The Objective
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Trump en Oriente Medio. 'Like a Bull in a China Shop'

La llegada del norteamericano coincide con la transformación de Oriente Medio tras la caída de al-Ásad en Siria

Trump en Oriente Medio. ‘Like a Bull in a China Shop’

Donald Trump frente al mapa de Oriente Medio. | Cuadernos FAES

La política exterior de Trump en Oriente Medio durante las primeras semanas de su segundo mandato ha estado plagada de señales y mensajes equívocos. Más que seguir una línea clara y recta, Trump camina en zigzag. Son tantos los vaivenes y tal la celeridad de acontecimientos y declaraciones, que cualquier análisis sobre este tema corre el riesgo de quedar desactualizado antes de publicarse. No obstante, la cuestión que uno debería plantearse es acerca del calado de estos sucesos y proclamaciones, porque muchos de ellos, al final, no han ido a ninguna parte. El dilema a la hora de desentrañar la vorágine de noticias es, como decía Shakespeare, si no será todo más que ruido y furia, sin significado alguno. O si, por el contrario, hay un método en la locura. 

Oriente Medio es en estos momentos un escenario abierto a oportunidades y riesgos. Como Europa, la región se ha convertido en un hervidero de conferencias y reuniones bilaterales. En ellas, los distintos actores se ven obligados a tomar posiciones ante cada nuevo pronunciamiento de Trump. En este proceso de ebullición diplomática todo parece posible: tanto la paz como la guerra, el acuerdo o la confrontación. El nerviosismo y la incertidumbre están a la orden del día. Nadie quiere quedarse atrás ni dar un paso en falso. 

Trump llega a un Oriente Medio en el que la República Islámica de Irán, tras sufrir una serie de derrotas, ha visto desbaratados sus planes para establecer una hegemonía regional. El coloso iraní y su red clientelar de milicias tenían los pies de barro. Ante la retirada iraní, Turquía y Arabia Saudí han movido ficha para posicionarse como las nuevas potencias hegemónicas en la región. Israel, mientras tanto, prosigue con su campaña militar para desmantelar la capacidad militar de todos los actores hostiles situados en su inmediata periferia: Gaza, Cisjordania, Líbano y Siria. 

Gaza: entre el meme y la improvisación

Junto con Putin, Netanyahu parecía uno de los pocos líderes internacionales que afrontaba la segunda venida de Trump sin el menor temor. El primer ministro israelí apenas ocultó su alegría por la victoria de Trump tras un año de profundas discrepancias con Biden a propósito de la guerra en Gaza y el Líbano. Las primeras declaraciones, gestos y decisiones de Trump como presidente validaron el optimismo de Netanyahu. Para empezar, Trump respaldó la política de mano dura frente a Hamás, adoptando incluso una posición más radical que la del gobierno israelí: todos los rehenes debían ser liberados inmediatamente o Israel estaría en su derecho, y su deber, de desatar un apocalipsis sobre la Franja de Gaza. La política de treguas intermitentes y liberación de rehenes con cuentagotas negociada por Biden y los países árabes quedaba descartada. Trump también desbloqueó el envío de armas a Israel tras un año de paralizaciones y retrasos forzados por la administración Biden con el objetivo de presionar a Netanyahu y obligarle a aceptar un alto el fuego. No sólo eso, sino que Trump ordenó el envío de nuevas armas. Desde su retorno a la Casa Blanca, la afluencia de buques y aviones estadounidenses con municiones y equipamiento para el ejército hebreo ha sido constante. Mientras cerraba el grifo a Ucrania, lo abría a Israel. Finalmente, el detalle de mandarle la primera invitación a Netanyahu para visitar la Casa Blanca lo convertía en el primer líder internacional en hacerlo durante el segundo mandato de Trump. En ese primer encuentro, Trump sorprendió a propios y extraños anunciando un plan para reconstruir Gaza que implicaba la salida permanente de los palestinos y el control militar israelí sobre el territorio. Netanyahu no podría haber pedido –ni soñado– más. 

