Trump, Maduro y el petróleo del absurdo
Una gran contradicción histórica en la novela de realismo social que es Venezuela: recursos no son sinónimo de riqueza

Nicolás Maduro. | Europa Press
“Senador, ambos somos parte de la misma hipocresía”, le desliza Michael Corleone al político Pat Geary en una de las tantas memorables escenas de El Padrino que bien podrían estudiarse en las escuelas superiores de negocios.
La frase resume las tenues fronteras entre dos figuras bajo escrutinio. Guardando las distancias y la metáfora, esto recuerda a lo que ocurre en la película Venezuela, donde unos pocos actores en torno a una mesa de póker farolean con sus cartas, se desafían y apuestan, pero siempre están dispuestos a negociar, porque, y ahí viene otra frase de ese maravilloso guion de Coppola y Puzzo: se trata solo de negocios, nada personal.
Frases que encierran conflictos, y como en cualquier película o drama político, esas contradicciones son las que enganchan al espectador y lo dejan sentado en la poltrona.
Algo de eso se ha visto en las últimas entregas de la saga entre Trump y Maduro, con los migrantes indocumentados venezolanos y al petróleo como líneas de acción. En esta trama hay una serie de personajes secundarios que despliegan sus arcos dramáticos y una larga lista de conflictos, con sus enormes disociaciones entre anuncios, discursos, acciones y realidades.
El arte de mirar para otro lado
A lo que vamos, “el asunto Venezuela” tiene varias aristas que no terminan de entrar en una explicación lógica. Una de las más recientes ha sido el manotazo sobre la mesa que dio la Administración de Donald Trump al afirmar que Nicolás Maduro es (presuntamente) jefe de lo que el Departamento del Tesoro y el de Estado definen como una banda trasnacional de narcotraficantes y terroristas que según esa narrativa pone en riesgo la seguridad de Estados Unidos. Y lo sueltan así, sin presentar pruebas, hechos, ni argumentos, sin siquiera sustentar una acusación de tamaño calibre. Es como si el jugador de póker insinuara que tiene una escalera real, pero no enseña las cartas.
De inmediato, para meterle más adrenalina, sale la DEA ofreciendo 25 millones de dólares de recompensa a quien ofrezca información que conduzca a la captura y enjuiciamiento de Maduro, en un aviso a colores con foto y todo. El propio heredero de Hugo Chávez definió esa jugada como parte de una “política bipolar” de Washington y dio a entender que el chavismo está acostumbrado a esos viejos señalamientos.
Algo de razón tendrá porque por estos mismos días se confirma que el mismo Departamento del Tesoro que elevó la liza de las sanciones a Maduro y su gabinete, también le ha dado una nueva licencia a la petrolera Chevron para que regrese a Venezuela a sacar petróleo.
En otro guiño desconcertante para algunos, Trump acaba de premiar a Venezuela con un arancel de solo 15%, el nivel reservado para sus amigos, en su guerra arancelaria que también es multipolar. Fuentes petroleras indican que hay unas 50 otras empresas, incluyendo a Repsol y a ENI, están haciendo intenso cabildeo pidiendo sus respectivas licencias para volver a encender sus balancines y elevar la menguada producción de crudo de Venezuela.
Antes de que a Trump le diera por apretar el torque de las sanciones, Chevron, Repsol, ENI Y Maurel and Prom juntas respondían por un tercio de la producción total de crudo de Venezuela, que está entre 900.000 y un millón de barriles por día. Una cifra modesta para un país cuyo gobierno se ufana de controlar las reservas más grandes del mundo localizadas en un solo territorio soberano, equivalente al 20% de las reservas de todos los países de la OPEP juntos.
Y aquí hay otra gran contradicción histórica en la novela de realismo social que es Venezuela: recursos no son sinónimo de riqueza. De nada sirven esas enormes reservas de 303.000 millones de barriles si seguirán bajo tierra, mientras los profesores universitarios ganan 130 dólares por mes y las personas se mueren en los hospitales públicos más por falta de atención y de insumos que por las propias enfermedades que padecen.
