Campus bajo sospecha: Trump restringe el acceso a los extranjeros y choca con Harvard
Un puñado de estudiantes de diferentes nacionalidades están a la deriva sin saber lo que viene

Campus universitario de Harvard.
Un profesor solía repetir una frase en mi universidad: cuando Washington estornuda, el planeta se resfría. Y hoy lo entiendo mejor que nunca.
Esta semana, justamente, Estados Unidos ha comenzado a restringir con firmeza la entrada de estudiantes extranjeros, en una medida sin precedentes en la política educativa exterior del país, que busca proteger la “seguridad nacional”. Esta decisión, impulsada por la administración Trump y confirmada por el secretario de Estado Marco Rubio, ha generado una fuerte polémica, especialmente en universidades como Harvard, que albergan una importante población estudiantil internacional.
¿El resultado? Un puñado de estudiantes de diferentes nacionalidades que hoy están a la deriva sin saber lo que viene. Y la decisión sale desde el despacho oval.
Según fuentes oficiales, la nueva política implica la revocación de visas a ciudadanos chinos que tengan supuestos vínculos con el Partido Comunista Chino (PCC) o que estén inscritos en programas considerados “sensibles” para los intereses estratégicos estadounidenses. Aunque no se han detallado públicamente todas las disciplinas afectadas, sectores como inteligencia artificial, semiconductores, aeroespacial y robótica son los más señalados. Además, las solicitudes de nuevos estudiantes serán sometidas a un escrutinio riguroso, que incluye revisión de redes sociales y conexiones personales.
Harvard y el choque académico
La Universidad de Harvard, que cuenta con una de las mayores poblaciones de estudiantes chinos en Estados Unidos, fue rápida en expresar su rechazo a la medida. En un comunicado conjunto con otras universidades del Ivy League, la institución denunció lo que calificó de “discriminación institucionalizada” que pone en riesgo la colaboración académica global.
Funcionarios de Harvard revelaron que al menos 12 estudiantes chinos admitidos en programas de posgrado en ingeniería y ciencias aplicadas han visto bloqueadas sus visas. Alan Garber, presidente interino de Harvard, advirtió que “restringir el acceso a nuestros campus por razones políticas socava la credibilidad de nuestro sistema universitario como espacio abierto, inclusivo y libre”.
Este conflicto se da en un contexto complicado para las universidades estadounidenses, que aún enfrentan retos presupuestarios y la recuperación tras la pandemia. El aporte económico de estudiantes internacionales es vital: solo en el ciclo 2023-2024, más de 270,000 estudiantes chinos generaron aproximadamente 44.000 millones de dólares en matrículas, alojamiento y servicios.
Pero la preocupación no es solo financiera. En centros líderes como el MIT, Stanford o Berkeley, los estudiantes chinos son clave en programas STEM y lideran proyectos innovadores que colaboran con la industria tecnológica. Reducir su presencia podría debilitar la capacidad de innovación que Estados Unidos intenta proteger.
La respuesta de Pekín y el impacto global
El Ministerio de Exteriores chino respondió rápidamente, calificando la medida de “discriminación ideológica” y acusando a Washington de dañar las relaciones culturales entre ambos países.
Más allá de la disputa diplomática, la política de visas plantea preguntas cruciales para el futuro académico y científico de Estados Unidos. Al cerrarse a perfiles considerados de riesgo por nacionalidad, el país podría estar empujando ese talento hacia otras naciones competidoras como Canadá, Australia, Reino Unido o Singapur.
Para poner en perspectiva, Harvard acoge a cerca de 7.000 estudiantes internacionales de más de 140 países, incluyendo aproximadamente 150 españoles que también observan con inquietud los cambios que esta política podría traer a su experiencia educativa.
Una batalla que va más allá de las aulas
La nueva política de visados no es simplemente una medida migratoria; es una declaración política en la creciente guerra fría tecnológica entre Washington y Pekín. Los campus universitarios se convierten en nuevas trincheras donde se disputan no solo el liderazgo científico sino los valores que lo sustentan: apertura frente a exclusión.
La administración Trump argumenta que las universidades no deben ser un espacio permisivo para quienes, según sus palabras, pueden usar esos entornos para propagar ideologías nocivas o incluso actividades hostiles. Sin embargo, críticos ven en esta medida un enfrentamiento entre el Ejecutivo y las instituciones académicas que históricamente han sido símbolo de libertad intelectual. El tiempo dirá si esta restricción se traduce en una mayor seguridad o si, por el contrario, erosiona la posición global de Estados Unidos como líder en educación e innovación.
Pero queda claro, apreciado lector. Cuando Washington estornuda, el planeta se resfría.