A partir de entonces Trump comenzó a sabotear su propio plan mediante una serie de gestos y declaraciones que deslegitimaban la naturaleza y viabilidad del proyecto. El vídeo creado mediante inteligencia artificial y compartido a través de las redes sociales era un insulto gratuito a los palestinos y a la comunidad árabe y musulmana en general. Las imágenes de estatuas doradas de Trump en las calles de Gaza, de Trump siendo agasajado por una bailarina de la danza del vientre o la escena de Trump y Netanyahu tomando daiquiris en un resort añadieron el insulto sobre la herida abierta de los palestinos tras más de un año de guerra en Gaza. Un agravio gratuito que no llevaba a ninguna parte. Tampoco ayudó la insistencia en convertir Gaza en la «Riviera de Oriente Medio». Ningún líder regional puede tomarse en serio tal propuesta o mostrarse dispuesto a colaborar en ella. Pero el problema principal es que la iniciativa se había lanzado sin consultar a los aliados en Oriente Medio y sin haber considerado seriamente las necesidades y consecuencias de la misma. El punto clave del plan es la expulsión de los dos millones de gazatíes. Aparte de la viabilidad del desalojo en sí, la gran cuestión es el lugar de realojo. Según parece, sin previo aviso a los afectados, Trump dio por sentado que Egipto y Jordania deberían hacerse cargo de ello. 

El plan de Trump para Gaza supone poner a Abdalá II de Jordania y Abdelfatah El-Sisi, dos aliados clave de Estados Unidos en la región, entre la espada y la pared. Para empezar, acoger a dos millones de refugiados supondría una carga inmensa para dos países cuyas economías son muy frágiles. La acogida también pondría en riesgo la estabilidad política de Egipto y Jordania. No sería descartable contemplar posibles revueltas sociales que desembocaran en el colapso de ambos gobiernos. Si las poblaciones autóctonas no se sublevan ante la complicidad de sus gobiernos con el desalojo forzoso de los gazatíes, bien podrían ser estos últimos los que a medio y largo plazo pusieran en riesgo la monarquía jordana y la dictadura egipcia. Absorber a dos millones de desplazados seguidores o simpatizantes de un movimiento islamista con estrechos vínculos con los Hermanos Musulmanes, enemigo tradicional de los gobiernos jordano y egipcio, sólo aumentaría el riesgo de las actividades islamistas domésticas de carácter subversivo contra dichos gobiernos. Cabe recordar que en 1970 ya hubo un levantamiento palestino en Jordania contra la monarquía y que en las elecciones del pasado septiembre el Frente de Acción Islámica (rama de los Hermanos Musulmanes en Jordania) obtuvo unos resultados mucho mejores de lo esperado. En Egipto, por otra parte, los Hermanos Musulmanes ya ganaron las elecciones de 2011-2012 y sólo fueron desalojados del poder tras un golpe de Estado liderado por El-Sisi. 

No obstante, oponerse al plan de Trump acarrearía el riesgo de perder la cuantiosa ayuda militar y económica que Estados Unidos destina a Egipto y Jordania cada año. Este posible recorte o cancelación de las ayudas pondría a prueba la estabilidad económica, social y política de ambos países. De aplicarse, el plan de Trump podría suponer ganar Gaza a costa de perder Jordania y Egipto. Por ahora, la táctica que estos parecen haber abrazado es dilatar las negociaciones mientras evitan un enfrentamiento abierto con Trump. En su reunión con el mandatario norteamericano en el despacho oval, Abdalá II optó por rendir homenaje al liderazgo y la visión de Trump. Y como gesto hacia el presidente terminó anunciando que acogería de forma temporal a 2000 niños heridos para ofrecerles asistencia médica. Se trata de una medida provisoria e insignificante, pero el anuncio, tras las alabanzas, pareció complacer a Trump. Es de esperar que el resto de líderes en Oriente Medio sigan la táctica de Abdalá II (concesiones vacías pero solemnes) para evitar la suerte de Zelenski. 

