La economía de Venezuela, en rumbo de colisión contra el cometa Trump
Maduro hace de tripas corazón, y de la boca para afuera afirma que los aranceles no tendrán mayor impacto sobre Venezuela

Donald Trump. | Reuters
Esta semana, el radical gobierno de Donald Trump lanzó un par de misiles contra la línea de flotación de la ya malograda economía venezolana: anunció que partir del 2 de abril impondrá aranceles de 25% a todas las mercancías exportadas a Estados Unidos «desde cualquier país que importe petróleo venezolano, ya sea directamente desde Venezuela o indirectamente a través de terceros». De concretarse –ya sabemos que Trump va y viene con eso de los aranceles- esa medida equivaldría a un embargo total contra las exportaciones venezolanas de petróleo y derivados, un rubro del que depende toda la economía de este país que navega en la borrasca de una crisis política, económica y social sin precedentes.
Ya los economistas, bancos, tesorerías de empresas, inversionistas, familias y personas comunes tratan de hacer las cuentas sobre cómo medir el esperado impacto de esa radical medida de Trump en lo que queda de 2025 y más allá. Mientras, Nicolás Maduro hace de tripas corazón, y de la boca para afuera afirma que los nuevos ataques no tendrán mayor impacto sobre el país.
Pero como argumento responde con más socialismo chavista, mientras invoca sentimientos nacionalistas y de historia patria; ratifica el talante de la llamada revolución bolivariana y sigue prometiendo el cielo de estabilidad económica bajo un gobierno que no es reconocido por las principales economías de Occidente.
El voluntarismo pues, es la respuesta oficial del chavismo a lo que algunos economistas han definido como la peor amenaza internacional para la economía desde que en 1902 Alemania, Italia y Gran Bretaña apostaron buques cañoneros en el puerto de La Guaira para reclamarle al moroso caudillo de turno –Cipriano Castro— que pagara la deuda externa vencida.
La aplicación o no de estos aranceles de 25% queda a discreción del secretario de estado de Trump, Marco Rubio, otro halcón radical que le debe mucho a los electores del sur del estado de Florida, donde la influyente migración cubana y venezolana suele ser determinante para equilibrar escaños en el Congreso y en el Ejecutivo.
«Estados Unidos no tolerará que ningún tercer país o sus compañías petroleras produzcan, extraigan o exporten petróleo y productos relacionados con el petróleo, con el régimen de Maduro en Venezuela», dijo Rubio poco después del anuncio de los aranceles. Ya China e India, los dos principales clientes del petróleo venezolano y aliados de Maduro, han detenido sus compras del petróleo, reportan agencias especializadas, como Reuters y Bloomberg. Falta saber qué hará España, principal cliente en Europa, con cerca de 17% del total, básicamente mediante envíos de Repsol.
Un duro partido
Como van las cosas hasta ahora, la administración Trump no está faroleando. Y aunque lo estuviera, ya el juego está en desventaja para el chavismo y para millones de venezolanos comunes que son hoy víctimas de las consecuencias del autoritarismo y de los atentados contra la democracia y las elecciones libres. Este país tiene hoy peores perspectivas que a mediados del año pasado, cuando unas elecciones del 28 de julio prometían ser una fórmula para dirimir la crisis histórica, bajo los parámetros constitucionales, democráticos, legítimos y pacíficos.
Desde la oposición los líderes más radicales observan que nadie puede robarse unas elecciones sin pagar las consecuencias; otros moderados se oponen a más sanciones contra Maduro y el chavismo con el entendido de que estos castigos no generan cambios políticos y castigan más al pueblo llano, mientras las élites se las arreglan para seguir disfrutando las mieles del poder.
«Este es un régimen que ha robado elecciones constantemente, saqueado a su gente y conspirado con nuestros enemigos. Cualquier país que permita a sus empresas producir, extraer o exportar desde Venezuela estará sujeto a nuevos aranceles, y cualquier empresa estará sujeta a sanciones», remata el secretario Rubio. El aviso llega a socios de Maduro como Repsol, la francesa Maurel and Prom, la italiana ENI, la estadounidense Chevron y a varias proveedoras de servicios petroleros especializados, como Halliburton, Schlumberger, Baker Hughes y Weatherford.
Todas ellas operan con licencias otorgadas por el Departamento del Tesoro, en el marco de las sanciones petroleras impuestas contra el chavismo por sus atentados contra la democracia y los derechos humanos. Por cierto, por el camino chavista que va Trump pronto se quedará sin moral ni argumentos para castigar a otros violadores de la democracia y los Derechos Humanos.
La Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) acaba de prorrogar hasta el 27 de mayo la licencia para que Chevron siga operando por aquí en sociedad con Pdvsa, y que vencía este 2 de abril. En todo caso, ya el mal está hecho en términos de confianza y expectativas de los agentes económicos que, en medio del zafarrancho tras el anuncio de los aranceles, comienzan a correr por las cubiertas buscando botes salvavidas. En Venezuela uno de esos refugios es el dólar.
Movido por una fuerte demanda, la moneda se disparó esta semana en el mercado paralelo y el tipo de cambio sobrepasó la barrera de los 100 bolívares. Así, cierra el primer trimestre con un alza del 53% respecto al 31 de diciembre de 2024. En el mercado oficial, medido por el Banco Central de Venezuela (BCV) el alza ha sido más discreta, de «solo» 24% en el trimestre.
La gente simplemente sabe que si caen las exportaciones de petróleo habrá menos dólares en la economía. Por eso tratan de guardar algunas divisas, o compran nerviosamente en supermercados, farmacias y licorerías lo que más necesitan antes de que siga subiendo de precios. En una economía mal dolarizada, que depende de productos importados, esta otra macro devaluación tendrá un fuerte impacto sobre la inflación, que amenaza con volver a su sitial de honor como la más alta del mundo. Ya a mediados de marzo los economistas consultados por el Observatorio Venezolano de Finanzas preveían un alza de precios promedio de 135% para todo 2025, contra 100% esperada en enero.
En Venezuela hay una correa de transmisión directa entre el tipo de cambio y los índices de precios, por lo que ya algunos cálculos vaticinan una inflación por encima del 160%, contra el 61,5% de 2024 y el 176,8% de 2023. Pero en medio de este enredo hay más: la brecha entre el tipo de cambio oficial y el paralelo se aproxima al 30% lo que crea más distorsiones y nerviosismo.
El Gobierno obliga a las empresas formales a vender al equivalente a la tasa oficial, pero estas empresas casi siempre se obligan a comprar a proveedores a la tasa libre, de modo que encajan las pérdidas cuando no pueden trasladar por completo la diferencia a los precios finales al consumidor.
Más socialismo como receta
Mientras tanto, parece haber una disonancia cognoscitiva en el chavismo, son malos actores tratando de enmascarar el drama o, lo más probable, son pésimos gerentes de la economía que no miden el tamaño del problema. Según jura Maduro, la economía está boyante y acumula 16 trimestres seguidos con uno de los crecimientos más robustos en el mundo. En el primer trimestre el Producto Interno Bruto (suma total de bienes y servicios que produce una economía) avanzó 4,5 %, dice.
Lo que ha ocurrido en los últimos días con el dólar, dice, es que la floreciente economía se recalentó, hubo un aumento del 40% en la demanda de divisas y «el sistema cambiario funcionó». «Nosotros estamos bien preparados en la previsión. Venezuela va a seguir construyendo su propio modelo económico, social y político. Tenemos el pulso de que lo estamos haciendo bien», afirmó el viernes por la noche.
«Garantizó» la producción, el abastecimiento, el crecimiento económico «y la satisfacción de las necesidades de nuestro pueblo», ante cualquier eventualidad. Pero la credibilidad no es el principal capital del chavismo que tampoco muestra cifras ni indicadores de desempeño económico desde hace tiempo.
Sus propios anuncios contradicen su discurso de bienestar. Esta misma semana ordenó reducir el horario de atención al público y de trabajo en la administración pública debido a la escasez crónica de electricidad, un problema de décadas.
En el país también falta gas natural, gasolina, diésel y agua. El aparato industrial trabaja a menos del 50% de su capacidad, según el gremio privado Conindustria, mientras se ha desacelerado la demanda y el consumo final. Una economía que trabaja en esas condiciones está lejos de recalentarse, no importa lo que diga la propaganda oficial.
Frente al alza del dólar paralelo ofreció defender el «dólar de mercado», como llama al oficial reportado por el Banco Central. Pero el hecho es que no hay oferta suficiente de divisas en la economía y habrá menos si se concreta el embargo a las exportaciones de petróleo, de donde salen más del 80% de las divisas que entran al país.
Las reservas internacionales, que según las inexactas cuentas oficiales son de $10.618 millones, en realidad son la mitad de esa cifra, observan economistas. Pero detrás de los números e indicadores hay personas que sufren la realidad y no suelen creerse gratis los discursos oficiales. Maduro también dijo que los trabajadores están protegidos y que fortalecerá el llamado «salario integral». Esta figura elimina las prestaciones sociales y confisca el valor de las bonificaciones y derechos de los trabajadores por antigüedad y rendimiento.
En medio de lo que los economistas han definido como un tsunami cambiario el salario mínimo no llega a dos dólares por mes en el sector público, donde los trabajadores cobran en total $130 mensual y los jubilados $90, gracias unos «bonos de guerra».