“En el papel, el subsuelo venezolano es un actor relevante, la superficie venezolana impide que ese potencial se desarrolle”, resume el analista petrolero Luis A Pacheco, investigador no residente del Centro de Estudios Energéticos del Instituto Baker y exdirector de Planificación de la estatal Petróleo de Venezuela (PDVSA).
La superficie, enumera, son la institucionalidad, el sistema fiscal, la situación política, la inseguridad, la situación de los servicios públicos y, coincide, los problemas de infraestructura.
Acudiendo al lugar común, la verdad es que Venezuela es como un mendigo sentado sobre un tesoro enterrado y no se ve por ninguna parte nadie que le dé una pala. “Hoy día con las condiciones que hay del mercado petrolero, la realidad es que Venezuela es un actor marginal, porque convertirlo en un actor importante significa meterle cientos de miles de millones de dólares a un país que no tiene condiciones objetivas para recibirlas”, observa Pacheco.
Las condiciones del mundo petrolero han cambiado, con Estados Unidos produciendo 13 millones de barriles de crudo por día, otro tanto los rusos, ocho millones los árabes sauditas. Además, hay desarrollos en países de la costa occidental de África, como Namibia y Angola y costa afuera en Brasil y Guyana.
Otros analistas han calculado que la industria petrolera venezolana necesita inversiones por $10.000 millones anuales en los próximos 10 años para al menos acercarse a lo que producía hace una década, cuando comenzó el declive de Pdvsa debido a la corrupción y la mala gerencia. Después, las sanciones de EEUU le terminaron de ajustar la piedra en el cuello.
Y para que esas sanciones sean levantadas del todo y el país califique como destino de masivas inversiones financieras y en infraestructuras, necesitaría cambios o al menos reformas políticas. Cambios que no se ven por ninguna parte en el horizonte, puesto que el chavismo radical se ha fortalecido en el poder en el último año, ha liquidado a sus enemigos internos, está llegando a acuerdos con ciertos adversarios externos y “esto es lo que hay”.
Mientras, en otra señal de hipocresía, la “comunidad internacional” se limita a emitir comunicados expresando su “honda preocupación” por los presos políticos, los desaparecidos, los torturados y la crisis humanitaria y migratoria. Lo dicen y después miran a otro lado, en un mundo con otras prioridades.
Por lo pronto, Maduro recurre a los enemigos íntimos de Chevron y otras parecidas para intentar elevar la producción de petróleo o al menos mantenerla, y decir que la economía crece a grandes tasas, cuando en realidad lo que hay es una expansión del sector petrolero, drenando un poco más crudo a las cuentas nacionales, pero con poco impacto en el resto de la economía.
Otra contradicción: Chevron ahora también es socia con Exxon Mobil y la china CNOOC en el consorcio que ha convertido a la vecina Guyana en el nuevo polo petrolero de América y que ya exporta casi tanto petróleo como Venezuela. Ese crudo sale de aguas reclamadas históricamente por Venezuela, de modo que ahora Chevron sirve a dos socios enfrentados. “A todo el mundo le conviene mirar para otro lado”, señala un observador desde las tribunas.
Siguiendo con los absurdos, el mismo Gobierno de EEUU que emite esas licencias también actualizó recientemente su recomendación lapidaria: “No viaje ni permanezca en Venezuela debido al alto riesgo de detención injusta, tortura, terrorismo, secuestro, aplicación arbitraria de las leyes locales, delincuencia, disturbios civiles y deficiente infraestructura sanitaria. Se recomienda encarecidamente a todos los ciudadanos estadounidenses y residentes permanentes legales en Venezuela que salgan del país de inmediato”.
No está claro si Chevron y otras empresas de EEUU tienen ejecutivos estadounidenses en Venezuela para manejar sus operaciones. Pero cualquier extranjero se lo pensaría tres veces antes de aceptar un paquete de trabajo en este supuesto paraíso del socialismo del siglo XXI.