Los venezolanos, al filo de la lista negra migratoria de Trump: «No los queremos»
La nueva orden de la Casa Blanca restringe visados a venezolanos y prohíbe por completo el ingreso desde 12 países

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. | Jim LoScalzo (Europa Press)
No fue una sorpresa, apreciado lector. En los pasillos de la Casa Blanca, aquí en Washington, ya se hablaba de ello desde hace semanas, pero la forma en que el presidente Donald Trump oficializó la nueva medida migratoria tuvo su sello característico: sin rodeos, sin diplomacia, sin filtros.
“No los queremos”, dijo frente a cámaras, refiriéndose a ciudadanos de 12 países que ahora tienen prohibida por completo la entrada a Estados Unidos. A siete, entre ellos Venezuela, los colocó en una lista secundaria: una especie de purgatorio migratorio o limbo de incertidumbre que restringe, sin eliminar del todo, la posibilidad de poner un pie en suelo norteamericano.
Venezuela no está en la lista negra total, pero eso es poco consuelo para quienes desde hace años cruzan selvas, mares y fronteras buscando refugio. Con esta nueva orden ejecutiva, sus ciudadanos enfrentan restricciones parciales a las visas de inmigrante y no inmigrante. En otras palabras: ya no será fácil venir a estudiar, trabajar, ni mucho menos a establecerse legalmente en EEUU.
La decisión llega apenas dos meses después de una serie de deportaciones masivas de venezolanos bajo la Ley de Enemigos Extranjeros. Más de 260 fueron expulsados, en su mayoría acusados de tener vínculos con el grupo criminal Tren de Aragua, algunos probablemente no. La medida fue apelada ante tribunales federales, pero los aviones salieron igual. El mensaje ya estaba claro: no hay espacio para ellos aquí. Ahora, con esta nueva proclama firmada en el Despacho Oval, la política migratoria de Trump entra en una nueva fase, una que muchos consideran como la más severa desde que asumió nuevamente la presidencia.
Los otros países completamente vetados parecen una colección del caos global: Afganistán, Irán, Somalia, Sudán, Libia, Yemen, Eritrea, Birmania, Chad, Guinea Ecuatorial, República del Congo y Haití. 12 naciones que, según el Gobierno estadounidense, representan “riesgos inaceptables para la seguridad nacional” por su “falta de cooperación con los estándares de verificación y control migratorio”. En otras palabras: no confían en sus gobiernos, ni en sus sistemas, ni en sus documentos.
Tan es así que, justo al cierre de esta edición, el presidente Trump acaba de hablar a pocos metros de donde nos encontramos los periodistas para decir que en la lista, por ejemplo, no entró Egipto porque al menos algo están haciendo. Y que esos países simplemente fueron sancionados porque no colaboran.
A la segunda lista –la de los parcialmente restringidos– se suman, además de Venezuela, países como Burundi, Cuba, Laos, Sierra Leona, Togo y Turkmenistán. La selección no es casual. En su mayoría, se trata de naciones con gobiernos autoritarios o con vínculos tensos con Washington.
La medida incluye ciertas excepciones, como deportistas que participen en competiciones internacionales como el Mundial de Fútbol 2026 o los Juegos Olímpicos de 2028, que tendrán lugar en suelo estadounidense. También quedan exentos los poseedores de la green card y ciudadanos con doble nacionalidad. Pero son paliativos menores frente a una orden que marca un parteaguas en la política exterior y migratoria del país, sin duda alguna.
Organizaciones como Human Rights Watch y la ACLU han reaccionado con dureza, calificando la acción de “discriminatoria” y de “instrumento electoral”. En efecto, el anuncio llega a pocos meses de las elecciones intermedias, en las que Trump busca blindar su mayoría en el Congreso y mostrar firmeza en temas que le son políticamente rentables: seguridad y migración.
En la comunidad internacional, las reacciones han ido desde la indignación hasta el silencio incómodo. La Unión Africana emitió un comunicado expresando su preocupación por lo que considera un “trato desigual hacia el continente”.
La historia se repite con variaciones, pero el trasfondo es el mismo: miedo, rechazo, incertidumbre. Estados Unidos, ese faro que prometía oportunidades a quienes huían del colapso, se vuelve cada vez más inaccesible. Y Venezuela, que ya había sido herida por el autoritarismo y el éxodo, ahora enfrenta un nuevo muro, invisible pero igual de eficaz.
Con esta decisión, Trump no solo traza una línea en el mapa. Traza también una línea ideológica: la de una América más cerrada, más dura, más selectiva. Y para millones de venezolanos, esa línea no está solo en la frontera: está también en la esperanza. Y por cierto, siempre hay que escuchar entre líneas a Trump. Ayer cerraba su intervención diciendo que nuevos países podrían sumarse a la lista gris. Amanecerá y veremos.