The Objective
Enfoque global

La importancia de una prensa libre

«El mundo occidental no está tan lejos del mundo soviético. En lo fundamental, ambos adolecen de la misma conduta»

La importancia de una prensa libre

Manifestación por la libertad de prensa en Madrid, 1983. | Europa Press

En mi último artículo en THE OBJECTIVE sobre las bajas occidentales en la guerra de Ucrania, había un pequeño error. Cuando aludí a que Rusia había exterminado el equivalente a un Cuerpo de Ejército constituido con armas y equipos de procedencia occidental, dije que había una división mecanizada, otra motorizada y una brigada de artillería. Ese sería, en realidad, un mini-Cuerpo de Ejército. En realidad, se trata de dos divisiones mecanizadas, una motorizada y dicha brigada de artillería. En todo caso, el desglose de unidades elaborado seguidamente, mediate acrónimos (DIMZ, BRIMZ, etc.) estaba perfectamente bien, valga el pleonasmo. Cosa que sin duda habrán advertido los lectores militares, al fijarse en ese desglose, más esquemático. También eran correctas las cifras de equipos destruidos, aunque ahora ya habría más (unos 100 a la semana).

Pero lo importante del artículo de hoy no es eso. No es el detalle, sino el espíritu que lo envuelve. Es importante tener una prensa libre, y no es tan fácil. Remitiéndome a la espinosa cuestión de la información en época de guerra, recuerdo las palabras de uno de los referentes de la mejor teoría política estadounidense, Sheldon Wolin, que lamenta que si las elites inflaman la mente de sus ciudadanos con ideas o soflamas que no pueden ser debatidas, o contrastadas (esta idea es la fundamental), eso suele implicar, y añade que ya lo decía Tucídides para la pseudodemocracia ateniense y espartana, de hace 2.500 años, una tendencia a ese tipo de «error de juicio», tantas veces consistente en «sobrestimar las propias capacidades mientras se subestiman las del enemigo». Cito de las páginas 246 y 247 de la edición de Princeton University Press (2008) de su libro Democracy Incorporated. Prometo algún artículo más, para profundizar en esto, relativo a propaganda, guerra y manipulación de masas, si este periódico tiene a bien publicarlo. Pero, de momento, vayamos a lo esencial para el día de hoy… 

Robert Dahl, en su obra La democracia y sus críticos (1989), recuerda cuales son los mínimos democráticos. Para que una democracia merezca tal nombre, dice, además de lo consabido: derecho a votar y a ser votado, en «elecciones libres e imparciales» (también se votaba en la URSS, pero faltaban esa libertad e imparcialidad), y además del «derecho de asociación», es perentorio que exista algo más. Algo que va mucho más allá de la mera existencia de prensa, pues prensa la ha tenido todos los regímenes políticos, democráticos, no democráticos y mediopensionistas (que son lo que más abunda). En sus propias palabras, lo necesario es disponer, más bien, de «variedad de fuentes de información» (cito literalmente, de las págs. 267 y 268 de la edición de Paidós, de 1992). 

Precisamente, el disidente soviético (y, en su día, reo en Gulags) Alexander Solzhenitsyn se quejaba amargamente, en una conferencia pronunciada en la Universidad de Harvard, con ocasión de la ceremonia de graduación de la promoción de 1978. Él también avizoraba una falta de libertad importante, si bien, los modos y maneras de limitarla o hasta de asfixiarla en algunas sociedades occidentales son distintos, claro, de los empleados en la tiranía soviética: en Occidente somos bastante más sutiles, sobre todo, en lo referente a las formas. Él es especialmente duro con la prensa… que está ligada al poder político. La tilda de «superficial» y de tener, en general, «mala calidad» [hastiness]. No salva al comunismo, como cabía esperar. Allí, dice, la prensa es «unívoca y oficialista». Por supuesto. Pero decir eso (o repetirlo) tiene escaso mérito, pues todo el mundo ya lo sabe. En cambio, en Occidente, somos menos conscientes de lo que encubre la prensa (ligada al poder): 

«Hay otra sorpresa para alguien que viene del Este, donde la prensa está rigurosamente unificada: se descubre gradualmente una tendencia común de preferencias dentro de la prensa occidental en su conjunto. Es una moda; existen patrones de juicio generalmente aceptados y puede haber intereses corporativos comunes, cuyo efecto total no es la competencia sino la unificación. Existe una enorme libertad para la prensa, pero no para los lectores, porque la mayoría de los periódicos dan suficiente énfasis a aquellas opiniones que no contradicen demasiado abiertamente las suyas propias y la tendencia general» (Solzhenitsyn, 1978: 8). 

De manera que nuestra libertad es postiza, es endeble y, en última instancia, es falaz, porque es puramente teórica. Y eso, por cierto, no es solo un problema para los periodistas, sino que afecta también al mundo editorial y al mundo de la Universidad. Buen sitio, la Universidad de Harvard, para espetarlo…

«Sin censura alguna, en Occidente las tendencias de pensamiento e ideas de moda se separan cuidadosamente de aquellas que no están de moda; nada está prohibido, pero lo que no está de moda difícilmente aparecerá en las revistas o en los libros o se escuchará en las Universidades. Legalmente sus investigadores son libres, pero están condicionados por la moda del momento. No hay violencia abierta como en el Este; sin embargo, una selección dictada por la moda y la necesidad de adaptarse a los estándares de las masas frecuentemente impiden que las personas con mentalidad independiente contribuyan a la vida pública» (Solzhenitsyn, 1978: 8). 