Las negociaciones sobre el futuro de Gaza dieron un giro imprevisto cuando a principios de marzo se destapó que la administración Trump había estado negociando en secreto y de forma directa con Hamás. Al parecer, Israel no había sido consultado acerca del transcurso de las mismas. La negociación directa con Hamás se trata de un hecho sin precedentes, un paso que ni siquiera Biden se atrevió a dar. La oferta de Trump a Hamás (dos meses de tregua y reapertura de la frontera con Egipto a cambio de dos rehenes), además de puentear a Netanyahu, contravenía la posición y las demandas del gobierno israelí en las negociaciones pasadas. A mediados de marzo se dio a conocer una nueva y más generosa oferta de Trump a Hamás: entre cinco y diez años de alto el fuego por la liberación de los rehenes israelíes y prisioneros palestinos. La posición de la administración Trump ha pasado a ser la de esperar a que en un futuro no muy lejano Hamás aceptase el cese de la violencia y decidiese abandonar Gaza. Una vez más, Israel fue notificado de las negociaciones a posteriori. El negociador de Trump, Adam Boehler, justificó el giro al afirmar que Estados Unidos no era un «agente de Israel» y que Trump no iba a quedarse de brazos cruzados si Israel era incapaz de avanzar en la resolución de la crisis. En su réplica, el gobierno israelí afirmó que, si bien Washington no era un agente de Israel, tampoco podía pretender negociar en nombre de Israel1. Un detalle que tampoco pasó desapercibido en el Estado hebreo fue que Boehler se refirió a los rehenes judíos en manos de Hamás como «prisioneros»2. El nuevo giro en la política de Trump quedó confirmado por el propio presidente el 12 de marzo, cuando, al ser preguntado por la prensa, aseveró que «nadie va a expulsar a ningún palestino» de Gaza. Aparentemente, para el mandatario estadounidense, la rueda de prensa con Netanyahu, en la que había anunciado el realojo «permanente» de los gazatíes, nunca ocurrió. 

Cuando Trump presentó la idea a principios de febrero durante la visita del primer ministro Benjamin Netanyahu a la Casa Blanca, dijo que la población de la Franja, de aproximadamente dos millones de personas, sería reubicada «permanentemente».

¿Turbulencias en la alianza EEUU- Israel?

Tras la breve luna de miel, la crisis entre Netanyahu y Trump es cada vez más evidente. En enero Trump ya compartió en sus redes sociales un vídeo del académico norteamericano Jeffrey Sachs en el que critica la obsesión de Netanyahu por enfrentar a Estados Unidos con Irán. En el vídeo, aparte de llamar a Netanyahu «oscuro hijo de puta», Sachs también le culpa de la invasión norteamericana de Irak en 2003 y de instigar las «guerras interminables» en las que Estados Unidos se ha visto enredado en la región. Este gesto de Trump no debería sorprender. Ya al abandonar la Casa Blanca hace cuatro años afirmó que se sentía traicionado por Netanyahu, que su experiencia con él había sido muy mala y que era algo que nunca iba a olvidar. Trump también afirmó que Netanyahu nunca había querido la paz con los palestinos y que había tratado de manipularle para que fuese Estados Unidos y no Israel quien se enfrentase a Irán3

Las relaciones entre Trump y Netanyahu se pondrán de nuevo a prueba con respecto a Arabia Saudí. Es notorio que Trump busca lograr la normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudí. Para el mandatario norteamericano, podría tratarse de su gran logro en política exterior y uno de sus principales legados como presidente. Mohamed Bin Salmán ya ha dado los primeros pasos para posicionar a Trump de su lado: apenas unos días después de la segunda investidura de Trump, Riad anunció una inversión en Estados Unidos de 600.000 millones de dólares. En un guiño a Trump, la inversión se realizará a lo largo de los cuatro años de su mandato. A cambio, Arabia Saudí espera garantías con respecto a la protección que Washington pueda ofrecerle (que no vuelva a darse la pasividad que mostró Trump tras los ataques iraníes de Abqaiq y Khurais en 2019), así como un respeto por su demanda de que Israel acepte un Estado palestino basado en las fronteras anteriores a la guerra de 1967. Si la posición saudí se mantiene firme y Riad continúa ganándose el favor de Trump mediante inversiones millonarias, es de esperar que, en su obsesión por lograr un acuerdo diplomático entre Israel y Arabia Saudí, el presidente norteamericano ejerza una mayor presión sobre el Estado hebreo que sobre la monarquía árabe. Las concesiones israelíes necesarias para la firma de un acuerdo con Riad, de darse, serán el final de un largo recorrido diplomático no exento de grandes tensiones entre Trump y Netanyahu. 

¿Ha sido el alineamiento inicial de Trump con Netanyahu un espejismo? La respuesta a esta pregunta dependerá en gran medida de la postura que adopte con respecto a Irán.

