Del repliegue global a la revuelta interna: los cien días que marcan la nueva era Trump en EEUU
La Casa Blanca traza la doctrina de su papel en el mundo: menos embajadas, menos alianzas y más poder autónomo

Grupos de manifestantes protestaron este sábado frente a la Casa Blanca | Tom Hudson / Zuma Press
Este domingo, Donald Trump cumplió cien días desde su regreso a la Casa Blanca. Un hito simbólico, tradicionalmente usado para medir el rumbo de un nuevo mandato, que esta vez coincide con una doble constatación: Estados Unidos está replegándose del mundo exterior y, al mismo tiempo, viviendo una oleada de contestación interna que recuerda a los primeros meses de su primer mandato. Pero esta vez el guion no es el mismo.
Trump afronta ahora esta etapa con un Congreso bajo control de su partido, pero con fisuras visibles dentro del bloque republicano, un Partido Demócrata que comienza a reactivarse y un entorno internacional profundamente transformado. El anuncio esta semana de un memorando interno del Departamento de Estado que propone recortes de casi el 50 % al presupuesto exterior y el cierre de más de treinta embajadas, ha funcionado como un catalizador: ha puesto blanco sobre negro que Estados Unidos ya no quiere liderar el sistema internacional, sino redefinir su posición en él —o directamente salirse de la partida.
Un repliegue medido y deliberado
El documento filtrado, elaborado por el equipo del asesor Brian Hook y validado por altos cargos del Departamento de Estado, detalla una serie de medidas que marcarían el mayor adelgazamiento de la diplomacia estadounidense desde los años treinta del siglo pasado. Se incluyen el cierre de representaciones diplomáticas en África y Europa Oriental, la cancelación de más de 5.800 contratos multilaterales de cooperación, y la supresión casi total de las contribuciones estadounidenses a organismos como la ONU, la OMS y la OTAN. La Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) se reestructuraría por completo, centrando su actividad exclusivamente en respuestas a emergencias humanitarias, sin continuidad programática ni visión a largo plazo.
La reducción de fondos públicos en la diplomacia —de 54.400 millones a 28.400 millones de dólares— no es solo un ajuste técnico. Es un giro doctrinal. La propuesta incluye además la cancelación de más de 5.800 contratos multilaterales, la devolución de 20.000 millones de dólares en fondos no ejecutados y la eliminación del programa Fulbright, vigente desde 1946. El memorando justifica estas medidas por la necesidad de «reducir cargas globales» y concentrarse en áreas de «interés directo para la seguridad nacional y la prosperidad de Estados Unidos».
El mensaje de fondo es inequívoco: la administración Trump ya no quiere sostener instituciones que considera ineficaces, costosas o políticamente hostiles a sus intereses. El modelo que se perfila no es el del aislacionismo clásico, sino el de una potencia que, conservando todo su músculo económico y militar, renuncia voluntariamente a ser árbitro global.
Este repliegue es posible porque EEUU sigue siendo la economía más poderosa y menos dependiente del comercio exterior del G7. Las exportaciones representan solo un 11 % de su PIB, muy por debajo del 30 % global. El dólar se mantiene como moneda dominante en las transacciones internacionales, y las empresas estadounidenses lideran sectores como la inteligencia artificial, los semiconductores, la biotecnología y la defensa. A nivel militar, sigue siendo el único país con capacidad de proyectar fuerza en los cinco continentes sin depender de bases aliadas.
Cien días de descontento
Mientras la política exterior toma distancia del multilateralismo, la tensión doméstica crece. Este fin de semana, miles de personas se manifestaron en decenas de ciudades como Washington, Nueva York y Boston para expresar su rechazo a las primeras medidas del nuevo mandato. Aunque las protestas han sido convocadas por causas diversas —desde la defensa del sistema público de salud hasta la oposición al nuevo marco migratorio—, todas comparten un tono de fondo: la denuncia de un modelo que parece cerrar puertas tanto hacia fuera como hacia dentro.
