Zohran Mamdani, el 'Pablo Iglesias’ del Bronx que entusiasma a la izquierda de Nueva York
El nuevo rostro de la izquierda radical aspira a gobernar la capital del capitalismo con populismo de manual

Zohran Mamdani se impuso con claridad en las primarias demócratas | Laura Brett (Zuma Press)
Nueva York fue testigo hace unos días de un auténtico seísmo político cuyas réplicas aún sacuden los cimientos del Partido Demócrata. Zohran Mamdani, un joven congresista estatal de 33 años, nacido en Uganda, musulmán chiita y de origen indio, se impuso con claridad en las primarias demócratas para la alcaldía de la ciudad más icónica del mundo occidental. Su victoria no solo ha dejado fuera de combate a un exgobernador con décadas de trayectoria como Andrew Cuomo, sino que también ha consagrado a Mamdani como el nuevo rostro de la izquierda radical, decidida a disputar el poder desde postulados hasta hace poco relegados a los márgenes del debate político.
En una ciudad donde el vencedor de las primarias demócratas suele convertirse en el siguiente alcalde —los republicanos apenas tienen presencia electoral—, la posibilidad real de que un populista de izquierdas asuma el timón de Nueva York ya no es un ejercicio de ficción. Si se confirma su victoria en noviembre, Mamdani no solo sería el primer alcalde musulmán y el más joven en más de un siglo, sino también el primer representante del ala «demócrata socialista» —y de la izquierda radical organizada— en alcanzar semejante cuota de poder institucional.
Promesas maximalistas en una ciudad pragmática
Su ascenso no es fruto del azar. Mamdani ha sabido canalizar el malestar de una ciudad fatigada por la inflación, los alquileres inasumibles y la creciente desafección hacia unas élites políticas percibidas como ajenas. Frente a quienes prometían gestión, él ofrecía ruptura. Frente a quienes hablaban de estabilidad, él agitaba la palabra «revolución», cada vez menos tabú entre jóvenes urbanos con escasa confianza en las soluciones convencionales.
En apenas un año, pasó de ser un discreto asambleísta por Astoria, en Queens, a derrotar a una maquinaria demócrata respaldada por pesos pesados como Bill Clinton, Michael Bloomberg o el propio Cuomo. Su campaña, levantada sin grandes fondos, sin superPACs ni apoyo del aparato, se articuló a través de miles de voluntarios, redes sociales y una comunicación directa, emocional y viral. Lejos del marketing electoral tradicional, Mamdani encarnó la política de la era TikTok: rápida, simbólica y difícil de contrastar con la letra pequeña.
Su programa no resulta desconocido para oídos españoles: congelación de los alquileres, transporte público gratuito, guarderías municipales, supermercados gestionados por el Ayuntamiento y subida de impuestos de 10.000 millones de dólares a grandes empresas y ricos. Todo ello, envuelto en una retórica abiertamente antielitista, ajena a cualquier equilibrio centrista. La comparación con Jeremy Corbyn en el Reino Unido o Pablo Iglesias en España no es gratuita. En una ciudad que alberga más de 300.000 millonarios y, al mismo tiempo, registra niveles alarmantes de pobreza y exclusión, su discurso conecta con un malestar real. Pero también reproduce el guion clásico del populismo: prometer la luna, sabiendo que quien acabará pagándola será, probablemente, la clase media.
Y conviene analizar los datos con atención. Aunque su victoria en las primarias fue holgada, Mamdani cosechó sus mejores resultados en distritos de clase media y alta, entre votantes universitarios y jóvenes urbanos. En cambio, su apoyo se diluye en comunidades afroamericanas de bajos ingresos y barrios obreros, donde la retórica de la izquierda radical suscita más escepticismo que entusiasmo. A ello se suma la escasa participación electoral: menos del 10 % del censo acudió a las urnas, lo que relativiza el alcance real de su mandato popular.
Ideología frente a gestión: un riesgo conocido
Las dudas sobre la viabilidad económica de sus propuestas no son exclusivas de sus adversarios. Incluso dentro del Partido Demócrata hay voces que alertan del impacto fiscal de sus planes. Pero más allá del presupuesto, lo que inquieta de verdad es el marco ideológico: Mamdani se define como socialista democrático y es miembro activo del Democratic Socialists of America (DSA), organización con una agenda claramente anticapitalista, redistributiva y, en ocasiones, de choque con los intereses estratégicos de EE. UU. No es el típico político que se define como progresista. Es un político con voluntad de romper el molde. Es la izquierda radical institucionalizada.
