Putin usa cámaras inteligentes en Moscú para reclutar forzosamente a 160.000 jóvenes
Las redadas policiales infestan el suburbano de la capital rusa e incluso sus gimnasios

Jóvenes conscriptos n un centro de reclutamiento de la región rusa de Leningrado. | Reuters
El Kremlin ha desatado una ofensiva interior sin precedentes: cámaras con reconocimiento facial instaladas en estaciones de metro y calles de Moscú se están utilizando para identificar y detener a jóvenes susceptibles de ser enviados al frente. Según reveló Novaya Gazeta Europe el pasado lunes, al menos 160.000 jóvenes rusos están siendo objeto de esta caza silenciosa, especialmente intensa en plena capital rusa. En coordinación con la Policía y las autoridades moscovitas, el Ministerio de Defensa ha lanzado más de 30 redadas solo desde el 1 de abril.
El objetivo: reclutar a marchas forzadas a decenas de miles de hombres en edad militar para reforzar la maquinaria bélica en Ucrania y la defensa interior rusa. La medida, además de provocar el éxodo de muchos jóvenes, ha generado una creciente alarma en organizaciones defensoras de los derechos humanos. El método es frío y eficaz: las cámaras detectan un rostro, se cruza con bases de datos de alistamiento, y en minutos el sospechoso está detenido y conducido a centros de reclutamiento como la temida “Ugréska”.
El padre encarcelado de una niña de 12 años que dibujó contra la guerra y el caso de Igor, un joven cazado por las cámaras en el metro pese a estar exento, son dos extremos de la misma represión. Artyom, activista del colectivo DCO (Movimiento de Objetores de Conciencia), habla con este medio desde la clandestinidad. “No es ningún secreto que la guerra iniciada por Putin se cobra miles de vidas. Aunque en redes sociales del régimen se diga que los reclutas no van al frente, en realidad se les obliga a firmar contratos y pasan a ser soldados de pago que pueden ser enviados a Ucrania”. Y añade: “A los que se niegan, se les fuerza, se les engaña, o directamente se les encierra”.
“Desde principios de abril hemos documentado más de 30 redadas. La mayoría han ocurrido en el metro. Dos incluso en gimnasios. Aconsejamos a nuestros beneficiarios salir de Moscú durante el periodo de reclutamiento. La capital se ha convertido en una trampa”, alerta Artyom. Asegura que incluso los que poseen documentos de exención pueden ser secuestrados. “La Policía usa la fuerza. Los funcionarios de las oficinas de reclutamiento también. Ya no hay margen legal, solo violencia administrativa”.
Sobre el uso de cámaras, Artyom confirma que no toda la ciudad está cubierta, pero basta con unas pocas intersecciones clave. “No todos los policías son malos, pero las cámaras hacen el trabajo sucio. Recomendamos evitar zonas con videovigilancia. Muchos solo se sienten seguros cuando logran salir de la capital”. El grupo DCO, a través de un canal en Telegram, orienta a los jóvenes rusos sobre cómo ejercer el derecho a la objeción de conciencia, gestionar bajas médicas o cumplir con el servicio civil alternativo (AGS).
La historia de Igor es ya un símbolo. Fue detenido en el metro tras ser identificado por una cámara, pese a haber sido dado de baja en Moscú. “Le quitaron el pasaporte y el teléfono. No le permitieron llamar a su novia. Pasó una noche en el centro de reclutamiento con 30 jóvenes más. Con dolor de espalda y fiebre, pidió asistencia médica. Se la negaron. Solo tras insistir mucho le dieron dos pastillas y finalmente llamaron a una ambulancia”, relata Artyom. Igor, enfermo por un cálculo renal, fue hospitalizado y liberado, pero con una nueva citación en la mano.
“La historia de Igor no es única”, advierte Artyom. “A muchos se les detiene, se les encierra y se les presiona para firmar el contrato. Los derechos básicos no se respetan. Quienes conocen la ley pueden resistir. Por eso decimos: el conocimiento es poder”. Entre mensajes de desesperanza, Artyom se aferra a una idea de futuro: “Podemos recuperar la Rusia libre del pasado, pero llevará tiempo y lucha. No estamos solos. Hay muchos que siguen aquí, resistiendo desde dentro”.
