The Objective
Crónicas de la era Trump

Tragedia en Washington: el grito de «Palestina libre» que se convirtió en un acto antisemita 

Yaron Lischinsky y Sarah Milgrim, una joven pareja israelí, fue asesinada a sangre fría en la noche del miércoles

Tragedia en Washington: el grito de «Palestina libre» que se convirtió en un acto antisemita 

Yaron Lischinsky and Sarah Lynn Milgrim, la pareja israelí asesinada a tiros en Washington. | Reuters

Esta semana, en especial, fue trágica para la comunidad judía en Estados Unidos por cuenta del doble asesinato ocurrido en un museo de la comunidad israelí en Washington. Esta es la historia.

A las afueras del Museo Judío de la capital de Estados Unidos, el eco de un disparo quebró el silencio al que el vecindario está acostumbrado, en la noche lluviosa y fría del miércoles. Yaron Lischinsky y Sarah Milgrim, una joven pareja israelí, fue asesinada a sangre fría por un hombre que, mientras era reducido por las autoridades, gritaba: “¡Free, free Palestine!”, con una kufiya roja en alto. 

No era un asaltante común. El presunto asesino es Elías Rodríguez, un estadounidense de 31 años, criado en Chicago, con título universitario, historial de activismo político y vínculos con un grupo marxista radical pro-palestino hasta donde las autoridades han podido averiguar.

Rodríguez no es un desconocido en círculos militantes. Exinvestigador de historia oral y administrador en una asociación médica, había sido parte activa de lo que se conoce como Party for Socialism and Liberation (PSL) una organización de extrema izquierda que, coincidentemente, ese mismo día publicaba un “compromiso contra el genocidio” en sus redes sociales, según las primeras indagaciones. 

En todo caso, lo cierto es que no es la primera vez que sus publicaciones defendían la causa palestina con retórica incendiaria. La noche del crimen, su activismo traspasó la frontera del discurso para convertirse en sangre sobre el pavimento y gritos. ¿Cómo justificar un terrible acto terrorista con gritos de liberación a Palestina?

Los hechos ocurrieron frente a uno de los centros culturales judíos más prominentes de la ciudad, a metros de las instituciones más vigiladas del país. Lischinsky había comprado un anillo. Tenía pensado pedirle matrimonio a Sarah en Jerusalén la semana siguiente. Lo que sería una velada romántica en el centro cultural terminó en tragedia, con dos cuerpos sobre el suelo y una comunidad en duelo.

En cuestión de horas, la noticia conmocionó a la capital. El embajador de Israel en Washington, Yechiel Leiter, fue el primero en confirmar las identidades de las víctimas y en subrayar la naturaleza ideológica del ataque. Con voz quebrada señaló: “Una pareja joven, hermosa, que vino a disfrutar de una noche cultural fue asesinada en nombre de una causa que ha perdido toda brújula moral”, declaró, al tiempo que reveló que el propio presidente Donald Trump le había llamado para expresarle su respaldo y reiterar su compromiso para “combatir el antisemitismo y la deslegitimación del Estado de Israel”.

La frase del embajador resonó con una crudeza inusual: “En la otra línea estaba el camino de entrada: el asesinato. Personas que creen que lograrán algo a través del asesinato”.

Aunque aún no hay confirmación oficial de si el ataque fue planeado como un acto terrorista, la narrativa en medios y redes no tardó en configurarse. ¿Era esto un atentado? ¿Un crimen de odio? ¿Una señal de que las tensiones en Medio Oriente han cruzado el océano y se están librando, ahora, en las calles de Washington?

La administración Trump, que ha hecho de la lucha contra el antisemitismo un eje de su política exterior, respondió rápidamente, en tono firme y sin matices. “Esto fue terrorismo. Esto fue odio. Y no lo toleraremos en nuestro país”, dijo un portavoz. El FBI y la policía metropolitana abrieron investigaciones conjuntas, mientras diversas organizaciones judías pidieron que el crimen sea catalogado como un ataque terrorista. De hecho, la fiscal general Pam Bondi, fue la primera en llegar al lugar de los hechos en medio de la lluvia en la capital de los Estados Unidos.

Más allá del hecho puntual, el asesinato plantea una pregunta más amplia sobre el perfil de quienes hoy, en nombre de causas geopolíticas, optan por la violencia individual como método de protesta. Rodríguez no venía de los márgenes. No era un lobo solitario sin educación como algunos pensarán. Al contrario, su perfil encarna a una nueva generación de activistas formados, con retórica académica, pero radicalizados al punto de justificar el asesinato como resistencia.

Washington, una ciudad acostumbrada a la retórica encendida, no estaba preparada para una escena así. Frente a un museo que conmemora siglos de historia judía, la noche se manchó de presente y la administración Trump promete combatir actos como este, para que no vuelvan a ocurrir.

Publicidad