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Internacional

La política exterior de un promotor inmobiliario

Ventas de armas y aviones, acuerdos sobre gas y petróleo, regalos y negocios personales. Esta es la diplomacia de Trump

La política exterior de un promotor inmobiliario

El presidente de EEUU, Donald Trump, junto al emir de Qatar, el jeque Tamim bin Hamad Al Thani. | Reuters

La primera gira internacional de Donald Trump desde que tomó posesión, hace casi cuatro meses, no ha seguido -ninguna sorpresa- las costumbres de la política exterior de Washington ni los criterios de la diplomacia tradicional. Tras la visita relámpago al Vaticano para asistir al entierro del papa Francisco, el presidente no ha ido ni a Canadá ni a México, ni desde luego a Europa.

Trump está en Oriente Medio. No para compartir o proponer planes de paz para la zona, como hicieron desde Carter hasta Obama (con más voluntad que acierto): el objetivo es comprar y vender, hacer negocios para EEUU y para la familia, compaginar la agenda oficial con la personal sin reparos ni escrúpulos. Y qué mejor sitio para todo ello.

Según The New York Times, el programa de la gira «encaja convenientemente con los planes empresariales en expansión de Trump. Su familia tiene seis acuerdos pendientes con una empresa inmobiliaria de propiedad mayoritariamente saudí, un acuerdo de criptomonedas con una filial del gobierno de Emiratos Árabes Unidos y un nuevo proyecto de campos de golf y villas de lujo auspiciado por el gobierno de Catar». También es cierto que Trump muestra coherencia: el viaje inaugural de su primer mandato fue a Arabia Saudí.

Catar, Emiratos Árabes Unidos y sobre todo Arabia Saudí son potencias financieras globales que manejan cientos de miles de millones de dólares, y la prioridad para Trump es conseguir inversiones de estos países en EEUU. Que tengan relaciones con Rusia, China e Irán no parece preocuparle mucho, tampoco que los derechos humanos brillen por su ausencia, especialmente en Arabia Saudí, o que Riad haya amparado o financiado a siniestros personajes como Bin Laden, o esté muy probablemente detrás del asesinato del periodista de The Washington Post Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul en 2018.

Precisamente con el acusado de ser responsable del asesinato de Khashoggi, el príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salman, se sentó Trump este martes para anunciar un acuerdo de inversión en EEUU de 600.000 millones de dólares y un pacto de venta de armas de 142.000 millones, «el mayor de la historia», según la Casa Blanca.

El automóvil que transporta al presidente de Estados Unidos, entre guardias de honor saudíes a caballo. | Reuters

Siria, otro gran lugar para hacer negocios. Trece años de guerra civil precedidos por la dictadura de Asad hijo, precedida a su vez por la dictadura de Asad padre desde 1970. La guerra acabó en diciembre de 2024 con la victoria de Ahmad al Sharaa, que en el pasado trabajó para Al Qaeda y por el que EEUU ofreció una recompensa de diez millones de dólares como cabecilla terrorista internacional. Hay un gobierno provisional hostigado por la oposición de otras facciones guerrilleras y un país fragmentado, pero Trump se ha reunido en Riad con Ahmad al Sharaa, y en un giro radical, ha anunciado el levantamiento de sanciones económicas. A cambio, Siria debería mejorar las relaciones con Israel -el primer ministro, Bibi Netanyahu, no está en el programa de contactos de esta gira-, facilitar el acceso estadounidense a las reservas de gas y petróleo de Siria y, ya de paso, levantar un rascacielos Trump en Damasco.

En Catar, la segunda etapa de su gira, Trump fue acogido con gran entusiasmo por el emir, el jeque Tamim bin Hamad Al Thani. Caravana flanqueada por camionetas Tesla rojas y una guardia de honor a lomos de camellos y caballos al llegar al palacio del emir. «No he visto camellos así en mucho tiempo», fue el comentario de Trump. Los cataríes van a pagar 200.000 millones de dólares por 160 aviones de Boeing. Además, Trump estudia aceptar el regalo de 400 millones de dólares de la familia real de Qatar: un Boeing 747 que sirva en el futuro como Air Force One, el avión presidencial. A la republicana Nikki Haley le ha parecido una pésima idea: «Si esto hubiera pasado con Biden, estaríamos furiosos». Pero las reservas éticas y de seguridad que ha despertado el anuncio no parecen inquietar mucho a la Casa Blanca.

Emiratos Árabes Unidos seguirá la tónica de Arabia Saudí y Catar. Todo celebraciones, manifestaciones de amistad y firma de acuerdos con cifras astronómicas. Con absoluta tranquilidad en las calles, claro, como corresponde a los países autoritarios que le reciben. ¿Para qué ir a otros, más hostiles? Ni cariño ni negocios, pensará Trump, que ha mantenido en el aire hasta el final la posibilidad de cerrar la gira con una aparición en Estambul en el caso de que se hubiera confirmado la reunión entre el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, y el de Rusia, Vladímir Putin. El Kremlin descartó al final la presencia de Putin, así que Trump, en principio, no debería ir tampoco. Salvo que, animado por el éxito de esta primera gira de su segundo mandato y excitado por el trote de camellos y caballos y el gran éxito de la visita, improvise y deslumbre de nuevo al mundo con alguna nueva originalidad.

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