Josep Puigsech, profesor de Historia en la Universitat Autònoma de Barcelona, sostiene que este dispositivo de reclutamiento masivo responde a una necesidad estratégica. “Más que una señal de debilidad, es una forma de consolidar las victorias obtenidas sobre el terreno. Con más infantería, Putin busca sellar su ocupación del este de Ucrania”. La falta de soldados, según el historiador, es un punto débil que Ucrania ha explotado. “La incursión ucraniana en Kursk demostró que Rusia no puede blindar sus fronteras. Necesita reforzar esos flancos”.
“El uso de cámaras en Moscú obedece a una lógica demográfica: la capital es una gran bolsa de jóvenes, muchos sin registrar adecuadamente. Algunos no están empadronados, otros son migrantes de repúblicas exsoviéticas. Son un objetivo fácil”. Puigsech considera que esta política no se limita al reclutamiento: “Es también un mensaje para otras antiguas repúblicas de la URSS que tienen población rusófona”.
“La profesionalización del Ejército ruso ha llegado a sus límites. Muchos soldados desertan o no regresan. Por eso necesitan mantener en filas a los que ya están, incluso por encima del tiempo legal. Y reclutar. Esto no es nuevo ni un caso único circunscrito a Rusia: ya ocurrió en las guerras de los siglos XIX y XX”, concluye el profesor.
El Kremlin, por su parte, justifica estas medidas como parte de su defensa de la patria. Pero la realidad sobre el terreno, tanto en Moscú como en Ucrania, muestra un rostro más sombrío. “El terror comienza en casa, no en el frente”, sentencia Artyom. Y esta vez, las cámaras lo ven todo. THE OBJECTIVE se ha puesto en contacto con la Embajada rusa para recabar la versión oficial, pero por ahora no ha obtenido respuesta. Estas páginas seguirán abiertas para recoger sus explicaciones cuando lleguen.
Rafael Martínez, profesor de Política en la Universidad de Barcelona y experto en defensa, alerta de que el retorno del servicio militar obligatorio en países como Suecia o Finlandia no es un capricho ni una moda: “O bien todos esos gobiernos son presa de un virus belicista… o tienen información de inteligencia que les dice que hay que prepararse, porque esto viene”. Martínez señala que, a diferencia de Europa occidental, los países bálticos o Polonia tienen memoria histórica de invasiones, “saben a qué están jugando”, y advierte que Moscú ha perfeccionado la táctica de crear conflictos congelados —Osetia, Abjasia, Crimea, Donbás— para luego reclamar una posición geoestratégica clave. En el caso de Riga o Tallin, esto les brindaría una “salida al mar” con un puerto relevante.
“La movilización no ha terminado ni está en vías de extinción. Este tipo está movilizando a todo el mundo, ha activado una economía de guerra. Tiene fábricas, industrias, aparato engrasado… y una sociedad que no salta aunque los mandes al matadero”, afirma el politólogo. Según Martínez, mientras Europa tiene dificultades para rotar soldados en el exterior y desplegarlos con agilidad, Rusia puede destacar cientos de miles sin reacción social significativa. “En España, si mueren 50.000 personas, caen los 17 gobiernos autonómicos y el central. En Rusia no pasa nada. Ese es el pánico que ha contagiado a Alemania, Finlandia o Suecia”.
Martínez también advierte sobre la limitada capacidad de respuesta europea: “Nuestros ejércitos están diseñados para funcionar en tiempos de paz. Si mandas a un soldado fuera, necesitas otros dos: uno de descanso y otro preparándose. Y entre cuarteles, torres de control, mecánicos, lo operativo es una fracción mínima”. La gran amenaza, asegura, es la incertidumbre: «Putin no necesita lanzar un ataque directo. Le basta con generar miedo. Y mientras tanto, Marruecos o Argelia se rearman. Si un día Marruecos se lanza sobre Ceuta o Melilla, el 80% de la población dirá que se las queden. Eso es lo que nos jugamos”.