La congelación de alquileres o la creación de supermercados públicos pueden sonar bien en un eslogan, pero chocan con experiencias previas donde medidas similares provocaron desabastecimiento, inflación y estancamiento económico. El paralelismo con el modelo de San Francisco, donde las políticas de demócratas han terminado por expulsar a las clases populares mientras se declaran leales a la igualdad desde barrios intocables, no es en absoluto exagerado.
A esto se suma su perfil polarizante. Algunas de sus declaraciones en materia exterior, como calificar de «genocidio» la ofensiva israelí sobre Gaza, han generado irritación en una ciudad que alberga la mayor población judía fuera de Israel. Este tipo de posicionamientos, habituales en la izquierda global, no pasan desapercibidos en Washington ni entre los círculos diplomáticos y financieros. Sus adversarios, desde el entorno MAGA hasta sectores del centro político, lo retratan como el prototipo de la izquierda radical que quiere transformar Nueva York en una distopía al estilo Caracas o La Habana.
La derecha lo denuncia como el síntoma más visible de la deriva extremista de los demócratas. Donald Trump lo ha llamado «comunista lunático al 100 %» y lo presenta como una amenaza directa para la estabilidad de la ciudad. Más allá del tono hiperbólico, Mamdani ha logrado encarnar todos los elementos que polarizan hoy la política estadounidense: juventud, identidad étnica, discurso redistributivo y defensa del intervencionismo estatal.
Su historia personal añade un barniz de relato generacional. Hijo del académico Mahmood Mamdani y de la cineasta Mira Nair, creció entre India, Sudáfrica y Uganda antes de instalarse en Nueva York a los siete años. Nacionalizado en 2018, ha combinado estudios de ciencias sociales, activismo municipal y una fugaz carrera como rapero. Es un perfil que conecta con quienes no se ven reflejados en el establishment político. Pero ser símbolo no es lo mismo que ser buen gestor.
Las alcaldías de Nueva York son una prueba de fuego. Violencia urbana, tensiones raciales, presión inmobiliaria, sindicatos poderosos, relaciones complejas con Albany y Washington. La ciudad ha visto pasar desde tecnócratas como Bloomberg hasta perfiles caóticos como De Blasio o perfiles policiales como Eric Adams. Pocos han salido indemnes. Gobernar Nueva York no es un ejercicio académico ni un poema en Instagram: es enfrentarse a lobbies bien engrasados, tomar decisiones impopulares y hacer que una estructura institucional enorme funcione sin colapsar.
La elección de noviembre se perfila como una carrera abierta. Eric Adams, ahora independiente tras varios escándalos, tratará de recuperar el voto moderado. El republicano Curtis Sliwa, fundador de los Guardian Angels, podría canalizar el voto protesta. Incluso Cuomo sopesa volver con una candidatura paralela. Un escenario con cuatro aspirantes y una izquierda movilizada pero expuesta abre más incógnitas que certezas.
Mamdani tiene a su favor la frescura, la coyuntura y una maquinaria digital afilada. Pero también carga con el pragmatismo de los neoyorquinos, el poder del lobby inmobiliario, el temor a una subida de impuestos desbocada y el recuerdo reciente de utopías mal gestionadas. Nueva York es, al fin y al cabo, la capital mundial del capital… pero también una ciudad que aprende de sus errores. Y aunque en ocasiones premia el impulso, exige resultados.
Como otras tantas veces, Nueva York vuelve a marcar el pulso de los tiempos. Su alcaldía se convierte ahora en el laboratorio de un experimento ideológico que no deja a nadie indiferente. Que un joven socialista, musulmán e inmigrante esté a un paso de gobernar la ciudad más rica de EE. UU. dice mucho sobre la evolución —o la implosión— de sus consensos políticos. Pero también deja en el aire una pregunta incómoda: ¿es Mamdani el inicio de una nueva era o el enésimo espejismo populista con fecha de caducidad?