Irán: vuelta a la política del palo y la zanahoria

El retorno de Trump coincide con un momento de vulnerabilidad extrema de Irán. A nivel internacional, el autoproclamado Eje de la Resistencia ha sufrido una severa derrota. Gaza ha quedado destruida y las capacidades militares tanto de Hamás como de Hezbolá han quedado seriamente degradadas. Ambas organizaciones también han sido decapitadas. A la pérdida de líderes experimentados y carismáticos como Yahya Sinwar, Ismail Haniya (asesinado mientras se encontraba como huésped del gobierno iraní en Teherán) o Hasán Nasralá (cerebro gris de gran parte de la estrategia regional iraní) se suman las de destacados líderes en la política militar y nuclear de Irán como los generales Soleimani o Reza Zahedi y el científico Mohsen Fajrizadeh. Aunque estas pérdidas acabarán siendo reparadas con el auge de nuevos líderes (no es la primera vez que Israel descabeza la cúpula de Hamás), por el momento dejan a Irán y al Eje de la Resistencia en una posición delicada. El Eje también ha quedado desarbolado por la repentina caída de Bashar al-Ásad en Siria y la pérdida del corredor terrestre que conectaba a Irán con Hezbolá en el Líbano. A diferencia de otras ocasiones, el reabastecimiento de Hamás y de Hezbolá tras los golpes de Israel será mucho más difícil, costoso y demorado. A nivel doméstico, Irán se encuentra con una inflación desbocada, una moneda desplomada y una economía al borde del colapso.

El dólar ha rebasado la barrera de los 900.000 riales. Hace apenas medio año el cambio estaba por debajo de los 600.000. En 2015 se situaba en los 32.000. Desde 2018 el rial ha perdido un 95% de su valor. Mientras el precio de los alimentos y la vivienda se disparan (la tasa de inflación alcanzó en febrero el 35%), los salarios permanecen estancados. El poder adquisitivo cae y la inversión extranjera huye del país. Pese a las grandes reservas de petróleo, Irán se enfrenta a cortes de electricidad recurrentes. La falta de inversión en la industria petrolífera ha dejado una infraestructura envejecida, tecnológicamente desfasada, incapaz de producir petróleo a los niveles de sus países vecinos y expuesta a averías y accidentes. 

Como respuesta a la crisis, el 2 de marzo el parlamento iraní votó la destitución forzosa de Hemmati, ministro de Economía. Se trata de una maniobra del sector duro alineado con Jamenei, que busca aprovechar la coyuntura para debilitar al gobierno del reformista Masoud Pezeshkian, a la vez que trata de desviar la atención de la población sobre las causas de la crisis. El temor, tanto de los partidarios de la línea dura como de los reformistas, es que la frustración de la población acabe estallando en nuevas oleadas de protestas y disturbios como las acontecidas en años pasados. La necesidad de recortar gastos y eliminar algunos de los subsidios a la gasolina, tal y como prevé hacerlo el gobierno, ya ha levantado el espectro de unas revueltas populares como las ocurridas en 2019 tras otra subida del precio de gasóleo. 

Este momento de debilidad, que ha desbaratado, por el momento, los planes y la ambición iraní de establecer una hegemonía regional, está siendo aprovechado por Turquía y Arabia Saudí. Riad y, especialmente, Ankara, están aprovechando la «marea baja» iraní en Oriente Medio para llenar el vacío que deja Teherán en Siria, Irak y el Líbano4. La cuestión ahora es determinar si los Estados Unidos de Trump sabrán sacar partido de esta coyuntura. Hasta el momento, Trump parece haber apostado por la política tradicional del palo y la zanahoria. La zanahoria de un acuerdo diplomático que ponga fin de forma pacífica a la crisis causada por el programa nuclear iraní y desmantele las sanciones económicas que mantienen maniatada su economía. El palo de una renovada política de «máxima presión» que ponga de rodillas a la economía iraní más la amenaza de una operación militar que destruya su programa nuclear. El problema es que, para que esta estrategia funcione, el palo debe ser creíble. Irán, por el momento, no parece creerlo. 

