Trump, Musk y un brindis doblemente caro: Washington en su propia partida de ajedrez
Los anuncios del presidente de Estados Unidos avivan las tensiones de una guerra comercial que parece inevitable

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. | Niall Carson (DPA)
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, sigue dando de qué hablar a críticos y defensores. ‘Aranceles’ sigue siendo su palabra favorita y sus anuncios llegan hoy incluso a tocar a España. En Washington, por estos días, el invierno empieza a dar sus últimos coletazos. Sin embargo, la primavera aún no asoma su mirada tímida. Y no me refiero solo a las condiciones meteorológicas, sino también a la economía, que sigue siendo un caballo de batalla para la Administración Trump, con anuncios que avivan las tensiones de una guerra comercial que parece inevitable.
La semana concluye con la posibilidad de que el vino español, uno de los mejores del mundo, se vuelva más caro en los estantes de las tiendas y en los restaurantes de Estados Unidos. Imagínese usted, apreciado lector, que en los viñedos de La Rioja y en las bodegas de Jerez, los productores hoy se preguntan qué será de sus exportaciones tras el último movimiento de Trump en Washington.
La incertidumbre flota en el aire como el aroma de una cosecha recién fermentada, mientras en los despachos de los distribuidores se hacen cuentas a toda máquina y se buscan alternativas. La guerra comercial ha vuelto a encenderse y, esta vez, el brindis podría costar el doble.
El jueves, Washington amaneció con una noticia que puso en alerta a los exportadores europeos. En respuesta a los aranceles del 50% impuestos por la Unión Europea al bourbon estadounidense, Trump decidió contraatacar con una medida aún más drástica: aranceles del 200% a vinos, champán y otras bebidas alcohólicas europeas.
El presidente, por supuesto, sacó a relucir su lado nacionalista, asegurando que esta medida incentivará a los comerciantes locales, siempre y cuando Europa no dé su brazo a torcer. ¿Habrá reculada europea? Está por verse.
Comprar un Tesla
Mientras el mundo financiero asimilaba esta noticia, otro golpe sacudió el panorama político y el ajedrez de Capitol Hill. Trump nominó a Michelle Bowman, actual gobernadora de la Reserva Federal, para ocupar el cargo de vicepresidenta de supervisión. Bowman es conocida por su postura crítica hacia la regulación excesiva en el sector financiero, lo que muchos ven como una oportunidad para fortalecer la inversión y el crecimiento económico. Aunque algunos críticos advierten sobre posibles riesgos, sus credenciales y experiencia son innegables. Su nominación es vista como un intento de Trump por garantizar la estabilidad del sistema financiero estadounidense bajo su visión de menos intervención y más dinamismo.
Pero la controversia no se detuvo ahí. En medio de protestas organizadas por activistas descontentos con los recortes implementados por Elon Musk en el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), y con el secretario de Estado Marco Rubio anunciando la cancelación del 83% de los programas de USAID —dejando el resto a discreción de su despacho—, Trump salió en defensa del empresario. Con una afirmación contundente, advirtió que cualquier intento de boicot contra Tesla podría considerarse poco menos que una afrenta absoluta. Y la estrategia, aunque usted no lo crea, fue comprarle un coche a Musk: un modelo S de color rojo que, según dijo el presidente, dejará en la Casa Blanca para que algunos en su equipo lo usen.
La declaración desató una ola de reacciones en redes sociales y en el Congreso, pero para sus seguidores, esta postura refuerza su compromiso con la innovación y la industria nacional. La relación entre Trump y Musk ha sido objeto de análisis por economistas y expertos en política, quienes ven en esta alianza una apuesta por la desregulación y el crecimiento acelerado de la industria tecnológica en Estados Unidos. Para otros, es una luna de miel que podría terminar abruptamente en cualquier momento.
Por si fuera poco, la política exterior también se convirtió en un campo de batalla. Trump dio un giro brusco en su estrategia hacia Ucrania: suspendió inicialmente las ayudas militares y la cooperación de inteligencia, para luego reanudarlas con condiciones más estrictas, en una especie de pulso permanente. Sin duda, la medida busca que los aliados europeos asuman una mayor responsabilidad en la seguridad regional, alineándose con su visión de una OTAN más equilibrada. Además, el presidente ha sugerido limitar los ejercicios de la OTAN solo a los países que cumplan con el objetivo de gasto del 2 % del PIB en defensa, una idea bien recibida por sectores que abogan por una distribución más justa de la carga militar.
Cada una de estas decisiones tiene implicaciones profundas y demuestra que Trump sigue gobernando bajo sus propias reglas y como Mar-a-Lago dicta. Su estrategia de confrontación, lejos de ser improvisada, responde a una visión de liderazgo que prioriza la fortaleza de Estados Unidos en el escenario global, o al menos así lo plantea él.
Algunos lo ven como un negociador hábil que utiliza el caos como herramienta de presión —como ocurrió con Zelenski—; otros, como un líder que desafía el statu quo en busca de resultados concretos, como demostró en su primera noche en el Despacho Oval firmando decenas de órdenes ejecutivas. Sus movimientos, aunque polémicos, han demostrado ser efectivos en la consolidación de su base electoral y en la redefinición de la política económica y exterior del país, como lo evidencian recientes encuestas.
Lo cierto es que, al final de la semana, el mundo sigue mirando a Washington con expectación, tratando de anticipar el próximo movimiento de un presidente que nunca deja de sorprender y cuyas cartas siempre son impredecibles.