Las consignas de las pancartas eran elocuentes: «Healthcare is not negotiable» [«La sanidad no es negociable»] , «Billionaires are the real enemy» [«Los millonarios son los verdaderos enemigos»], «We the people, not the king» [«Nosotros somos el pueblo, no el Rey»]. Las imágenes de manifestantes en las escalinatas de los ayuntamientos o frente a edificios federales contrastan con los mensajes oficiales que defienden las reformas como necesarias para «restaurar la soberanía nacional y frenar la cultura del despilfarro globalista».
Por su parte, el Partido Demócrata comienza a mostrar signos de reactivación tras la derrota del pasado año. Voces como las de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez han reaparecido con fuerza en los medios y en mítines en campus universitarios, denunciando una «política exterior de abandono» y una «agenda interna que solo favorece a los más ricos». Aun sin una estrategia definida, el bloque progresista apuesta por conectar la erosión de la diplomacia global con el retroceso de derechos sociales dentro del país.
Una nueva lógica de poder
La Casa Blanca no oculta su voluntad de redefinir el papel de EEUU en el mundo. La administración sostiene que las amenazas del siglo XXI —como la guerra híbrida, la competencia tecnológica o la manipulación de mercados estratégicos— no se combaten con embajadas ni con declaraciones conjuntas, sino con capacidad autónoma de disuasión, dominio de la innovación y política comercial agresiva. En ese marco, la diplomacia clásica se considera ineficiente, y las instituciones multilaterales, un lastre.
El politólogo Michael Beckley, en su ensayo The Age of American Unilateralism, explica este giro como un ajuste estructural. A su juicio, Estados Unidos no se retira por debilidad, sino por cálculo: al haber triunfado en su objetivo de pacificar Eurasia y liderar la globalización, el orden liberal ha dejado de ser una necesidad. «El sistema que funcionó contra el comunismo ya no sirve frente a China o Rusia, que usan sus reglas para debilitarlo desde dentro», afirma.
Desde esa óptica, Rusia no es el enemigo estructural que fue durante la Guerra Fría, sino un actor regional agresivo pero limitado. Para los asesores de Trump, insistir en un bloque occidental cerrado y en la defensa incondicional de un multilateralismo envejecido es una visión nostálgica, propia de los años noventa. El error de la izquierda internacional es seguir viendo el tablero geopolítico con la óptica de hace 40 años.
Frente a ese planteamiento, muchos líderes europeos —como Pedro Sánchez— siguen insistiendo en una lectura anclada en el pasado. Rusia sigue siendo, para ellos, el enemigo estructural, y la defensa del orden liberal, una obligación moral. Pero en Washington, esa narrativa suena a discurso trasnochado. El nuevo mundo ya no se organiza por bloques ideológicos, sino por intereses mutantes, coaliciones cambiantes y tecnología sin fronteras. La actual administración considera que muchos aliados han vivido durante años como polizones bajo el paraguas militar estadounidense sin asumir responsabilidades proporcionales.
Entre el repliegue y la presión
Las señales son claras: Estados Unidos quiere seguir siendo una potencia, pero sin el peso moral ni estructural de liderar un sistema que ya no considera propio. Prefiere definir alianzas caso por caso, ejercer presión directa y proyectar fuerza en lugar de construir consensos. La pregunta ya no es si EEUU se repliega, sino cuánto de ese repliegue es reversible.
Tras cien días de su regreso al poder, Trump ha dado el primer paso en esa transformación. El memorando filtrado no es solo un documento de recortes presupuestarios. Es el síntoma de una redefinición profunda, una en la que Estados Unidos ya no se ofrece como garante global, sino como actor autónomo que actúa por sí y para sí. Si el siglo XX fue el de su ascenso como árbitro mundial, el XXI parece encaminarse a otra cosa: una era en la que EEUU baja la persiana, al menos parcialmente, y el resto del mundo deberá aprender a vivir sin su timón.