The Objective
Enfoque global

Donald Trump, OTAN y la Guerra de Ucrania

Tras la cumbre de junio, los países miembros tenían la oportunidad de volver a recuperar la naturaleza de la Alianza

Donald Trump, OTAN y la Guerra de Ucrania

Mark Rutte y Donald Trump en la última Cumbre de la OTAN. | Piroschka Van De Wouw (Reuters)

La Cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es, tradicionalmente, uno de los acontecimientos finales de lo que puede considerarse la temporada política de primavera en Europa. A finales de junio, principios de julio, los aliados «sincronizan sus relojes» sobre los resultados de la primera mitad del año y registran los acuerdos para el futuro. Desde febrero de 2022, con la invasión rusa de Ucrania, en Europa existe una guerra de alta intensidad y esto lo cambia casi todo. Desde ese año, las Cumbres de la OTAN han vuelto a ser ricas en noticias: tras una pausa de 12 años, se actualizó el Concepto Estratégico de la Alianza, ingresaron Suecia y Finlandia, se acordaron varios paquetes de ayuda para Ucrania y se estableció una interacción regular con los aliados de la región Asia-Pacífico.

Es significativo que la Cumbre del 75 aniversario, celebrada el año pasado en Washington durara tres días y finalizase con una detallada declaración conjunta, de contenido mayoritariamente antirruso, complementada por un Plan de Apoyo a Largo Plazo para Ucrania. Por el contrario, la Cumbre de la OTAN de este año, que tuvo lugar en Holanda, patria del nuevo secretario general Mark Rutte, se convirtió en una de las más lacónicas de la historia del bloque tras la Guerra Fría: un día de reuniones y cinco puntos de la declaración final, dos y medio de los cuales carecen prácticamente de sentido. 

En la comunidad de expertos, las valoraciones sobre la Cumbre estuvieron divididas: algunos hablan de un claro ejemplo de que la posición de la Alianza se adapta a los intereses estadounidenses, otros la califican de bastante funcional y, por tanto, productiva, y otros han recordado la tan anunciada «muerte cerebral» de la OTAN. En este sentido, se plantea la cuestión de si la última Cumbre tiene carácter excepcional y si es posible extraer conclusiones preliminares sobre su trayectoria en el nuevo «plan quinquenal» basándose en las decisiones allí tomadas

Una cumbre diferente

Con el mes de junio se fue la Cumbre de la OTAN en la Haya, encuentro que podía adjetivarse de peculiar. La guerra de Ucrania lleva afectando geopolíticamente a Europa desde su inicio, a la vez que también se enmarca en una bipolaridad mundial chino-estadounidense in crescendo y por el conflicto de Israel e Irán.

Los miembros de la OTAN tenían la oportunidad de volver a recuperar la naturaleza de Alianza, ausente desde el final de la Guerra Fría, al considerarse afectada por amenaza grave. Para ello es necesario mantener integrada la potencialidad nuclear estadounidense, ya que al ser China la prioridad del esfuerzo principal americano, la Alianza podría verse preterida.  

Desde la Alianza se ha proclamado la Cumbre como un gran éxito, ya que los aliados se comprometieron, para el decenio, a destinar el 5% de su PIB a Defensa: el 3,5% a necesidades básicas y el 1,5% a infraestructura, base industrial, etc. Esto último normalmente no se venía contabilizando como gasto de Defensa, pero desde ahora se utilizará como mecanismo contable para alcanzar el 5% del PIB, que anunció el presidente Trump y que, de alguna manera, se convirtió en el objetivo de la Cumbre. Y todos la aceptaron, o al menos fingieron aceptarla. Da la impresión de que los estrategas se han pasado del poder duro a los aranceles.

Es curioso lo del guarismo cinco ya que, o es el valor de los planes de Defensa necesarios para la amenaza estimada, o tendrá que solicitase al enemigo que facilite una amenaza del 5% del PIB. En una situación mundial difícil no parece factible fijar el tope de gasto cuando la amenaza es etérea. Desde el final de la Guerra Fría la geopolítica europea ha seguido su propia metamorfosis. La invasión rusa de Ucrania convierte la realidad OTAN, y la asociación transatlántica en general, en un interés vital para los países europeos, siempre y cuando el precio a pagar no amenace ese interés vital. Tampoco es asumible, como ha expresado España, contraponer Defensa a «estado de bienestar», pues si no se defiende se pierde. El caso español es peculiar, ya que apuesta por el 2,1% del PIB, pero no explicita la amenaza a que corresponde. La política de Defensa española es desconocida por el propio Gobierno que debe formularla, pues no es atlantista ni estratégica.  

