El espejismo de la paz en Ucrania y la estrategia rusa
Con las negociaciones por la paz avanzando, conviene preguntarse cuáles son las metas concretas de Putin

Ilustración de Alejandra Svriz.
El historiador militar y estratega británico Sir Basil Liddle Hart escribió su obra maestra Al otro lado de la colina recién acabada la Segunda Guerra Mundial, cuando entrevistó a todos los generales, mariscales y almirante alemanes que estaban detenidos en un palacete en la campiña inglesa. El objetivo era averiguar la visión y conducta de la guerra desde el punto de vista alemán, y así evaluar la efectividad de las estrategias aliadas y aprender de cara a futuros conflictos. Entender la manera de pensar y razonar del oponente en un conflicto o guerra es vital para poder elaborar estrategias y tácticas, para neutralizar sus acciones y poder así derrotarlo en el campo de batalla o en la mesa de negociación.
Lamentablemente, al contrario que el afortunado Sir Basil, no podemos disponer de todo el alto mando ruso en un tranquilo Parador Nacional de Turismo para extraer sus puntos de vista. Lo que si tenemos a nuestro alcance es toda la literatura y documentación de Moscú en las últimas tres décadas y mil años de historia para intentar situarnos dentro de la mente de Putin y la de su equipo y tratar de entender su forma de actuar. El objetivo es poder evaluar su visión en este conflicto, y así dilucidar cómo el equipo negociador de Putin pretende desarrollar y ejecutar su estrategia en la mesa de negociación. Con este mapa mental de Moscú nos sería, en teoría, más fácil anticipar y confrontar sus posiciones, tácticas y argucias que implementaran en esta fase del conflicto y la negociación.
Trump y el espejismo de la paz
El presidente Trump, tras su promesa electoral de «solucionar la guerra de Ucrania en 24 horas», desde su toma de posesión el pasado 20 de enero ha dado un vuelco al tablero diplomático y geopolítico global y transformado la evolución del conflicto. Por ahora el resultado es asimétrico: por una parte, ha conseguido cambiar radicalmente las posiciones de Ucrania y los europeos, y, por otra parte, no ha conseguido mover la posición rusa un ápice. En los últimos dos meses, a pesar de la atrición constante en el campo militar, en el frente diplomático se han producido dos giros trascendentales:
El primer giro con Ucrania, cuando la administración Trump, tras retirarles su ayuda militar y de inteligencia después de una fallida reunión bilateral con el presidente Zelenski el 28 de febrero, ha forzado a los ucranianos a aceptar un alto al fuego incondicional de 30 o más días, y también a abandonar sus iniciales exigencias de garantías de seguridad americanas.
Ante la cruda realidad de la posición americana y el abandono de facto de Ucrania a su suerte por parte de los europeos en sendas reuniones durante la primera quincena de marzo, Zelenski da su brazo a torcer y acepta incondicionalmente en Jeddah el 11 de marzo la única opción que le queda, el liderazgo de Trump y tratar de que este también no abandone a Ucrania a su suerte.
El segundo giro es con Europa. La administración Trump ha decidido actuar sobre sus repetidas peticiones de que los europeos deberían asumir sus responsabilidades y cumplir sus compromisos históricos de seguridad transatlántica, pues Washington tiene otras prioridades globales. El grado de ruptura entre Europa y EEUU es tal que Trump ha cuestionado el fundamento de seguridad colectiva de la OTAN y ha puesto en duda el paraguas disuasorio nuclear de la Alianza.
La reacción de los europeos ha sido amplia en la retórica y en el debate, pero ambigua y parca en compromisos y decisiones. A pesar de todo, Europa está inmersa en un proceso de discusión sobre cómo facilitar y apoyar un alto al fuego en Ucrania, además de cómo asumir su propia seguridad continental sin el aliado americano. Lo crucial es que esta terapia de choque por parte de Trump a los europeos les ha permitido identificar los límites de sus capacidades, cuestionar sus políticas de seguridad y defensa y, quizás lo más importante, ha puesto el foco en la gran disparidad entre su retórica y la realidad en sus planteamientos geopolíticos actuales y sus estrategias para afrontarlos.
Su aversión al riesgo y su tortuoso e ineficaz proceso de toma decisiones ha quedado en evidencia ante sus electorados y la sociedad internacional. Esta lentitud exasperante en su apoyo a Ucrania, que bordea el abandono, así como la crónica falta de liderazgo y coordinación, hace de Europa un actor marginal secundario en esta fase del conflicto, y dinamita sus aspiraciones de participar en las negociaciones entre las partes que deciden el mismo –es decir, Estados Unidos y Rusia–, mientras que de Ucrania y los europeos se espera que negocien con los EEUU y que luego sean informados y que acaten lo que acuerden Trump y Putin. Un formato novel en la historia de la gestión de conflictos más de acorde con el siglo XIX que el Siglo XXI.
