cosas concretas que en realidad importan sobre Venezuela, junto con el tema de la migración. Los autores Cristina Tovar y Juan Carlos Andrade estiman que se requieren unos 12.000 millones de dólares para mantener de manera continua la producción de un millón de barriles de crudo diarios que casi alcanza el país hoy con ayuda de Chevron, Repsol y otras.
Pero el acceso al financiamiento internacional se ha visto severamente limitado, ya sea por el congelamiento de cuentas en bancos internacionales o la imposibilidad de hacer transacciones en dólares estadounidenses por parte de empresas involucradas. “Esta situación ha tenido un impacto directo en proyectos cruciales para el sector”, incluyendo la Faja del Orinoco, donde se requieren inversiones de $170.000 millones para aprovechar enormes reservas de crudos extra pesados que se supone ayudarían a elevar la oferta en el mercado mundial.
«Las medidas posteriores impuestas a partir de enero de 2019 afectaron directamente el comercio internacional (crudo y productos) con los Estados Unidos, e indirectamente con el resto de los países, causando un impacto aún más profundo en la industria», señalan los autores sobre estas medidas.
Ahora se supone volverán con más fuerzas, aunque tengan resultados muy limitados en términos políticos frente a un chavismo fortalecido y una oposición debilitada y derrotada que había puestos sus esperanzas en Trump, el hombre hoy convertido en el villano favorito de turno para el mundo.