Desde antes de jurar el cargo, Trump ha dejado clara su apuesta por una negociación directa con Irán. La primera señal fue a través de los nombramientos de altos cargos en su administración. Los halcones de su primer mandato han sido purgados: John Bolton, antiguo asesor de Seguridad Nacional; Brian Hook, enviado especial de Estados Unidos a Irán y responsable de la campaña de máxima presión entre 2018 y 2020; Mike Pompeo, secretario de Estado entre 2018 y 2021… todos han sido humillados e insultados públicamente por Trump, quien también les ha retirado la protección del servicio secreto (amparo ofrecido por las reiteradas amenazas de Irán contra sus vidas como resultado del trabajo que realizaron para Trump durante su primer mandato). En su lugar, Trump ha colocado a varias personas cuyo perfil da a entender que no busca una confrontación abierta con Irán. Michael DiMino, nombrado subsecretario de Defensa para Oriente Medio, ha defendido en varias ocasiones que Estados Unidos no debe involucrarse en la región. También ha afirmado que Washington debería abstenerse de ayudar a Israel en un posible ataque a Irán. Elbridge Colby, designado para ocupar el puesto de subsecretario de Defensa, ha abogado en varias ocasiones por una retirada en Oriente Medio que permita concentrar esfuerzos en el Pacífico. Joe Kent, elegido para liderar el Centro Nacional Antiterrorista, es otro firme defensor de la retirada militar norteamericana de la región. En posiciones más importantes y sensibles se encuentra Tulsi Gabbard, que en el pasado defendió de forma sistemática la dictadura de al-Ásad en Siria y la intervención militar rusa en el país. 

El 4 de febrero Trump firmó un memorando que restablecía la política de «máxima presión» contra Irán. Resulta llamativo que el presidente esperase varios días para firmarlo. También, que el formato fuese un memorando y no una orden ejecutiva. Pero lo más revelador fue la actitud del presidente al firmarlo. Al contrario de lo exhibido con los centenares de órdenes ejecutivas y memorandos que le habían precedido, Trump no se mostró orgulloso o contento de firmarlo, sino más bien abatido. Reconoció sentirse presionado para hacerlo y que estaba «triste» al hacerlo. Luego dejó caer que esperaba no tener que implementar nunca las sanciones económicas contempladas en el memorando. Volvió a insistir en lo dubitativo y «dividido» que se encontraba a la hora de aplicar el memorando y esperaba que no fuese necesario aplicarlo. Y, como broche final, reiteró su deseo de llegar a un acuerdo diplomático con Irán. Se trata de una actitud bien distinta a la de 2018. También contrasta esta actitud de reservas e incomodidad a la hora de plantarse frente a Teherán con la firmeza y mano dura aplicada contra aliados como Ucrania (pausa en la ayuda militar) o Canadá (aranceles). En el único momento en el que se posicionó de forma clara y contundente frente a Irán fue con relación a los intentos de asesinato de su persona por parte de la República Islámica. En ese momento Trump afirmó que había dejado instrucciones para arrasar el país en caso de que algo le ocurriese. Con Trump, lo personal es político. 

Pero si Trump se muestra reticente a la hora de restaurar las sanciones económicas, ¿por qué iban a considerar los iraníes como algo creíble su amenaza de un ataque militar? Por ahora, la única línea roja que ha marcado Trump es la referente a su seguridad personal. El 6 de marzo Trump insistió en su apuesta por la negociación al anunciar el envío de una carta personal al líder supremo Jamenei. Irán negó inicialmente haber recibido tal carta tras rechazar el gesto negociador de Trump. Varios días más tarde anunciaron que todavía estaban esperando que la carta les fuera entregada por los emisarios de Emiratos Árabes Unidos. No obstante, Jamenei reiteró que nunca negociaría el desmantelamiento del programa nuclear iraní. Tan sólo mostró su disposición a discutir su posible «militarización»5. Dado que Irán afirma de forma insistente y pública que su programa nuclear es completamente pacífico, no se entiende entonces qué diálogo estaría dispuesto a entablar Jamenei. 