La estrategia rusa
La ofensiva americana, por otra parte, no ha logrado modificar la posición rusa, que permanece igual que hace ya más de tres años cuando decidió invadir Ucrania. Sus tres puntos clave son: 1) la retirada de toda la ayuda exterior a Ucrania; 2) la garantía de Ucrania nunca formara parte de la OTAN ni de la Unión Europea, y 3) el reconocimiento de la soberanía rusa de «todos los territorios rusos» reconocidos por la legislación de la Federación Rusa.
Sus palabras en su discurso a su Ministerio de Asuntos Exteriores de 17 de junio 2024, repetido a su Consejo de Seguridad el pasado enero no pudo ser más claro, «permítanme subrayar lo más importante, lo esencial de nuestra propuesta no es un alto al fuego, ni un armisticio temporal, la opción preferida por Occidente… y lo repito ahora y las veces que haga falta, no vamos a discutir congelar el conflicto, buscamos su resolución definitiva».
Tras dos largas conversaciones telefónicas entre Trump y Putin, una en enero y otra hace unos días, la dispersión de los temas y falta de resultados concretos sobre el plan de paz de Ucrania ha sido la tónica imperante. El anuncio de un cese de hostilidades parcial de 30 días que Trump anunció como una concesión de Putin es una adaptación de una antigua propuesta anterior a la ofensiva ucraniana sobre Kursk en julio de 2024. La intención de seguir negociando por parte de Putin un acuerdo global transaccional con Estados Unidos en el cual Ucrania seria solo una parte de un paquete de negocios y oportunidades demuestra que Putin adopta el lenguaje, procesos y estilo de Trump sobre la «la importancia de la química interpersonal y el crucial impacto de los lideres para resolver los problemas bilateralmente».
Putin al ceder en lo abstracto y ofrecer mínimas concesiones irrelevantes, varios ejemplos, como el compromiso mutuo de evitar atacar infraestructuras, el de respetar instalaciones energéticas, el de buscar soluciones y cooperación en Oriente Medio y a abrir el apetito de negocio de Trump con oportunidades en el mercado y los recursos rusos una vez se normalicen las relaciones EEUU-Rusia. Así pues, Putin ha señalizado a Trump que ésta dispuesto a involucrarse en una negociación larga y pausada mientras que sus ejércitos prosiguen sus avances sobre el terreno y su oposición es debilitada por las presiones de su socio negociador.
Marcando terreno, Putin ya ha indicado que un prerrequisito innegociable para el acuerdo es que cese la ayuda militar y de inteligencia de EEUU a Ucrania para evitar, según el comunicado de prensa ruso «una escalada del conflicto y asegurarse su resolución por la vía diplomática y de negociación». Trump no estaba preparado para aceptar esa condición, pues es una de sus herramientas para presionar a Ucrania en la negociación. Una realidad a la que Putin no se opone y demuestra la táctica tradicional rusa de negociación que es crear un problema y ofrecer resolverlo a cambio de una concesión.
Putin a su vez ya apuesta que la impaciencia de Trump le empujará a extraer más concesiones de los ucranianos, y espera que los europeos sigan visualizando su debilidad y falta de liderazgo en sus continuas reuniones inconclusas. Para Putin el tiempo corre a su favor, y no tiene ninguna intención de acelerar la negociación, y menos aún concluirla.
Su estrategia es clara; utilizar las negociaciones de una tregua para acelerar su camino a la victoria y conseguir implantar sus condiciones para un acuerdo final que obtenga en su negociación bilateral con Trump lo que sus fuerzas armadas no han conseguido en el frente.
Mientras tanto la posición de Putin es cómoda: su ejército puede continuar activo durante meses, mientras que los ucranianos tendrán problemas de reclutamiento y abastecimiento a principios del verano cuando se agoten los paquetes de Biden, y con la casi certeza de que Trump no aprobará un paquete de ayudas a Kiev y de que los europeos no podrán suplir a los americanos.
Lo cual nos lleva a la pregunta, ¿Por qué Moscú va a renunciar a sus objetivos maximalistas cuando su relación con los EEUU se ha transformado radicalmente de un enfrentamiento antagonista prebélico con Biden hacia una amistad y cooperación transaccional global con Trump? Las condiciones para Putin son realmente inmejorables.
