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Las peligrosas ventanas de Rusia

Empresarios y altos funcionarios de Putin siguen ‘suicidándose’ o muriendo en extrañas circunstancias

Las peligrosas ventanas de Rusia

El presidente de Rusia, Vladimir Putin. | Reuters

¿Puede el mundo acostumbrarse a las continuas muertes de altos responsables políticos y económicos de Rusia explicadas como suicidios o accidentes? Respuesta: sí, puede. Está ocurriendo. Desde hace años. Y no pasa nada.

El penúltimo afectado por la ola de suicidios ha sido el ministro ruso de Transportes, Roman Starovoit, encontrado muerto en su coche este lunes con un balazo en la cabeza en las afueras de Moscú, horas después de haber sido destituido de su cargo por Putin (lo cual no quiere decir que no falleciera antes de la destitución). Oficialmente, se quitó la vida. El caos en el transporte aéreo ruso a causa de los drones ucranianos podría no estar lejos de las razones de su suicidio, además -según algunos medios rusos- de acusaciones de corrupción. Curiosamente, cuando un estrecho colaborador suyo, Andrei Korneichuk, se enteró de lo ocurrido, cayó fulminado al suelo y murió.

Días antes, el pasado viernes, Andrey Badalov, también murió en Moscú el vicepresidente de la empresa Transneft. En su caso, se trató del más tradicional método de caída por una ventana. Vivía en un décimo piso, pero los informes oficiales dicen que cayó del decimoséptimo. Había estudiado en la Academia del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.

Mientras tanto, al magnate del oro Konstantin Strukov, uno de los hombres más ricos de Rusia, se le ha impedido huir del país. Su avión privado fue inmovilizado y un tribunal ha ordenado la «nacionalización» de todo su imperio. Aparentemente leal a Putin, la fiscalía rusa trata ahora de confiscar todos sus activos.

El ucraniano Roman Sheremeta, profesor universitario de Economía en EEUU, cree que lo ocurrido en los últimos días indica que las estructuras de poder se tambalean en Rusia: «Putin está aterrorizado, y se está volviendo contra sus propias élites». No es fácil saber lo que ocurre dentro del Kremlin, pero no necesita demostración el hecho de que hay una sistemática serie de «accidentes», «suicidios» y otros infortunios entre los círculos de la oligarquía y los altos funcionarios de Moscú.

Una continuidad, por otra parte, con el modelo histórico estalinista y soviético que ahora toma nuevos bríos: en los últimos tres años y medio los suicidios se han llevado por delante a 25 personas, muchas de ellas relacionadas con el gas y el petróleo, según un recuento que hace la agencia Infobae y en el que figuran los casos del jefe de Transportes de Gazprom, Leonid Shulman, encontrado sin vida en el baño de su casa en enero de 2022, junto a una nota de suicidio (curiosamente, murió de varias puñaladas); de Vladislav Avaev, exvicepresidente de Gazprombank, junto con su esposa e hija; del exgerente de NovatekSergei Protosenia, también con familia incluida, en Lloret de Mar, Gerona, en abril de 2022; el caso de Yuriy Voronov, vinculado también a Gazprom, en julio del mismo año, aparecido en su lujosa casa de San Petersburgo con una bala en la cabeza; y el de Ravil Maganov, presidente de la petrolera Lukoil, que murió en septiembre de 2022 después de caer desde una ventana del hospital en el que estaba internado en Moscú (otros tres directivos de Lukoil murieron después en extrañas circunstancias).

La lista sigue con el rey de las salchichasPavel Antov, un millonario de 66 años que tuvo la mala suerte de caer desde un tercer piso de su hotel en India. No era partidario, y no lo ocultaba, de la invasión de Ucrania. Tampoco le fue bien a Ivan Pechorin, director gerente de la Corporación de Desarrollo del Ártico y el Lejano Oriente de Rusia. Perdió la vida porque se cayó por la borda mientras navegaba.

Marina Yankina, alta funcionaria del Ministerio de Defensa, murió en febrero de 2023, en otro caso de ventana suicida. Le pasó lo mismo a Vladimir Egorov, cercano a Putin y encontrado muerto en diciembre de 2023 tras caer desde el tercer piso de una casa. Y cortemos ya esta terrible lista con otra caída por una ventana, la del cantautor Vadim Stroikin, mientras la policía registraba su casa, y con el recuerdo de la muerte -febrero de 2024- del líder opositor Alexei Navalni, encarcelado en Siberia; fallecimiento súbito, dijo el Gobierno.

No está claro si hay un estado creciente de pánico en Moscú, como asegura Roman Sheremeta. Desde luego, lo que sí hay es una multiplicación de muertes extrañas en Rusia. La máquina de matar no para.

No para tampoco el deterioro de la economía rusa. El enorme gasto militar -oficialmente, el 6% del PIB- provocado por la guerra de Ucrania, que dura ya tres años y medio, y el mantenimiento de las exportaciones de petróleo –hay sospechas sobre las vueltas que da ese crudo para llegar a diversos países como España– han facilitado que Moscú se defendiera de las sanciones y que su economía creciera. Hasta ahora: el Wall Street Journal acaba de citar fuentes rusas al llamar la atención sobre algunas señales de alerta: «Declive de las manufacturas, consumidores ahogados, alta inflación y presiones presupuestarias». El diario añade que altos funcionarios rusos «advierten ahora abiertamente de los riesgos de una recesión y las empresas, desde fabricantes de tractores hasta fabricantes de muebles, están reduciendo su producción».

No conviene echar las campanas al vuelo. En Rusia no hay democracia, no hay prensa libre, y por tanto no hay más estados de opinión que los que el régimen y su represión disponen. Por muy mal que lo pasen los rusos, los planes bélicos de Putin -quizá ahora mismo un poco preocupado por las veleidades de Trump: ahora te ayudo, ahora no te ayudo- no van a cambiar.

Pero, si se confirman estos indicios de desaceleración, la UE mantiene de verdad las sanciones, Washington se da cuenta de lo que implica no optar por las decisiones adecuadas en el caso de Rusia y los precios del petróleo bajan de la mano de una situación más controlada en Oriente Medio, «la economía rusa podría comenzar a tambalearse», dice el WSJ.

Las extrañas, o no tan extrañas muertes; la economía, la guerra contra Ucrania… todo pasa por este nacionalista autócrata tan familiarizado con el terror: después de 25 años en el poder, todas las desgracias de Rusia se llaman Vladímir Putin.

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