La actitud de Trump había despertado las esperanzas del gobierno liderado por el presidente Masoud Pezeshkian. Considerado pragmático y reformista frente a la alternativa del ala dura cercana a Jamenei, el gobierno de Pezeshkian había sido elegido ante la expectativa de llegar a un acuerdo con Washington. En el último Foro Económico Mundial de Davos, el vicepresidente para Asuntos Estratégicos y antiguo ministro de Exteriores, Javad Zarif, expresó su optimismo ante el incipiente segundo mandato de Trump al calor de los nombramientos y declaraciones llevados a cabo por el presidente. No obstante, el gobierno ha quedado deslegitimado ante el rechazo mostrado por Jamenei. Sin su beneplácito, no hay acuerdo posible. A principios de febrero, el líder supremo declaró que una negociación abierta con Estados Unidos sería una decisión fútil, carente de «sensatez» o «sabiduría». «Ningún problema se solucionará negociando con América», afirmó6. Ante la postura de Jamenei, el gobierno del presidente Masoud Pezeshkian queda con las manos atadas a la hora de promover sus iniciativas en política exterior. En materia de defensa, exteriores o prácticamente cualquier otro asunto, el gobierno ha de seguir la línea marcada por el líder supremo. Tras el veto de Jamenei, Pezeshkian declaró en el parlamento que no compartía su decisión, pero que no le quedaba más remedio que respetarla. Su gobierno, por tanto, no negociaría con Trump. Zarif, pieza clave en la negociación del acuerdo nuclear de 2015 con Obama, presentó inmediatamente su dimisión como vicepresidente. 

Las palabras de Pezeshkian levantaron un gran revuelo en Irán: es sumamente inusual en el país que un presidente exprese en público su desacuerdo con una decisión del líder supremo. Pezeshkian buscaba dejar claro que la responsabilidad por las consecuencias de no negociar con Trump recaía en Jamenei. Así, el probable recrudecimiento de la crisis económica en los próximos meses sería resultado de las decisiones del líder supremo y su círculo. Lo cierto es que la negociación o no con Washington ha pasado a ser un arma arrojadiza en la brutal lucha doméstica entre reformistas y radicales iraníes. Los sectores partidarios de la línea dura buscan usar la crisis para debilitar y desarbolar aún más el gobierno de Pezeshkian. Esta politización de la política exterior complica todavía más la posibilidad de un acuerdo con Trump. 

Ante la negativa del líder supremo, Trump solicitó a Putin la mediación con Irán7. La decisión resulta extraña. Para empezar, es dudoso que la entrada de Moscú en unas posibles negociaciones entre Washington y Teherán sea vista con buenos ojos por Israel o por los aliados de Estados Unidos en la región. Dada la alianza entre Rusia e Irán y la estrecha cooperación entre ambos países en los ámbitos de inteligencia, defensa e industria militar, es improbable que Putin vaya a actuar como un mediador imparcial u honesto en las negociaciones. El pasado enero, Rusia y la República Islámica firmaron un ambicioso acuerdo de cooperación estratégica que se prolongará durante dos décadas. A mediados de marzo las fuerzas navales rusas realizaron ejercicios conjuntos con las fuerzas navales iraníes –y chinas– en el Golfo de Omán. Es también un hecho notorio que a Rusia nunca le ha interesado una reconciliación plena entre Washington y Teherán. Su interés reside más bien en usar a Irán como agente desestabilizador en Oriente Medio y convertirlo así en una herramienta con la que ejercer presión sobre Estados Unidos y sus aliados. Tampoco favorecería a los intereses de Moscú que una normalización de las relaciones con Irán llevara al desbloqueo de sus exportaciones petrolíferas, ya que el precio del crudo bajaría y los mercados contarían con alternativas a los hidrocarburos rusos. Considerando todos estos factores, no queda claro qué gana Trump introduciendo a Putin en un posible diálogo con Irán. La introducción de Rusia no simplifica las negociaciones, sino que añade más complejidad al proceso. Es más concebible que Putin ejerza un papel de saboteador que de facilitador en dichas negociaciones. También resulta difícil de entender en qué manera beneficia a los intereses de Estados Unidos reintroducir a Rusia como interlocutor relevante en Oriente Medio en el momento preciso en el que se halla al borde de su salida de la región tras la derrota en Siria. 