Parece que la 76ª cumbre de la Alianza refleja el deseo de los dirigentes del bloque de evitar la conflictividad tanto entre los aliados europeos como entre éstos y Estados Unidos, al tiempo que comienzan los preparativos para el nuevo quinquenio. La modesta arquitectura de la reunión fue, a primera vista, bastante racional y corresponde al momento. La apelación a la dimensión burocrática y económica de la interdependencia en la región euroatlántica ha permitido a los dirigentes de la OTAN tratar diversos problemas en la inestabilidad actual, como la persistencia de la «amenaza rusa» que permite a la OTAN y a Estados Unidos aprovechar el momento para garantizar la estabilidad de la financiación del bloque durante el periodo posterior al hipotético fin del conflicto de Ucrania. Hay que tener presente que la financiación de los gastos de Defensa de los aliados europeos ha sido considerada por Washington, desde los años setenta, como el problema central de la Alianza. 

En la cumbre de Riga de 2006 se fijó un listón del 2% del PIB, del que el 20% debería consistir en inversiones en tecnología punta y desarrollo. El problema se agravó durante el primer mandato de Donald Trump, ya que en la segunda mitad de la década de 2010 solo cinco o seis países de la OTAN cumplieron este objetivo. Incluso a principios de 2025, ocho aliados (Croacia, Portugal, Italia, Canadá, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y España) no habían cumplido estos requisitos. Elevar el listón al 5% del PIB para 2035 y encontrar mecanismos económicos para poner en práctica estas ambiciones constituye un intento de «transferir» la inercia del conflicto actual a inversiones a largo plazo en defensa colectiva, incluso aunque no se alcance realmente el objetivo del 5%.

¿Un cambio de prioridades?

Con toda la parafernalia trumpista, el problema que parecería que viene para Europa es su «encaje» en el previsto despliegue geoestratégico estadounidense. El Departamento de Defensa en Washington, está confeccionando la «postura de fuerza» correspondiente a la nueva Estrategia de Defensa, cuya publicación está prevista para finales del verano o principios del otoño, actuación que supondrá la transformación del despliegue global de la Fuerza estadounidense. Este proceso implica un redespliegue de fuerzas norteamericanas y la demanda de una potencia de combate europea.  

Como segundo acto, el presidente Donald Trump había anunciado una «declaración importante» sobre Rusia, el lunes 14, que resultó un cambio radical en su enfoque sobre la guerra en Ucrania. Sin embargo, persiste una gran incertidumbre ante la falta de elementos clave en el planteamiento. Trump amenazó al Kremlin con duros aranceles si no llegaba a un acuerdo para poner fin a la guerra en 50 días. Pero quizás lo más importante fue el cambio de criterio de Trump respecto al armamento. Tras meses de amenazar con cortar por completo la ayuda militar a Ucrania, Trump prometió que enviaría «miles de millones» en armas, ahora que Europa las pagaría. 

Trump y Rutte anunciaron que otros aliados habían acordado adquirir armas estadounidenses para transferirlas a Ucrania. Si bien aún quedaba mucha incertidumbre sobre el acuerdo, Rutte señalo que Ucrania ahora podría obtener cantidades masivas de equipo militar, municiones y misiles. Desde que Trump asumió el cargo, muchos en Ucrania y en las capitales europeas, consideran que este podría ser el mejor escenario para Kiev, dada la clara hostilidad del inquilino de la Casa Blanca a continuar con las «donaciones» estadounidenses. Se enviaría un mensaje muy diferente a Putin. Durante meses, Putin ha tenido elementos para creer que el respaldo militar estadounidense a Ucrania se ha ido desvaneciendo bajo el gobierno de Trump. Esto habria envalentonado a Putin para intensificar las acciones militares contra Ucrania. Si este acuerdo revierte esta situación, podría cambiar la percepción de Putin.