Moscú también tiene la certeza que el comportamiento de Trump se debe a su ambición de obtener el Premio Nobel de la Paz a toda costa, acuérdense que Obama lo recibió sin prácticamente hacer nada al principio de su mandato en 2009, Trump no olvida nada y está obsesionado en su narcisismo con superar a todos los presidentes anteriores. Con la baza de Oriente Medio muy complicada por su complejidad y la reciente escalada al fracasar «su tregua» entre Israel y Hamas y la falta de apoyos regionales a su «Rivera Gaza», su camino más fácil es el conflicto de Ucrania donde si tiene herramientas coercitivas con Kiev y los europeos. Su objetivo es una paz o acuerdo rápido sin tener en cuenta si serán justos o duraderos. Esta prerrogativa le da a Moscú la facultad de poner condiciones incrementales que debilitarían gradualmente la posición ucraniana. Es la famosa técnica negociadora rusa del «kalbasa» o salchichón, que consiste en múltiples concesiones parciales incrementales. Por ejemplo: limitar el tamaño de las fuerzas armadas ucranianas, prohibir el despliegue de contingentes europeos, limitar el espacio aéreo o marítimo a fuerzas exteriores, exigir «neutralidad» en las inspecciones de verificación, etc., para que rodaja a rodaja al final Rusia consiga destruir la viabilidad del estado ucraniano y dinamitar la soberanía de Kiev.
El presidente ruso también aplica otra técnica rusa/soviética de negociación que es la «mirarse en el espejo» o reconocerse como una elite que se merece el mutuo respeto y legitimidad que les da el tener el poder absoluto sobre sus respectivos sistemas políticos y sus países. Putin se ha fraguado el poder de un autócrata en la Federación Rusa desde marzo del 2000 y reconoce a Trump como su «alma gemela» tras su victoria en noviembre 2024 como el «Zar» de los EEUU al controlar el Ejecutivo, el Legislativo y el poder judicial. De esta manera, como «hombres fuertes», sabe que hasta el noviembre de 2026 Trump y él pueden decidir bilateralmente cualquier asunto que les interese sin tener en cuenta a los otros lideres débiles como Zelenski o los europeos que son despreciados, ninguneados e ignorados pues «no están a su altura».
Así pues, el presidente ruso se encuentra durante los próximos meses en la enviable posición de poder confiar en que su socio americano puede imponer a todas las partes una paz a su medida frente a su enemigo ucraniano.
Finalmente, los dos primeros meses de la Administración Trump han demostrado con su trato a Canadá, México, sus ambiciones en Groenlandia y Panamá y sus «guerras comerciales» que Trump esta cómodo con un orden global en el cual las grandes potencias dictan las condiciones a los países débiles o más pequeños y que pueden anexionarse territorios y controlar recursos y riquezas aprovechando la asimetría de poder, principalmente militar. Parafraseando a la primer ministro británica Thatcher cuando se refería a Gorbachov después de su visita a Londres en 1984, para Putin, Donald Trump es «un hombre con el que puedo hacer negocios».
Dos problemas para la estrategia rusa
Aunque Rusia consiga convencer a Trump para que consiga su «Pax Russica», Moscú no puede predecir la determinación de la sociedad ucraniana para rechazar una paz impuesta sin su aprobación, y es posible que la sociedad ucraniana la rechace de plano y continúe la guerra, ya sea en el frente o con una guerra de guerrillas partisanas como durante la ocupación nazi (1941-1944). Tampoco puede asegurarse de que la «coalición de voluntarios europea» continúe apoyando militarmente y económicamente a los ucranianos por tiempo indefinido.
De la misma manera, Putin puede creer que una vez consiga la tregua o armisticio con los americanos, podrá influir en el futuro político de Ucrania a través de manipular sus procesos electorales o a través de un golpe de estado encubierto. Acordémonos que Putin ve Ucrania como una parte de su enfrentamiento con Occidente y un paso hacia su objetivo de crear una «esfera de influencia» en el antiguo «espacio imperial ruso/soviético». Instalar a un gobierno en Kiev que vería que no tendrá más alternativa que entenderse con Moscú para poder sobrevivir cumpliría el objetivo de Moscú de servir de ejemplo y lección a los estados en el punto de mira de las ambiciones expansionistas de Putin.
Así pues, desde el «otro lado de la colina» y ante el desarrollo de los acontecimientos en EEUU Europa y Ucrania, Putin se ve en una posición privilegiada y con la posibilidad de manejar una negociación en unas condiciones idóneas pues controla los tiempos, los participantes, los temas, los procesos y la narrativa con la correlación de fuerzas a su favor. Lo que augura que, si llega la paz, esta será una paz injusta e impuesta por la fuerza exterior, lo que asegura un cierre en falso del conflicto y que lo más probable sea que tarde o temprano se reactive otra vez.
Andrew Smith Serrano es Investigador Principal del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria