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El miedo a Rusia dispara las licencias de armas para particulares en Polonia

En Varsovia los escaparates de las armerías lucen más llenos que nunca

El miedo a Rusia dispara las licencias de armas para particulares en Polonia

Una tienda de armas en Polonia. | Alexandra Wei (EFE)

Polonia es acreedora de un triste récord: es el país europeo más veces invadido de la historia. Por allí han pasado, y no con buenas intenciones, mongoles, teutones, turcos, cosacos, franceses —con Napoleón al mando—, prusianos y, en los últimos cien años, rusos y alemanes, con pérdida parcial o total de su soberanía. Ante el temor a los caprichos de Moscú y los hechos más recientes que viven sus vecinos ucranianos, los polacos de a pie se están armando hasta los dientes.

La imagen es nueva y antigua a la vez: en los campos de tiro del este de Polonia, cerca de la frontera con Bielorrusia, cada vez más ciudadanos practican con pistolas y fusiles como si el mañana dependiera de su puntería. La guerra en Ucrania ha traspasado el mapa, se ha instalado en el imaginario polaco y ha alimentado un temor tangible: que Rusia, antes o después, acabe mirando hacia Varsovia.

Ese miedo, agitado por políticos y reforzado por las noticias diarias de combates a unos cientos de kilómetros, ha tenido un efecto que arroja cifras tangibles. En apenas cuatro años, las licencias de armas para civiles en Polonia se han cuadruplicado: han pasado de 10.200 en 2020 a 43.400 en 2023. Las autoridades locales estiman que alrededor de un millón de armas de fuego se encuentran en manos privadas.

En 2017, Polonia era el país menos amigo de la pólvora de la Unión Europea y, sin embargo, se está armando a un ritmo sin precedentes, en una transformación de calibre cultural. Durante décadas, poseer un arma en Polonia era algo propio de cazadores, tiradores deportivos y coleccionistas, amparados en un sistema de licencias muy rígido y plagado de requisitos.

Hoy, el acceso se ha suavizado, casi facilitado. En 2023, el Parlamento eliminó lo que definió como «barreras administrativas innecesarias» y permitió que los miembros de los distintos servicios de seguridad solicitasen licencias para protección personal. El resultado fue inmediato: los permisos de este tipo pasaron de 154 en 2022 a 6.200 en 2023 y 9.500 en 2024. En dos años se multiplicaron por sesenta. No fue la única reforma: el Ministerio de Sanidad simplificó el procedimiento de apelación cuando una licencia era denegada por motivos médicos.

Por otra parte, los campos de tiro, que antes languidecían en un país poco acostumbrado a las armas, empezaron a llenarse. Desde 2018, el Ministerio de Defensa subvenciona su construcción y modernización, con más de 400 instalaciones nuevas o renovadas, sobre todo en el este. Lo que en otros países sería una subcultura, en Polonia empieza a parecer una red capilar que se extiende por todo el territorio.

Escuelas con entrenamiento militar

El cambio también alcanza a las aulas. Desde el pasado mes de septiembre, todos los alumnos del último año de primaria y el primero de secundaria reciben formación básica en armas de fuego. Sí, les enseñan a manejar armas. El Ministerio de Educación, en coordinación con Defensa, ha adaptado las clases de educación física para incluir nociones de defensa civil.

A ojos de los promotores de esta idea, se trata de preparar a los jóvenes para un mundo más hostil; para sus críticos, de una militarización prematura que normaliza la idea de conflicto.

La Small Arms Survey, que en 2017 calculaba apenas 2,5 armas por cada 100 habitantes en Polonia —frente a más de 30 en Finlandia—, todavía considera al país como uno de los menos armados de Europa. Pero esa distancia se está acortando. Krzysztof Kuczyński, abogado y experto en legislación armamentística, lo resume sin rodeos: «Somos la nación más desarmada de Europa, pero el deseo de poseer armas está creciendo».

Ese crecimiento no es espontáneo; responde a un clima geopolítico marcado por la invasión rusa de Ucrania y por la ambición polaca de reforzar su capacidad defensiva hasta niveles nunca vistos desde tiempos de la Guerra Fría. Este movimiento «popular» replica al comportamiento gubernamental, con el gasto por PIB más alto del viejo continente. Si en España se discute cuándo se llegará al 2% tras estar durante años rondando el 1,2%, en Polonia llegará este 2025 al 4,7%.

Rearme estructural

El Estado polaco está llevando a cabo una modernización militar acelerada. El presupuesto de defensa se ha disparado: de 14.040 millones de euros en 2022 a 28.980 millones en 2023, un incremento del 106%. Para 2025, la previsión asciende a 41.200 millones de euros, el equivalente al 4,7 % del PIB. Ningún otro miembro de la OTAN dedica tanto, y Varsovia ya ha dejado caer que podría llegar al 5% en 2026.

La Ley de Defensa de la Patria, aprobada en 2022, fijó un mínimo del 3% del PIB y abrió la puerta a una cascada de adquisiciones estratégicas: desde tanques K2 Black Panther y Abrams hasta cazas F-35 y helicópteros Apache, pasando por sistemas Patriot, artillería autopropulsada y drones Bayraktar TB2. La lista es extensa y cara.

Buena parte de este esfuerzo se financia con préstamos estadounidenses garantizados por Washington, un respaldo que, además de liquidez, ofrece un mensaje político claro: Polonia es un pilar oriental de la OTAN y pasa a ser un aliado de primer orden. El que compra americano, también adquiere apoyo americano.

Levantando un muro

La modernización no es solo material. Varsovia está construyendo fortificaciones en la frontera con Rusia y Bielorrusia, el llamado «East Shield». Lleva invertidos más de 2.300 millones de euros en muros, búnkeres y campos minados. También hay industrialización: las fábricas de munición se expanden y diversifican, con contratos para producir proyectiles de 155 mm y explosivos TNT a nivel nacional. Esta estrategia busca no depender de cadenas de suministro internacionales en caso de un conflicto prolongado.

A la vez, el gobierno ha incrementado el personal militar, ha multiplicado las maniobras conjuntas con aliados y ha diseñado una narrativa interna que vincula la seguridad nacional no solo a la defensa institucional, sino también a la preparación civil. Aquí es donde las licencias de armas para particulares encajan como una extensión de la estrategia oficial.

Eco social

Las encuestas muestran que una parte creciente de la población considera la posesión de un arma como una necesidad de autoprotección. La invasión rusa de Ucrania ha borrado de golpe las certezas de la posguerra fría en Europa del Este, y Polonia se ha colocado en primera línea del rearme continental. El miedo se ha convertido en política pública, y la política pública, en mercado de armas.

La pregunta, en última instancia, es si este arsenal civil servirá para disuadir o, por el contrario, alimentará tensiones internas y accidentes. La historia reciente muestra que el aumento de armas en manos privadas no siempre se traduce en mayor seguridad. Sin embargo, para muchos polacos, la amenaza rusa es lo bastante real como para asumir el riesgo.

En Varsovia, los escaparates de las armerías lucen más llenos que nunca; en zonas rurales, las ferias de caza incorporan puestos de venta de chalecos antibalas; y en las escuelas, adolescentes aprenden a cargar un fusil antes del recreo. Polonia está enviando un mensaje: si el Kremlin cruza la frontera, encontrará un país armado hasta los dientes, desde el ejército regular hasta sus ciudadanos.

La imagen, inquietante o tranquilizadora según se mire, cierra un círculo. Polonia, que un día fue el país menos armado de la Unión Europea, se prepara para ser uno de los más dispuestos a defenderse, incluso antes de que la primera bala cruce su frontera.

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