La pregunta clave es: ¿hasta qué punto se tomará en serio Putin el nuevo enfoque de Trump?  La amenaza arancelaria también sigue siendo imprecisa y algunos expertos han expresado dudas sobre su efectiva imposición. Los llamados «aranceles secundarios» para castigar a los países importadores de petróleo y gas rusos podrían tener un efecto potente, pero son complejos y, por ejemplo, podrían requerir un importante enfrentamiento con China.

Una pregunta obvia es por qué Trump decidió darle a Putin 50 días antes de imponer aranceles del 100%. Una posible explicación es que ese período es la duración prevista de la actual ofensiva de verano de Rusia. El propio Putin incluso le comunicó a Trump en una llamada telefónica reciente que tenía la intención de presionar con fuerza durante los próximos 60 días.

La administración Trump podría esperar que Putin se muestre más inclinado a negociar una vez que la ofensiva rusa se agote, sobre todo si fracasa. El recrudecimiento de las sanciones, si se concretan, y un aumento considerable del armamento podrían impulsar lentamente a Putin hacia negociaciones reales si su ofensiva de verano no logra grandes resultados. Pero Putin quizá no crea que Trump tenga la paciencia necesaria para mantener una línea dura.

Pero los detalles importarán. Los sistemas de defensa antimisiles Patriot que Trump ha autorizado enviar son importantes, dado el enorme aumento de los ataques aéreos rusos. Pero la verdadera prueba ahora será qué armas recibirá Ucrania. Trump también afirmó que Estados Unidos enviaría «varias piezas de equipo militar muy sofisticado». 

Según un nuevo acuerdo, Estados Unidos venderá armas a los miembros de la OTAN, quienes luego las suministrarán a Ucrania. Trump no proporcionó todos los detalles, limitándose a decir que las armas en cuestión valen «miles de millones». Pero cuando se le preguntó si el acuerdo incluía baterías de defensa aérea Patriot y misiles interceptores, respondió: «Lo es todo». Ucrania ha solicitado reiteradamente que Estados Unidos le suministre más baterías y misiles Patriot, uno de los pocos sistemas de defensa aérea del mundo capaces de derribar con fiabilidad los misiles balísticos entrantes. 

El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, quien ha estado trabajando con países europeos para coordinar la compra de armas estadounidenses, dijo que Alemania, Finlandia, Canadá, Noruega, Suecia, el Reino Unido y Dinamarca estarían entre los compradores para abastecer a Ucrania, y señaló que «la velocidad es esencial aquí». El ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, se reunió con su homólogo estadounidense, Pete Hegseth, en el Pentágono para discutir detalles, particularmente relacionados con las baterías Patriot, y destacó el aumento del gasto en defensa. «Estamos decididos a asumir una mayor responsabilidad en la disuasión y la defensa de Europa», afirmó. El gobierno alemán ofreció financiar dos sistemas Patriot adicionales.

Un pequeño lío

Trump le está enviando un mensaje contundente a Putin. ¿Pero cuánto durará? Trump no tiene un historial de aferrarse a sus decisiones políticas. Un ejemplo: su última decisión sobre Ucrania, tras meses presionando más a los ucranianos que a los rusos. Aunque parece haber cambiado de postura, es muy probable que lo vuelva a hacer. Es factible que Putin comprende este factor y lo tendrá en cuenta. Puede que haya otra forma de verlo: Trump calculó mal la situación actual de Putin, pero no la suya. Imaginen si Trump hiciera esta oferta: Rusia conserva las zonas que ha conquistado hasta ahora y obtiene una amnistía y el fin de las sanciones, mientras que Ucrania obtiene garantías de seguridad sin pertenecer a la OTAN y una vía rápida para ingresar en la UE. De lo contrario, aranceles del 500 % a quienes comercien con Rusia. ¿Por qué no? Ha dicho cosas mucho más disparatadas, y junto con el nuevo régimen de armas, podría funcionar.

En última instancia, todo se reduce a Putin y Zelenski, no a Trump. Este conflicto es una guerra de desgaste, y el resultado dependerá de la capacidad de los combatientes para sostenerla. La estrategia de Putin es de alta intensidad, derrochadora y moralmente ineficaz, pero aún tiene más vidas que jugar. No estoy seguro de que haya otra cosa que convertir la guerra de Ucrania en la de la OTAN, algo que nadie defiende, que convenza a Putin de priorizar el diálogo sobre la lucha en esta etapa. Esa es la triste realidad. La pregunta es: está capacitada la OTAN de la Cumbre de la Haya para el futuro.

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