La política internacional no opera en compartimentos estancos, tal y como parece creer Trump. Su actitud hacia Ucrania ha tenido importantes reverberaciones en Oriente Medio y otras regiones. Los países, aunque no estén directamente implicados o afectados por la crisis de la invasión rusa de Ucrania, han tomado buena nota de los gestos, decisiones y acciones de Washington con respecto a Kiev y Moscú. Irán no ha sido una excepción. La humillación a Zelenski en el despacho oval causó un gran impacto en Teherán. El Ministerio de Exteriores aprovechó el incidente para lanzar «un toque de atención» a los países que se consideran aliados de Estados Unidos: con Trump sólo pueden esperar someterse a un juego de «poder, intimidación y presión» más propio del «siglo XIX». Jamenei, por su parte, recordó su advertencia a Ucrania en 2022, durante los primeros días de la invasión rusa. En ella alertó del riesgo de poner sus esperanzas en América y Occidente, advirtiendo que tarde o temprano dejarían a los ucranianos en la estacada. La actitud de Trump, ha dejado claro Jamenei, ha reivindicado la desconfianza que toda nación debe sentir hacia Washington8. Teherán también se llenó de carteles con fotografías de la visita de Zelenski a la Casa Blanca junto a mensajes acerca de la necedad de apoyarse o depender de Estados Unidos. En general, la política de Trump hacia Ucrania ha reforzado la posición de los sectores radicales contrarios a cualquier negociación con Estados Unidos. También ha sembrado la incertidumbre entre los reformistas acerca de la solidez de las promesas de Washington. 

Entre la opción militar y las sanciones económicas

Hay varias razones que empujarían a Israel o Estados Unidos a lanzar un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes en 2025. Para empezar, el equilibrio de poder en la región está cambiando en detrimento de la República Islámica. El Eje de la Resistencia ha sufrido derrotas severas en Siria, Líbano y Gaza, lo que limitaría seriamente su capacidad de responder de manera efectiva ante un ataque en Irán. Tras los ataques israelíes, la capacidad iraní para repeler un bombardeo en su territorio también ha quedado cuestionada. Por último, la creciente distancia entre la población y el gobierno en Irán añade otro factor de vulnerabilidad al régimen y limita su margen de maniobra. 

Con la amenaza militar Trump tan sólo busca forzar a Teherán a sentarse a la mesa de negociaciones. De materializarse la amenaza, Trump ha dejado claro que sólo buscaría la destrucción del programa nuclear, no favorecer un cambio de régimen. En varias ocasiones ha reiterado que su único problema con Irán es el programa nuclear, nada más. En un intento de hacer el palo más creíble, los vuelos del bombardero B-52 se han vuelto más frecuentes en el espacio aéreo de Oriente Medio. El B-52 es una de las principales muestras de fuerza que Estados Unidos suele emplear a la hora de enviar un mensaje a sus enemigos. El 5 de marzo, las fuerzas aéreas de Israel y Estados Unidos llevaron a cabo un ejercicio conjunto que, en un claro mensaje a los hutíes e Irán, simulaba el ataque a un enemigo situado lejos de las fronteras del Estado hebreo. El ejercicio contó con la participación de varios cazas F-35, un B-52 e incluyó operaciones de reabastecimiento en vuelo9

Con respecto a los hutíes, Trump ha vuelto a designarlos como grupo terrorista (ya lo hizo al final de su primer mandato, pero Biden revirtió la decisión) y ha dado a los comandantes estadounidenses sobre el terreno mayor libertad de acción para responder a los ataques de la milicia yemení, así como de las otras milicias aliadas de Irán en la región. Estas medidas se están tomando en paralelo a la renovada presión económica sobre Irán. La administración estadounidense está estudiando la posibilidad de interceptar en alta mar petroleros que transporten crudo iraní10. Hasta ahora, Estados Unidos ha logrado dificultar y encarecer las exportaciones de petróleo iraní, pero no ha conseguido paralizarlas. Washington también está intentando lograr la desconexión energética de Irán con sus vecinos, amenazando con sanciones a Irak si no interrumpe sus importaciones de electricidad iraní. De forma similar, Trump ha torpedeado las cuantiosas inversiones de la India en el puerto iraní de Chabahar, situado junto a la frontera pakistaní. 

¿Aceptará Jamenei negociar bajo la presión de las sanciones y la amenaza de un ataque militar? La inconsistencia en la política exterior de Trump difícilmente animará a los líderes iraníes a apostar por una costosa y ardua diplomacia con Washington. Irán probablemente esté considerando hasta qué punto Trump está dispuesto a llegar con la campaña de máxima presión y si serán capaces de resistirla durante cuatro años. Irán también considerará si la amenaza militar resulta creíble. No obstante, el componente ideológico de la República Islámica hará muy difícil que Jamenei acepte negociar con Trump. La República Islámica fue creada como un gesto de resistencia frente al imperialismo occidental y, particularmente, la hegemonía estadounidense. Tras décadas de guerras, penurias y revueltas, este orgullo nacionalista sigue siendo uno de los pocos principios revolucionarios que se ha mantenido constante. Transmitir la imagen de que Irán ha inclinado la cabeza y acepta negociar bajo la coacción de las sanciones y la guerra sería algo difícil de aceptar por el régimen. 

El ejemplo de lo ocurrido con Corea del Norte durante el primer mandato de Trump está también muy presente en Teherán: a pesar de los encuentros personales entre Trump y Kim Jong-un, nada cambió en la relación entre ambos países. Ningún acuerdo tangible nació de unas reuniones históricos y sin precedentes. Si Irán corre el riesgo de entrar en una negociación grandilocuente y vacía, ¿por qué malgastar el capital político de la República Islámica en ellos? Hay una poderosa razón que podría empujar a Teherán a aceptar la mano tendida de Trump: ganar tiempo. Si Trump persigue gestos y una teatralización que pueda vender para consumo doméstico, Irán bien puede jugar el papel correspondiente en la coreografía a cambio de ganar tiempo sin conceder nada sustancial. El proceso podría evitar la operación militar, así como la implementación exhaustiva de la nueva campaña de máxima presión. Irán ganaría tiempo con la vista puesta en 2029 y la salida de Trump. 

Este artículo ha sido publicado originalmente en la revista Cuadernos FAES de pensamiento político. Si quiere leer otros textos parecidos o saber más sobre esa publicación, puede visitar su página web.

1 Andrew Roth y Jason Burke, “US envoy’s secret talks with Hamas anger Netanyahu administration,” The Guardian, 10 de marzo de 2025. https://www.theguardian.com/world/2025/mar/10/us-envoy-secret-talks-hamas-anger-netanyahu-administration 

2 Lazar Berman, “After Trump turns against Zelesnky and other allies, could Israel be next in line?” The Times of Israel, 10 de marzo de 2025. https://www.timesofisrael.com/after-trump-turns-against-zelensky-and-other-allies-could-israel-be-next-in-line/ 

3 Barak Ravid, “Trump blasts Netanyahu for disloyalty: ‘F**k him’,” Axios, 10 de diciembre de 2021. https://www.axios.com/2021/12/10/trump-netanyahu-disloyalty-fuck-him 

4 Javier Gil Guerrero, “Turkey is filling the power vacuum left by Assad, but peaceful coexistence is vital for the Middle East’s future,” The Conversation, 15 de enero de 2025. https://theconversation.com/turkey-is-filling-the-power-vacuum-left-by-assad-but-peaceful-coexistence-is-vital-for-the-middle-easts-future-247313 

5 “Iran says will never engage in talks aimed at dismantling its nuclear program”, Iran International, 10 de marzo de 2025. https://www.iranintl.com/en/202503099345 

6 Syed Zafar Mehdi, “Khamenei says negotiations with US ‘not wise’ and ‘won’t solve’ Iran’s problems,” Anadolu Agency, 7 de febrero de 2025. https://www.aa.com.tr/en/middle-east/khamenei-says-negotiations-with-us-not-wise-and-wont-solve-irans-problems/3475018 

7 “Russia ‘agreed’ to broker talks between Iran and the US,” Middle East Eye, 4 de marzo de 2025. https://www.middleeasteye.net/news/russia-agrees-broker-talks-between-iran-and-us-report 

8 “Iran says Trump-Zelensky clash a ‘wake-up call’ on global ties,” Iran International, 3 de marzo de 2025. https://www.iranintl.com/en/202503037317 

9 “IAF conducts joint exercise with B52 bomber, jets from US Air Force,” The Jerusalem Post, 6 de marzo de 2025. https://www.jpost.com/israel-news/article-844971 

10 Jonathan Saul y Jarrett Renshaw, “US mulls plan to disrupt Iran’s oil by halting vessels at sea,” Reuters, 6 de marzo de 2025. https://www.reuters.com/business/energy/us-mulls-plan-disrupt-irans-oil-by-halting-vessels-sea-2025-03-06/

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