Claro que el problema principal, al final, es para la sociedad, ya que, con esos mimbres… para empezar, tenemos tendencia al «autoengaño» [self-deluding]. Esto es indeseable, porque, de ese modo, a partir de la artificiosa generación de una narrativa adecuada al poder… «Esto da lugar a fuertes prejuicios masivos, a la ceguera, que es más peligrosa en nuestra era dinámica. Existe, por ejemplo, una interpretación auto engañosa de la situación mundial contemporánea. Funciona como una especie de armadura petrificada alrededor de la mente de las personas» (Solzhenitsyn, 1978: 8). 

 Y, finalmente, «tenemos tendencia a formar un rebaño», en la que cada oveja va muy pegada al trasero de la precedente, ya que, en el ínterin, nos hemos convertido en «miopes» [Shortsightedness] (Solzhenitsyn, 1978: 10). 

Así las cosas, la trayectoria del mundo occidental, renacentista, digamos, no habría avanzado hacia la luz, sino hacia otro tipo de cosas: «le dimos la espalda al Espíritu y abrazamos todo lo material con un celo excesivo e injustificado. Esta nueva forma de pensar, que nos había impuesto su guía, no admitía la existencia de un mal intrínseco en el hombre, ni veía ninguna tarea más elevada que la de alcanzar la felicidad en la tierra. Basó la civilización occidental moderna en la peligrosa tendencia a adorar al hombre y sus necesidades materiales. Todo lo que estuviera más allá del bienestar físico y la acumulación de bienes materiales, todas las demás necesidades y características humanas de naturaleza más sutil y superior, quedaron fuera del área de atención de los sistemas estatales y sociales, como si la vida humana no tuviera ningún sentido superior» (Solzhenitsyn, 1978: 13).

El resultado final, una vez cerrado el círculo, es que el mundo occidental, presidido por el materialismo y el consumismo, no está tan lejos del mundo soviético como nos gustaría creer. En lo fundamental, ambos adolecen de la misma conduta… 

«Hemos puesto demasiadas esperanzas en las reformas políticas y sociales, sólo para descubrir que nos estaban privando de nuestra posesión más preciada: nuestra vida espiritual. En el Este, está destruido por los tratos y maquinaciones del partido gobernante. En Occidente, los intereses comerciales tienden a asfixiarla. Ésta es la verdadera crisis. La división en el mundo es menos terrible que la similitud de la enfermedad que azota a sus sectores principales» (Solzhenitsyn, 1978: 15).

Del mismo modo que sucede en el Mundo Feliz de Huxley, donde se evitaba la lectura de los clásicos, para de ese modo evitar el siguiente paso: que la gente pensara libremente, tendencias similares se vienen dando en nuestro querido mundo occidental. Solzhenitsyn lo detectó, pero no fue el único. Mucho más recientemente, autores como el citado Sheldon Wolin, dándose cuenta de cosas similares, han llegado a plantear, explícitamente, que el mundo occidental, como el de Huxley, es totalitario. Pero, como quiera que –así lo venimos indicando– el formato es distinto al de los totalitarismos que emanan de dictaduras, él lo llama «totalitarismo invertido».

Por concretar la crítica de Wolin, bien alineada con la postura de Solzhenitsyn, pese a que no lo cite, a su entender, la nueva «antidemocracia no adopta la forma de ataques abiertos contra la idea del gobierno del pueblo. En lugar de eso, políticamente, estimula lo que hemos llamado desmovilización cívica […] condiciona al electorado para ser movilizado por un breve hechizo [electoral], para después estimular de nuevo la distracción y la apatía». Panem et circenses (está todo inventado). A lo que añade la tendencia a la «reglamentación de la educación de masas». Todas estas citas están en la pág. 239 del libro y año de edición indicados al principio de este artículo. Sabemos que a esto algunos lo llaman regeneración democrática, pero como puede apreciarse, no es muy creíble.

De hecho, Wolin, como Dahl, concede mucha importancia a la libertad de prensa, para categorizar un sistema como democrático, pero sabe que eso es excepcional (pág. 242). La falta de alternativas en la prensa, aunque formalmente libre, cuando esa prensa está –de facto– unificada por una lógica de rodillo como la expuesta por Solzhenitsyn, y luego ratificada por Wolin, suele traer tras de sí consecuencias nefastas en términos prácticos. Es decir, el problema plateado no es meramente teórico. Tiene consecuencias prácticas, nefastas. Fundamentalmente, el deterioro democrático. El camino es fácil: debilitar la veta liberal de la democracia que, si deja de ser coherente con sus mismos principios, y, finalmente, queda herido de muerte, tiende a degenerar en otras cosas e ideologías que, ora sea gradualmente; otrora sea revolucionariamente, darán al traste con el proyecto original. 

En efecto, concluye un Soltzhenitsyn que sufrió esto en primera persona: «el liberalismo fue inevitablemente desplazado por el radicalismo, el radicalismo tuvo que rendirse al socialismo y el socialismo nunca pudo resistir al comunismo». El lector lo podrá encontrar en la pág. 14 de la conferencia indicada.

En definitiva, el modelo liberal-demócrata occidental está herido, porque fomenta derivadas que provocan un olvido (o un eclipse) del tipo de moralidad que le podría permitir equilibrar sus defectos, y sobrevivir. Depende de nosotros no dejarnos arrastrar por la pendiente dibujada por los falsos profetas de la falsa libertad. Pero, para eso, hay que leer. Hay que estar, siempre, lo más cerca posible de la verdad. La libertad es causa y efecto de la verdad. Vaya… Me he puesto filosófico.  

Entonces, hoy termino con una cita del Nuevo Testamento. Corresponde al capítulo 8 del Evangelio de San Juan: «31. Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; 32. y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. 33. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. Cómo dices tú: ¿Seréis libres? 34. Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado».

Josep Baqués Quesada es investigador asociado al Centro para el Bien Común de la Universidad Francisco de Vitoria.

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